domingo, 22 de febrero de 2015

DECLARACIÓN DOCTRINAL DE MONSEÑOR FELLAY, EN CONTRAPOSICIÓN LA PROFESIÓN DE FE DE MONSEÑOR LAZO

Por eso me obstino, y si se quiere conocer el motivo profundo de esa obstinación, helo aquí. En la hora de mi muerte, cuando Nuestro Señor me pregunte: "¿Qué has hecho de tu episcopado, qué has hecho de tu gracia episcopal y sacerdotal?", no quiero oír de su boca estas terribles palabras: "Has contribuido a destruir mi Iglesia con los demás".
(Mons. Lefebvre)

Monseñor Fellay y Benedicto XVI


DECLARACIÓN DOCTRINAL DEL 15 DE ABRIL DE 2012
QUE MONSEÑOR FELLAY ENVIÓ AL CARDENAL LEVADA.



I. Nosotros prometemos ser siempre fieles a la Iglesia Católica y al Pontífice romano, su Pastor supremo, Vicario de Cristo, sucesor de Pedro y jefe del Cuerpo de los obispos.

II. Nosotros declaramos aceptar las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia en materia de fe y de moral, dándole a cada afirmación doctrinal el grado de adhesión requerido, según la doctrina contenida en el n° 25 de la Constitución dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II (1)

III. En particular:
1. Nosotros declaramos aceptar la doctrina sobre el Pontífice romano y sobre el Colegio de los obispos, con su jefe, el Papa, enseñada por la Constitución dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, capítulo 3 (De constitutione hierarchica Ecclesiæ et in specie de episcopatu), explicada e interpretada por la Nota explicativa prævia de este mismo capítulo.

2. Nosotros reconocemos la autoridad del Magisterio solamente al cual está confiada la tarea de interpretar auténticamente la Palabra de Dios escrita o transmitida (2) en la fidelidad a la Tradición, recordando que “El Espíritu Santo no ha sido prometido a los sucesores de Pedro para que ellos den a conocer, bajo su revelación, una nueva doctrina, sino para que con su asistencia ellos guarden santamente y expresen fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe” (3)

3. La Tradición es la transmisión viva de la Revelación « usque ad nos » (4) y la Iglesia en su doctrina, en su vida y en su culto, perpetúa y transmite a todas las generaciones lo que ella es y todo lo que ella cree. La Tradición progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo.
(5), no como una novedad contraria (6) sino por una mejor comprensión del depositum fidei (7).

4. La completa Tradición de la fe católica debe ser el criterio y la guía para la comprensión de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, el cual a su vez, ilumina –es decir profundiza y explica ulteriormente- ciertos aspectos de la vida y de la doctrina de la Iglesia, implícitamente presentes en ella, y aún no formulados conceptualmente (8).

5. Las afirmaciones del Concilio Vaticano II y del Magisterio Pontifical posterior relativos a la relación entre la Iglesia católica y las confesiones cristianas no-católicas, así como el deber social de religión y al derecho a la libertad religiosa, cuya formulación es difícilmente conciliable con las afirmaciones doctrinales precedentes del Magisterio, deben ser comprendidos a la luz de la Tradición entera e ininterrumpida, de manera coherente con las verdades enseñadas precedentemente por el Magisterio de la Iglesia, sin aceptar ninguna interpretación de estas afirmaciones que pueda llevar a exponer la doctrina católica en oposición o en ruptura con la Tradición y con este Magisterio.

6. Es por eso que es legítimo promover por una legítima discusión el estudio y la explicación teológica de las expresiones y de las formulaciones del Concilio Vaticano II y del Magisterio que le siguió, en el caso donde ellas no parezcan conciliables con el Magisterio anterior de la Iglesia (9).

7. Nosotros declaramos reconocer la validez del sacrificio de la Misa y de los Sacramentos celebrados con la intención de hacer lo que hace la Iglesia según los ritos indicados en las ediciones típicas del Misal romano y de los Rituales de los Sacramentos legítimamente promulgados por los papas Paulo VI y Juan Pablo II.

