de "La Iglesia Nueva" de Monseñor Lefebvre
Monseñor Marcel Lefebvre |
CAPÍTULO VIII
CONFERENCIA A LOS
SEMINARISTAS DE ECÔNE *
18 de setiembre de
1976
Mis queridos amigos: Espero no
distraerlos demasiado en su retiro, en esta primera instrucción, esta primera
conferencia, habiéndoles de cosas que pienso es útil que las sepan y conozcan,
con referencia a todo lo que ha pasado desde hace dos meses, desde hace dos
meses y medio, desde la ordenación del 29 de junio.
Ustedes ya se han enterado de que
llegaron otras cartas de Roma después de esa ordenación pidiendo que yo haga
una retractación, lamentando haber hecho esa ordenación. En la carta por la
cual contestaba a ese pedido de la congregación de los obispos, contesté con una
carta al Santo Padre, diciéndole que pensaba que no podía colaborar con la obra
que se realizaba actualmente en la Iglesia, esa obra de destrucción, y le
suplicaba, en nombre de los católicos que tienen los mismos
sentimientos que nosotros tenemos, que nos devolviera el derecho público de la
Iglesia y por ese derecho público de la Iglesia, el reinado social de Nuestro
Señor Jesucristo, que nos devolviera la Biblia de siempre y especialmente en
la traducción de la Vulgata que fue siempre honrada en la Iglesia, que nos
devolviera el culto que la Iglesia latina tuvo durante siglos y que tiene un
carácter dogmático y jerárquico del que necesitamos y que corre el riesgo de verse
empañado por la nueva liturgia, y en fin que nos devolviera también el
catecismo de siempre conforme con el del concilio de Trento. Éstos son los
cuatro puntos sobre los que yo insistía ante el Santo Padre para que comprenda
nuestra actitud; y en ese sentido podríamos reconstruir a la Iglesia; esto es
lo que hacemos en Ecône.
Esperemos que comprenderá. Evidentemente esta carta también fue, una vez más,
mal recibida y yo aparecía como queriendo darle directivas. Así pues, la
respuesta fue la suspensión a divinis firmada por el secretario de la
Congregación de los obispos, no por el Cardenal, ni por el propio Santo Padre.
Después,
personalmente, creía que el asunto estaba archivado y que así nos quedaríamos
meses y meses. Y a fe mía, le dije lo que tenía que decirle al Santo Padre y no
creía poder decir otra cosa. A mí me parecía que iba a ser la última carta, no
me imaginaba que hubiera podido tener otras cosas que decirle. ¿Qué quieren
que le diga? Conservad la doctrina; por ese mismo hecho, conservad el culto,
conservad los libros que nos dan esta doctrina. No sé qué otra cosa puedo decir,
no lo veo, ante la destrucción de la doctrina, y la destrucción de la fe dentro
de la Iglesia. Ahora bien, algún tiempo después, recibía otra carta del Santo
Padre pidiéndome que reconsiderara mi actitud, que cambiara, en fin, que no
mantuviera esa oposición al concilio, ese concilio que fue admitido por todos
los obispos, ese concilio que fue admitido por él mismo. Esta carta no la he
contestado. Además, mientras tanto, la prensa, la radio, la televisión llamaron
la atención sobre la famosa misa de Lila. Ya todos los diarios, la televisión,
la radio nos telefoneaban a todo lo largo del día. Dios lo sabe, yo no sé cómo
la buena madre Agnès
[que en Ecône
se ocupa del teléfono] no se ha muerto todavía por los centenares y centenares
de llamadas telefónicas que recibía todos los días: "Y entonces, ¿monseñor
Lefebvre va a Lila, qué va a hacer allá, va a hablar, sabe usted ya lo que va a
decir, y esto y lo otro?" Finalmente: "¿Puede recibirnos?" Así
pues fueron los periodistas los que montaron ese asunto. De Lila me escribían
cada ocho días que cambiaban de sala, porque los ecos habían sido tantos; la
primera sala era de ciento cincuenta personas, la segunda de trescientas, la
tercera de mil, y después para terminar tomaron la más grande que podía
contener diez mil personas. Personalmente, en un momento dado, hice contestar:
"Y bien, no iré a Lila. Es muy simple. Son los periodistas los que han
lanzado esa historia, este desafío, 'Monseñor Lefebvre desafió al Vaticano'. No iré".
Entonces
los periodistas ya no sabían qué hacer. ¿Monseñor Lefebvre va a ir o no a Lila? Después yo
dije: "Tal vez se efectuará la reunión". Entre tanto, igual escribía
a Lila diciendo: "Quédense tranquilos, estén en guardia. En cuanto a mí,
prefiero tratar de alejar la mayor cantidad posible de gente de esa
reunión". Saclier de la Batie, presidente de las "asociaciones san
Pío V" de
Francia, vino a verme para preguntarme lo que había que hacer, si había que
mandar gente o no. Yo le dije: "No, no, no mande a nadie. Telefonee a
todos lados para decir que no vayan. No trato de hacer de esa misa una manifestación.
Al contrario. Fui invitado por el grupo de Lila como he sido invitado a otras
partes. Si hay trescientas personas hay trescientas personas. Pero no más, eso
basta".
