domingo, 16 de marzo de 2014

LA IGLESIA NUEVA (11)

Damos aquí otro Capítulo 
del libro de Mons. Lefebvre "La Iglesia Nueva"

Monseñor  Marcel Lefebvre



CAPÍTULO III




SERMÓN EN LA MISA DE ORDENACIÓN
DEL 29 DE JUNIO DE 1976




Mis queridísimos amigos, Muy queridos cofrades, Muy queridos hermanos:

Ustedes han venido de todos los países, de todos los horizontes, y es una alegría para »Nosotros recibirlos y sentirlos tan cerca de nosotros en este momento tan importante para nuestra Fraternidad y también para la Iglesia. Pienso que si unos peregrinos se han impuesto el sacrificio de viajar noche y día, de venir de regiones muy lejanas para participar en esta ceremonia, es porque tenían la convicción de que venían a participar en una ceremonia de Iglesia, en una ceremonia que alegrará su corazón porque tendrán así la certeza al volver a sus casas de que la Iglesia católica continúa.

¡Ah! sé muy bien que las dificultades son muchas en esta empresa que nos dicen temeraria. Se dice que estamos en un callejón sin salida.  ¿Por qué?  Porque de Roma nos han llegado, sobre todo desde hace tres me- ses, desde el 19 de marzo en particular, fiesta de san José, reprobaciones, súplicas, órdenes, amenazas, para decirnos que cesemos nues­tra actividad, para decirnos que no hagamos estas ordenaciones sacerdotales. Han sido apremiantes estos últimos días; desde hace doce días en especial, no paramos de recibir mensajes o enviados de Roma ordenándonos abstenernos de hacer estas ordenaciones. Pe­ro si, con toda objetividad, buscamos cuál es el motivo verdadero que anima a los que nos piden no hacer estas ordenaciones, si buscamos el motivo profundo, vemos que es porque ordenamos a estos sacerdotes para que digan la misa de siempre. Y es porque se sabe que estos sacerdotes serán fieles a la misa de la Iglesia, a la misa de la Tradición, a la misa de siempre, que nos acosan para no ordenarlos. Tengo como prueba el hecho de que seis veces desde hace tres semanas, seis veces, nos han pedido restablecer rela­ciones normales con Roma, y dar como tes­timonio el aceptar el nuevo rito y celebrarlo yo mismo. Hasta se ha llegado a enviar a alguien que me ofreció concelebrar conmigo con el nuevo rito a fin de manifestar que aceptaba con gusto esta nueva liturgia, y que hecho eso todo sería allanado entre nosotros y Roma. Me han puesto en las manos un misal nuevo, diciéndome: "Ésta es la misa que usted debe celebrar y que celebrará en adelante en todas sus casas". También me dijeron que si en esta fecha, hoy, este 29 de junio, ante toda esta asamblea, celebrá­bamos una misa según el nuevo rito, en lo sucesivo todo quedaría' allanado entre noso­tros y Roma.


Así pues queda bien claro, bien nítido, que en el problema de la misa es donde se juega el drama entre Ecône y Roma.

