Por Antonio Caponnetto
Amigos: En el número 107 de Cabildo (enero-febrero 2014) publiqué la presente nota. Bastante más ampliada y retocada la hago circular ahora por este medio, con la esperanza de que pueda prestar algún servicio.
San Pedro Apóstol y Primer Papa de la Iglesia fundada por nuestro Señor Jesucristo |
El próximo 19 de marzo, Festividad de San José, se cumple un año de la asunción pontificia del Cardenal Bergoglio.
Otros
estarán capacitados para hacer un balance exhaustivo, completo y erudito.Lo
esperamos con necesidad espiritual. Otros no querrán hacerlo, limitándose a un
aséptico encogimiento de hombros, a una aprobación irrestricta y apriori de
carácter papolátrico o a una condena en bloque de todos sus dichos y
quehaceres; y otros –me temo que los más- se desvivirán en panegíricos de burdo
tinte mundano,como ya viene sucediendo para desconcierto de la católica grey,
pues tales encomios gozan del beneplácito del homenajeado, o al menos de su
tácita aquiescencia. Lo que no resulta aconsejable para ninguna práctica de la
tan declamada humildad.
De mi parte –y hablo deliberadamente en primera
persona, pues no quiero involucrar a nadie en este juicio- debo decir,con
genuino dolor de súbdito, que lo que he podido analizar objetivamente hasta hoy
confirma y potencia cuanto escribí en su momento en mi obra La
Iglesia traicionada, editada en el año 2010.
En
efecto, el Cardenal Bergoglio, devenido ya en el Pontífice Francisco, es un
hombre que conspira contra la Verdad. Y lo hace de los
cuatro modos posible más comunes: por vía de la mentira, del error, de
la confusión y de la ignorancia.
Como los ejemplos se multiplican, para nuestra hiriente
desazón y pesadumbre impar, sólo pondremos un caso: su tratamiento de
la cuestión judía. Y como este tratamiento tiene su vez un
sinfín de facetas –desde dedicarles públicas ternezas a los hebreos que a otros
católicos se les niega, hasta permitirles sus ritos cultuales en el Vaticano,
acompañando activamente los mismos; desde remitirles misivas con un afecto no
simétrico hacia los descalificados por “cristianos restauracionistas”, hasta
felicitarlos por sus fiestas, aunque ellas supongan la virtual negación de
Cristo como Mesías- nos limitaremos a lo enseñado en la Exhoración Apostólica Evangelii
Gaudium; esto es, a una expresión formal, institucional y oficial de su
magisterio petrino.
-Es mentira que la Alianza entre
Dios y el pueblo judío “jamás ha sido revocada” (Evangelii Gaudium,
247). Se prueba de muchas y complementarias formas –yendo a los Padres, a los
Doctores, a los Santos, a las encíclicas, los concilios, las bulas, los textos
litúrgicos, a Tomás de Aquino y al Catecismo de primeras nociones- pero está
dicho en la Sagrada Escritura, sin posibilidades de equívoco. De modo
expreso, por ejemplo en Hebreos 8,6-9: “porque ellos no permanecieron fieles a
mi alianza, y yo me desentendí de ellos, dice el Señor”. “Mirad, días vendrán,
dice el Señor, en que concluiré una alianza nueva con la Casa de
Israel y con la Casa de Judá, no conforme a la alianza que
concerté con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos
de la tierra de Egipto” (Jeremías, 31, 31-34). Y de modo no menos expreso, pero
con lenguaje simbólico, queda probado en la Parábola de la
Higuera Estéril o de Los viñadores Homicidas.
No; es exactamente al revés: la Alianza fue
revocada; lo que no quiere decir –como bien lo explica el Apóstol- que la
misericordia de Dios no pueda reinjertar a los israelitas contritos, conversos
y vueltos humildemente hacia el Autor de la Vida que
“matásteis” (Hechos 3,13-15) y al Señor de la Gloria que
“crucificásteis” (I Cor.2,8).Se supone que para eso estábamos hasta hoy, entre
otras cosas, los católicos, para procurar la conversión de los judíos, no para
mantenerlos en sus idolatrías, agasajándolos con comida kosher.
-Es error sostener que “creemos
juntos [católicos y judíos] en el único Dios que actúa en la historia, y
acogemos con ellos [los judíos] la común Palabra revelada” (Evangelii
Gaudium, 247).