Después
hice correr el rumor de que yo sería quizá reemplazado por un joven sacerdote
que tomaría mi lugar. Entonces la radio y la televisión estaban con los nervios
de punta por saber lo que iba a pasar, lo que yo iba a hacer. Ya habían lanzado
ellos mismos, sin ningún fundamento, que iba a ir a Diñan, en Bretaña, cuando
yo nunca había tenido la intención de hacerlo. Ni siquiera sabía que iba a
haber ahí una reunión. Lo supe muy tarde. Era algo absolutamente montado en
todos sus detalles. Pienso que la prensa, como siempre, busca lo sensacional y
lo extraordinario; quiso pues montar en todos sus detalles ese desafío. Y por
otra parte, también creo que detrás de todo esto había probablemente personas
que buscaban provocar a la Santa Sede para que hubiera una excomunión, puesto
que en principio yo no debía decir más la misa después de mi suspensión y por
lo tanto no hubiera debido decir esa misa: hicieron creer que era quizás la
primera misa que yo iba a decir después de mi suspensión. Evidentemente, todo
esto no hacía sino agravar un poco más las relaciones, las dificultades.
Pero
viendo que de todas maneras no conseguía impedir que la gente fuera, porque de
Lila y de todos lados, de Bélgica, de Alemania, de Holanda, de Inglaterra
escribían: "Iremos, iremos", entonces ocho días antes hice
telefonear a Saclier de la Batie y luego a los amigos: "Si quieren ir,
vayan porque veo que no conseguiré impedir que la gente vaya; entonces qué
hacer, voy y basta. Y además, a fe mía, puesto que yo siempre había decidido ir
a esa misa, iré de todos modos". Todo eso quizá disminuyó un poquito el
número de personas, pero no mucho.
Entonces
esa ceremonia de Lila fue evidentemente muy entusiasta, y muy bella, muy
bella. Los cánticos comunes fueron verdaderamente muy hermosos. Pero se quiso,
porque afirmé el casamiento, durante el concilio, de la Iglesia y de la
Revolución —y dije evidentemente que de ese casamiento habían salido
sacerdotes bastardos, una misa bastarda, una liturgia bastarda evidentemente,
luego hablé del ecumenismo y luego del comunismo, del acercamiento con los
comunistas, todo eso, y el alejamiento del reinado social de Nuestro Señor
Jesucristo— todo esto evidentemente provocó entre la gente de prensa gran
estupefacción. Y caracterizaron mi discurso, lo designaron como un discurso
"político". Yo "hacía política".
Evidentemente
ahora ya no se puede hablar de anticomunismo, ya no se puede hablar del reinado
social de Nuestro Señor sin ser inmediatamente acusado de "hacer política".
Y sobre todo había tenido la desgracia de tomar como ejemplo a la Argentina.
¡Era el colmo! Quería muy simplemente dar el ejemplo de un país que retoma los
principios cristianos, que retoma los principios del reinado social de Nuestro
Señor Jesucristo e inmediatamente vuelven el orden, la paz, un poco de justicia,
la gente encuentra de nuevo trabajo, se vive en seguridad. Mientras que dos meses
antes eran los secuestros, la sangre que corría, los asesinatos, los pillajes,
los desórdenes; la anarquía que se extendía por todo el país, la economía en
el grado más bajo. En fin, éste es un ejemplo típico del beneficio de los
principios cristianos y del reinado social de Nuestro Señor Jesucristo. ¡Pero
qué había dicho ahí! Lo mismo habría podido tomar el ejemplo de Chile;
hubiera sido todavía peor. ¡Hubiera sido perseguido inmediatamente!
Porque
con motivo de ese discurso, del que se habló en todos lados todos los días subsiguientes,
me vi perseguido por una jauría, realmente, de la prensa, de la televisión.
Cuando fui a Bruselas no tenía un instante para mí. Se intentaba hacerlos salir
por la puerta, volvían a entrar por la ventana. Era imposible. La gente,
aniquilada por las telefoneadas, acababa por decir: "Bueno, vamos a
preguntarle a monseñor Lefebvre"; se hacía alguna concesión, y para
terminar ellos llegaban, ahí estaban, en la puerta. Entonces qué quieren
ustedes, hay que recibirlos.
Un
poco cansado físicamente con toda esa lucha, bueno, preferí no ir a Holanda, a
los lugares donde tenía previsto ir, Por otra parte, me habían dicho también
que en Holanda, la capilla donde tenía que ir estaba dirigida por una persona
que tenía visiones, que pretendía
poseer imágenes con la sangre de Nuestro Señor, etcétera. Entonces me dije: la
Providencia es buena, estoy cansado, no voy. Nos dirigimos pues hacia Besançon.
Ahí,
lo mismo; toda esa prensa, esa televisión que nos seguían por todas partes,
pensando todavía en un discurso parecido al de Lila, esperando por otra parte
un discurso como el de Lila. Pero me cuidé muy bien de darles esa satisfacción,
muy al contrario, no era para nada mi intención porque ahí se trataba de hablar
del sacerdocio evidentemente, era del todo normal. No tuve la ocasión de decir
un discurso que hubiera podido darles la ocasión de decir una vez más que era
un "discurso político". Entonces los diarios acusaban: "El tono
ha bajado". Bueno, el tono ha bajado...
Y
fue entonces cuando vino ese sacerdote. Me dijeron: "Hay un sacerdote que
viene de Roma que quisiera verlo, tiene que decirle algo importante".
Contesté que después de la misa podría recibirlo durante unos instantes. Ese
sacerdote me dijo que venía de parte del arzobispo de Chieti y que el Santo
Padre estaba ciertamente dispuesto a recibirme. Yo le dije: "Usted me va
a hacer realizar un viaje para nada. No tengo ningún interés en ir a Roma
ahora. Primero debo ir a Fanjeaux, recién después debo viajar a Roma donde
tengo una reunión para la Fraternidad. Verdaderamente no puedo viajar a Roma
ahora. De todos modos será lo mismo. Me van a decir: 'Va a poder ser recibido a
condición de aceptar el concilio y las reformas'". —"No, no —me
dijo—, hay algo que ha cambiado, se lo aseguro, ahora ya no es lo mismo que
hace un mes. Hay algo que ha cambiado. Usted será recibido por el Santo Padre,
se lo aseguro, el arzobispo de Chieti lo conducirá a ver al Santo Padre".