¿Estamos  acaso  equivocados  al  obstinar­nos en querer conservar el rito de siempre? Por supuesto, hemos rezado, hemos consul­tado, hemos  reflexionado,  hemos meditado para saber si verdaderamente somos noso­tros los que estamos en el error, si verdade­ramente no teníamos razón suficiente para no someternos a este nuevo rito.   ¡Y bien! justamente, la insistencia que esgrimen los que son enviados por Roma para pedirnos cambiar de rito, nos hace reflexionar y te­nemos la convicción de que precisamente el nuevo rito de la misa expresa una nueva fe, una fe que no es la nuestra, una fe que no es la fe católica. Esta nueva misa es un sím­bolo, es una expresión, es una imagen de una nueva fe, de una fe modernista.   Porque si la Santísima Iglesia quiso conservar en todo el curso de los siglos ese precioso tesoro que nos ha dado del rito de la santa misa que fue canonizado por san Pío V, no es por nada.  Es porque en esta misa se encuentra toda nuestra fe, toda la fe católica, la fe en la Santísima Trinidad, la fe en la divinidad de  Nuestro  Señor  Jesucristo,  la  fe  en  la Redención de Nuestro Señor Jesucristo, la fe en la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, que  fue  derramada para  la  Redención  de nuestros pecados, la fe en la gracia sobrena­tural que nos viene del santo sacrificio de la misa, que nos viene de la Cruz, que nos viene por todos los sacramentos. Es en esto en lo que creemos.  Es en esto que creemos al celebrar el santo sacrificio de la misa de siempre. Esto es una lección de fe, y al mis­mo tiempo una fuente de nuestra fe, indis­pensable para nosotros en esta época en que nuestra fe es atacada de todas partes.   Te­nemos necesidad de esta misa verdadera, de esta misa de siempre, de este sacrificio de Nuestro  Señor  Jesucristo  para  llenar  real­mente nuestras almas con el Espíritu Santo y con la fuerza de Nuestro Señor Jesucristo. Ahora bien, es evidente que el nuevo rito transparenta y, si puedo decirlo, supone otra concepción de la religión católica.   Otra re­ligión.   Ya no es el sacerdote quien ofrece el santo sacrificio de la misa, es la asamblea. Ahora bien, esto es todo un programa.   En adelante es la asamblea también la que reem­plaza a la autoridad dentro de la Iglesia, es la asamblea episcopal la que  reemplaza el poder de los obispos, es el consejo presbi­teral el que reemplaza el poder del obispo en la diócesis, es el número el que manda en adelante en la santa Iglesia.  Y esto está expresado en la misa precisamente porque la asamblea reemplaza al sacerdote. A tal punto que ahora muchos sacerdotes ya no quieren celebrar la santa misa cuando no hay asam­blea.   Poco a poco es la noción protestante de la misa la que se introduce en la Santa Iglesia.  Y esto es conforme a la mentalidad del hombre moderno, a la mentalidad  del hombre   modernista,   absolutamente   confor­me; porque es el ideal democrático el que es fundamentalmente la idea del hombre mo­derno, es decir que el poder está en la asam­blea, la autoridad está en los hombres, en la masa y ya no en Dios-. Y esto es muy grave porque nosotros creemos que Dios es todopoderoso, creemos que Dios tiene toda auto­ridad, creemos que toda autoridad proviene de Dios, "omnis potestas a Deo". Nosotros no creemos que la autoridad viene del pue­blo, que la autoridad viene de la base. Ahora bien, ésa es la mentalidad del hombre mo­derno. Y la nueva misa es igualmente la expre­sión de esta idea de que la autoridad se en­cuentra en la base y ya no en Dios. Esta misa no es más una misa jerárquica, es una mi­sa democrática. Y esto es muy grave. Es la expresión de toda una nueva ideología. Se ha hecho entrar la ideología del hombre moder­no en nuestros ritos más sagrados. Y es esto lo que corrompe actualmente a toda la Igle­sia. Por esta idea de poder acordado a la base en la santa misa se ha destruido al sa­cerdocio.  Se destruye al sacerdocio.

Porque, ¿qué es el sacerdote si el sacer­dote ya no tiene un poder personal?

Ese poder le es dado por su ordenación, como la van a recibir dentro de un instante estos futuros sacerdotes. Van a recibir un carácter, un carácter que va a ponerlos por encima del pueblo de Dios. Ya no podrán decir nunca, después de la ceremonia, ya no podrán decir nunca, "somos hombres como los demás". No es verdad. Ya no serán hom­bres como los demás. Serán hombres de Dios. Serán hombres, casi diría yo, que par­ticipan de la divinidad de Nuestro Señor Je­sucristo por su carácter sacerdotal. Porque Nuestro Señor Jesucristo es sacerdote para la eternidad, sacerdote según el orden de Melquisedec porque es Jesucristo, porque la divinidad del Verbo de Dios fue infundida en esa humanidad que Él asumió y es en el momento en que Él asumió esa humanidad en el  seno  de  la  Santísima Virgen  María cuando Jesús se hizo sacerdote. La gracia de la cual estos jóvenes sacerdotes van a parti­cipar no es la gracia santificante de la que Nuestro Señor Jesucristo nos hace participar por la gracia del bautismo.  Es la gracia de unión, esa gracia de unión única con Nuestro Señor Jesucristo.   Es de esta gracia de la que van a participar porque es por su gracia de unión con la divinidad de Dios, con la divi­nidad del Verbo, que Nuestro  Señor  Jesu­cristo se hizo Sacerdote, que Nuestro Señor Jesucristo es Rey, que Nuestro Señor Jesu­cristo es Juez, que Nuestro Señor Jesucristo debe ser adorado por todos los hombres, por gracia de unión, gracia sublime, gracia que jamás ningún otro ser aquí abajo ha podido recibir. Esta gracia de la divinidad misma ba­jando a una humanidad que es Nuestro Señor Jesucristo lo ungía en cierta manera como el óleo que baja sobre la cabeza y que con­sagra a quien recibe ese óleo. La humanidad de Nuestro Señor Jesucristo fue penetrada por la divinidad del Verbo de Dios. Y es así cómo Él fue hecho Sacerdote, cómo fue he­cho Mediador entre Dios y los hombres. Y es de esa gracia de la que van a participar estos sacerdotes, la que los pondrá por encima del pueblo de Dios.  También serán ellos los in­termediarios entre Dios y el pueblo de Dios. No serán solamente los representantes  del pueblo de Dios, no serán los comisionados por el pueblo de Dios, no serán solamente los presidentes de la asamblea.   Son sacerdotes para la eternidad, marcados con ese carác­ter para la eternidad. Y nadie tiene derecho a no respetarlos, incluso si ellos no respeta­ran tal carácter. Siempre lo tienen en ellos, siempre lo tendrán en ellos.

