Las tentaciones de Nuestro Señor Jesucristo en el desierto. Mosaico de la Basílica de San Marcos. |
Nos relata San Mateo el ayuno de
40 días y las Tres Tentaciones de Cristo. El mismo relato está resumido en dos
versículos en Marcos (I, 12) y, cambiado el orden de las tentaciones, en
Lucas.
Este Evangelio produce estupefacción.
Es difícil y como increíble: parece un trozo de mitología o cuento de hadas.
¿Cómo es posible creer hoy día en el negro patas de chivo y alas de
murciélago, que puede agarrar a uno y llevarlo volando al pináculo del Templo
de Jerusalén? ¿Cómo es posible que el diablo tentara al “Menschgott”, a
Dios mismo? Y por último, las tentaciones aparecen como raras, pueriles,
fabulosas, cosa de teatro o de cine, no de la realidad que conocemos. No son
tentaciones naturales. Además, ese ayuno de 40 días y 40 noches sin tomar más
que agua, es imposible, no se puede hacer: "a los 7 días muere el hombre
y sufre tormentos como de infierno” — escribe el intérprete Salmerón, en su “Comentario
a San Mateo".
Empezando por el Ayuno, en
muchos libros de exegesis hay un error paladino que visiblemente los intérpretes
se van copiando unos a otros. El error es éste: un ayuno de 40 días es
naturalmente imposible. Es perfectamente posible, y es conocido en Oriente
como práctica religiosa y terapéutica: Moisés y Elías (entre otros) lo
hicieron. No todos pueden hacerlo, pero yo conozco personalmente en la
Argentina 5 personas que lo han hecho. El P. Salmerón, en el siglo XVI,
escribió sobre el ayuno de Cristo una sarta de errores: que es algo imposible
al hombre, que fue un milagro estupendo, que solamente Dios puede hacer eso...
Si eso fuera verdad, yo sería Dios. Este error, que viene de ignorancia, se
halla incluso en Maldonado en forma implícita; y en forma explícita en
Ricciotti, profesor italiano que escribió una enorme vida de Cristo.
Dice Ricciotti (pág. 313): “E
evidente che il fatto é presentato come assolutamente soprannaturale... “No es absolutamente sobrenatural, no está presentado como sobrenatural por el Evangelista; ni éso es evidente
ni mucho menos, puesto que es falso.
Pero —alega Ricciotti— el
Evangelio dice que al 40° día tuvo hambre... ¿Luego antes no la tuvo? ¿Y éso no
es milagro?
No señor, no es milagro. Los que
han hecho un ayuno aunque sea de cinco días, saben perfectamente que el hambre
desaparece a los tres días (porque se inicia la "autofagia” o sea,
inversión metabólica del proceso digestivo) y que
retorna con gran fuerza alrededor del 40º (“gastrokenossis”) pues es de saber
que 40 días es más o menos' la vida del glóbulo rojo. Esto se ha sabido siempre
en el Oriente y ahora es sabido en todas partes: excepto de los curas famosos
que escriben vidas de Cristo. En fin, Ricciotti tiene la excusa de que copia a
San Ambrosio. El bueno de San Ambrosio, para explicar esta hambre que vuelve a
los 40 días, aventura la hipótesis estrafalaria de que "Cristo fingió
hambre: hizo una pía fraude con el fin de engañar al diablo...¡Qué
ridiculez! ¡Pobre Cristo! ¡Las cosas que te cuelgan... incluso los santos!
Este error de San Ambrosio
proporcionó un argumento a los “Doketas”, una herejía que duró más de 4
siglos (por lo menos hasta el español Prisciliano en el 380) los cuales decían
entre otras cosas que Cristo fingió siempre: no solamente el hambre,
sino su pasión y muerte; porque Cristo no tuvo cuerpo; porque el cuerpo es
materia y la materia es mala. A lo más, tuvo un “cuerpo astral", como los
fantasmas; como dicen hoy todavía los espiritistas y los teósofos. Para fingir,
fingir grande — podían decir los “doketas”: si Cristo fingió el hambre
¿por qué no pudo fingir también su Pasión y Muerte? Cristo era Dios y Dios no
pudo padecer… Cristo fue una especie de fantasma.