Entonces confié en el arzobispo de Chieti,
diciéndome: "Quizá sea un amigo personal del Santo Padre, es posible que
el Santo Padre le haya pedido discretamente que trate de llevarme a Roma y después
verme. No sé, en fin". Decidí entonces que después de Fanjeaux, enseguida
pasaría cuarenta y ocho horas en Roma para ver si era realizable o no lo era.
Pero, en fin, iba verdaderamente convencido de que el asunto no se haría, no
podría hacerse.
Y
después, llegamos el jueves a Roma, y el viernes a la mañana me encontré con
ese padre en Roma y me dijo: "Si puede escribir una notita para pedir la
audiencia, una nota al Santo Padre, yo se la llevaré, la llevaremos a
Castelgandolfo". Entonces escribí unas pocas líneas, muy breves,
diciendo: "Santísimo Padre, os expreso mi profundo respeto y si
eventualmente mis expresiones, en mis palabras o en mis escritos, han podido
apenaros, lo lamento, lo lamento vivamente, y siempre me sentiré muy feliz de
poder encontrarme con vos, de tener una audiencia con vos". Y después
firmé. Él ni siquiera lo leyó. Lo puso en un sobre, se cerró el sobre, se puso
la fórmula habitual para el Santo Padre y partimos para Castelgandolfo. Ahí,
contrariamente a lo que dicen los diarios todavía Le Monde hoy,
cuentan historias totalmente falsas, dicen que yo fui con ese padre a ver a
monseñor Macchi, que estaba paseando con el Santo Padre por los jardines de Castelgandolfo;
pero yo no vi al Santo Padre. Fue él quien fue, fue ese sacerdote Don Domenico
La Bellartre el que fue a Castelgandolfo y me dijo que se había encontrado con
monseñor Macchi. Nos habíamos sentado a una mesa en el café frente al palacio
de Castelgandolfo para esperarlo. Nos había dicho: "Voy y tal vez pueda
darle la respuesta enseguida". Fue y volvió a decirnos: "No, no les
puedo dar la respuesta enseguida; monseñor Macchi estaba en efecto en los
jardines de Castelgandolfo acompañando al Santo Padre y me dijo que
telefonearía a la tarde entre las seis y las siete".
Entonces
nos volvimos con él a Albano. Comimos, y luego él se fue. El señor Pedroni lo
llevó de nuevo a Castelgandolfo y ahí debió encontrarse, me imagino, con monseñor
Macchi y nos telefoneó a Albano diciendo: "Bueno, tiene su audiencia para
mañana a las diez y media". Confieso que yo estaba un poco estupefacto:
¡porque por fin tan rápidamente y casi sin preparación! Entonces, al día
siguiente, sábado, a las diez y cuarto, llegamos a Castelgandolfo. Ahí,
verdaderamente, creo que los santos ángeles habían echado a todos los
empleados del Vaticano. Entré, estaban los dos guardias suizos en la entrada;
después no encontré más que a monseñor XXX (no a monseñor YYY: son dos que tienen
casi el mismo apellido). Monseñor XXX, el canadiense, me acompañó al
ascensor. Sólo estaba el ascensorista, nadie más. Subí, subimos los tres al
primer piso. Ahí, acompañado por monseñor XXX, atravesé todas las salas, hay por
lo merlos siete u ocho antes de llegar al despacho del Santo Padre; no había
alma viviente. Habitualmente —he ido a menudo a audiencias privadas en tiempos
del papa Pío XI, del
papa Pío XII, del
papa Juan XXIII, e
incluso del papa Paulo VI—
siempre hay por lo menos un guardia suizo, siempre hay por lo menos un
gendarme, siempre hay algunas personas, un camarero secreto, algún monseñor
que está ahí aun cuando más no fuera para velar por el orden, para que no haya
algún incidente. Esta vez las salas estaban vacías, nada, absolutamente nada.
Entonces fui hasta el despacho del Santo Padre adonde encontré al Santo Padre
con monseñor Benelli a su lado. Saludé al Santo Padre, después saludé a
monseñor Benelli. Inmediatamente nos sentamos y la audiencia comenzó.
El Papa Paulo VI |
El
Santo Padre estuvo bastante incisivo al principio. Casi se puede decir un poco
violento de una cierta manera. Se lo sentía profundamente herido y un poco
irritado por el pensamiento de lo que yo hago, de lo que hacemos. Me dijo:
"¡Usted me condena, usted me condena: yo soy modernista, yo soy protestante!
Es inadmisible, usted está haciendo una mala obra, no debe continuar, está
provocando un escándalo en la Iglesia, etcétera", con bastante
irritación. Yo me callé, por supuesto.
Y
después fue él mismo quien me dijo: "¡Y bueno! hable, ahora, hable. ¿Qué
tiene que decir?"
Yo
le contesté: "Santo Padre, vengo aquí no como el jefe de los
tradicionalistas. Me dijisteis que yo era el jefe de los tradicionalistas. Niego absolutamente ser el Jefe de los
tradicionalistas. No soy más que un católico,
un sacerdote, un obispo, entre millones de católicos, entre millares de
sacerdotes y de otros obispos, sin duda, que estamos desgarrados, despedazados en nuestra conciencia, en
nuestra mente, en nuestro corazón. Por
un lado tenemos el deseo de estaros enteramente sometidos, de seguiros en
todo, de no hacer ninguna reserva sobre vuestra persona, y por otro lado nos
damos cuenta de que las orientaciones que son tomadas por la Santa Sede desde
el concilio, toda esta orientación nueva, nos alejan de vuestros predecesores.