El único Dios que actúa en la historia es Jesucristo,
Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Ni un
catecúmeno de parroquia barrial puede desconocer que los judíos no creen en la
Santa Trinidad, ni en Jesucristo como verdadero Dios Hijo del Padre. Y
no pueden creerlo, precisamente porque rechazan una parte sustancial de la
“Palabra revelada” que es el Nuevo Testamento. La “común Palabra revelada” que
podríamos tener, si por ella se alude al universo veterotestamentario, está
toda ordenada, encaminada y dirigida a la aceptación de Cristo, como desde
siempre enseñó el Magisterio. Luego, al negar los judíos su natural y
sobrenatural coronación y desenlace, deja de ser un patrimonio “común”. Por el
contrario, se convierte en crucial y dramática divisoria de aguas.
-Es confusión afirmar que “si bien
algunas convicciones cristianas son inaceptables para el Judaísmo”, igual
podemos “compartir muchas convicciones éticas y la común preocupación por la
justicia y el desarrollo de los pueblos” (Evangelii Gaudium, 249). La
confusión es presentar “las convicciones cristianas” con un cierto aire de
lamento o de reproche hacia las mismas, por no permitir una comunión más plena
y totalizadora con los israelitas. La confusión es partir de la base de que
“las inaceptables” para el Judaísmo, son “algunas” de nuestras “convicciones”,
y no las formulaciones dogmáticas del Credo, empezando por la
que dice: “Et in Iesum Christum, filium eius unicum, Dominum Nostrum”. La
confusión es pensar que “la común preocupación por la justicia” se puede
mantener en pie si el Verdadero Dios no es la fuente y la razón de la
Justicia; si las “convicciones éticas” no remiten del ethos al nomos y
al logos divinos de Jesucristo. La confusión es hablar del
“desarrollo de los pueblos” como supuesto factor de unidad, cuando no es ni
puede ser el mismo el concepto de desarrollo popular para
quien niega o acepta la Reyecía Social de Jesucristo. La
confusión es pensar que podemos obrar en común en acciones inmanentes y
temporales, cuando nos separan tajantes e irrevocables diferencias
trascendentes e intemporales. La confusión, en suma, es no querer advertir ni
manifestar que esas obstaculizantes convicciones no son materia opinable. Han
sido pagadas al altísimo precio de la sangre derramada en el Calvario. Efusión
en la cual, los judíos, cumplieron y cumplen el trágico protagonismo de
verdugos.
-Es ignorancia “lamentar sincera y
amargamente las terribles persecuciones de las que fueron y son objeto [los
judíos], particularmente aquellas que involucran o involucraron a cristianos (Evangelii
Gaudium, 248). Es ignorancia
de los innúmeros fraudes con que han enmascarado y enmascaran esas presuntas
persecuciones. Es ignorancia de la peligrosa teología dogmática hebrea sobre el
holocausto, que destrona a Cristo como víctima para colocarlo como victimario.
Es ignorancia del carácter teórico y práctico de persecutores activos que han
ejercido los hebreos contra los cristianos, y que aún hasta hoy siguen
ejerciendo. Es ignorancia del historial de crímenes y de latrocinios mediante
los cuales Israel se constituyó en Poder Mundial. Es ignorancia de las Actas
de los Mártires, de los Hechos de los Apóstoles y del
santoral pasado y presente que incluye un sinfín de víctimas de la vesania
judía. Es ignorancia incluso de que la plana mayor del judaísmo “argentino”,
recibida cordialísimamente por el Papa, no sólo representa las antípodas de un
supuesto ideal de Iglesia de los pobres, puesto que sus miembros
constituyen una voraz oligarquía, persecutora y expoliadora de los que menos
tienen, sino que es responsable ineludible de un sinfín de ataques y de
vejámenes a las instituciones y tradiciones cristianas de la patria. ¡Cuánto
habría que decir al respecto! ¡Y cuánto de lo sucedido recientemente por culpa
y causa de ellos! ¡Qué cantidad de imperdonables olvidos comete Francisco
frente a estos personajes siniestros, al sentarlos a su mesa sin pedirles el
más mínimo acto de contrición por la larga lista de iniquidades
perpetradas!
Mentira, error, confusión e ignorancia. Se analice el tema que se analizare, tras un año de
pontificado, estas son las cuatro y trágicas notas dominantes que aparecen.