Cristo no fingió el hambre, ni
fingió nada. Tuvo una verdadera naturaleza humana. Vivió hombre en medio de los
hombres, en su país y en su época. Y como todos los grandes profetas
orientales, se preparó para su misión haciendo ese ayuno de 40 días riguroso y
extremo, que facilita la oración y la manifestación de la voluntad divina. El
mismo Mahoma hizo ese ayuno, por lo cual instituyó entre los musulmanes el
ayuno del Ramadán, que dura 40 días como nuestra Cuaresma. Dicen los
españoles malas-lenguas que Mahoma trampeó; porque ayunaba de día y comía de
noche; como de hecho hacen todavía hoy los mahometanos. Yo no sé. Pero nada
impide que Mahoma, que fue un gran conductor religioso, que sacó a los árabes
de la idolatría, haya hecho lisa y llanamente el ayuno tradicional sin trampas.
Como digo, eso era y es todavía
una práctica religiosa-higiénica vigente entre los orientales.
Del ayuno de Cristo vino la
“cuaresma” en la Iglesia: hoy día reducida casi a pura apariencia o fórmula.
El ayuno es bueno para la salud y es bueno para la oración; y la oración es
también buena para la salud, ¡y la salud es buena para todo! Los europeos son
menos hepáticos que los argentinos, por ejemplo, sufren menos enfermedades del
hígado, porque la raza europea, disciplinada por la Iglesia, durante siglos ha
ayunado toda la Cuaresma (menos los Domingos). Pero los españoles tienen “Bula”
y los argentinos tienen "Dispensa” para no hacer eso. ¿Por qué?
Creo que es porque aquí la
Cuaresma cae a contrapelo, cae antes del invierno, que es cuando no hay
que ayunar, porque entonces el cuerpo necesita reservas. En Europa, la
Cuaresma cae antes de la primavera, que es cuando hay que ayunar,
porque el cuerpo entonces, lo mismo que los árboles, tiene "cogüelmo”: es
decir, un exceso de savia, que es higiénico refrenar y purificar, para
que no ocasione desequilibrios psíquicos y espirituales; e incluso corporales.
Porque el ponerse obeso, por ejemplo, es un desequilibrio corporal; cuyo
único remedio, sobre todo preventivo, es el ayuno sabiamente practicado.
La ciencia esotérica sacerdotal
sabía antaño todas estas cosas; ahora parece ignorarlas; y ni los médicos ni
los sacerdotes parecen conocerlas hoy día. Porque el ayuno no es indiferente
hacerlo de cualquier manera y en cualquier tiempo: incluso hay que concordarlo
con las fases de la luna. Por eso la Iglesia regula la fecha de la Pascua (y
por ende toda la Cuaresma) de acuerdo al calendario lunar; y por eso la Pascua
es una fiesta “movible”.
Entre nosotros, el ayuno
cuaresmal es lo mismo que nada: no está ya ordenado a su fin propio y es uno de
tantos preceptos "incomprensibles y raros” que manda la Iglesia y hay que
obedecerlo "por que sí”: por superstición o rutina. Esta es una de tantas
"sabidurías” tradicionales que se han perdido.
Por eso dice mi amigo Don Pío
que somos un pueblo poco sabio. Realmente. El pueblo argentino parece uno de
los pueblos más atolondrados e ignorantes del mundo. Pero es bueno. Es,
hablando con toda exactitud, un pueblo sin educación. Bueno y manso, pero
ineducado.
Voy a transcribir aquí una
sentencia, sobre la educación, de Napoleón Bonaparte, pronunciada en una
sesión de su Consejo de Estado en 1804, tal como la tomó el taquígrafo y fue
publicada por Marquiset. Dice así:
“Hasta hoy no se ha visto buena
educación sino en los cuerpos eclesiásticos. Yo prefiero ver a los niños de una
aldea entre las manos de un hombre que no sabe más que el catecismo y del cual
conozco los principios, que no en poder de un semi-sabio que no tiene base
para su moral y no tiene ideas coherentes. La religión es la vacuna de la
imaginación; ella la preserva de todas las creencias peligrosas y absurdas. Un
fraile ignorantillo basta para decirle al pueblo: “Esta vida es un pasaje”. Si vosotros quitáis la fe al pueblo, no encontraréis después
más que ladrones...” (“Si
vous otez la foi au peuple vous n’aurez que des voleurs de grand chemin”).
“This has come true”, esto se ha
cumplido — añade Maurice Baring.
Pero a todo esto, no he explicado las Tres
Tentaciones de Cristo, que era lo más importante.
P. Leonardo Castellani,
“EL EVANGELIO DE JESUCRISTO”,
1957. Ediciones Theoría, Buenos Aires,
1963.