¿Entonces qué debemos hacer? Nos encontramos con que o debemos adherirnos a
vuestros predecesores o debemos adherirnos a vuestra persona y
alejarnos de vuestros predecesores. Es
un desgarramiento inverosímil, increíble para unos católicos. Y esto no soy yo
quien lo ha provocado, no es un movimiento que yo he hecho, es un sentimiento
que sale del corazón de los fieles, de millones de fieles que yo no
conozco. No sé cuántos son. Los hay en
el mundo entero. Los hay por todas partes.
Todo el mundo está inquieto por este desquicio que se ha producido en la
Iglesia desde hace diez años, por
esas ruinas que
se acumulan en
la Iglesia.
He
aquí unos ejemplos: existe una actitud básica en la gente, una actitud interior
que hace que ya no cambiarán ahora. No cambiarán más, porque han elegido, han
hecho su elección por la Tradición, por los que mantienen la Tradición.
Porque, ved unos ejemplos, como el de las religiosas que vi hace dos días,
unas buenas religiosas que quieren conservar su vida religiosa, que enseñan a
los niños como los padres quieren que les enseñen, muchos padres van a
llevarles sus hijos porque en casa de esas religiosas tendrán una educación
católica. Y bien, he ahí a unas religiosas que conservan hábito religioso y
únicamente porque quieren conservar el catecismo de siempre, están excomulgadas,
la superiora general destituida. Cinco veces el obispo les fue a pedir que
dejaran su hábito porque quieren seguir con la oración de siempre y porque
están reducidas al estado laical. Las gentes que ven eso ya no entienden nada.
Y al lado de eso, religiosas que abandonan el hábito, que retoman todas las
vanidades del mundo, que ya no tienen reglamento religioso, que no rezan más,
¡éstas son aceptadas oficialmente por los episcopados y nadie les hace ningún
reproche! La gente de la calle, el pobre cristiano que ve esas cosas no puede
aceptar semejante cosa, no es posible. Luego para los sacerdotes sucede lo
mismo. Buenos sacerdotes que dicen bien su misa, que rezan, que están en el
confesionario, que predican la verdadera doctrina, que visitan a los enfermos,
que usan la sotana, que son todavía verdaderos sacerdotes amados por su
población, porque conservan la misa de siempre, la misa de su ordenación,
porque conservan el catecismo de siempre, son echados a la calle como
miserables, casi excomulgados, ¿no es cierto? Y luego, sacerdotes que van a las
fábricas, que ya no se visten como sacerdotes, no se sabe lo que son, que
predican la revolución, éstos son admitidos oficialmente, nadie les dice
nada. ¡Y yo, mi caso es lo mismo! Trato de hacer sacerdotes, buenos sacerdotes, como se los
hacía antes, vienen muchas
vocaciones, esos jóvenes son admirados por la población que los ve, en los trenes, en los subterráneos,
en todas partes los saludan,
los admiran, los felicitan por sus modales,
por su actitud; ¡y yo estoy suspendido a divinis! ¡Y los obispos que ya no tienen
seminaristas, que no tienen sacerdotes jóvenes, que ya no tienen nada y que
tienen seminarios que ya no hacen buenos sacerdotes, a ésos nadie les dice
nada! Vos comprendéis: el cristiano medio, el simple cristiano, ve
claro. Ha elegido, no se moverá. Ahora es el fin. Es imposible".
"No
es verdad, usted no forma buenos sacerdotes —me dijo—, ¡puesto que les hace
prestar un juramento contra el Papa!"
—
¡Oh! —dije yo—. ¿Cómo? ¿Un juramento contra el Papa? ¡Yo, un juramento contra
el Papa! Yo, que por el contrario busco infundirles el respeto al Papa, el
respeto al sucesor de Pedro. Al contrario, rezamos por vos, rezamos por el
Santo Padre, y jamás podréis mostrarme ese juramento que hacen contra el Papa.
¿Podéis darme una copia del mismo?
Entonces
ahora, oficialmente, los informantes del Vaticano han dicho en el diario de
hoy, donde podrán leerlo, ¡que el Vaticano desmiente y dice que no es cierto,
que el Santo Padre no me dijo eso! ¡El Santo Padre no me dijo que yo hacía
prestar un juramento contra el Papa a mis seminaristas y a mis jóvenes
sacerdotes! ¿Pero cómo podría yo haber inventado eso? ¿Cómo podría haber inventado
una cosa así? Es inimaginable, ¿no es cierto? Entonces ahora lo
desmienten; el Santo Padre no dijo eso. Es inaudito. Y yo evidentemente no
tengo la grabación. No he escrito toda la conversación, así que no puedo
materialmente probar lo contrario. ¡Pero, en fin, mi simple reacción! No puedo
olvidar la reacción que tuve ante esa afirmación del Santo Padre. Me veo
todavía haciendo ese gesto: "¡Pero en fin, Santo Padre, cómo es posible
que me digáis semejante cosa! ¿Podéis mostrarme la copia del juramento?".
Y ahora dicen que no es verdad. ¡Es
inaudito!
El
Santo Padre, enseguida, me dijo una vez más: "¿No es cierto que usted me
condena?" Yo tenía la impresión de que todo se reducía siempre un poco a
su persona, que estaba herido personalmente: "Usted me condena,
¿entonces qué tengo que hacer? ¿Tengo que presentar mi dimisión y luego usted
toma mi lugar?" —"¡Oh!" Me agarré la cabeza con las manos:
"Santo Padre, no digáis cosas así.
No, no ¡no, no!"