Esto es lo que creemos.

Tal es nuestra fe y he aquí lo que consti­tuye nuestro santo sacrificio de la misa. Es el sacerdote quien ofrece el santo sacrificio de la misa, y los fieles participan de esta ofren­da con todo su corazón, toda su alma, pero no son ellos los que ofrecen el santo sacrifi­cio de la misa, basta como prueba que el sa­cerdote, cuando está solo, ofrece el sacrificio de la misa de la misma manera y con el mis­mo valor que si hay mil personas que lo rodean. Su sacrificio tiene un valor infinito. El sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo ofre­cido por el sacerdote tiene un valor infinito.

Eso es lo que creemos y es por esto que pensarnos que no podemos aceptar este nue­vo rito que es la obra de otra ideología, una ideología nueva. Se ha creído atraer al mun­do tomando las ideas del mundo. Se ha creído atraer a la Iglesia a gente que no cree to­mando las ideas de esas personas que no creen, tomando las ideas del hombre moder­no, ese hombre moderno que es un hombre liberal, un hombre modernista, que es un hombre que acepta la pluralidad de las reli­giones, que ya no acepta la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo. Esto lo he escu­chado dos veces a los enviados de la Santa Sede, quienes me dijeron que la realeza so­cial de Nuestro Señor Jesucristo ya no era posible en nuestro tiempo, que había que aceptar definitivamente el pluralismo de las religiones. He aquí lo que me dijeron: que la encíclica Quas Primas sobre la realeza de Nuestro Señor Jesucristo, que fue escrita por el papa Pío XI y que es tan bella, ya no se­ría, hoy, escrita por el Papa, eso es lo que me dijeron los enviados ofi­ciales de la Santa Sede.

Entonces nosotros no somos de esa religión.

No aceptamos esta nueva religión.

Nosotros somos de la religión de siempre, somos de la religión católica, no somos de esta religión universal como la llaman hoy en día. Ya no es la religión católica. Nosotros no somos de esa religión liberal, modernista, que tiene su culto, sus sacerdotes, su fe, sus catecismos, su biblia, su biblia ecuménica. Nosotros no la aceptamos. No aceptamos la biblia ecuménica. No hay una biblia ecu­ménica. Existe la Biblia de Dios, la Biblia del Espíritu Santo, que fue escrita bajo la in­fluencia del Espíritu Santo. Es la palabra de Dios. No tenemos derecho a mezclarla con la palabra de los hombres. No hay bi­blia ecuménica que pueda existir. Hay sólo una palabra, la palabra del Santo Espíritu. No aceptamos los catecismos que ya no afir­man nuestro Credo. Y así con lo demás. No podemos aceptar esas cosas. Es contrario a nuestra fe.  Lo lamentamos infinitamente.

Significa un dolor inmenso, inmenso, para nosotros el pensar que estamos en dificul­tades con Roma a causa de nuestra fe. ¿Có­mo es esto posible? Es algo que sobrepasa la imaginación, que nunca hubiéramos po­dido creer, sobre todo en nuestra infancia, cuando todo era uniforme, cuando la Iglesia creía con su unidad general la misma fe, te­nía los mismos sacramentos, el mismo sa­crificio de la misa, el mismo catecismo. Y he aquí que de golpe todo esto está dividido, desgarrado.

