jueves, 26 de febrero de 2015

DOMINGO PRIMERO DE CUARESMA - II . Por el Padre Leonardo Castellani


TENTACIONES DE CRISTO.
Por Duccio Di Buoninsegna

            De las Tentaciones de Cristo hay mucho que ha­blar; pero seamos breves y notemos tres puntos prin­cipales: el Tentador, el Tentado y nosotros.

            El espíritu maligno no sabía seguro si Cristo era el Mesías, ni mucho menos si era Dios o no. Parece increíble, con el talento que tiene el diablo, y cono­ciendo las profecías mesiánicas mejor que cualquier rabino, que no sacara la conclusión que tantos hombres sacaron. Pero es así, basta leer los Evangelios; además San Pablo dice expresamente que el diablo no hubiera crucificado (por medio de los judíos) a Cristo, si hu­biese sabido que era el Hijo de Dios (1 Corint. II, 8).

            Que un Dios se haga hombre es un Misterio Abso­luto; es como si dijéramos un Absurdo: no cabe en ninguna cabeza creada. Eso no se puede conocer y sa­ber sino es mediante un acto de fe sobrenatural, un acto que es imposible sin la gracia de Dios; la cual el diablo no tiene. La ciencia no basta para alcanzar la fe; es necesaria también la buena voluntad, de que el diablo carece.

            Por eso el fin del Tentador fue, como aparece cla­ramente, no sólo hacer pecar a Cristo sino también sacarse él esa duda; lo cual no consiguió: “Si eres Hijo de Dios, haz que estas piedras se conviertan en pan”. Pero hay que reconocerle al diablo que su atrevimiento es infinito: es un sinvergüenza, porque no tiene ya na­da que perder. ¡Sospechando que Cristo era una per­sona divina, haberlo sin embargo agarrado y llevado al Campanario! “¡Qué miedo tendría el maldito —dice Santa Teresa— mientras iba volando”... Pero en rea­lidad no sabemos si fue volando.

            El diablo tiene un poder grandísimo —eso mues­tra este Evangelio— y por otra parte es un poder vano, porque se puede vencer “de palabra", con la palabra de Dios.

            Gran encomio de la Escritura Sagrada hay en este Evangelio: Cristo vence las Tres Tentaciones con el arma de la Escritura. Pero el poder del diablo es tre­mendo en los que están desarmados. Cuando le dijo a Cristo: "Todo esto es mío y a quien yo quiera se lo doy”, mostrándole los Reinos de la Tierra (en la polí­tica se puede decir que el diablo no tiene rival) Cristo no le respondió: “¡Mentiroso! Todo esto es de Dios, no tuyo”; no se metió a discutir con él, porque en al­gún sentido todo eso es, en efecto, del diantre; en el sentido de que hoy día, por nuestros pecados, él lo mangonea todo. El es el Fuerte Armado, es la Potencia de las Tinieblas, es el Príncipe de este mundo, como lo designó Cristo en otros lugares. Es probable que Satán de nacimiento haya sido el Arcángel que estaba predes­tinado al manejo y control del mundo material; o por lo menos, de este planeta; y por haber pecado, no per­dió ese poder connatural para con el pobre “planeta mudo” 1. Pero “todo poder de Dios es”.

            Eso que llamaban nuestros mayores “vender el al­ma al diablo” es posible: es la operación que se pro­puso a Cristo en la Tercera Tentación. Cuando en este mundo a un malvado le va bien incesantemente, se tra­ta de un demoníaco; a los inicuos comunes, la moral los castiga a corto plazo. Si Dios no se lo impide, el diablo puede hacer cosas rarísimas con los hombres; y esto yo lo sé por los libros; pero si yo dijera que lo sé solamente por los libros, mentiría.

