Comenzaremos aquí, en una serie de entregas,
a publicar las razones expuestas
por Monseñor Marcel Lefebvre a las autoridades de Roma
luego del Concilio Vaticano II - del cual formó parte él también -
para realizar este combate por mantener la fe de siempre.
La defensa del Depósito sagrado que los Apóstoles recibieron de Cristo mismo y el cual entregaron luego a sus sucesores, para continuar enseñándolo a la naciones y guardándole celosamente a través de los siglos.
a publicar las razones expuestas
por Monseñor Marcel Lefebvre a las autoridades de Roma
luego del Concilio Vaticano II - del cual formó parte él también -
para realizar este combate por mantener la fe de siempre.
La defensa del Depósito sagrado que los Apóstoles recibieron de Cristo mismo y el cual entregaron luego a sus sucesores, para continuar enseñándolo a la naciones y guardándole celosamente a través de los siglos.
Monseñor Marcel Lefebvre |
INTRODUCCIÓN
Después que el obispo de
Friburgo (Suiza) condenó en mayo de 1975 la obra de Ecôney la Hermandad
Sacerdotal San Pío X, a pedido de la Comisión de los tres cardenales —Garrone,
Wright y Tabera— originada no se sabe cómo, escribí al Papa Pablo VI diciéndole
que si la condena se refería, según dicen, a puntos de doctrina, tendría que
haber afectado nada más que a mi persona y que la causa debería haber sido
juzgada por la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Esta petición, por las
necesidades de la causa, había quedado sin respuesta. Se esperaba la
desaparición de la Obra, lograda por un simulacro de juicio y una condena
ilegal. La Secretaría de Estado debía temer que el ex Santo Oficio fuese
todavía demasiado honesto y demasiado tradicional para remitir la causa a esa
Congregación.
Sin embargo, los años
pasaron. El abuso de poder era tan evidente que la opinión pública manifestaba
día a día mayor simpatía hacia las víctimas. Roma condenaba su Tradición y con
tales procedimientos, sobre todo en el momento de su autodestrucción visible a
todo espectador imparcial, esto ya resultaba excesivo. [. . .]
El 28 de enero de 1978, el
Cardenal Seper, Prefecto del ex Santo Oficio, remitió a Ecône un frondoso
cuestionario. (1) [. . .]
Los lectores [. . .]
sacarán sus propias conclusiones. Donde nos parece oportuno damos algunas
informaciones y explicaciones.
Visto que en 1978 hubo dos
cónclaves hemos pensado [...], sería útil transcribir las cartas enviadas a los
cardenales.
Nunca tuve la pretensión
de representar a todos los católicos fieles a la Tradición de la Iglesia. [. . .]
Sin embargo, no puedo
dejar de pensar, con toda sinceridad, que estos co-loquios tienen valor
histórico porque son eco de una oposición profunda, que se remonta por lo menos
al Concilio de Trento, entre la doctrina católica y el liberalismo protestante,
entre la fe católica y el naturalismo racionalista y masónico. [. . . ]
Di, en esencia, esta
respuesta: "Señores, conocéis la historia de la Iglesia de los últimos
siglos con un conocimiento tan grande o mayor que el mío. Esa historia os
permite saber que existe esta división en la Iglesia desde hace, por lo menos
dos siglos, entre católicos y liberales. Estos últimos han sido siempre condenados
por los Papas hasta el Concilio Vaticano II, en el cual, por un misterio
insondable de la Providencia, los liberales han podido hacer triunfar sus ideas
y ocupar los puestos más importantes de la Curia Romana. Cuando pienso que
estamos en el recinto del Santo Oficio, testigo excepcional de la Tradición y
de la defensa de la fe católica, no puedo dejar de pensar que estoy en mi
propia casa [. . .] La Tradición representa un pasado tan inconmovible como
esta casa; el liberalismo no tiene fundamento y pasará. Algún día, la Verdad
reconquistará sus derechos." [. . . ]
La empresa de la restauración de la Iglesia por
medio de su Tradición es ciertamente indispensable para la salvación de las
almas.
No obstante, no podrá llevarse a cabo sino mediante
un auxilio extraordinario del Espíritu Santo y la intercesión de la Bienaventurada
Virgen María. En consecuencia, por la oración y especialmente por el Santo
Sacrificio de la Misa alcanzaremos esa tan ansiada renovación.
Monseñor Marcel Lefebvre
Ecône, 23 de febrero de 1979.
(1) Al que contesta la carta del 26 de febrero de 1978.