Asombra por su actualidad y reafirma la intención para la cual fue fundada
la Fraternidad Sacerdotal san Pio X: Resistir en la Fe, resistir en la Santa Tradición.
Monseñor Marcel Lefebvre |
CAPÍTULO VII
SERMÓN EN LILA
29 de agosto de 1976
Mis
queridísimos hermanos:
Antes de
dirigirles algunas palabras de exhortación, quisiera primero disipar algunos
malentendidos. Y, por empezar, respecto de esta misma reunión.
Podrán ver por
la simplicidad de esta ceremonia que no habíamos preparado una ceremonia para
que reuniera a una multitud como la que se encuentra en esta sala. Habíamos
pensado celebrar la santa misa el 29 de agosto como estaba convenido, en medio
de algunos centenares de fieles de la región de Lila, como lo hago
frecuentemente en Francia, en Europa y hasta en América, sin grandes anuncios.
Y he aquí que
de golpe, esta fecha del 29 de agosto se ha convertido, por la prensa, por la
radio, por la televisión, como en una especie de manifestación que se
parecería, dicen, a un desafío. Y bien no, esta manifestación no es un desafío.
Esta manifestación son ustedes los que la han querido, queridos fieles, queridos fieles que han venido
aquí desde lejos. ¿Por qué? Para manifestar su fe católica. Para manifestar su
creencia. Para manifestar su deseo de rezar y de santificarse como lo hicieron
sus padres en la fe, como lo hicieron generaciones y generaciones antes que
ustedes. Ése es el verdadero objeto de esta ceremonia, durante la cual
deseamos rezar, rezar con todo nuestro corazón, adorar a Nuestro Señor Jesucristo
que descenderá dentro de unos instantes sobre este altar y que renovará el sacrificio
de la Cruz del que tanta necesidad tenemos.
Quisiera igualmente disipar otro
malentendido. Y aquí me excuso, pero me veo obligado a decirlo: no soy yo
quien me he llamado el jefe de los tradicionalistas. Ustedes saben quién lo ha
hecho hace poco tiempo en circunstancias del todo solemnes y memorables en
Roma. Se ha dicho que monseñor Lefebvre era el jefe de los tradicionalistas. No
quiero ser el jefe de los tradicionalistas y no lo soy. ¿Por qué? Porque soy yo
también un simple católico. Por cierto sacerdote, por cierto obispo, pero
estoy en las mismas condiciones en las cuales se encuentran ustedes, y tengo
las mismas reacciones ante la destrucción de la Iglesia, ante la destrucción
de nuestra fe, ante las ruinas que se acumulan ante nuestros ojos.
Habiendo tenido la misma reacción
he pensado que era mi deber formar sacerdotes, formar verdaderos sacerdotes
que la Iglesia necesita. A estos sacerdotes los he formado en una
"sociedad San Pío X" que ha sido reconocida por la Iglesia. Y yo sólo hacía lo que todos los obispos
hicieron durante siglos y siglos, no he hecho otra cosa, y lo que hice durante
treinta años de mi vida sacerdotal. Lo que me valió ser obispo, lo que me valió
ser delegado apostólico en África, lo que me valió ser miembro de la comisión
central preconciliar, lo que me valió ser asistente del trono pontificio.
¿Qué podía desear como prueba de
que Roma estimaba que mi trabajo era un trabajo que era provechoso para la
Iglesia y para el bien de las almas? Y ahora que hago lo mismo, una obra del
todo semejante a la que realicé durante treinta años, y he aquí que de golpe
soy suspendido a divinis, quizás pronto excomulgado, separado de la Iglesia,
renegado, ¿qué sé yo? ¿Es esto posible?
¿Entonces lo que hice durante treinta años era susceptible también de una suspensión
a divinis?
Pienso, por el contrario, que si
en aquel momento hubiera formado a seminaristas como los forman ahora en los
nuevos seminarios, habría sido excomulgado. Si en aquel momento hubiera
enseñado el catecismo que se enseña en las escuelas, me habrían dicho hereje. Y
si hubiera dicho la santa misa como se la dice ahora, me habrían calificado
como sospechoso de herejía, me habrían ubicado también fuera de la Iglesia.
Entonces, ya no comprendo nada. Precisamente algo ha cambiado en la Iglesia, y
es a esto a lo que quiero llegar.
Agrego un pequeño paréntesis
para el querido monseñor Ducaud Bourget, que está aquí presente. Me ha rogado,
y lo comprendo muy bien, que dijera que era absolutamente falso que haya sido,
él, suspendido a divinis y que haya sido borrado de la Orden de Malta. Así
pues, la prensa inventa muchas cosas que no corresponden para nada a la
realidad. Como también dijeron que yo iba a ir a la asamblea de los obispos de
Lourdes, cuando nunca tuve intenciones de ir.
