Monseñor Marcel Lefebvre |
CAPÍTULO IX
CARTA
AL SANTO PADRE
3 de diciembre de 1976
Muy
Santo Padre:
Su
Excelencia el nuncio de Berna acaba de entregarme la última carta de Su
Santidad. Me atreveré a decir que cada una de esas cartas es como una espada
que me atraviesa, de tal modo quisiera estar en total acuerdo y en total
sumisión con el Vicario de Cristo y el Sucesor de Pedro, como creo haberlo
estado durante toda mi vida.
Pero
esta sumisión no puede hacerse sino en la unidad de la fe y dentro de la
"verdadera Tradición" como Su Santidad lo dice en su carta.
La
Tradición, según la enseñanza de la Iglesia, siendo la doctrina cristiana
definida para siempre por el Magisterio solemne de la Iglesia, entraña un
carácter de inmutabilidad que obliga al asentimiento de fe no solamente a la
generación presente, sino a las generaciones futuras. Los Soberanos Pontífices,
los Concilios pueden explicitar el depósito, pero deben trasmitirlo
fielmente y exactamente sin cambiarlo.
Ahora bien, ¿cómo conciliar
las afirmaciones de la Declaración sobre la Libertad Religiosa con la
enseñanza de la Tradición? ¿Cómo conciliar la Reforma Litúrgica con la
enseñanza del concilio de Trento y de la Tradición? Conciliar la puesta en
marcha del ecumenismo con el Magisterio de la Iglesia y el derecho canónico
concerniente a las relaciones de la Iglesia con los herejes, los cismáticos,
ateos, incrédulos y pecadores públicos.
Las nuevas orientaciones de
la Iglesia en esos campos implican principios contrarios a la enseñanza solemne
y continua de la Iglesia, contrarios a esta "Tradición verdadera" a
la cual alude Su Santidad, Tradición inmutable por cuanto definida solemnemente
por la autoridad de vuestros predecesores y conservada intacta por todos los
sucesores de Pedro.
Aplicar la noción de vida al
Magisterio, a la Iglesia, así como a la Tradición, no permite minimizar la
noción de inmutabilidad de la fe definida, porque entonces la fe toma su
carácter de inmutabilidad del mismo Dios "immotus in se permanens",
sin dejar de ser fuente de vida, como la Iglesia y la Tradición.
San Pío X en su encíclica "Pascendi Domini gregis" mostró muy bien el peligro de las falsas interpretaciones de los términos "fe viva, tradición viva".
Chocamos con esta dolorosa comprobación de incompatibilidad entre los principios de las orientaciones nuevas y la Tradición o el Magisterio de la Iglesia.
Que tengan a bien explicarnos: ¿cómo el hombre puede tener un derecho natural al error? ¿Cómo tiene derecho natural a causar escándalo? ¿Cómo los protestantes que asistieron a la Reforma Litúrgica pueden afirmar que la Reforma les permite en lo sucesivo celebrar la Eucaristía según el nuevo rito? ¿Cómo esta reforma es compatible entonces con las afirmaciones y los cánones del concilio de Trento? En fin, ¿cómo concebir la admisión a la Eucaristía de personas que no tienen nuestra fe, el levantamiento de la excomunión para aquéllos que adhieren a sectas y organizaciones que profesan abiertamente el desprecio por Nuestro Señor Jesucristo y nuestra santa Religión, esto en contra de la Verdad de la Iglesia y de toda su Tradición?
¿Habría una nueva concepción
de la Iglesia, de su Verdad, de su Sacrificio, de su Sacerdocio desde el
Concilio Vaticano II? Es sobre esto que
necesitamos aclaraciones. El pueblo fiel empieza a conmoverse y a comprender
que no se trata sólo de detalles, sino de lo que hace su fe y en consecuencia
de las bases de la civilización cristiana.
Tales son brevemente expuestas nuestras profundas preocupaciones, al lado de las cuales todo el funcionamiento del aparato canónico o administrativo no es nada. Tratándose de nuestra fe, se trata de la vida eterna.
Dicho esto, acepto todo lo que en el Concilio y las Reformas esté en plena concordancia con la Tradición, y la Obra que he fundado lo prueba ampliamente. Nuestro seminario responde perfectamente a los deseos expresados en el Concilio y a la "Ratio fundamentalis" de la Sagrada Congregación para la enseñanza católica.
Nuestro apostolado corresponde plenamente al deseo de una mejor repartición del clero y al deseo expresado por el Concilio respecto de su santificación y de su vida en comunidad.
El éxito de nuestros seminarios entre la juventud manifiesta con evidencia que no estamos esclerosados, sino perfectamente adaptados a las necesidades del apostolado de nuestro tiempo. Por ello es que conjuramos a Su Santidad a considerar ante todo el gran beneficio espiritual que las almas pueden sacar de nuestro apostolado sacerdotal y misionario que puede, en colaboración con los obispos de las diócesis, traer una verdadera renovación espiritual.
Tratar de obligar a que nuestra Obra acepte una nueva orientación que tiene efectos desastrosos en toda la Iglesia, es obligarla a desaparecer como tantos otros seminarios.
Esperando que Su Santidad
comprenda al leer estas líneas que no tenemos más que un objetivo: servir a
Nuestro Señor Jesucristo, a su Gloria, a su Vicario y procurar la salvación de
las almas, Le rogamos acepte nuestros sentimientos respetuosos y filiales
in Christo et Maria.