Entonces
dije: "Santo Padre, si me permitís continuar, tenéis la solución del
problema en las manos. No tenéis más que decir una palabra a los obispos:
reciban fraternalmente, reciban con comprensión, con caridad a todos esos
grupos de tradicionalistas, a todos los que quieren conservar la oración de
antes, los sacramentos como antes, el catecismo como antes. Recíbanlos, denles
lugares de culto, arréglense con ellos para que puedan rezar y que sigan en
relación con ustedes, en relación íntima con sus obispos. No tenéis más que
decir una palabra a los obispos y todo vuelve al orden y no tenemos ningún
problema más desde ese momento. Las cosas
volverán al orden. Y luego, en cuanto al seminario, tampoco tendré ninguna
dificultad en ir a encontrar a los obispos y pedirles la implantación de mis
sacerdotes en sus diócesis y las cosas se harán normalmente. Y yo tengo
interés en entrar en relación con una comisión, que usted podría nombrar, de la
congregación de los religiosos que vendría al seminario. Pero evidentemente conservaremos
y queremos continuar la experiencia de la Tradición. Que nos dejen hacer esta
experiencia. Pero sí tengo interés en volver a la relación normal y oficial
con la Santa Sede, con las congregaciones. Al contrario, no pido más que
eso".
El Santo Padre me dijo entonces: "Tengo que
reflexionar, tengo que rezar, tengo que consultar a la consistorial, tengo que consultar a la curia, no puedo responderle. Ya veremos".
Después me dijo: "Vamos a rezar juntos".
Yo contesté: “Con mucho gusto, Santo Padre". Entonces recitamos el Pater
Noster, el Veni Sancte Spiritus, el Ave Maria.
Y luego enseguida me acompañó muy amablemente, con dificultad; caminaba
muy penosamente, arrastrando un poco las piernas. En la sala de al lado, esperó a que don
Domenico viniera a buscarme e hizo entregar una medallita a Don Domenico y
después nos despedimos. Y monseñor Benelli no abrió la boca, no hizo más que
escribir todo el tiempo, como un secretario.
No me molestó para nada. La
presencia de monseñor
Benelli era como inexistente. Pienso que eso no le
molestó al Santo Padre, así como a mí no me molestó para nada. No abrió la boca, no manifestó nada.
Entonces le repetí dos veces al Santo Padre que él
tenía la solución del problema en sus manos. Manifestó su satisfacción por haber
podido tener esa conversación, ese diálogo. Yo le dije que estaba siempre a su
disposición. Luego, partimos.
Desde entonces en los diarios dicen cualquier
cosa, los más fantasiosos inventos, diciendo que yo había aceptado todo, que
me había sometido totalmente. Después dijeron que era lo contrario, que no
había aceptado nada, que no había cedido en nada. Ahora, prácticamente, me
dicen que he mentido, que invento cosas en la conversación que tuve con el
Santo Padre. Se tiene la impresión de que están tan furiosos porque haya tenido
lugar esta audiencia sin que fuera prevista, sin que haya pasado por las vías
normales, que intentan desacreditarla por todos los medios, desacreditarme
también a mí. Porque evidentemente tienen miedo de que esta audiencia me dé
todavía un nuevo aumento de apoyo entre la gente que dice: "¡Ah! ahora, si
monseñor ha visto al Santo Padre, entonces no hay problema, entonces está de
nuevo con el Santo Padre. En realidad, nunca se ha estado contra el Santo
Padre, siempre estamos deseosos de estar con el Santo Padre".
Por otra parte acabo de escribir una vez más al
Santo Padre porque el cardenal Thian-doum insistió tanto para conseguir una nota
de mi parte que pudiera llevar al Santo Padre, que le he dicho: "Bueno,
le voy a escribir con gusto una corta carta al Santo Padre (aunque estoy
empezando a pensar que esto significa
una correspondencia que no termina más), con gusto quiero agradecer al Santo
Padre el haberme acordado esa audiencia". Es lo que hice, agradecí al
Santo Padre. Y el Santo Padre había dicho en el curso de la conversación:
"¡Y bueno! al menos tenemos un punto en común: ambos deseamos detener
todos esos abusos que existen actualmente en la Iglesia y por fin devolver a
la Iglesia su verdadero rostro, etcétera". Yo respondí que sí,
completamente. Entonces puse en mi carta que estaba muy dispuesto a colaborar
con él; que, en el curso de la audiencia, él había dicho que por lo menos
teníamos un punto en común, era el de devolver a la Iglesia su verdadero rostro
y suprimir todos los abusos en la Iglesia: que para esto estaba pronto a
colaborar e incluso bajo su autoridad. Pienso que no dije nada que pueda
comprometerme demasiado, porque es eso lo que hacemos nosotros, devolver a la
Iglesia su verdadero rostro. Esto no cambiará nada, fíjense, no cambiará nada.
Lo que es importante, pienso yo, es de todos modos la opinión mundial que se
manifestó después de todos estos acontecimientos y que hizo que la Santa Sede
no haya podido seguir insensible a toda esa agitación. Se dieron cuenta de que
después de todo había mucha gente que estaba verdaderamente harta con los
cambios, mucha más gente de lo que pensaban probablemente. Esto ha revelado lo
que muchos corazones pensaban por lo bajo, pero que no se atrevían a decir en
voz alta. Ahora se atreven a decirlo más porque saben que ya no están solos.