Pero debemos justamente volver a
las razones que nos hacen tomar tal actitud. ¡Ah! actitud extremadamente
grave, lo reconozco; oponerse a las más altas autoridades de la Iglesia, ser
suspendido a divinis, para un obispo es una cosa grave, una cosa muy penosa.
Cómo se puede soportar semejante cosa, si no es por razones excesivamente graves.
Y sí, las razones de nuestra actitud y de la actitud de ustedes son razones
graves: es la defensa de nuestra fe, la defensa de la fe de ustedes. ¿Pero
acaso las autoridades que están en Roma pondrían en peligro nuestra fe? No
juzgo a esas autoridades. Diría que no quiero juzgarlas personalmente. Quisiera
juzgarlas como el Santo Oficio antaño juzgaba un libro, y lo ponía en el Index.
Roma estudiaba el libro, no tenía necesidad de conocer a la persona que había
escrito ese libro. Le bastaba estudiar lo que había en las afirmaciones que
estaban escritas. Y si esas afirmaciones eran contrarias a la doctrina de la
Iglesia, ese libro era condenado y puesto en el Index, sin tener necesidad de
interpelar a la persona. Se dijo precisamente en el concilio, algunos obispos
se levantaron en contra de este procedimiento diciendo: "Es inadmisible
que se ponga a un libro en el Index cuando ni siquiera se ha escuchado a quien
lo escribió". Pero no es necesario ver a alguien que ha escrito un libro,
con tal de que se tenga en la mano el texto de cosas que son absolutamente
contrarias a la doctrina de la Iglesia. Es el libro el que es condenado
porque sus palabras son contrarias a la doctrina católica. Es pues de esta
manera que debemos juzgar las cosas. Debemos juzgarlas por los hechos, como
muy bien lo dijo Nuestro Señor en el Evangelio que leíamos hace muy poco aún, y
a propósito precisamente de esos lobos que están cubiertos de pieles de
ovejas, decía: "Reconoceremos al árbol por sus frutos". Bueno, los
frutos están ante nosotros. Los frutos son evidentes. Están claros ante nuestros
ojos. Esos frutos que vienen del Concilio Vaticano II y de las reformas posconciliares
son frutos amargos. Frutos que destruyen a la Iglesia. Y cuando me dicen:
"No toque al concilio ni a las reformas posconciliares", entonces yo
contesto, como lo dicen los que hacen las reformas: "No soy yo quien hizo
estas reformas". Los que hacen esas reformas nos dicen: "Las hacemos
en nombre del concilio. Hemos hecho la reforma litúrgica en nombre del
concilio. Hemos hecho la reforma de los catecismos en nombre del concilio.
Hemos hecho todas las reformas en nombre del concilio". Ahora bien, ellos
son las autoridades de la Iglesia. Son ellos los que, por consiguiente,
interpretan legítimamente el concilio. ¿Qué pasó en ese concilio? Lo podemos
saber fácilmente leyendo los libros de quienes fueron los instrumentos de ese
cambio en la Iglesia, que se ha operado ante nuestros ojos. Lean por ejemplo El
ecumenismo visto por un francmasón, de Marsaudon; lean el libro del senador
del Doubs, el señor Prelot, El catolicismo liberal, escrito en 1969, y él les dirá lo que es el
concilio, él, un católico liberal. Lo dice en las primeras páginas de su libro:
"Hemos luchado durante un siglo y medio para hacer prevalecer nuestras
opiniones en el interior de la Iglesia y no hemos tenido éxito. Al fin vino el
Vaticano II y
triunfamos. En lo sucesivo las tesis y los principios del catolicismo liberal
están definitivamente aceptados y oficialmente por la santa Iglesia". ¿A
ustedes les parece que esto no es un testimonio? No soy yo quien dice esto, es
él quien lo dice, triunfante, él lo dice felicitándose.
Nosotros
lo decimos llorando. Porque ¿qué quisieron los católicos liberales durante un
siglo y medio? Casar la Iglesia con la Revolución. Casar la Iglesia con la
subversión. Casar la Iglesia con las fuerzas destructoras de la sociedad, de
toda sociedad, desde la sociedad familiar y la sociedad civil, hasta la sociedad
religiosa. Y este casamiento de la Iglesia está inscrito en el concilio: tomen
el esquema Gaudium et Spes y encontrarán allí: hay que casar los principios de
la Iglesia con las concepciones del hombre moderno. ¿Qué quiere decir esto?
Quiere decir que hay que casar a la Iglesia, la Iglesia católica, la Iglesia de
Nuestro Señor Jesucristo con principios que son contrarios a esta Iglesia, que
la minan, que siempre han estado contra la Iglesia. Y es precisamente este
casamiento el que fue intentado en el concilio por hombres de Iglesia. Y no
por la Iglesia. Porque jamás la Iglesia puede admitir una cosa así. Durante un
siglo y medio precisamente todos los soberanos pontífices condenaron ese
catolicis- mo liberal, rechazaron ese casamiento con las ideas de la Revolución,
con las ideas de aquéllos que adoraron a la diosa razón. Los papas jamás pudieron aceptar cosa
semejante. Y en nombre de esta Revolución algunos sacerdotes subieron al
cadalso, algunas religiosas igualmente fueron perseguidas y asesinadas.
