Por eso me obstino, y si se quiere conocer el
motivo profundo de esa obstinación, helo aquí. En la hora de mi muerte, cuando
Nuestro Señor me pregunte: "¿Qué has hecho de tu episcopado, qué has hecho
de tu gracia episcopal y sacerdotal?", no quiero oír de su boca estas
terribles palabras: "Has contribuido a destruir mi Iglesia con los
demás".
(Mons. Lefebvre)
|
Monseñor Fellay y Benedicto XVI |
DECLARACIÓN DOCTRINAL
DEL 15 DE ABRIL DE 2012
QUE MONSEÑOR FELLAY
ENVIÓ AL CARDENAL LEVADA.
I. Nosotros prometemos ser siempre fieles a la Iglesia
Católica y al Pontífice romano, su Pastor supremo, Vicario de Cristo, sucesor
de Pedro y jefe del Cuerpo de los obispos.
II. Nosotros declaramos aceptar las enseñanzas del
Magisterio de la Iglesia en materia de fe y de moral, dándole a cada afirmación
doctrinal el grado de adhesión requerido, según la doctrina contenida en el n°
25 de la Constitución dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II (1)
III. En particular:
1. Nosotros declaramos aceptar la doctrina sobre el
Pontífice romano y sobre el Colegio de los obispos, con su jefe, el Papa,
enseñada por la Constitución dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II,
capítulo 3 (De constitutione hierarchica Ecclesiæ et in specie de episcopatu),
explicada e interpretada por la Nota explicativa prævia de este mismo capítulo.
2. Nosotros reconocemos la autoridad del Magisterio
solamente al cual está confiada la tarea de interpretar auténticamente la
Palabra de Dios escrita o transmitida (2) en la fidelidad a la Tradición,
recordando que “El Espíritu Santo no ha sido prometido a los sucesores de Pedro
para que ellos den a conocer, bajo su revelación, una nueva doctrina, sino para
que con su asistencia ellos guarden santamente y expresen fielmente la
revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe” (3)
3. La Tradición es la transmisión viva de la Revelación «
usque ad nos » (4) y la Iglesia en su doctrina, en su vida y en su culto,
perpetúa y transmite a todas las generaciones lo que ella es y todo lo que ella
cree. La Tradición progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo.
(5), no como una novedad contraria (6) sino por una mejor
comprensión del depositum fidei (7).
4. La completa Tradición de la fe católica debe ser el
criterio y la guía para la comprensión de las enseñanzas del Concilio Vaticano
II, el cual a su vez, ilumina –es decir profundiza y explica ulteriormente-
ciertos aspectos de la vida y de la doctrina de la Iglesia, implícitamente
presentes en ella, y aún no formulados conceptualmente (8).
5. Las afirmaciones del Concilio Vaticano II y del
Magisterio Pontifical posterior relativos a la relación entre la Iglesia
católica y las confesiones cristianas no-católicas, así como el deber social de
religión y al derecho a la libertad religiosa, cuya formulación es difícilmente
conciliable con las afirmaciones doctrinales precedentes del Magisterio, deben
ser comprendidos a la luz de la Tradición entera e ininterrumpida, de manera
coherente con las verdades enseñadas precedentemente por el Magisterio de la
Iglesia, sin aceptar ninguna interpretación de estas afirmaciones que pueda
llevar a exponer la doctrina católica en oposición o en ruptura con la
Tradición y con este Magisterio.
6. Es por eso que es legítimo promover por una legítima
discusión el estudio y la explicación teológica de las expresiones y de las
formulaciones del Concilio Vaticano II y del Magisterio que le siguió, en el
caso donde ellas no parezcan conciliables con el Magisterio anterior de la
Iglesia (9).
7. Nosotros declaramos reconocer la validez del sacrificio
de la Misa y de los Sacramentos celebrados con la intención de hacer lo que
hace la Iglesia según los ritos indicados en las ediciones típicas del Misal
romano y de los Rituales de los Sacramentos legítimamente promulgados por los
papas Paulo VI y Juan Pablo II.