Quede en claro que hemos tomado apenas un ejemplo representativo. Tomar el
conjunto demandaría mucho más que esta nota. No nos place ser cronistas de la
apostasía; quisiéramos acaso merecer el anhelo de ser testigos de la
Verdad.
Respuestas rápidas a preguntas difíciles
¿Quiere decirse con lo antedicho que no hubo nada
bueno durante este año de Pontificado?
Cuanto de bueno se hizo o se pudo haber dicho no lo
ignoramos ni nos cerramos a que se nos lo haga notar. Mucho menos juzgamos
intenciones, y en absoluto es éste un juicio al Papado o ad personam. El
que no quiera entender la diferencia es, redondamente, un necio. Sólo
vemos con dolor y preocupación la prevalencia de las funestas notas
características ya enunciadas. Prevalencia recurrente, dañina y generalizada. A
la par que “lo bueno” ejecutado es lo que obviamente se supone que, como
mínimo, debe manifestar un Pontífice o cualquier bautizado fiel. De todos
modos, en buena hora puedan señalarse bondades; y no nos las quite el Señor.
Antes bien las incremente.
¿Basta esta constatación real o potencial de lo bueno
para tranquilizar las conciencias?
Conformarse cada vez con menos es el principio del
pecado de la tibieza, según Santo Tomás. Mala cosa si hemos llegado al punto de
darnos por satisfecho porque el Papa aún sigue rezando el rosario. Mala cosa
si, en virtud de este conformismo absurdo, seguimos callando lo que
indefectiblemente ha de ser dicho. Mala y pésima cosa si seguimos forzando la
hermenéutica de la continuidad, allí donde se manifieste la alevosa, culpable y
patética ruptura. Si hay algo que ya no se soporta es el malabarismo de
aquellos que –a veces con santo afán, otras con irresponsable torpeza-
siguen haciendo de cuenta que todo cuanto acontece en Roma es normal y
corriente. Como si el anuncio del Anticristo y de sus fieras propedéuticas
fuera un cuento de los hermanos Grimm. Tampoco se soporta la irresponsabilidad
de los otros que ven al mismísimo demonio tras absolutamente todos y cualesquiera
de los detalles de cuanto acontece hoy en el Vaticano. Que haya entrado el humo
de Satán y que no se haya declarado su expulsión ni constatado su retirada, es
una cosa. Y gravísima, por decir lo menos. Pero de allí tampoco se
sigue que hay un diablo escondido tras cada pliego de los cortinados curiales.
¿Pero algunos o todos estos extravíos señalados no
vienen de lejos, o de las últimas décadas, y aún del pontificado de Benedicto
XVI?
Por cierto que sí. Lamentablemente así son las cosas;
aunque lo legítimo sería matizar juicios y lo prudente graduar
responsabilidades con sumo cuidado. Mas en este año transcurrido los tales
extravíos se han exacerbado, radicalizado y popularizado, y han gozado de la
horrorosa pleitesía y de los aplausos del mundo y de la Jerarquía Eclesiástica como
nunca antes. De allí la perentoriedad e inevitabilidad de referirnos al tema,
con tono imprecatorio y urgido. Por eso, es cierto, no es ésta la primera vez
que hablamos; y es de temer que no podrá ser la última.
¿Nosotros somos la derecha yanqui que acusa al Papa de
comunista?
No; que no se nos confunda con liberales asustados ni con
modernistas prudentosos, ni con conservadores escandalizados, ni con
arqueologistas de la Fe o neoconservadores de sus prebendas.
Ojalá el Papa hablara más y mejor sobre las verdaderas raíces teológicas y los
auténticos responsables del Imperialismo Internacional del Dinero, al
que supo referirse Pío XI. Ojalá se diera cuenta de que su denostada usura la
practican aquellos a los que sienta a su mesa, kipá insolente en ristre. Ojalá
tumbara con el cayado firme en la diestra a tantos calvinistas santones
encerrados en prelaturas y a tantos fabricantes de vocaciones que terminan
siendo mercaderes de conciencias y de patrimonios.
Pero la verdad es que, al menos y en principio, desde
una perspectiva católico-argentina (legítima perspectiva, porque Francisco no
es un ser desgajado de nacionalidad y hace lo posible para que se note), el
Papa obra como lo que se conoce técnicamente “un compañero de ruta” del
Comunismo. Basta leer la obra de Nello Scavo, La lista de Bergoglio.