Recuerden los pontones de Nantes, donde eran amontonados todos los sacerdotes fieles y eran hundidos mar
adentro. Eso es lo que hizo la
Revolución. Bueno, yo les digo, mis queridísimos hermanos, lo que hizo la Revolución
no es nada al lado de lo que ha hecho el
Vaticano II. Nada. Más hubiera valido que los treinta y
cuarenta y cincuenta mil sacerdotes que abandonaron la sotana, que abandonaron
su juramento hecho ante Dios, sean martirizados y vayan al cadalso; habrían por
lo menos ganado su alma. Y ahora corren
el riesgo de perderla. Nos dicen que de entre esos pobres sacerdotes casados
muchos ya están divorciados, muchos han pedido la anulación del matrimonio a
Roma. ¿Qué significan estas cosas?
¿Cuántas religiosas? Veinte mil
religiosas en los Estados Unidos que han abandonado su religión, que han
abandonado su congregación religiosa y su juramento (que habían hecho a
perpetuidad), roto ese vínculo que tenían con Nuestro Señor Jesucristo para
correr también al casamiento. Más les hubiera valido igualmente subir al
cadalso. Por lo menos habrían dado testimonio de su fe. En definitiva, cuando
un enemigo hace mártires de la Iglesia, hace lo que ya decía el adagio en los
primeros siglos: sanguis martyrum semen christianorum —la sangre de los mártires
es una semilla de cristianos. Y esto lo saben muy bien los
que persiguen a los cristianos. Tienen miedo de hacer mártires porque saben que
la sangre de los mártires es una semilla de cristianos. Ya no se quieren
hacer más mártires y es la victoria máxima del demonio la de destruir a la
Iglesia por la obediencia.
Destruir
a la Iglesia por la obediencia. Vemos que sé la destruye todos los días ante
nuestros ojos; los seminarios vacíos, ese bello seminario de Lila que estaba
lleno de seminaristas. ¿Dónde están los seminaristas? ¿Quiénes son aún estos
seminaristas? ¿Saben que van a ser
sacerdotes? ¿Saben lo que van a hacer cuando sean sacerdotes? Ah, es precisamente porque esta unión
querida por esos católicos liberales, querida entre la Iglesia y la Revolución
y la subversión, es una unión adúltera de la Iegesia, adúltera. Y de esta
unión adúltera sólo pueden salir bastardos. ¿Y amenes son esos bastardos? Son nuestros ritos, el rito de la misa es un
rito bastardo, los sacramentos son sacramentos bastardos, va no sabemos si son
sacramentos que dan
la gracia o que no la dan. Ya no
sabemos si esta misa da el Cuerno y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo o si
no los da. Los sacerdotes que salen de
los seminarios va no saben ellos mismos lo que son. En Roma, el cardenal Cincinatti decía: “¿Porqué
no hav más vocaciones? Porque la Iglesia
ya no sabe lo que es un sacerdote".
Entonces ¿cómo puede seguir formando sacerdotes si ya no sabe lo que es
un sacerdote? Los sacerdotes que salen
de los seminarios son sacerdotes bastardos.
Ya no saben lo qué son. No saben
que están hechos para subir al altar para ofrecer el sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo y para dar a
Jesucristo a las almas y llamar a las almas a Jesucristo. Eso es lo que es un
sacerdote. Y nuestros jóvenes que están aquí lo comprenden muy bien. Toda su
vida va a ser consagrada a eso, a amar, a adorar, a servir a Nuestro Señor
Jesucristo en la santa Eucaristía, porque creen en ella, en la presencia de
Nuestro Señor en la santa Eucaristía. Y esta unión adúltera de la Iglesia y de
la Revolución se concretiza por el diálogo. La Iglesia, si ha dialogado, es
para convertir. Nuestro Señor dijo: "Id, enseñad a todas las naciones,
convertidlas". Pero no dijo dialoguen con ellas para no convertirlas, para
tratar de ponernos en un pie de igualdad con ellas.
El
error y la verdad no son compatibles. Se debe examinar si se tiene caridad
hacia los otros, como acaba de decirlo el Evangelio: el que tiene caridad es el
que sirve a los demás. Pues bien, los que tienen caridad deben dar a Nuestro
Señor, deben dar la riqueza que tienen a los demás, y no conversar con ellos,
dialogar en un pie de igualdad. La verdad y el error no están en un pie de
igualdad. Sería poner a Dios y al diablo al mismo nivel, puesto que el diablo
es el padre de la mentira, el padre del error.
Debemos
por lo tanto ser misioneros.