8. Siguiendo los criterios enunciados aquí arriba (III,5),
así como el canon 21 del Código, nosotros prometemos respetar la disciplina
común de la Iglesia y las leyes eclesiásticas, especialmente aquellas que están
contenidas en el Código de derecho canónico promulgado por el papa Juan Pablo
II (1983) y en el código de derecho canónico de las Iglesias orientales
promulgado por el mismo Pontífice (1990), quedando a salvo la disciplina que se
le conceda a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X por una ley particular.
—————————————–
Notas:
(1) Cf. también la nueva fórmula de la Profesión de fe y del
Juramento de fidelidad para asumir un cargo ejercido a nombre de la Iglesia, 1989;
cf. CIC cann. 749; 750, 1et 2; 752; CCEO cann. 597; 598, 1 et 2; 599.
(2) Cf. Pio XII, encíclica Humani Generis.
(3) Vaticano I, Constitución dogmática, Pastor aeternus, Dz.
3070.
(4) Concilio de Trento, Dz. 1501: « Toda la verdad saludable
y toda regla moral (Mat. XVI, 15) están contenidas en los libros escritos y en
las tradiciones no escritas que, recibidas por los Apóstoles de la boca del
mismo Cristo o transmitidas como de mano en mano por los Apóstoles por
inspiración del Espíritu Santo, llegaron hasta nosotros.»
(5) Cf. Concilio Vaticano
II, Constitución dogmatica Dei Verbum, 8 et 9, Denz.4209-4210.
(6) Vaticano I, Constitución dogmática Dei Filius, Dz. 3020
: «También se debe siempre retener el sentido de los dogmas sagrados que la
Santa Madre Iglesia ha determinado de una vez por todas, y jamás desviarse de
ellos bajo el pretexto y en nombre de una inteligencia superior de estos
dogmas. Creciendo y multiplicándose abundantemente, en cada uno como en todos,
en todos los hombres pero también en toda la Iglesia, durante el curso de las
edades y los siglos, la inteligencia, la ciencia y la sabiduría; pero solamente
en el rango que les conviene, es decir, en la unidad del dogma, de sentido y de
manera de ver (San Vicente de Lérins, Commonitorium 28) »
(7) Vaticano I, Constitución dogmatica Dei Filius, Dz. 3011
; Juramento antimodernista, nº 4 ; Pio XII, Carta encíclica Humani Generis, Dz
3886 ; Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Dei Verbum, 10, Dz. 4213.
(8) Como por ejemplo la enseñanza de la sacramentalidad del
episcopado en Lumen Gentium, nº 21. (9) Se encuentra un paralelo en la historia
con el Decreto de los Armenios del Concilio de Florencia, donde la entrega de
los instrumentos estaba indicada como materia del sacramento del Orden. Sin
embargo, los teólogos discutieron legítimamente, incluso después de este
decreto, sobre la exactitud de tal afirmación, y finalmente el tema fue
resuelto de otra manera por el Papa Pío XII.
PROFESIÓN DE FE DE MONSEÑOR LAZO
|
Monseñor Salvador Lazo |
El 8 de mayo de 1998, el Cardenal Sin, Arzobispo de Manila
(Filipinas), organizó una gran reunión interconfesional para pedir unas
elecciones pacíficas, invitando a budistas, musulmanes, protestantes, taoístas
y representantes de cultos indígenas a rezar en la catedral de la Inmaculada
Concepción, renovando así en Manila el escándalo de Asís.
El 17 de mayo de 1998, Monseñor Salvador Lazo, Obispo
emérito de La Unión, envió una carta al Cardenal Sin, reprochándole haber
transgredido públicamente el primer mandamiento de la ley de Dios, y
recordándole las sanciones previstas por el Código de Derecho Canónico
(sospecha de herejía según el canon 2316 del Código de 1917... imposición de
una pena justa según el mismo Código), así como la amenaza de Nuestro Señor de
arrojar fuera “la sal que perdió su sabor”. Lo llama a “volver a la verdadera
fe católica, la fe de un San Pío V la que venció en Lepanto, de un Pío XI que,
en su encíclica «Mortalium animos» ya condenó lo que usted acaba de hacer”.