Por otra parte, ciertamente, creo que la intervención
del gobierno francés tampoco ha sido desdeñable. En esta intervención del
gobierno francés, evidentemente yo no tengo nada que ver. Yo no fui a ver a
ningún funcionario del gobierno francés. Si ellos me escriben y vienen a
verme, no soy yo quien los busca, pero en todo caso, tengo la impresión de que
el gobierno francés está un poco inquieto por las elecciones del mes de marzo
del año que viene. Es claro, no otra cosa los guía ahora, no hay otra cosa que
los haga moverse a ellos también; un poco como la Santa Sede con la opinión
pública, para ellos son las elecciones. Entonces como el presidente Giscard
d'Estaing fue elegido por muy pocos votos de mayoría, si los católicos tradicionalistas
por despecho de que no se quieren ocupar de ellos en Francia, porque el gobierno
no quiere ocuparse de ellos, dicen: "pues bien, no votaremos por usted",
fracasa. Es un cálculo muy simple. No es complicado de hacer. Me parece que es
por esto que han debido intervenir ante la Santa Sede. Me dijeron, no sé si es
cierto, fue Don Domenico quien me lo dijo, me parece, pero no lo recuerdo
exactamente, que el Santo Padre habría recibido una llamada telefónica antes
de mi audiencia proveniente o del gobierno o de la embajada de Francia, no sé,
para pedir al Santo Padre, insistir ante el Santo Padre para que me recibiera
con comprensión, con bondad. Es posible.
Pero lo que igualmente es posible es que el
gobierno francés pueda eventualmente presionar a la Santa Sede diciéndole:
"Si ustedes no consiguen encontrar una solución para este problema ¡pues
bien! nosotros trataremos de encontrarla". ¿Cómo podrían encontrarla?
Sencillamente ayudando a los católicos tradicionalistas. Tienen cantidades
enormes de iglesias que están vacías, que pertenecen al gobierno, iglesias
donde ya no hay nadie. No es difícil para el gobierno francés enviar una
circular a los alcaldes de los municipios diciéndoles que en cualquier parte
que haya iglesias libres y donde prácticamente no haya nadie que concurra, y
donde haya grupos tradicionalistas, que pongan esas iglesias a disposición de
los tradicionalistas. ¡Es muy simple! Y comprendan bien que esto hace reflexionar
a la Santa Sede. Porque esto resultaría casi un reconocimiento oficial de los
tradicionalistas en Francia. Eso sería gravísimo. Tanto más porque cuando el
gobierno francés tomó las iglesias de Francia en el momento de la separación de
la Iglesia y del Estado prometió sin embargo a la Santa Sede que esas iglesias sólo
servirían para el culto católico. Pueden muy bien decir que "el culto
católico" es el culto que se hizo siempre, y que por ende los
tradicionalistas tienen derecho a las iglesias. Y si existiera algún cuestionamiento,
podrían muy bien decir a los progresistas: "Ese culto que ustedes realizan
no es católico. Ustedes van a dejar las iglesias, se las devolvemos a los
católicos. El catolicismo es necesariamente lo que se hizo siempre. Es seguro
que los tradicionalistas son católicos, puesto que practican la religión que se
practicó durante siglos. En tanto que la de ustedes, no nos parece católica
para nada. Entonces se van a mudar y dejar esto". Jurídicamente pueden
hacerlo, eventualmente pueden amenazar a la Santa Sede. Ciertamente esto puede
influenciar a la Santa Sede en una decisión a nuestro favor. Se me ocurre que
la Santa Sede se beneficiaría más pasando por los obispos en vez de pasar por
el gobierno; en lugar de dejar actuar al gobierno.
En fin, es preciso mirar todo esto bajo la mirada
de la Providencia, bajo la mirada de Dios, porque esto ha sucedido de una manera
inverosímil. Probablemente era preciso que yo fuera condenado. Con todo no
quiero comparar mi pobre sacrificio con el sacrificio de Nuestro Señor, pero
pienso que todos tratamos de asimilarnos a Nuestro Señor y a su Pasión: oportebat
Deum pati: era preciso que Él sufriera, era preciso que Él fuera
crucificado. Creo que es un poco lo que me ha sucedido por las penas que la
Santa Sede me ha infligido, que son de todos modos penosas, que son de todos
modos muy desagradables. ¡Y bueno! era preciso, creo, que yo fuera condenado
para que estallara ese escándalo que se hacía en la Iglesia: apoyo de la
Iglesia oficial a toda la destrucción de la Iglesia, a todos los que destruyen
a la Iglesia, y condenación de los que la construyen, de los que la cuidan, de
los que la conservan. Este escándalo ha sido tal, por esta condenación, que ha
provocado ese movimiento de opinión general, que ahora ha obligado a la Santa
Sede a recibirme; es esto lo que ha debido influenciar a la Santa Sede. Cómo
recibirme, dado que existía una terrible oposición, que me hacían. No sé si es
el padre Pío quien intervino —puesto que ese padre Domenico al que no había
visto en mi vida y del que jamás oí hablar, estuvo veinte años con el padre Pío.
Para él es el padre Pío quien hizo eso. Yo quiero creer que fue el padre Pío, es un pequeño milagro este asunto:
que haya podido ir a visitar al Santo Padre y decirle al Santo Padre lo que
piensa el pueblo fiel, gran parte del pueblo fiel, los que son fieles a la
Iglesia, los verdaderos católicos, los verdaderos fieles. Pienso que de todos
modos esto es importante. Ahora hay que tener confianza en Dios, puesto que es
Él quien lleva las cosas de esta manera. Pienso que más que nunca debemos
verdaderamente rezar, rezar mucho, para que el Santo Padre llegue a tomar esta
decisión, pese a sus colaboradores, pese a todos los que lo rodean; que llegue
a firmar una circular enviada a todos los obispos del mundo entero para que
cese esta situación, que se acabe con esta situación inadmisible.
Cuando hablé con el Santo Padre, me apoyé en
efecto en el "pluralismo". Le dije: "Pero en fin, con este
pluralismo actual qué costaría otorgar a los que quieren conservar la
Tradición estar al menos en el mismo pie de igualdad que los otros. Es lo menos
que se les puede otorgar". Le dije: "No sé si sabéis Santo Padre, que
hay ahora veintitrés oraciones eucarísticas oficiales en Francia". Alzó
los brazos al cielo y dijo: "¡Pero muchas más, Monseñor, muchas más!"