            ¿Por qué tentó a Cristo con esas cosas raras? Con la Bobobrígida 2 o algunas de las otras animalitas de Dios que nos hacen el honor de divertir a la plebe porteña; con la llave del Banco Central; o con las urnas llenas de votos en el Congreso, yo lo tiento a cualquiera. Pero ¿con piedras, con vuelos sin motor, con pro­mesas fantásticas de Imperios Universales?...
            El diablo sabía que Cristo era un varón religioso —lo había visto prepararse para su misión religiosa con el ayuno de Moisés, lo había visto arder como una gran fogata en oración continua—; y lo tentó como a un hombre religioso: en el plano religioso, no en el plano carnal. Una nota del Evangelio de Straubinger dice: "la primera fue una tentación de sensualidad..."

            Es un error. Las tres fueron tentaciones de soberbia. El diablo tienta de soberbia, no de sensualidad, a los que hacen Cuaresmas tan rigurosas como Cristo.

            El diablo es la mona de Dios, puesto que querer "ser como Dios” fue su caída y es su constante manía. El diablo tienta prometiendo o dando las cosas de Dios: lo mismo que Dios nos ha de dar si tenemos espero y fidelidad: Cristo podía procurarse pan con esperar un poco ("y los ángeles se lo sirvieron”) sin necesidad de un milagro. El diablo nos empuja, nos precipita, es la espuela del mundo: nos invita a anti­cipar, a desflorar, a llegar antes. A los primeros hom­bres les dijo: “Seréis como dioses” que es efectivamen­te lo que Dios se propuso hacer y hace, por medio de la adopción divina (la gracia elevante) y la visión bea­tífica, con el hombre. “Entonces seremos como El, por­que le veremos como El es” — dice San Juan. Eva pecó porque codició una anticipación de la visión divina. No podemos ser tentados sino de acuerdo a nuestro na­tural.

            Así pues a Jesús lo tentó de acuerdo a su natural con lo mismo que El había de lograr un día: Cristo había de convertir las piedras de la gentilidad en el pan de su Cuerpo Místico, conforme a aquello: — “¿Creéis vosotros que de estas piedras no puedo yo sacar hijos de Abraham?” Cristo había de volar visible­mente a los cielos delante de sus apóstoles y unos qui­nientos discípulos. Finalmente, Cristo algún día ha de ser Rey Universal del mundo entero, como lo es desde ya en derecho y esperanza.

            El diablo está hoy día tentando a la Humanidad con un Reino Universal obtenido sin Cristo con las so­las fuerzas del hombre. Todo ese gran movimiento del mundo de hoy — la Onu, la Unesco, la Unión de las Igle­sias Protestantes, los Grandes Imperialismos, las pro­mesas de "mil años de paz” por parte de los Conducto­res — representa esa aspiración irrestrañable de la Humanidad al Milenio, a su unidad natural y pacífica, a su integración como Género Humano.

            Es inútil oponerse a esa aspiración actualísima (se equivocan los ultra-nacionalistas) porque es un anhelo que está en las entrañas de la evolución histórica del mundo: como que es una promesa divina. Pero el dia­blo quiere llegar antes. Los cristianos sabemos que esto vendrá, pero que sólo puede venir con y por Cris­to; y que esta manera cómo se está haciendo ahora, no podemos aceptarla, porque es la vasta preparación del Anticristo. "Si esto es servir a la patria — a mí no me gusta el cómo”. De manera que aparecemos como impotentes por un lado; como atrasados y reacciona­rios por otro. Paciencia.

            La Iglesia hoy día aparece en plena crisis; no pue­de conseguir la paz de los pueblos, la necesidad más urgente del mundo, está confusionada dentro de sí mis­ma; no hace más que tomar medidas y actitudes apa­rentemente negativas: “Syllabus”, “Juramento anti-modernístico", prohíbo esto, prohíbo lo otro. No está a la cabeza de la "civilización” como en otros tiempos, no hace más que tirar hacia atrás: es que la "civilización” ha entrado por un mal camino; por el de la Torre de Babel. Camino satánico.

            “Todo esto es mío y lo doy a quien yo quiero; todo esto te daré si cayendo a mis pies me adorares”.