Debemos
predicar el Evangelio, convertir a las almas a Jesucristo y no dialogar con
ellas tratando de tomar sus principios. Esto es lo que nos ha hecho esa misa
bastarda, esos ritos bastardos. Porque se quiso dialogar con los protestantes
y los protestantes nos dijeron: "Nosotros no queremos la misa de ustedes, no la
queremos porque entraña cosas que son incompatibles con nuestra fe
protestante. Entonces, cambien esa misa
y podremos rezar con ustedes. Podremos hacer intercomuniones. Podremos recibir
sus sacramentos, ustedes podrán venir a nuestras iglesias, nosotros iremos a
las de ustedes y todo terminará y tendremos la unidad". Tendremos la unidad en la confusión, en la
bastardía. Nosotros no queremos
eso. La Iglesia no lo quiso nunca.
Amamos a los protestantes, quisiéramos convertirlos. Pero no es amarlos el hacerles creer que
tienen la misma religión que la religión católica. Lo mismo pasa con los masones. Ahora se quiere dialogar con los masones. No
solamente dialogar con ellos, sino permitir a los católicos formar parte de la
masonería. Pero esto es una vez más un
diálogo abominable. Sabemos
perfectamente que esas personas que dirigen la masonería, al menos los
responsables, están radicalmente en contra de Nuestro Señor Jesucristo. Y esas misas negras que realizan, esas misas
abominables, sacrílegas, horribles que realizan, son parodias de la misa de
Nuestro Señor y ellos quieren hostias consagradas para realizar esas misas negras. Saben que Nuestro Señor Jesucristo está en
la Eucaristía, porque el diablo sabe que Nuestro Señor Jesucristo está en la
Eucaristía. No quieren hostias
provenientes de misas de las que no saben si el Cuerpo de Nuestro Señor
está ahí o no. Y
entonces ¿dialogar con gentes que quieren la muerte de nuestro Señor
Jesucristo por segunda vez, en la persona de sus miembros, en la persona de la
Iglesia? No podemos admitir semejante diálogo.
Ya sabemos lo que costó primer diálogo de Eva con el diablo. Ella
perdió, nos puso a todos en estado de pecadodo. Porque dialogó con el diablo. No se loga con el
diablo. Y se predica a los que están bajo la influencia del diablo para que
conviertan, para que vengan a Nuestro Señor Jesucristo. No se dialoga con los
comunistas. Se dialoga con las personas,
pero no se dialoga con el error *...
Pero
precisamente ¿por qué de una manera en verdad firme y resuelta no queremos
aceptar esta unión adúltera de la Iglesia con Revolución? Porque nosotros afirmamos la divinidad de
Nuestro Señor Jesucristo. ¿Por qué Pedro fue hecho
Pedro? Recuerden el Evangelio. Pedro se
convirtió en Pedro porque confesó la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Y
todos los apóstoles profesaron también esta fe públicamente, después de Pentecostés.
E inmediatamente se
los persiguió. Los príncipes de los sacerdotes les dijeron: "No nos
hablen más de ese hombre, no podemos ya escuchar ese nombre de Nuestro Señor
Jesucristo". Y los apóstoles dijeron: non possumus —no podemos no
hablar de Nuestro Señor Jesucristo y de nuestro Rey.
Pero
ustedes me dirán: "¿Es posible? ¿Usted parece acusar a Roma de no creer
en la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo?" El liberalismo tiene siempre
dos caras: afirma la verdad, que pretende es "la tesis", y luego en
la realidad, en la práctica, en "la hipótesis", como él dice, actúa
como los enemigos, con los principios de los enemigos de la Iglesia. De tal
manera que siempre se está en la incoherencia. Y bien, ¿qué quiere decir la
divinidad de Nuestro Señor Jesucristo? Que Nuestro Señor es la única persona
en el mundo, el único ser humano en el mundo que pudo decir: "Yo soy
Dios". Y por el hecho mismo que pudo decir "Yo soy Dios", era el
único Salvador de la humanidad, era el único Sacerdote de la humanidad, y era
el único Rey de la humanidad. Por su naturaleza, no por privilegio, no por
título, por su propia naturaleza, porque era Hijo de Dios. Ahora bien, hoy se
dice: "No solamente hay salvación en Jesucristo, hay salvación fuera de
Nuestro Señor Jesucristo. No hay solamente el sacerdocio en Nuestro Señor Jesucristo,
todos los fieles son sacerdotes, todo el mundo es sacerdote". Cuando hay
que participar sacramentalmente en el sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo
para poder ofrecer el sacrificio de la misa; segundo error. Finalmente, ya no
se quiere el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo. Bajo el pretexto de
que no es posible. Esto lo he escuchado de la boca del nuncio de Berna; lo he
escuchado de la boca del enviado del Vaticano, de la boca del padre Dhanis, ex
rector de la Universidad Gregoriana, quien vino a pedirme en nombre de la Santa
Sede que no hiciera las ordenaciones del 29 de junio. Él estaba el 27 de junio
en Flavigny cuando yo predicaba el retiro a los seminaristas. Y cuando me dijo:
"¿Por qué está usted contra el Concilio?" — "Pero en fin, ¿es
posible aceptar el Concilio, cuando en nombre del Concilio usted dice que hay
que destruir todos los Estados católicos, que ya no tiene que haber más
Estados católicos, por ende ya no más Estados en los cuales reine Nuestro Señor
Jesucristo? ¿Ya no es posible? Una cosa es que ya no sea posible, otra cosa que
tomemos eso como principio y que por consiguiente ya no busquemos más el
reinado de Nuestro Señor Jesucristo".