O de considerar la actitud conciliadora y amable que tiene para con la tiranía
marxista de los Kirchner, cada vez más culpable de corrupciones múltiples y de
ideologismos castristas. Su conducta en este ámbito, como en otros análogos,
puede ser calificada de escandalosa, a fuer de oportunista, de contemporizadora
con lo políticamente correcto y de tolerante frente a descarados agentes del
gramscismo. No hay representante destacado de las izquierdas nativas o
internacionales que no haya encontrado un interlocutor válido y un hospitalario
anfitrión en Francisco. Y hasta no hay degenerado multimediático o estulto
futbolero que no haya sido acogido en su regazo. Los réprobos parecen ser
quienes queremos estar en las antípodas, o a quienes él juzga como tales. Hasta
ridiculizaciones o desaires públicos les ha aplicado en ocasiones, faltando a
la mentada misericordia.
¿Hay antecedentes de pontífices tan malencaminados?
Unos cuantos a lo largo de toda la historia de la
Iglesia. Quien estudie, por ejemplo, el llamado Siglo de Hierro,
difícilmente entenderá cómo la Barca sobrevivió a tamaños desafueros. ¿Pero
no eran sólo desarreglos morales el de aquellos Papas, dejando a salvo la
integridad doctrinal? No necesariamente fue así. Varios de esos
pontífices que consumaron acciones malas, las hacían porque primero había en
ellos una traición a la doctrina católica. Erraron en sus actos porque
traicionaron enseñanzas, definiciones, doctrinas y principios de la Iglesia. Incluso
principios ortodoxos por ellos mismos definidos. El Magisterio quedó comprometido,
la Fe lastimada. Y hasta sucedió en ocasiones lo predicho por Nuestro Señor:
“heriré al pastor y se dispersarán las ovejas” (Mt. 26,31). Esto no es mal
de muchos consuelo de zonzos? No; esto es tomar a la historia como
maestra de vida, a la esperanza como guía insustituible; y es no olvidarse de
dos promesas del Señor. Una, que rezaría por Pedro para que no desfalleciera su
Fe. Otra, que las fuerzas del infierno no prevalecerán. Creemos firmísimamente
en ambas promesas de Jesucristo.
¿Francisco
responde a un plan para destruir a la Iglesia?
No puede extrañar que haya más de un plan atentatorio
contra la Esposa de Cristo. Se conocen unos cuantos a lo largo de la
historia y del presente, y rechazar su existencia por el sólo prurito
anti-conspirativista sería tan desacertado como ver un complot en cada solapa
tenuemente levantada.
Hay al respecto un hecho que llama la atención. Tiene su fuente
precisa y pública de documentación. El artículo The word from Rome, de
John Allen Jr., aparecido en The National Catholic Reporter, el 21
de enero de 2005.
Sucedió
que uno de los más encumbrados rabinos de Israel, Joseph Ehrenkranz, tuvo a su
cargo la co-organización de un encuentro judeo-católico, que se llevó a cabo en
Roma primero, con la anuencia y la bendición presencial de Juan Pablo II, y en
Auschwitz después, con la comitiva orando y comiendo en común. Los
obispos católicos asignados al suceso estaban presididos por el Cardenal
Keeler, de Baltimore y el Arzobispo Timothy Dolan, de Milwaukee. Vuelta la
singular entente judeo-católica a Roma, fue recibida y agasajada por la Comunidad
de San Egidio. Allí entonces, y a modo de epítome del extraño tour,
tomó la palabra el susodicho Ehrenkranz, y dijo: a) que sería
difícil mantener esta unión judeo-católica tras la muerte de Juan Pablo
II, pues habría que hallar a alguien "con su misma
sensibilidad" al respecto; b) que la hipótesis de un futuro Papa
latinoamericano dificultaría algo más el proyecto, pues los latinoamericanos
están menos experimentados en esto diálogos; c) que "una
excepción, sin embargo, sería el Cardenal Jorge Bergoglio, el Cardenal jesuita
de Buenos Aires" (sic).