8. Siguiendo los criterios enunciados aquí arriba (III,5), así como el canon 21 del Código, nosotros prometemos respetar la disciplina común de la Iglesia y las leyes eclesiásticas, especialmente aquellas que están contenidas en el Código de derecho canónico promulgado por el papa Juan Pablo II (1983) y en el código de derecho canónico de las Iglesias orientales promulgado por el mismo Pontífice (1990), quedando a salvo la disciplina que se le conceda a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X por una ley particular.

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Notas:
(1) Cf. también la nueva fórmula de la Profesión de fe y del Juramento de fidelidad para asumir un cargo ejercido a nombre de la Iglesia, 1989; cf. CIC cann. 749; 750, 1et 2; 752; CCEO cann. 597; 598, 1 et 2; 599.

(2) Cf. Pio XII, encíclica Humani Generis.

(3) Vaticano I, Constitución dogmática, Pastor aeternus, Dz. 3070.

(4) Concilio de Trento, Dz. 1501: « Toda la verdad saludable y toda regla moral (Mat. XVI, 15) están contenidas en los libros escritos y en las tradiciones no escritas que, recibidas por los Apóstoles de la boca del mismo Cristo o transmitidas como de mano en mano por los Apóstoles por inspiración del Espíritu Santo, llegaron hasta nosotros.»

(5) Cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmatica Dei Verbum, 8 et 9, Denz.4209-4210.

(6) Vaticano I, Constitución dogmática Dei Filius, Dz. 3020 : «También se debe siempre retener el sentido de los dogmas sagrados que la Santa Madre Iglesia ha determinado de una vez por todas, y jamás desviarse de ellos bajo el pretexto y en nombre de una inteligencia superior de estos dogmas. Creciendo y multiplicándose abundantemente, en cada uno como en todos, en todos los hombres pero también en toda la Iglesia, durante el curso de las edades y los siglos, la inteligencia, la ciencia y la sabiduría; pero solamente en el rango que les conviene, es decir, en la unidad del dogma, de sentido y de manera de ver (San Vicente de Lérins, Commonitorium 28) »

(7) Vaticano I, Constitución dogmatica Dei Filius, Dz. 3011 ; Juramento antimodernista, nº 4 ; Pio XII, Carta encíclica Humani Generis, Dz 3886 ; Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Dei Verbum, 10, Dz. 4213.

(8) Como por ejemplo la enseñanza de la sacramentalidad del episcopado en Lumen Gentium, nº 21. (9) Se encuentra un paralelo en la historia con el Decreto de los Armenios del Concilio de Florencia, donde la entrega de los instrumentos estaba indicada como materia del sacramento del Orden. Sin embargo, los teólogos discutieron legítimamente, incluso después de este decreto, sobre la exactitud de tal afirmación, y finalmente el tema fue resuelto de otra manera por el Papa Pío XII.



PROFESIÓN DE FE DE MONSEÑOR LAZO

Monseñor Salvador Lazo



El 8 de mayo de 1998, el Cardenal Sin, Arzobispo de Manila (Filipinas), organizó una gran reunión interconfesional para pedir unas elecciones pacíficas, invitando a budistas, musulmanes, protestantes, taoístas y representantes de cultos indígenas a rezar en la catedral de la Inmaculada Concepción, renovando así en Manila el escándalo de Asís.

El 17 de mayo de 1998, Monseñor Salvador Lazo, Obispo emérito de La Unión, envió una carta al Cardenal Sin, reprochándole haber transgredido públicamente el primer mandamiento de la ley de Dios, y recordándole las sanciones previstas por el Código de Derecho Canónico (sospecha de herejía según el canon 2316 del Código de 1917... imposición de una pena justa según el mismo Código), así como la amenaza de Nuestro Señor de arrojar fuera “la sal que perdió su sabor”. Lo llama a “volver a la verdadera fe católica, la fe de un San Pío V la que venció en Lepanto, de un Pío XI que, en su encíclica «Mortalium animos» ya condenó lo que usted acaba de hacer”.