El 18 de mayo, mediante un comunicado a la prensa, anunció
que el 24 de ese mismo mes iba a hacer una profesión solemne de fe, dirigida a
Su Santidad el Papa Juan Pablo II, en la iglesia Nuestra Señora de las
Victorias, perteneciente a la Fraternidad San Pío X, e invitó a la prensa a
cubrir el acontecimiento.
Ese domingo 24, luego de la Santa Misa, Monseñor Lazo
realizó la siguiente profesión solemne de Fe. He aquí su texto:
MI
DECLARACIÓN DE FE
A Su Santidad
El Papa Juan Pablo II
Obispo de Roma y Vicario de Jesucristo,
Sucesor de San Pedro, Príncipe de los Apóstoles,
Supremo Pontífice de la Iglesia universal,
Patriarca de Occidente, Primado de Italia,
Arzobispo y Metropolitano de la Provincia de Roma,
Soberano de la ciudad del Vaticano.
Jueves de la Ascensión, 21 de mayo de 1998
Santísimo Padre,
En el décimo aniversario de la consagración de cuatro
Obispos católicos por parte de Su Excelencia Monseñor Marcel Lefebvre para la
supervivencia de la Fe católica, declaro que, por la gracia de Dios, soy
católico romano. Mi religión ha sido fundada por Jesucristo cuando dijo a
Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (San Mateo,
XVI, 18).
Santo Padre, mi Credo es el Credo de los apóstoles. El
depósito de la Fe viene de Jesucristo y se completó con la muerte del último
apóstol. Ha sido confiado a la Iglesia católica romana para servir de guía para
la salvación de las almas hasta el fin de los tiempos.
San Pablo ordenó a Timoteo: “Oh, Timoteo, conserva el
depósito” (I Timoteo, VI, 20).
¡El depósito de la Fe!
Santo Padre, San Pablo parece decirme: “Guarde el
depósito... se le ha confiado un depósito, no lo que usted vaya descubriendo.
Lo ha recibido, no sacado de su propio fondo. No depende de la intervención
personal, sino de la doctrina. No es para su uso privado, sino que pertenece a
la Tradición pública. No viene de usted, sino que le ha llegado a usted. No
puede actuar con él como si fuese usted su autor, sino solamente como un
guardián. No es el iniciador, sino el discípulo. No le pertenece a usted el regularlo,
sino el ser regulado por él” (San Vicente de Lerins, Commonitorium, nº 22).
El Santo Concilio Vaticano I enseña que “la doctrina de Fe
que Dios ha revelado, no ha sido propuesta como un hallazgo filosófico que deba
ser perfeccionado por los ingenios humanos, sino entregada a la Esposa de
Cristo como un depósito divino, para ser fielmente guardada e infaliblemente
declarada. De ahí que también hay que mantener perpetuamente aquel sentido de
los sagrados dogmas que una vez declaró la santa madre Iglesia y jamás hay que
apartarse de ese sentido so pretexto y nombre de una más alta inteligencia”
(Constitución dogmática “Dei Filius”, Dz. 1800).
“No fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo
para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que,
con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación
transmitida por los Apóstoles, es decir el depósito de la fe” (Vaticano I,
Constitución dogmática “Pastor Aeternus”, Dz. 1836).
Además, “el poder del Papa no es ilimitado: no solamente no
puede cambiar nada de lo que es de institución divina, como por ejemplo,
suprimir la jurisdicción episcopal, sino que, colocado para edificar y no para
destruir, por ley natural no debe sembrar la confusión en el rebaño de Cristo”
(“Diccionario de teología católica”, T. II, col. 2039-2040).
También San Pablo fortalecía así la fe de sus convertidos:
"Pero, aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un
Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema" (Gálatas, I,
8).
Como Obispo católico, he aquí brevemente mi posición sobre
las reformas posconciliares del Concilio Vaticano II:
Si las reformas conciliares son conformes a la voluntad de
Jesucristo, entonces colaboraré con gusto en su realización. Pero si las
reformas conciliares están planificadas para la destrucción de la religión
católica fundada por Jesucristo, entonces rehúso mi cooperación.
Santo Padre, en 1969 se recibió en San Fernando, diócesis de
La Unión, una notificación de Roma. Decía que la Misa latina tridentina debía
ser suprimida y que debía ser utilizado el Novus Ordo Missæ. No se daba ninguna
razón. La orden, proveniente de Roma, fue acatada sin protestas (Roma locuta
est, causa finita est).
