Monseñor Marcel Lefebvre |
de Mons. Lefebvre," La Iglesia nueva"
ANEXO
Carta de monseñor Lefebvre al abbé de Nantes
Estimado Padre:
Usted reconocerá, creo, que no soy yo quien ha deseado que
intercambiemos cartas que se hacen públicas. Ya le escribí a usted sobre ello.
Los debates de este género no hacen sino debilitar las fuerzas espirituales de
las que tenemos necesidad para combatir el error y la herejía.
La falta de delicadeza de su proceder es tal que me hubiera quedado en
silencio si usted, en sus dos últimas publicaciones, no hubiese escrito
artículos muy insidiosos y que me pueden causar perjuicios.
El primero se refería a la ruptura, estimada por usted
deseable, de un obispo con Roma. No cabe duda de que no se hacía ninguna
alusión explícita. Sin embargo, en las líneas que seguían usted citaba mi
nombre en ocasión de la peregrinación de "Credo". Los lectores poco
enterados inmediatamente relacionaron al que usted nombraba con las líneas anteriores. Este proceder es odioso. Sepa
usted que si un obispo rompe con Roma no seré yo. Mi "Declaración" lo
dice en forma lo suficientemente explícita y fuerte.
Y es a propósito de esto que debo decirle también mi total
desacuerdo con los comentarios que usted le adjuntó en su último número, que
expresan lo que usted desea, lo que querría ver en ella, pero no lo que es.
Nosotros pensamos que cuando el apóstol Pablo dirigió unos reproches a Pedro guardó e incluso manifestó
hacia el jefe de la Iglesia el afecto y el respeto que le son debidos. San
Pablo estaba, al mismo tiempo, "con" Pedro jefe de la Iglesia que en
el Concilio de Jerusalén había dado claras prescripciones, y "contra"
Pedro que en la práctica actuaba en oposición con sus propias instrucciones.
¿Acaso no nos sentimos tentados a experimentar hoy tales sentimientos en
muchas ocasiones? Pero eso no nos autoriza a despreciar al sucesor de Pedro, y
debe incitarnos a rezar por él con un fervor cada vez más grande.
Con el papa Paulo VI denunciamos el
neo-modernismo, la autodemolición de la
Iglesia, el humo de Satanás en la Iglesia y en consecuencia nos negamos a cooperar
en la destrucción de la Iglesia por la propagación del modernismo y del
protestantismo participando en las reformas inspiradas por éstos, aun cuando
nos vengan de Roma.
Como recientemente tuve ocasión de decirlo en Roma a propósito del Concilio Vaticano II: el Liberalismo fue condenado durante un siglo y
medio por la Iglesia. Ha entrado en la Iglesia gracias al Concilio. La Iglesia se está muriendo por las consecuencias prácticas de ese
liberalismo. Debemos pues hacer todo lo posible para ayudar a la Iglesia y a
quienes la gobiernan a desprenderse de esta influencia satánica.
Ése es el sentido de mi
"Declaración".
En cuanto a sus ilogismos y
al hecho de que no se haya encontrado conmigo en Ecône, de eso no hablaré, son bagatelas al lado del
problema capital que acabo de evocar.
Tenga a bien aceptar,
estimado Padre, mis sentimientos respetuosos y cordialmente devotos in Christo et Maria.
19 de marzo de 1975, en la fiesta de san José.