El 18 de mayo, mediante un comunicado a la prensa, anunció que el 24 de ese mismo mes iba a hacer una profesión solemne de fe, dirigida a Su Santidad el Papa Juan Pablo II, en la iglesia Nuestra Señora de las Victorias, perteneciente a la Fraternidad San Pío X, e invitó a la prensa a cubrir el acontecimiento.



Ese domingo 24, luego de la Santa Misa, Monseñor Lazo realizó la siguiente profesión solemne de Fe. He aquí su texto:


MI DECLARACIÓN DE FE


A Su Santidad
El Papa Juan Pablo II
Obispo de Roma y Vicario de Jesucristo,
Sucesor de San Pedro, Príncipe de los Apóstoles,
Supremo Pontífice de la Iglesia universal,
Patriarca de Occidente, Primado de Italia,
Arzobispo y Metropolitano de la Provincia de Roma,
Soberano de la ciudad del Vaticano.
Jueves de la Ascensión, 21 de mayo de 1998

Santísimo Padre,

En el décimo aniversario de la consagración de cuatro Obispos católicos por parte de Su Excelencia Monseñor Marcel Lefebvre para la supervivencia de la Fe católica, declaro que, por la gracia de Dios, soy católico romano. Mi religión ha sido fundada por Jesucristo cuando dijo a Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (San Mateo, XVI, 18).

Santo Padre, mi Credo es el Credo de los apóstoles. El depósito de la Fe viene de Jesucristo y se completó con la muerte del último apóstol. Ha sido confiado a la Iglesia católica romana para servir de guía para la salvación de las almas hasta el fin de los tiempos.
San Pablo ordenó a Timoteo: “Oh, Timoteo, conserva el depósito” (I Timoteo, VI, 20). 

¡El depósito de la Fe!
Santo Padre, San Pablo parece decirme: “Guarde el depósito... se le ha confiado un depósito, no lo que usted vaya descubriendo. Lo ha recibido, no sacado de su propio fondo. No depende de la intervención personal, sino de la doctrina. No es para su uso privado, sino que pertenece a la Tradición pública. No viene de usted, sino que le ha llegado a usted. No puede actuar con él como si fuese usted su autor, sino solamente como un guardián. No es el iniciador, sino el discípulo. No le pertenece a usted el regularlo, sino el ser regulado por él” (San Vicente de Lerins, Commonitorium, nº 22).

El Santo Concilio Vaticano I enseña que “la doctrina de Fe que Dios ha revelado, no ha sido propuesta como un hallazgo filosófico que deba ser perfeccionado por los ingenios humanos, sino entregada a la Esposa de Cristo como un depósito divino, para ser fielmente guardada e infaliblemente declarada. De ahí que también hay que mantener perpetuamente aquel sentido de los sagrados dogmas que una vez declaró la santa madre Iglesia y jamás hay que apartarse de ese sentido so pretexto y nombre de una más alta inteligencia” (Constitución dogmática “Dei Filius”, Dz. 1800).

“No fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir el depósito de la fe” (Vaticano I, Constitución dogmática “Pastor Aeternus”, Dz. 1836).
Además, “el poder del Papa no es ilimitado: no solamente no puede cambiar nada de lo que es de institución divina, como por ejemplo, suprimir la jurisdicción episcopal, sino que, colocado para edificar y no para destruir, por ley natural no debe sembrar la confusión en el rebaño de Cristo” (“Diccionario de teología católica”, T. II, col. 2039-2040).

También San Pablo fortalecía así la fe de sus convertidos: "Pero, aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema" (Gálatas, I, 8).

Como Obispo católico, he aquí brevemente mi posición sobre las reformas posconciliares del Concilio Vaticano II:
Si las reformas conciliares son conformes a la voluntad de Jesucristo, entonces colaboraré con gusto en su realización. Pero si las reformas conciliares están planificadas para la destrucción de la religión católica fundada por Jesucristo, entonces rehúso mi cooperación.