Me jubilé en 1993, 23 años después de mi consagración
episcopal. Desde mi jubilación he descubierto la verdadera razón de la
supresión ilegal de la Misa latina tradicional: la Misa antigua era un
obstáculo para la introducción del ecumenismo. La Misa católica contenía los
dogmas católicos que los protestantes niegan. A fin de llegar a la unidad con
las sectas protestantes, la Misa latina tridentina debía ser puesta en desuso y
reemplazada por el Novus Ordo Missæ.
El Novus Ordo Missæ fue compuesto por Annibale Bugnini, un
masón; seis ministros protestantes ayudaron a Monseñor Bugnini a fabricarla.
Los novadores se esmeraron en que ningún dogma católico que ofendiera a los
oídos protestantes fuese dejado en las oraciones. Suprimieron todo lo que
plenamente expresaban los dogmas católicos y lo reemplazaron por textos muy
ambiguos de tendencias protestantes y herejes. Hasta han cambiado la forma de
la Consagración dada por Jesucristo. Con tales modificaciones, el nuevo rito se
volvió más protestante que católico.
Los protestantes afirman que la Misa no es más que una
simple cena, una simple comunión, un simple banquete, un memorial. El Concilio
de Trento insistió en la realidad del Sacrificio de la Misa, que es la
renovación incruenta del sacrificio sangriento de Cristo sobre el Calvario.
“Así, pues, el Dios y Señor nuestro, aunque había de
ofrecerse una sola vez a sí mismo a Dios Padre en el altar de la cruz (...)
ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y de vino y
bajo los símbolos de esas mismas cosas, los entregó, durante la Última Cena, la
noche en que librado, a fin de dejar a la Iglesia, su esposa bienamada, un
sacrificio que fuese visible (como lo exige la naturaleza humana) por el cual
el sacrificio sangriento cumplido una vez por todas sobre la cruz pueda ser
presentado de nuevo” (Dz. 938).
En consecuencia, la Misa es también una comunión del
sacrificio que acaba de ser celebrado: un banquete donde se come la Víctima
inmolada en sacrificio. Pero si no hay sacrificio, no hay comunión con él. La
Misa es, primero y ante todo, un sacrificio, y en segundo lugar, una comunión o
cena.
También se debe remarcar que, en el Novus Ordo Missæ, la
presencia real de Cristo en la Eucaristía está implícitamente negada. La misma
observación también es verdadera con respecto a la doctrina de la Iglesia sobre
la transubstanciación.
Con relación a eso, el sacerdote, que antaño era un
sacerdote que ofrecía un sacrificio, en el Novus Ordo Missæ ha sido rebajado al
papel de presidente de una asamblea. Para tal papel es que se presenta frente
al pueblo. En la Misa tradicional, en cambio, el sacerdote se presenta frente
al sagrario y al altar, donde se encuentra Jesucristo.
Luego de haber tomado conciencia de estos cambios, he
decidido dejar de decir el nuevo rito de la Misa que había dicho durante más de
27 años por obediencia a mis superiores eclesiásticos. He vuelto a la Misa
latina tridentina, porque es la Misa instituida por Jesucristo en la Última
Cena, la renovación incruenta del Sacrificio de Jesucristo sobre el Calvario.
Esa Misa de siempre santificó la vida de millones de cristianos con el correr
de los siglos.
Santo Padre, con todo el respeto que tengo por Usted y por
la Santa Sede de San Pedro, no puedo seguir su enseñanza personal sobre la
“salvación universal”: está en contradicción con las Sagradas Escrituras.
Santo Padre, ¿todos los hombres serán salvados? Jesucristo
quería que todos los hombres sean redimidos. Murió, de hecho, por todos
nosotros. Sin embargo, no todos los hombres serán salvados, porque no todos los
hombres cumplen las condiciones necesarias para pertenecer al número de los
elegidos de Dios en el cielo.