            Un hombre algún día aceptará este trato. No sé qué día. Un amigo mío que se las echa de profeta dice que ese hombre nacerá en 1963 y será Emperador en 1996. Yo creo que ni él ni yo lo sabemos. Yo al menos no lo sé.

            No es necesario saber mucho griego ni latín para predecir que la Iglesia será tentada, si Cristo fue ten­tado; y lo será con las mismas tentaciones de Cristo.

            Podríamos decir quizá que en la Edad Media fue la primera, en el Renacimiento la segunda y ahora la tercera tentación. Así para entendernos; aunque las tres funcionan juntas, mirándolo bien.

            La primera tentación es ésta: por medio de lo re­ligioso procurarse cosas materiales (como si dijéramos cambiar milagros por pan) la cual puede llegar a un extremo que se llama “simonía”, o venta de lo sagra­do. Pero los curas también tienen que comer y la Igle­sia necesita bienes. Yo no niego que la Iglesia necesita bienes, lo que yo sé es que hay una rayita finita, pasada la cual los "bienes” se convierten en "males”. De modo que el efecto más bien viene a ser tomar el pan y conertirlo en piedra; milagro al revés; como por ejemplo hacer grandes templos de piedra donde falta el pan de la palabra divina —“de la cual, como del pan, vive el hombre”, contestó Cristo a Satán.

            La segunda tentación es, por medio de la religión procurarse prestigio, poder, pomposidades y “la gloria que dan los hombres". Y también es verdad que la Igle­sia necesita buen nombre, porque una de las notas distintivas de la verdadera religión es que sea "santa”. Y así uno de los principales argumentos de San Agus­tín contra los herejes y paganos eran las admirables "costumbres” de la Iglesia primitiva contrapuestas a las malas costumbres de ellos. Véanse sus libros: “De Civitate Dei”, “De Móribus Ecclesiae”, “De Móribus Manichoeorum”...

            Pero una cosa es que los demás lo prediquen a uno santo; y otra, predicarse a sí mismo. Días pasados oí a un predicador que se mandó una alabanza de la Or­den a que él pertenecía, que tembló el Campanario de la Iglesia —o sea el Pináculo del Templo—; y no pude menos que pensar: "Esto sería mejor que lo dijese el pueblo".

            La tercera tentación es desembozadamente satáni­ca; postrarse ante el diablo a fin de dominar al mundo.

            ¿Puede la Iglesia ser tentada así? La Iglesia no es más que Cristo. La crueldad, por ejemplo, es  demoníaca. Lo santo y lo demoníaco son contrarios y por tanto están en el mismo plano; y la corrupción de lo mejor es lo peor. Hablando de Savonarola, el Cardenal Newman dijo: “La Iglesia no puede ser reformada por la desobediencia…” ---“Mucho menos por la crueldad mi caro Cardenal…” ---Le contestó su interlocutor. El asceta puede ser tentado de dureza de corazón, de inhumanidad, de crueldad. “Mi hija se ha vuelto cruel como el avestruz” ---Dice Dios por el Profeta.

             Esta es la última tentación, de la cual Dios me libre y guarde; y sobre todo, que Dios libre y guarde a los otros. Como dijo el jachalero Ramón Ibarra cuando se peleó a cuchillo con Dionisio Mendoza y lo querían sujetar: “¡Asujételón! ¡Asujetelón! ¡Asujetelón al otro! ¡Que yo, mal que bien, me asujeto solo!”
         
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1. Alude a la novela teológica de C. S. Lewis “Out of the silenl Planet".

2.”Bobobrígida”, deformación humorística de Lollobrígida, famosa actriz italiana en la época en que fueron escritas esas palabras. Cómo dirían hoy: era un  “símbolo sexual” de de aquellos días. (Nota de Cova).


Del libro de Leonardo Castellani "EL EVANGELIO DE JESUCRISTO", 1957. Ediciones Theoría 1963.