Santo Padre, en 1969 se recibió en San Fernando, diócesis de La Unión, una notificación de Roma. Decía que la Misa latina tridentina debía ser suprimida y que debía ser utilizado el Novus Ordo Missæ. No se daba ninguna razón. La orden, proveniente de Roma, fue acatada sin protestas (Roma locuta est, causa finita est).

Me jubilé en 1993, 23 años después de mi consagración episcopal. Desde mi jubilación he descubierto la verdadera razón de la supresión ilegal de la Misa latina tradicional: la Misa antigua era un obstáculo para la introducción del ecumenismo. La Misa católica contenía los dogmas católicos que los protestantes niegan. A fin de llegar a la unidad con las sectas protestantes, la Misa latina tridentina debía ser puesta en desuso y reemplazada por el Novus Ordo Missæ.
El Novus Ordo Missæ fue compuesto por Annibale Bugnini, un masón; seis ministros protestantes ayudaron a Monseñor Bugnini a fabricarla. Los novadores se esmeraron en que ningún dogma católico que ofendiera a los oídos protestantes fuese dejado en las oraciones. Suprimieron todo lo que plenamente expresaban los dogmas católicos y lo reemplazaron por textos muy ambiguos de tendencias protestantes y herejes. Hasta han cambiado la forma de la Consagración dada por Jesucristo. Con tales modificaciones, el nuevo rito se volvió más protestante que católico.

Los protestantes afirman que la Misa no es más que una simple cena, una simple comunión, un simple banquete, un memorial. El Concilio de Trento insistió en la realidad del Sacrificio de la Misa, que es la renovación incruenta del sacrificio sangriento de Cristo sobre el Calvario.
“Así, pues, el Dios y Señor nuestro, aunque había de ofrecerse una sola vez a sí mismo a Dios Padre en el altar de la cruz (...) ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y de vino y bajo los símbolos de esas mismas cosas, los entregó, durante la Última Cena, la noche en que librado, a fin de dejar a la Iglesia, su esposa bienamada, un sacrificio que fuese visible (como lo exige la naturaleza humana) por el cual el sacrificio sangriento cumplido una vez por todas sobre la cruz pueda ser presentado de nuevo” (Dz. 938).

En consecuencia, la Misa es también una comunión del sacrificio que acaba de ser celebrado: un banquete donde se come la Víctima inmolada en sacrificio. Pero si no hay sacrificio, no hay comunión con él. La Misa es, primero y ante todo, un sacrificio, y en segundo lugar, una comunión o cena.
También se debe remarcar que, en el Novus Ordo Missæ, la presencia real de Cristo en la Eucaristía está implícitamente negada. La misma observación también es verdadera con respecto a la doctrina de la Iglesia sobre la transubstanciación.

Con relación a eso, el sacerdote, que antaño era un sacerdote que ofrecía un sacrificio, en el Novus Ordo Missæ ha sido rebajado al papel de presidente de una asamblea. Para tal papel es que se presenta frente al pueblo. En la Misa tradicional, en cambio, el sacerdote se presenta frente al sagrario y al altar, donde se encuentra Jesucristo.

Luego de haber tomado conciencia de estos cambios, he decidido dejar de decir el nuevo rito de la Misa que había dicho durante más de 27 años por obediencia a mis superiores eclesiásticos. He vuelto a la Misa latina tridentina, porque es la Misa instituida por Jesucristo en la Última Cena, la renovación incruenta del Sacrificio de Jesucristo sobre el Calvario. Esa Misa de siempre santificó la vida de millones de cristianos con el correr de los siglos.
Santo Padre, con todo el respeto que tengo por Usted y por la Santa Sede de San Pedro, no puedo seguir su enseñanza personal sobre la “salvación universal”: está en contradicción con las Sagradas Escrituras.

Santo Padre, ¿todos los hombres serán salvados? Jesucristo quería que todos los hombres sean redimidos. Murió, de hecho, por todos nosotros. Sin embargo, no todos los hombres serán salvados, porque no todos los hombres cumplen las condiciones necesarias para pertenecer al número de los elegidos de Dios en el cielo.