Entonces le dije: "Pero si hay muchas más, si usted le agrega una, no veo
que eso pueda ser para mal de la Iglesia. ¿Acaso es un pecado mortal continuar
la Tradición y hacer lo que la Iglesia hizo siempre?". Como ven, el Santo
Padre parece muy bien informado...
Monseñor Lefebvre con el Padre Pio |
Ahora pienso que tenemos que rezar y mantenernos.
Quizás hay entre ustedes algunos que puedan haberse sentido un poco chocados,
y lo comprendo, por esta suspensión a divinis y yo diría por mi rechazo a esta
suspensión a divinis. Pero este rechazo se sitúa, hay que situarlo, en el
primer rechazo que hicimos a aceptar el juicio que nos llegó de Roma. Todo esto
es lo mismo, forma parte del mismo contexto, se encadena. No veo por qué
aceptaría esta suspensión, cuando no acepté la prohibición de hacer las
ordenaciones, cuando no acepté el cierre del seminario, cuando no acepté el
cierre y el aniquilamiento de la Fraternidad. Hubiera debido aceptar entonces
desde la primera sentencia, desde la primera condenación. Hubiera debido
decir: Sí, estamos condenados; se cierra el seminario y se acaba con la
Fraternidad. ¿Por qué no haberlo aceptado? Porque fue hecho ilegalmente, porque
no se basó en ninguna prueba ni en ningún juicio. No sé si tuvieron la
oportunidad de leer lo que dijo el cardenal Garrone. En una entrevista dijo:
"Nuestra reunión con monseñor Lefebvre en Roma con los tres cardenales no
era un tribunal". Lo dijo abiertamente. Es lo que yo mismo siempre dije.
Era una entrevista. Nunca me encontré pues delante de un tribunal. La
visita de los Visitadores apostólicos no es un tribunal, es una investigación,
no es un juicio. Entonces no hubo tribunal, no hubo juicio, no hubo nada.
Fuimos condenados así, sin poder defendernos, sin monición, sin nada, sin
ningún escrito. No, no es posible. De todos modos existe una justicia. Entonces
rechazamos esta condenación: porque es ilegal y porque no pude presentar mi
recurso. La forma en que pasó todo esto es absolutamente inadmisible. No nos
han dado motivos válidos para condenarnos. Una vez que se rechaza esa
sentencia, no hay razón para no rechazar a las otras, porque las otras se
apoyan siempre en aquélla. ¿Por qué me prohibieron hacer las ordenaciones?
Porque la Fraternidad estaba "suprimida" y que el seminario hubiera
debido estar cerrado. Entonces no tengo derecho a hacer las ordenaciones. Lo
rechazo porque está basado en un juicio que es falso. ¿Por qué se me suspende
a divinis? Porque hice las ordenaciones que se me había prohibido hacer. Pero
precisamente no acepto esta sentencia para las ordenaciones porque no acepto el
juicio que se hizo. Es una cadena. No acepto esta cadena porque no acepto el
motivo primero que hizo seguir toda esta condenación. No es posible aceptarlas.
Por otra parte, el Santo Padre mismo no me habló de
la suspensión, no me habló del seminario, de nada, de nada. Nada a ese respecto. Absolutamente nada.
Ésta es la situación tal cual es actualmente.
Pienso que para ustedes, lo comprendo muy bien, evidentemente, es un drama,
como para mí. Todos deseamos, creo, de todo corazón que un día se reanuden las
relaciones normales con la Santa Sede. ¿Pero quién rompió las relaciones
normales? Se las rompió en el concilio. Es en el concilio donde se rompieron
las relaciones normales con la Iglesia. Es en el concilio que al separarse de
la Tradición, la Iglesia apartándose de la Tradición tomó una actitud anormal
frente a la Tradición. Es esto lo que no podemos aceptar. No podemos aceptar
separarnos de la Tradición. Como se lo dije al Santo Padre: "En la medida
en que os apartáis de vuestros predecesores ya no podemos seguiros". Es
evidente. No somos nosotros los que nos apartamos de sus predecesores. Cuando
le dije: "Pero mirad los textos sobre la libertad religiosa, dos textos
que se contradicen formalmente, palabra por palabra; y textos importantes,
dogmáticos: el de Gregorio XVI y el de Pío IX, Quanta Cura, y el esquema sobre la libertad religiosa, palabra
por palabra se contradicen. ¿Qué hay que elegir?" —"¡Ah! deje esas
cosas, no entremos en discusiones", me contestó el Santo Padre.
Ahora bien, todo el problema está ahí. En la medida
en que esta Iglesia nueva se separa de la Iglesia antigua no podemos seguirla.
En eso estamos y es por eso que mantenemos esta Tradición, que mantenemos
nuestra firmeza en la Tradición. Estoy seguro de que prestamos un inmenso
servicio a la Iglesia, queridos amigos. El seminario de Ecône, diría yo que es una piedra fundamental para el
combate que libramos. Es el combate de la Iglesia. Es en ese plano donde hay
que colocarse.