¿Y
qué es lo que decimos todos los días en nuestro "Padrenuestro"? Venga
a nos el tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. ¿Qué
es ese reino? Hace un momento han cantado en el Gloria "Tu solus
Dominus, Tu solus altissimus Jesu Christe" —Tú eres el único Altísimo,
Tú eres el único Señor. Lo cantaríamos y en cuanto hubiéramos salido, diríamos:
";Ah, no! ya no es necesario que Nuestro Señor Jesucristo reine sobre
nosotros". Pero, ¿es que vivimos en el ilogismo? ¿Somos cristianos o no?
¿Somos católicos o no?
No
habrá paz en esta tierra si no es en el reinado de Nuestro Señor Jesucristo.
Los Estados se desesperan, todos los días hay páginas y páginas en los
diarios, en la televisión, en la radio, otra vez ahora con el cambio del primer
ministro: ¿Qué vamos a hacer para que se arregle la situación económica? ¿Qué
vamos a hacer para que vuelva el dinero? ¿Qué vamos a hacer para que las
industrias prosperen?, etcétera. Todos los diarios están llenos de esto en el mundo
entero. Pues bien, incluso desde el punto de vista económico, es preciso que
Nuestro Señor Jesucristo reine. Porque el reinado de Nuestro Señor Jesucristo,
es el reinado de sus principios de amor, justamente, de los mandamientos de Dios,
que ponen equilibrio en la sociedad, que hacen reinar la justicia y la paz en
la sociedad; solamente dentro del orden, de la justicia, de la paz de la
sociedad, la economía puede reinar, la economía puede volver a florecer. Se
lo ve muy bien. Tomen la imagen de la República Argentina. ¿En qué estado estaba
hace sólo dos o tres meses? Una anarquía completa, los bandidos matando a derecha
y a izquierda, las
industrias completamente
arruinadas, los patrones de las fábricas raptados y tomados como rehenes, ¿qué
sé yo? Una revolución inverosímil. En
un país sin embargo tan hermoso, tan equilibrado, tan simpático como la República
Argentina. Una República que podría ser de una prosperidad increíble, con
riquezas extraordinarias. Hay un
gobierno que tiene principios, que tiene autoridad, que pone un poco de orden
en los asuntos, que impide que los bandidos maten a los demás, y entonces la
economía vuelve, los obreros tienen trabajo, y pueden volver a sus casas
sabiendo que no van a ser matados por alguien que quisiera hacerlos hacer huelga
cuando no desean hacer huelga. He ahí
el reinado de Nuestro Señor Jesucristo que queremos y que profesamos en nuestra
fe diciendo que Nuestro Señor Jesucristo es Dios. Es por esto que también
queremos la misa de san Pío V. ¿Por qué?
Porque esta misa es la proclamación de la realeza de Nuestro Señor
Jesucristo. La nueva misa es una especie
de misa híbrida, que ya no es jerárquica, que es democrática, en la que la
asamblea ocupa más lugar que el sacerdote, por lo que ya no es una misa
verdadera que afirme la realeza de Nuestro Señor Jesucristo. Porque ¿cómo se
hizo también rey Nuestro Señor Jesucristo? Afirmó su realeza por su cruz:
regnavit a ligno Deus. Jesucristo reinó por el madero de la cruz.
Porque venció al pecado, venció al demonio, venció a la muerte por su cruz. Son
pues tres victorias magnificas de Nuestro Señor Jesucristo. Ahora bien, nos
dirán que eso es "triunfalismo" de Nuestro Señor Jesucristo. Y es por
eso que nuestros antepasados construyeron esas magníficas catedrales. ¿Para qué
haber gastado tanto dinero, gentes que eran mucho más pobres que nosotros, para
qué haber gastado tanto tiempo para hacer esas magníficas catedrales que
todavía admiramos hoy, incluso los que no creen? ¿Por qué? A causa del altar. A
causa de Nuestro Señor Jesucristo. Para marcar el triunfo de la cruz de Nuestro
Señor Jesucristo. Y bien, sí, queremos profesar el triunfo de la cruz de
Nuestro Señor Jesucristo en nuestra misa y es por ello que nos arrodillamos.