Antes de subir al cielo, Jesucristo les confió a sus
apóstoles el deber de predicar el Evangelio a toda la creación. Sus
instrucciones ya indicaban que no todas las almas serían salvadas. Dice: “Id
por el mundo entero, predicad el Evangelio a toda la creación. Quien creyere y
fuere bautizado, será salvo; mas, quien no creyere, será condenado” (San
Marcos, XVI, 15-16).
San Pablo empleaba el mismo lenguaje para con sus
convertidos: “¿No sabéis que los inicuos no heredarán el reino de Dios? No os
hagáis ilusiones. Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni
los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los
borrachos, ni los maldicientes, ni los que viven de rapiña, heredarán el reino
de Dios” (I Corintios, VI, 9-10).
Santo Padre, ¿debemos respetar a las falsas religiones?
Jesucristo fundó una sola Iglesia en el seno de la cual se puede ser salvo: es
la Santa Iglesia católica, apostólica y romana. Cuando enseñó todas las
doctrinas y verdades necesarias para salvarse, Jesucristo no dijo: “respeten a todas
las falsas religiones”. De hecho, el Hijo de Dios ha sido crucificado sobre la
cruz porque en sus enseñanzas no tuvo compromisos con nadie.
En 1910, en su carta “Notre charge apostolique”, el Papa San
Pío X nos puso en guardia contra el espíritu interconfesional, que forma parte
de un gran movimiento de apostasía organizado en todos los países para erigir
una iglesia mundial.
El Papa León XIII advirtió que “tratar a todas las
religiones de la misma manera (...) es algo calculado para arruinar toda forma
de religión, y especialmente la religión católica, que por ser la verdadera no
puede —sin gran injusticia— ser mirada como simplemente igual a las otras
religiones” (“Humanum genus”). El procedimiento va desde el catolicismo al
protestantismo, desde el protestantismo al modernismo, desde el modernismo al
ateísmo.
El ecumenismo, tal como se lo practica hoy, se opone
diametralmente a la doctrina y a la práctica católica tradicionales.
Rebajar la única religión verdadera, fundada por Nuestro
Señor, al mismo nivel que las religiones falsas, obras de los hombres, es algo
que los Papas en el curso de los siglos han prohibido estrictamente a los
católicos que hagan.
“Es evidente que la Sede Apostólica de ninguna manera puede
tomar parte de estas asambleas (ecuménicas) y que de ninguna manera les está
permitido a los católicos darles su aprobación o sostén a tales empresas”. (Pío
XI, “Mortalium animos”).
Soy partidario de la Roma eterna, la Roma de los Santos
Pedro y Pablo. No quiero seguir a la Roma masónica. El Papa León XIII condenó a
la masonería en su encíclica “Humanum genus” en 1884.
No acepto tampoco a la Roma modernista. El Papa San Pío X
condenó al modernismo en su encíclica “Pascendi dominici gregis” en 1907.
No sirvo a la Roma controlada por los masones, que son los
agentes de Lucifer, el Príncipe de los demonios.
Pero sostengo a la Roma que conduce fielmente la Iglesia
católica, a fin de cumplir la voluntad de Jesucristo, la glorificación del Dios
tres veces santo, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Me considero
feliz por haber recibido, en medio de esta crisis de la Iglesia católica, la
gracia de haber vuelto a la Iglesia que se adhiere a la Tradición católica.
Gracias a Dios, digo de nuevo la Misa tradicional: la Misa instituida por Jesús
en la Última Cena, la Misa de mi ordenación.
Que la Bienaventurada Virgen María, San José, mi santo
Patrono San Antonio, San Miguel y mi Ángel de la Guarda se dignen ayudarme a
permanecer fiel a la Iglesia católica fundada por Jesucristo para la salvación
de los hombres.
Ojalá obtenga yo la gracia de permanecer hasta la muerte en
el seno de la Santa Iglesia católica apostólica y romana, que adhiere a las
antiguas tradiciones, y que sea siempre fiel sacerdote y Obispo de Jesucristo,
Hijo de Dios.
Muy respetuosamente,
Monseñor Salvador L. Lazo, DD Obispo emérito de San Fernando
de La Unión.
Tomado de la revista “Iesus Christus” nº 59,
septiembre-octubre 1998, págs. 23-25.
Publicado por Ariete Católico
- Lunes,
16 de febrero de 2015