Antes de subir al cielo, Jesucristo les confió a sus apóstoles el deber de predicar el Evangelio a toda la creación. Sus instrucciones ya indicaban que no todas las almas serían salvadas. Dice: “Id por el mundo entero, predicad el Evangelio a toda la creación. Quien creyere y fuere bautizado, será salvo; mas, quien no creyere, será condenado” (San Marcos, XVI, 15-16).

San Pablo empleaba el mismo lenguaje para con sus convertidos: “¿No sabéis que los inicuos no heredarán el reino de Dios? No os hagáis ilusiones. Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los que viven de rapiña, heredarán el reino de Dios” (I Corintios, VI, 9-10).

Santo Padre, ¿debemos respetar a las falsas religiones? Jesucristo fundó una sola Iglesia en el seno de la cual se puede ser salvo: es la Santa Iglesia católica, apostólica y romana. Cuando enseñó todas las doctrinas y verdades necesarias para salvarse, Jesucristo no dijo: “respeten a todas las falsas religiones”. De hecho, el Hijo de Dios ha sido crucificado sobre la cruz porque en sus enseñanzas no tuvo compromisos con nadie.

En 1910, en su carta “Notre charge apostolique”, el Papa San Pío X nos puso en guardia contra el espíritu interconfesional, que forma parte de un gran movimiento de apostasía organizado en todos los países para erigir una iglesia mundial.
El Papa León XIII advirtió que “tratar a todas las religiones de la misma manera (...) es algo calculado para arruinar toda forma de religión, y especialmente la religión católica, que por ser la verdadera no puede —sin gran injusticia— ser mirada como simplemente igual a las otras religiones” (“Humanum genus”). El procedimiento va desde el catolicismo al protestantismo, desde el protestantismo al modernismo, desde el modernismo al ateísmo.
El ecumenismo, tal como se lo practica hoy, se opone diametralmente a la doctrina y a la práctica católica tradicionales.

Rebajar la única religión verdadera, fundada por Nuestro Señor, al mismo nivel que las religiones falsas, obras de los hombres, es algo que los Papas en el curso de los siglos han prohibido estrictamente a los católicos que hagan.
“Es evidente que la Sede Apostólica de ninguna manera puede tomar parte de estas asambleas (ecuménicas) y que de ninguna manera les está permitido a los católicos darles su aprobación o sostén a tales empresas”. (Pío XI, “Mortalium animos”).
Soy partidario de la Roma eterna, la Roma de los Santos Pedro y Pablo. No quiero seguir a la Roma masónica. El Papa León XIII condenó a la masonería en su encíclica “Humanum genus” en 1884.

No acepto tampoco a la Roma modernista. El Papa San Pío X condenó al modernismo en su encíclica “Pascendi dominici gregis” en 1907.

No sirvo a la Roma controlada por los masones, que son los agentes de Lucifer, el Príncipe de los demonios.
Pero sostengo a la Roma que conduce fielmente la Iglesia católica, a fin de cumplir la voluntad de Jesucristo, la glorificación del Dios tres veces santo, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Me considero feliz por haber recibido, en medio de esta crisis de la Iglesia católica, la gracia de haber vuelto a la Iglesia que se adhiere a la Tradición católica. Gracias a Dios, digo de nuevo la Misa tradicional: la Misa instituida por Jesús en la Última Cena, la Misa de mi ordenación.

Que la Bienaventurada Virgen María, San José, mi santo Patrono San Antonio, San Miguel y mi Ángel de la Guarda se dignen ayudarme a permanecer fiel a la Iglesia católica fundada por Jesucristo para la salvación de los hombres.
Ojalá obtenga yo la gracia de permanecer hasta la muerte en el seno de la Santa Iglesia católica apostólica y romana, que adhiere a las antiguas tradiciones, y que sea siempre fiel sacerdote y Obispo de Jesucristo, Hijo de Dios.

Muy respetuosamente,

Monseñor Salvador L. Lazo, DD Obispo emérito de San Fernando de La Unión.
Tomado de la revista “Iesus Christus” nº 59, septiembre-octubre 1998, págs. 23-25.


Publicado por Ariete Católico  - Lunes, 16 de febrero de 2015