Nos gusta arrodillarnos ante la santa Eucaristía. Si hubiéramos tenido tiempo,
pero no quiero retenerlos demasiado, hubiéramos circulado con el Santísimo Sacramento
entre las filas para que ustedes manifestaran a Nuestro Señor Jesucristo, a su
santa Eucaristía, que lo adoran. Señor, tú eres nuestro Dios; oh Jesucristo, te
adoramos. Sabemos que es por ti que hemos nacido, es por ti que hemos sido
cristianos, es por ti que fuimos redimidos, eres tú quien nos juzgará en la
hora de nuestra muerte, eres tú quien nos dará la gloria en el cielo si la hemos
merecido. Nuestro Señor está presente, como lo estaba en la cruz, en la santa
Eucaristía. Eso es lo que debemos
hacer, eso es lo que debemos
pedir.
No
estamos contra nadie.
No
somos comandos, no le deseamos mal a nadie.
Queremos
solamente que nos dejen profesar nuestra fe en Nuestro Señor Jesucristo.
Entonces
nos echan de nuestras iglesias, a causa de ello, echan a los pobres sacerdotes,
porque dicen la, antigua misa por la cual fueron santificados todos nuestros
santos y nuestras santas:
santa Juana de Arco, el santo cura de Ars, Teresita del Niño Jesús fueron
santificados por esta misa y ahora
algunos sacerdotes son expulsados brutalmente, cruelmente de su parroquia
porque dicen esta misa que ha santificado a los santos durante siglos. ¡Es
absurdo! ¡Casi diría que es una historia de locos! Nos preguntamos si no
estamos soñando. No es posible que esta misa se haya convertido en una especie
de horror para nuestros obispos y para quienes debieran conservar nuestra fe.
¡Y bueno! Conservaremos la misa de san Pío V porque la misa de san Pío V es la misa de
veinte siglos. Es la misa de siempre, no es solamente la misa de san Pío V, y representa nuestra fe, es un escudo para nuestra
fe. Y necesitamos ese escudo para nuestra fe.
Entonces
nos dirán que nosotros hacemos una cuestión del latín y de la sotana. Evidentemente,
es fácil desacreditar a aquéllos con quienes no se está de acuerdo, de esta
manera. Por cierto, el latín tiene su importancia y cuando yo estaba en África era magnífico ver a esas multitudes africanas que tenían una lengua
diferente —teníamos a veces cinco o
seis tribus diferentes que no se atendían entre sí— que podían asistir a misa en
nuestras iglesias y cantar cánticos en latín con un fervor extraordinario,
extraordinario. Vayan a ver ahora: se pelean en las Iglesias porque dicen la
misa en una lengua que no es la de ellos; entonces no están contentos, piden
que haya una misa en su lengua. Es la
confusión total. Mientras que antes esa unidad era perfecta. Es un ejemplo. ,
Sin duda —ustedes habrán visto que hemos leído en francés la epístola y el
evangelio, no vemos absolutamente ningún inconveniente en ello; e incluso si
se agregaran además algunas oraciones en francés, oraciones comunes en
francés, no veríamos ningún inconveniente. Pero nos parece que sin embargo el
cuerpo de la misa, lo esencial de la misa, que va del ofertorio a la comunión
del sacerdote, debería seguir siendo en una lengua única a fin de que todos
los hombres de todas las naciones puedan asistir a la misa juntos y sentirse
unidos en esta unidad de la fe, en esta unidad de la oración. Por ello pedimos,
verdaderamente hacemos un llamado a los obispos y hacemos un llamado a Roma: que
tengan a bien tomar en consideración el deseo que tenemos de rezar como
nuestros antepasados, el deseo que tenemos de conservar la fe católica, el
deseo que tenemos de adorar a Nuestro Señor Jesucristo, de querer su reinado.
Esto es lo que le dije al Santo Padre en mi última carta —y creía realmente que
era la última porque no creía que el Santo Padre me
dirigiría otras cartas—, le dije **: Muy Santo Padre:
devolvednos el derecho público de la Iglesia, es decir, el reinado de Nuestro
Señor Jesucristo; devolvednos la verdadera Biblia y no una biblia ecuménica,
sino la verdadera Biblia tal como era antaño la Vulgata que fue tantas y tantas
veces consagrada por los concilios y los papas. Devolvednos la verdadera misa,
una misa jerárquica, una misa dogmática que defienda nuestra fe y que era la
de tantos y tantos siglos y que ha santificado a tantos católicos. Y finalmente
devolvednos nuestro catecismo según el modelo del catecismo del concilio de
Trento. Porque sin un catecismo
preciso, sin una fe precisa, ¿qué serán nuestros niños mañana, qué serán las
futuras generaciones?: ya no conocerán más la fe católica y eso ya lo
comprobamos hoy en día. Ay, no recibí ninguna respuesta, nada más que la
suspensión a divinis. Y es por ello que no considero estas penas como penas
válidas. Tanto canónica como teológicamente, pienso con toda sinceridad, con
toda paz, con toda serenidad, que no puedo contribuir por esas suspensiones,
por esas penas que me son aplicadas y por el cierre de mis seminarios, por la
negativa a hacer ordenaciones, no quiero contribuir a la destrucción de la
Iglesia católica.