Desgraciadamente debo decir que esa conversación
con el Santo Padre me dejó una impresión bastante penosa. Porque justamente
tenía la impresión de que lo que él defendía era su persona: "¡Usted está
contra mí!" —"Yo no estoy contra vos, estoy contra todo lo que nos
separa de la Tradición, estoy contra lo que nos arrastra hacia el protestantismo, hacia
el modernismo". Se
tenía la impresión de que
reducía todo el problema a su persona. No es a la persona, no es a monseñor
Montini a quien miramos, pero sí en él al sucesor de Pedro. Y como sucesor de
Pedro, debe trasmitirnos la fe de sus predecesores. En la medida en que no
nos trasmite la fe de sus predecesores, ya no es el sucesor de Pedro. Entonces
se convierte en una persona que se separa de su cargo, que reniega de su
cargo, que no cumple con su cargo. Y en eso no puedo hacer nada, no es mi
culpa. Al señor Fesquet de Le Monde, que estaba ahí en el segundo banco
hace dos o tres días, y que me decía: "Pero en fin, usted está solo. Solo
contra el Papa, solo contra todos los obispos. ¿Qué puede hacer? ¿Qué significa
un combate así?". Le contesté: "Qué quiere, no estoy solo, tengo a
toda la Tradición conmigo. Y además, incluso aquí no estoy solo, sé que muchos
obispos íntimamente piensan como nosotros. Tenemos a muchos sacerdotes con
nosotros y además está el seminario, los seminaristas y todos aquellos que
vienen a nosotros".
La verdad no se hace con el número, el número no
hace la Verdad. Incluso si estoy solo, incluso si todos mis seminaristas me
abandonan, incluso si toda la opinión pública me abandona, eso me es
completamente indiferente. Yo estoy apegado a mi catecismo, apegado a mi Credo,
apegado a la Tradición que ha santificado a todos los santos que están en el
cielo. No miro a los demás, ellos hacen lo que quieren, pero yo quiero salvar
mi alma. La opinión pública, la conocemos demasiado, es la opinión pública la
que condenó a Nuestro Señor después de haberlo aclamado unos días antes. Tenemos el domingo de Ramos y después está
el Viernes santo. Ya conocemos eso. No hay que fiarse para nada de la opinión
pública. Hoy está con nosotros, mañana está contra nosotros. Lo que cuenta es
la fidelidad a nuestra fe. Tenemos que tener esta convicción y mantenernos
siempre en la calma.
Cuando el Santo Padre me dijo: "Pero en fin,
en el interior de usted mismo, ¿no siente algo que le reprocha lo que está
haciendo? Hace un escándalo dentro de la Iglesia, enorme, enorme. ¿No hay algo
en su conciencia que se lo reprocha?". Le contesté: "No, Santo
Padre. De ninguna manera". Me dijo: "¡Ah, entonces usted es un
inconsciente!" Le contesté: "¡Tal vez!" No podía decir lo contrario.
Si tuviera algo que reprocharme, abandonaría de inmediato.
Recen mucho durante el retiro. Porque creo que las
cosas van a jugarse, se juegan desde hace mucho, pero en fin cuanto más
adelante se va tantos más puntos críticos llegan. Que Dios haya permitido que
pudiera encontrarme con el Santo Padre y decirle lo que pensamos y ahora
ponerle entre las manos toda la responsabilidad de la situación, creo que es
algo que fue querido por Dios. No nos queda más que rezar para suplicar al
Espíritu Santo que lo ilumine y le dé el valor de hacer un acto que
evidentemente sería quizás muy duro para él. No veo otra solución. Dios tiene
todas las soluciones. Yo puedo morir mañana.
Debemos rezar también para que del lado de los
fieles que mantienen la Tradición se mantengan siempre en una actitud que sea fuerte,
una actitud firme. No una actitud de desprecio a las personas, de insulto a las
personas, de insulto a los obispos. Tenemos la superioridad de tener la Verdad,
no es culpa nuestra, así como la Iglesia tiene la superioridad sobre el error
de tener la Verdad. Por el hecho mismo de que uno se siente en la Verdad, es
la Verdad la que debe hacer su camino, es la Verdad la que debe convencer, no
es nuestra persona. No es encolerizándose, no es insultando a la gente como se
dará peso a la Verdad. Al contrario, eso pondría en duda que tengamos la
Verdad. El hecho de encolerizarnos, de insultar, demuestra que no confiamos
absolutamente en el peso de la Verdad, que es el peso de Dios mismo. Es en Dios
en quien confiamos, es en la Verdad que es Dios, que es Nuestro Señor
Jesucristo, en quien nosotros confiamos. ¿Qué podemos tener de más seguro?
Nada, Y poco a poco esta Verdad hace su camino, hará su camino, debe hacerlo.
Entonces pongamos atención en todas nuestras expresiones, en toda nuestra
actitud de no tener nunca una actitud de desprecio a las personas y de insulto
a las personas; sino de firmeza contra el error, sí. Firmeza absoluta, sin
compromisos, sin tregua, porque estamos con Nuestro Señor, porque se trata de
Nuestro Señor Jesucristo. Es todo el honor de Nuestro Señor Jesucristo y la
gloria de la Santísima Trinidad lo que está en juego. Su gloria sobre la
tierra evidentemente. No su gloria infinita, su gloria en el cielo, sino la
gloria de Nuestro Señor aquí abajo. Es la Verdad, entonces la defendemos a
cualquier precio, pase lo que pase.
Les agradezco el que hayan rezado por todas estas
intenciones durante las vacaciones. Agradezco a todos aquéllos que tuvieron la
gentileza de escribirme unas palabras y manifestarme su simpatía durante estos
tiempos un poco dolorosos. Dios nos ayuda en este combate, esto es
absolutamente seguro, pero es de todos modos doloroso. Uno estaría tanto más
feliz trabajando con todos los que son responsables en la Iglesia y que deberían
trabajar con nosotros para que Nuestro Señor reine.
Seguimos bien unidos. Hagan un buen retiro a fin
de hacer también un buen año escolar.
* Esta conferencia a los seminaristas de Ecône
"a propósito de los acontecimientos de julio-agosto-setiembre de
1978" resume lo que monseñor Lefebvre dijo e hizo durante ese período.