lunes, 24 de marzo de 2014

LA IGLESIA NUEVA (17)

Monseñor Marcel Lefebvre




         CAPÍTULO IX

CARTA AL SANTO PADRE
3 de diciembre de 1976





Muy Santo Padre:

Su Excelencia el nuncio de Berna acaba de entregarme la última carta de Su Santidad. Me atreveré a decir que cada una de esas cartas es como una espada que me atraviesa, de tal modo quisiera estar en total acuerdo y en total sumisión con el Vicario de Cristo y el Sucesor de Pedro, como creo haberlo estado durante toda mi vida.

Pero esta sumisión no puede hacerse sino en la unidad de la fe y dentro de la "verdadera Tradición" como Su Santidad lo dice en su carta.

La Tradición, según la enseñanza de la Iglesia, siendo la doctrina cristiana definida para siempre por el Magisterio solemne de la Iglesia, entraña un carácter de inmutabilidad que obliga al asentimiento de fe no solamente a la generación presente, sino a las generaciones futuras. Los Soberanos Pontífices, los  Concilios pueden explicitar el depósito, pero deben trasmitirlo fielmente y exactamente sin cambiarlo.

Ahora bien, ¿cómo conciliar las afirmacio­nes de la Declaración sobre la Libertad Re­ligiosa con la enseñanza de la Tradición? ¿Cómo conciliar la Reforma Litúrgica con la enseñanza del concilio de Trento y de la Tra­dición? Conciliar la puesta en marcha del ecumenismo con el Magisterio de la Iglesia y el derecho canónico concerniente a las rela­ciones de la Iglesia con los herejes, los cismá­ticos, ateos, incrédulos y pecadores públicos.

Las nuevas orientaciones de la Iglesia en esos campos implican principios contrarios a la enseñanza solemne y continua de la Iglesia, contrarios a esta "Tradición verdadera" a la cual alude Su Santidad, Tradición inmutable por cuanto definida solemnemente por la au­toridad de vuestros predecesores y conser­vada intacta por todos los sucesores de Pedro.

Aplicar la noción de vida al Magisterio, a la Iglesia, así como a la Tradición, no permite minimizar la noción de inmutabilidad de la fe definida, porque entonces la fe toma su carácter de inmutabilidad del mismo Dios "immotus in se permanens", sin dejar de ser fuente de vida, como la Iglesia y la Tra­dición.

            San Pío 
en su encíclica "Pascendi Domini gregis" mostró muy bien el peligro de las falsas interpretaciones de los términos "fe viva, tradición viva".

            Chocamos con esta dolorosa comprobación de incompatibilidad entre los principios de las orientaciones nuevas y la Tradición o el Magisterio de la Iglesia.

             Que tengan a bien explicarnos: ¿cómo el hombre puede tener un derecho natural al error? ¿Cómo tiene derecho natural a causar escándalo? ¿Cómo los protestantes que asis­tieron a la Reforma Litúrgica pueden afirmar que la Reforma les permite en lo sucesivo ce­lebrar la Eucaristía según el nuevo rito? ¿Có­mo esta reforma es compatible entonces con las afirmaciones y los cánones del concilio de Trento? En fin, ¿cómo concebir la admi­sión a la Eucaristía de personas que no tie­nen nuestra fe, el levantamiento de la exco­munión para aquéllos que adhieren a sectas y organizaciones que profesan abiertamente el desprecio por Nuestro Señor Jesucristo y nuestra santa Religión, esto en contra de la Verdad de la Iglesia y de toda su Tradición?

¿Habría una nueva concepción de la Igle­sia, de su Verdad, de su Sacrificio, de su Sa­cerdocio desde el Concilio Vaticano II? Es sobre esto que necesitamos aclaraciones. El pueblo fiel empieza a conmoverse y a com­prender que no se trata sólo de detalles, sino de lo que hace su fe y en consecuencia de las bases de la civilización cristiana.

        Tales son brevemente expuestas nuestras profundas preocupaciones, al lado de las cuales todo el funcionamiento del aparato canónico o administrativo no es nada. Tratándose de nuestra fe, se trata de la vida eterna.

         Dicho esto, acepto todo lo que en el Con­cilio y las Reformas esté en plena concordan­cia con la Tradición, y la Obra que he fun­dado lo prueba ampliamente. Nuestro semi­nario responde perfectamente a los deseos expresados en el Concilio y a la "Ratio 
fundamentalis" de la Sagrada Congregación para la enseñanza católica.

         Nuestro apostolado corresponde plenamen­te al deseo de una mejor repartición del cle­ro y al deseo expresado por el Concilio res­pecto de su santificación y de su vida en comunidad.

          El éxito de nuestros seminarios entre la juventud manifiesta con evidencia que no es­tamos esclerosados, sino perfectamente adap­tados a las necesidades del apostolado de nuestro tiempo. Por ello es que conjuramos a Su Santidad a considerar ante todo el gran beneficio espiritual que las almas pueden sacar de nuestro apostolado sacerdotal y mi­sionario que puede, en colaboración con los obispos de las diócesis, traer una verdadera renovación espiritual.

           Tratar de obligar a que nuestra Obra acepte una nueva orientación que tiene efec­tos desastrosos en toda la Iglesia, es obligarla a desaparecer como tantos otros seminarios.

Esperando que Su Santidad comprenda al leer estas líneas que no tenemos más que un objetivo: servir a Nuestro Señor Jesucristo, a su Gloria, a su Vicario y procurar la sal­vación de las almas, Le rogamos acepte nues­tros sentimientos respetuosos y filiales in Christo et Maria.