Por Monseñor Richard
Williamson
Número 348 - 15 de Marzo de 2014
Monseñor Richard Williamson |
En el
desastroso estado hoy en día de la Iglesia y del mundo, hay en juego, entre
otros, dos principios centrales: el uno permanente y primario, el otro
temporario y secundario, pero ambos son centrales. Su interacción debería ser
decisiva para guiar nuestra acción.
El principio
permanente es que “Sin Fe es imposible ser grato a Dios” (Hebr.XI, 6). Esto es
así porque todos los hombres provienen de Dios dotados de un libre albedrío con
el propósito de que ellos lo usen de tal manera que puedan ser capaces de ir a
Dios cuando mueran, y gozar de la beatífica visión de Dios por toda la
eternidad. Estos términos obligatorios de nuestra existencia terrenal
constituyen una oferta extremadamente generosa por parte de Dios, dado cuan
relativamente poco se requiere de nuestra parte (Is. LXIV, 4). Pero lo menos
que podemos hacer, un incipiente comienzo, es reconocer Su Existencia. Dada la
bondad de Su Creación toda alrededor nuestro, es “inexcusable” no reconocerla (Rom.,
20), y por consiguiente sin la más elemental Fe en El, es imposible agradarle.
El principio
temporario es que el Pastor está herido y las ovejas dispersas (Zac. XIII, 7),
texto citado por Nuestro Señor en el camino al Huerto de Getsemaní (Mt. XXVI, 31).
Al cabo de 4,000 años de repetida decadencia de los hombres, Dios tomó una
naturaleza humana para fundar una Iglesia que capacitara a los hombres para
salvar sus almas por los últimos 2,000 años de la existencia de los hombres en
esta tierra. Por el primer mil de esos años la decadencia fue seriamente interrumpida,
pero luego de unos pocos siglos más, se recuperó nuevamente al punto que con el
Vaticano II los líderes, ellos mismos de la propia Iglesia de Dios, los Papas,
sobre los cuales fue diseñada para depender de ellos, devinieron seriamente
infectados por la decadencia. En base a esto, devino para los hombres mucho más
difícil ver de qué manera Dios tiene el propósito de que ellos salven sus
almas.
Por
consiguiente, por un lado, objetivamente hablando, las verdades permanentes
para la salvación no han sido cambiadas ni un ápice por la caída de los Papas
Conciliares y estas verdades deben ser mantenidas si siquiera algunas almas
deben todavía ser salvadas. Fue la gloria de Monseñor Lefebvre defender esas
verdades contra los hombres de Iglesia y el mundo caídos, mientras que es la
desgracia de sus sucesores estar comprometiéndolas en obsequio de volver a la
compañía de esos hombres de Iglesia y su mundo.
Por otro lado,
subjetivamente hablando, esa desgracia está mitigada por el eclipse temporario
de esas grandes verdades debido a la caída de los Papas. No es fácil, aún para
los obispos, ver derecho cuando el Obispo de Roma está viendo torcido. Se sigue
que aquellos que por la gracia de Dios – y nada más – ven derecho, deben tener
una compasión de 360 grados por las almas atrapadas en una confusión que no es
enteramente por su propia falta. Por consiguiente, me parece que si Santiago
está convencido que para salvar su alma él debe quedarse en la Neo-Iglesia, no
necesito martillarlo para que salga de ella. Y si Clara está persuadida que no
hay problema grave dentro de la Fraternidad San Pío X, no debo atragantarla con
que sí lo hay. Y si Juan no ve otro camino para mantener su Fe que el creer que
la Sede de Roma está vacante, preciso nada más que impelerlo a que esa creencia
no es obligatoria.
Con todo, en toda esta dispersión
de las ovejas, alguien debe mantener y poner a disposición de ellas la Verdad
objetiva si es que no tendrán que hacerlo las pobres piedras (Lc. XIX, 40),
porque, si más no fuera, sobre la búsqueda de esa Verdad depende la salvación
de nuestras almas. Sin embargo, que los católicos la busquen con toda la debida
consideración por la ceguera de sus ovejas compañeras, por al menos tanto
tiempo como el Pastor permanezca herido.
Kyrie eleison.