Quiero que en la hora de mi muerte cuando Nuestro
Señor me preguntará: "¿Qué hiciste de tu episcopado, qué hiciste de tu
gracia episcopal y sacerdotal?", que no pueda escuchar de la boca del
Señor: "Contribuiste a destruir la Iglesia con los demás".
Mis queridísimos hermanos, acabo y termino
dirigiéndome a ustedes, diciéndoles: ¿Qué tienen que hacer? Ah, lo sé
muy bien, muchos grupos nos piden:
"Monseñor, dénos sacerdotes, dénos sacerdotes,
dénos verdaderos sacerdotes. Eso es lo que necesitamos. Tenemos lugar
para ponerlo, construiremos una capillita, estará ahí en nuestra casa, instruirá
a nuestros hijos: el verdadero catecismo,
la verdadera fe. Queremos conservar la fe, como hicieron los japoneses durante tres
siglos cuando no tenían sacerdotes. ¡Dénos sacerdotes!". Y bien, mis queridísimos hermanos, hago todo
lo posible para preparárselos y puedo decir que es mi gran consuelo sentir en
estos seminaristas una fe profunda de verdaderos sacerdotes. Ellos han
comprendido lo que es Nuestro Señor Jesucristo. Han comprendido lo que es el
santo sacrificio de la misa, los sacramentos. Tienta una profunda fe arraigada
en su corazón. Son, diría yo, mejor de lo que podíamos ser nosotros hace
cincuenta años en nuestros seminarios, porque viven en una situación difícil.
Por otra parte, muchos de ellos han hecho estudios universitarios. ¡Cuando nos
objetan que esos jóvenes no están adaptados y no sabrán hablar a las
generaciones modernas! Estos muchachos que han hecho tres, cinco, siete años de
universidad, ¿no conocen a su generación?
¿Por qué han venido a Ecône para hacerse
sacerdotes? Es precisamente para dirigirse a su generación. La conocen bien,
mucho mejor que nosotros, mucho mejor que todos los que nos critican. Entonces
serán muy capaces de hablar e1 lenguaje necesario para convertir a las limas. Y
es por eso que me siento muy feliz de poder decirles: otra vez tendremos veinticinco nuevos miembros este año en el seminario de Ecône, a pesar de
las dificultades; tendremos diez nuevos en nuestro seminario de los Estados
Unidos en Armada; y cuatro nuevos en nuestro seminario de habla alemán en Suiza
alemana. Por consiguiente los jóvenes, a pesar de las dificultades que se nos
hacen, comprenden muy bien que nosotros formamos verdaderos sacerdotes católicos.
Y es por esto que no estamos en el cisma, somos los
continuadores de la Iglesia católica. Los que hacen novedades son los que
entran en el cisma. Nosotros continuamos la Tradición. Y es por eso que debemos
tener confianza, no debemos desesperarnos, incluso ante la situación actual.
Debemos mantener. Mantener nuestra fe, mantener nuestros sacramentos,
apoyados en veinte siglos de Tradición, apoyados en veinte siglos de santidad
de la Iglesia, de fe de la Iglesia. No tenemos que temer. Algunos reporteros me
han preguntado a veces: "¿Monseñor, se siente usted aislado?". Yo
dije: "De ninguna manera, de ninguna manera. No me siento aislado. Estoy
con veinte siglos de Iglesia y estoy con todos los santos del cielo y del paraíso". ¿Por qué? Porque ellos
rezaron como nosotros, porque se santificaron como nosotros tratamos de
hacerlo, con los mismos medios. Estoy persuadido de que se alegran por esta
asamblea de hoy. Dicen: por lo menos hay allí unos católicos que rezan, que
rezan verdaderamente, que verdaderamente tienen en su corazón el deseo de la
oración, de honrar a Nuestro Señor Jesucristo. Los santos del cielo se alegran,
los santos ángeles de ustedes se alegran. Entonces no desesperemos, sino que
recemos, recemos y santifiquémonos. Ah, hay un consejo que quisiera darles: es
preciso que no se pueda decir de nosotros, de estos católicos que somos —no me
gusta mucho el término de "católicos tradicionalistas", dado que no
veo lo que pueda ser un católico que no es tradicionalista: la Iglesia es una
tradición; y por otra parte, ¿qué serían los hombres si no estuvieran dentro
de la tradición? ¡Pero si no podríamos vivir! Hemos recibido la vida de
nuestros padres, hemos recibido la educación de los que estaban antes de
nosotros. Somos una tradición. Dios lo ha querido así. Dios ha querido que las
tradiciones vayan pasando de generación en generación tanto para las cosas
humanas, para las cosas materiales, como para las cosas divinas. Por
consiguiente, no ser tradicional, no ser tradicionalista, es la destrucción de
uno mismo, es un suicidio. Entonces, somos católicos, seguimos siendo
católicos. Que no existan divisiones entre nosotros. Precisamente si somos
católicos, estamos en la unidad de la Iglesia, la unidad de la Iglesia que está
en la fe. No hay unidad sino en la fe. Entonces nos dicen: "Ustedes
tienen que estar con el Papa, el Papa es el signo de la fe en la Iglesia".