Esto se lo dije a los que vinieron de Roma, les dije: unos cristianos están desgarrados en su familia, en su hogar, entre sus hijos, están desgarrados en su corazón a causa de esta división en la Iglesia, de esta nueva religión que se enseña y que sepractica. Hay sacer­dotes que mueren  prematuramente,  desga­rrados en su corazón y en su alma de pensar que ya no saben qué hacer. O someterse a la obediencia y perder en cierta forma la fe de su infancia y de su juventud, y renunciar a las promesas que hicieron en el momento de su sacerdocio al prestar el juramento antimo­dernista, o si no tener la impresión de sepa­rarse de aquél que es nuestro padre, el Papa, de aquél que es el representante de san Pen­dro; ¡qué desgarramiento para esos sacerdo­tes! 

  Muchos sacerdotes han muerto prema­turamente de dolor. Ahora hay sacerdotes expulsados de sus iglesias, perseguidos por­que dicen la misa de siempre.   Estamos en una situación verdaderamente dramática. Te­nemos que elegir entre una apariencia, diría yo, de obediencia, porque el Santo Padre no puede pedirnos que abandonemos nuestra fe, es imposible. ¡Y bien!, elegimos no abandonar nuestra fe en lo que la Iglesia ha enseñado durante dos mil años porque en esto no po­demos  equivocarnos.   La   Iglesia  no  puede estar en el error, es absolutamente imposi­ble, y es por esto que estamos apegados a esta Tradición que se expresó de una manera ad­mirable, y de una manera definitiva, como tan bien lo dijo el papa san Pío V, de una manera definitiva en el sacrificio de la misa.

Tal vez mañana en los diarios aparezca nuestra condenación, es muy posible, a causa de esta ordenación de hoy; seré probablemen­te castigado con una suspensión, estos jóve­nes sacerdotes serán castigados con una irre­gularidad que en principio debería impedir­les decir la santa misa. Es posible.

¡Pues bien! ¡Apelo a san Pío V!

San Pío V que en su Bula dijo que, a per­petuidad, ningún sacerdote podrá incurrir en una censura, cualquiera que fuese, si dice esta misa. Y por consiguiente esta censura, esta excomunión si hubiere una, esas censuras si las hay, serán absolutamente inválidas, con­trarias a lo que san Pío V afirmó en su Bula, a perpetuidad. Jamás en ningún tiempo se podrá infligir una censura a un sacerdote que diga esta santa misa. ¿Por qué? Porque esta misa está canonizada. Él la canonizó defini­tivamente. Ahora bien, un papa no puede anular una canonización. El papa puede ha­cer un nuevo rito, pero no puede anular una canonización, no puede prohibir una misa que está canonizada. Así, si canonizó a un santo, otro papa no puede venir y decir que ese santo no está canonizado. No es posible. Esa misa fue canonizada por san Pío V. Y es por ello que podemos decirla con toda tranquilidad, con toda seguridad y hasta es­tar seguros de que diciendo esta misa profe­samos nuestra fe, mantenemos nuestra fe y mantenemos la fe de los fieles. Es la mejor manera de mantenerla.

Y es por ello que vamos a proceder den­tro de unos instantes a estas ordenaciones.

Por cierto, nos gustaría recibir una bendi­ción como en otros tiempos se la recibía de la Santa Sede. Se recibían endiciones pro­venientes de Roma para los nuevos ordenan­ dos. Pero pensamos que Dios está ahí y que todo lo ve y que bendice también esta ceremonia que nosotros hacemos y que un día cosechará con seguridad los frutos que Él desea y nos ayudará en todo caso a man­tener nuestra fe y a mantener la Iglesia. Se lo pedimos sobre todo a la Santísima Virgen María y a san Pedro y a san Pablo hoy. Pidamos a la Santísima Virgen María que es la madre del sacerdocio, que dé a estos jó­venes la verdadera gracia del sacerdocio, quedé el Espíritu que dio por su intermedio a los apóstoles el día de Pentecostés. Pedimos a San Pedro y a San Pablo que mantengan en nosotros esa fe en Pedro. ¡Oh, sí!, tenemos fe en Pedro, tenemos fe en el sucesor de Pe­dro, pero como lo dice muy bien el papa Pío IX en su constitución dogmática, el Papa ha recibido al Espíritu Santo no para hacer ver­dades nuevas sino para mantenernos en la fe de siempre. Ésa es la definición del Papa durante el concilio Vaticano I por el papa
Pío
IX.
Y es por ello que estamos persua­didos de que 
manteniendo esas tradiciones manifestamos nuestro amor, 
nuestra docili­dad al papa, sucesor de Pedro.


Continúa en la entrega II