La
conclusión parece obvia. Ocho años antes de que el Cónclave lo eligiera Papa,
el Kahal ya había puesto sus esperanzas en él.Y dos cosas tristes no deberían
dejar de decirse aquí: que el Kahal no ha sido nunca ajeno a los planes contra la
Iglesia; y que, a juzgar por las evidencias diarias, los altos mandos judíos y
masones están conformes con la gestión del Papa Francisco. Al menos hasta este
primer aniversario de su nombramiento.
¿Se puede decir que Francisco es un
hereje?
San Pío X, en la pregunta 229 de su Catecismo
Mayor, nos dice que el hereje es el que niega "las definiciones ex
cátedra del Papa", o el que "rehúsa” con pertinacia creer alguna
verdad revelada por Dios y enseñada como de Fe por la Iglesia, por ejemplo
los arrianos, los nestorianos y las varias sectas protestantes". Según
esta definición, Francisco no ha negado hasta ahora una definición ex
cátedra, como la Asunción de María a los Cielos, ni alguno de los 14
artículos del Credo, como la creencia en la resurrección de la carne, ni
alguna verdad revelada como el misterio de la Trinidad. Ergo, llamémoslo con
palabras duras y veraces, pero en principio no estaría imposibilitado de
ser Papa por ser hereje, según la tradicional doctrina católica.
Es
cierto no obstante que el Cardenal Bergoglio, en tanto tal, arrastra un triste
historial de promoción de heterodoxias y de sincretismos desconcertantes cuanto
funestos, y que el festival babilónico de la inter-religiosidad lo ha tenido
como partícipe activo. Y es cierto que también dice San Pío X (Pregunta 177 de
su Catecismo Mayor) que "los que rechazan las definiciones de la
Iglesia, pierden la Fe y se hacen herejes". Con lo que no resultaría impropio llamarlo
a Francisco heretizante y sujeto en tan delicado terreno a
rodar cuesta abajo, hacia una pendiente aún más escabrosa. No lo permita Dios,
y oremos devotamente por ello, pero tómese cabal conciencia de la delicada
situación que vivimos al tener a un hombre con estos atributos en la Sede de
Pedro.
La
Sede, entonces, estaría privada de un Papa sabio, ortodoxo, defensor de la
integridad de la Fe y de la recta y segura doctrina católica, apostólica y
romana. También de un Papa con talante señorial y jerárquico, pero ese es otro
tema. Es demasiado lo predicho como para permanecer mudo o indiferente. Es
demasiado como para no dar, filial y amorosamente, la voz de alarma. Es
demasiado como para no irrumpir en llanto. Y por si nadie lo ha advertido, de
eso se trata: de la inefable tristeza que expresara el Dante con su famoso
verso: “¡oh navecilla mía, que mal cargas!”. “Cuando estas cosas
comenzaren a suceder, cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas” (Lucas. 21,28).
Procuramos tomar este consejo del Señor y cumplirlo; pero al levantar la cabeza
no se nos pida que la mirada no esté nublada por el llanto. Somos peregrinos
esperanzados, no titanes insensatamente triunfalistas.
¿Cabe
una lectura parusíaca de cuanto ocurre?
Creemos firmemente que sí, y lo hemos escrito en
ocasiones. Aunque pocos al respecto más entonados que Federico Mihura Seeber
para dilucidar estos aspectos. La posibilidad de estar viviendo en la Iglesia
de Laodicea no es un despropósito. La posibilidad de la presencia del
Anticristo entre nosotros, y de sus anunciantes, servidores o preparadores del
terreno, aún entre los primeros dignatarios eclesiásticos o empezando por
ellos, tampoco. Decir tales cosas no es ser pesimista ni aguafiestas (a no ser
que echemos agua a la fiesta del mundo, en cuyo caso estaríamos cumpliendo con
nuestro deber). Muchísimas veces recordamos con Castellani que el Apocalipsis
no es una novela de terror sino un libro de Esperanza. Es hora de poner en
práctica este dictus castellaniano.
Epílogo galeato
Recuerdo,
a modo de cierre, que esta es una nota periodística escrita a título personal.