¡Claro! en la medida en que el Papa manifieste su estado de sucesor de Pedro,
en la medida en que se hace eco de la fe de siempre, en la medida en que
trasmite el tesoro que debe trasmitir. Porque una vez más, ¿qué es un Papa? Es
el que nos da los tesoros de la tradición y el tesoro del depósito de la fe, y
la vida sobrenatural por los sacramentos y por el sacrificio de la misa. El obispo no es otra cosa, el sacerdote no es
otra cosa: trasmitir la Verdad, trasmitir la Vida que no nos pertenece. La epístola
lo decía hace un momento. La Verdad no nos pertenece, no le pertenece más al
Papa que a mí. Él es el servidor de la Verdad como yo debo ser el servidor de
la Verdad. Y si llegara a suceder que el Papa no fuera ya servidor de la Verdad,
ya no sería Papa. No es posible. No digo que lo sea, no me hagan decir lo que
no he dicho. Pero digo: si esto llegara a ser verdad, pues bien, no podríamos
seguir a alguien que nos arrastra al error. Es evidente. Ahora bien, ¿cuál es
el criterio de la Verdad? Me dicen: "Usted juzga al Papa". Monseñor
Benelli me enrostró: "¡No es usted quien hace la verdad!" Por
supuesto que no soy yo quien hace la verdad, pero el Papa tampoco. La verdad
es Nuestro Señor Jesucristo. Por lo tanto tenemos que remitirnos a lo que
Nuestro Señor Jesucristo nos ha enseñado, a lo que los apóstoles nos han
enseñado, a lo que los Padres de la Iglesia, a lo que toda la Iglesia ha
enseñado para saber dónde está la verdad.
No soy yo quien juzga al Santo Padre, es la Tradición.
Un niño de cinco años con su catecismo puede muy
bien contestar a su obispo, si su obispo viniera a decirle: "Nuestro Señor
no está presente en la Santa Eucaristía". "Yo soy el testigo de la
Verdad", diría el obispo. "Yo soy el testigo de la Verdad. Yo te digo
que Nuestro Señor no está presente en la santa Eucaristía". Este niño con
su catecismo, tiene cinco años, lee y dice: "Pero mi catecismo dice lo
contrario". ¿Entonces quién es el que tiene razón? ¿Es el obispo o es el catecismo? ¡Es el
catecismo, evidentemente! El catecismo que representa la fe de siempre.
Si muy
simple. Es infantil como
razonamiento. Pero en eso
estamos. Si hoy nos dicen que se pueden hacer intercomuniones con
protestantes, que ya no existen diferencias entre nosotros y los protestantes,
y bueno, no es cierto. Hay una diferencia inmensa. Es por eso que estamos
realmente estupefactos cuando pensamos que se ha hecho bendecir por el
arzobispo de Canterbury, que no es sacerdote
(porque las ordenaciones an-glicanas no son válidas, el papa León XIII lo declaró oficial y definitivamente, porque es
hereje, como lo son todos los anglicanos—, lo siento, ya no agrada ese nombre,
pero con todo es la realidad; no es para insultarlo, no pido sino su
conversión), luego no es sacerdote, es hereje y se le pide que bendiga a la
multitud de cardenales y obispos presentes en la iglesia de San Pablo con el
Santo Padre. |A mí me parece que esto es algo absolutamente inconcebible!
Y concluyo agradeciéndoles que hayan venido tantos
y agradeciéndoles también que sigan haciendo de esta ceremonia una ceremonia
profundamente piadosa, profundamente católica y rezaremos pues juntos para que
Dios nos dé los medios para resolver el problema. Sería tan sencillo si cada
obispo en su diócesis pusiera a nuestra disposición, a disposición de los
católicos fieles, una iglesia diciéndoles: aquí está la iglesia que es de
ustedes. Y aquí, cuando se piensa que el obispo de Lila ha dado una iglesia a
los musulmanes, no veo por qué no habría una iglesia para los católicos
fieles. Y en definitiva, toda la cuestión estaría resuelta. Eso es lo que le
pediré al Santo Padre, si el Santo Padre tiene a bien recibirme: Déjenos hacer,
Santísimo Padre, la experiencia de la Tradición.
° Aquí dos perturbadores
interrumpen, provocando un momento de confusión. No sabiendo cómo manifestar su
sentimiento, la asamblea se pone a aplaudir a monseñor Lefebvre con energía.
Los perturbadores son
expulsados.
** Es la
carta del 17 de julio de 1976.