No es el dictamen de una Junta de Teólogos ni el motu proprio de
una Sagrada Congregación, sino la opinión de un laico católico,
perplejo y dolorido por cuanto ocurre. Si falla mi juicio y con razones
se me enmienda, los argumentos rectificatorios no me hallarán indócil. Pero
no discutiré más con papólatras obtusos, ni con los defensores de lo
indefendible, ni con los que dan lecciones de “extremo coraje” o “suprema
coherencia” amparados en el anonimato, ni con chiquilines o maduros que no
entienden ni atienden. Si más no digo en mis exposiciones sobre estos temas, no
es porque me paralice alguna debilidad, de las tantas que humanamente pueden
quebrarme. Es, sencillamente, porque sólo sostengo aquello de lo que me cabe el
más seguro convencimiento posible, intelectual y moral.
A
mí –de carne y hueso, de nombre y apellido, de cara públicamente expuesta- me
persiguen los obispos putoides, el curerío felón y las sedes episcopales capturadas
por inauditos malandras. A mí, supuesto línea media según los
paladines del inquieto mouse, me guillotinan los libros para que no circulen
(hablo sin metáforas), me cierran las parroquias para que no disponga de
ámbitos católicos desde los cuales expresarme, hasta me llegan amenazas
larvadas de excomuniones diocesanas. No obstante, temo más a convertirme en un
perro mudo que a la jauría eclesial, cebada hoy y dispuesta a las peores
mordeduras.
Aconsejo
rezar piadosamente por el Papa. Rezar hasta el alba y rezar durante el día
entero. Pedir por la rectitud de sus intenciones y de sus resoluciones.
Conservar la cabeza sobre los hombros, sin ceder a las tentaciones de los que
se han fabricado una eclesiología propia. Priorizar la vida contemplativa.
Participar de la belleza litúrgica. Implorar al Cielo un cambio de rumbo.
Aceptar la voluntad de Dios si nos ha tocado enfrentar un tiempo de apostasía.
Gritar entonces desde los tejados todo lo que corresponda para salvar el honor
de la verdad, hoy conculcada y vilipendiada. Cumplir con las obras de
misericordia, para que no pueda acusársenos de desoír la voz de quien con todo
derecho nos lo pide. Perder el miedo a ser tomado de desobediente o de
alarmista. Y sobre todo, no dejarse vencer por la mentira, el error, la
ignorancia y la confusión.
Permítaseme
elevar, una vez más, como lo hice un año atrás, ante la extraña dimisión de
Benedicto XVI, esta
Oración a San Pedro
Ecclesia mergi non potest.
San
Agustín, Sermón 252
Tenías puesto un mote
pero te fue cambiado,
ya no el Simón hebreo: quien
oye y obedece,
las manos que religan
los nombres y el destino,
te bautizaron roca, la
que no se estremece.
Tenías por la sangre un
firme apelativo,
aquel que de Jonás se
origina y procede
pero quien iba a darte
el pábilo y la lumbre
te dio por nombradía la
piedra que no cede.
Tenías una patria, en la
agreste Betsaida
conminada a la pena de
cilicio y ceniza,
pero un nuevo linaje te
darían en Roma,
el gallo por escudo, las
llaves por divisa.
Tenías un oficio en
playas galileas
donde redes y peces se
batían en lucha,
pero te fue quitado, y
otra barca sin anclas
desde entonces tus voces
obedece y escucha.
Tenías una espada que
equivocó el momento
de talar enemigos o
imponer la justicia,
te alistaron en cambio
ejércitos perennes,
la invisible victoria de
la aérea milicia.
Tenías una vida de nauta
sin borrascas
-las orillas seguras, el
velamen riente-
pero te fue exigido
navegar mar adentro
y enfrentar al que brama
como león rugiente.
Tenías una muerte
previsible, serena,
tal vez en una noche de
musical adagio,
te pidieron la sangre
clavado a la madera,
Orígenes lo cuenta, lo
pintó Caravaggio.
Tenías la exigencia del
amor navegante
seguro en la cubierta,
casi un gesto cobarde,
te volvieron testigo del
Amor abrasado,
un amor que tres veces
te examina en la tarde.
Nombre, patria u oficio;
espada, vida y muerte,
la calma de la arena o
la sombra de un cedro,
la juventud viajera, la
vejez peregrina,
desde que fuiste Suyo,
nada fue tuyo, Pedro.
Danos en esta hora de
vigilia y quebranto
la esperanza de un
puerto, el frescor del olivo,
sotérrense las puertas
del infierno y se escuche:
¡Señor,
tú eres el Cristo, el Hijo de Dios Vivo!