Publicamos ahora el IV capítulo, de la segunda parte -
que comprende sermones charlas y cartas durante el año 1976 -
del libro de Monseñor Lefebvre mencionado en el título
Monseñor Marcel Lefebvre |
CAPÍTULO IV
SERMÓN EN GINEBRA EL 4 DE JULIO DE
1976
Queridísimo Padre, Queridísimos amigos, Queridísimos hermanos:
No es en esta sala de exposiciones donde debía haber tenido lugar su
primera misa, para usted, hijo de esta ciudad, es en una iglesia hermosa y
grande de la hermosa ciudad de Ginebra donde deberían haber celebrado esta
ceremonia tan cara al corazón de todos los católicos de Ginebra. Pero puesto
que la Providencia lo decidió de otra manera, he aquí que ustedes se encuentran
hoy ante la multitud de sus amigos, de sus parientes, de los que quieren
participar en su alegría, en el honor que Dios le ha hecho de ser su sacerdote,
sacerdote para la eternidad.
La historia de la vocación de usted es todo un programa.
Y yo diré que es nuestro programa.
En efecto, nacido de padres protestantes de esta ciudad de Ginebra, usted
siguió las enseñanzas de la religión protestante durante su infancia, durante su juventud; hizo excelentes
estudios; tenía una profesión que le permitía tener todo lo que el mundo puede
esperar aquí abajo; y he aquí que de golpe, tocado por la gracia de Dios por
intermedio de la Santísima Virgen María, usted decide bruscamente, bajo la
influencia de esta gracia, dirigirse hacia la verdadera Iglesia, hacia la
Iglesia católica, y no sólo desea hacerse católico, sino quiere hacerse
sacerdote, y todavía lo estoy viendo cuando llegó por primera vez a Ecône, y confieso que no fue sin una cierta aprensión que
lo recibí, preguntándome si ese paso tan rápido de la religión protestante a
ese deseo de hacerse sacerdote católico, no nacería de una inspiración que no
tendría futuro. Y es por ello, por otra parte, que se quedó algún tiempo en Ecône, a fin de reflexionar más profundamente en ese
deseo que estaba en usted, y en esa aspiración que tema por el sacerdocio. Y
todos hemos admirado su perseverancia, su voluntad de llegar a esa meta, a
pesar de su edad —a pesar de un cierto cansancio ante los estudios eclesiásticos,
los estudios de filosofía, de teología, de la Sagrada Escritura, del derecho
canónico: usted era más bien un científico—, y he aquí que por la gracia de
Dios, después de esos años de estudio en Ecône, ha recibido la gracia de la ordenación sacerdotal. Me parece que es
difícil para alguien que no ha recibido esta gracia, el darse cuenta de lo que
es la gracia sacerdotal. Como se lo decía hace unos pocos días en el momento
de la ordenación: "ya nunca podrá decir que es un hombre como los demás;
eso ya no es verdad, ya no es un hombre como los demás, en lo sucesivo está
marcado por el carácter sacerdotal que es algo ontológico, algo que marca su
alma y que la pone por encima de los fieles; ¡ah, sí!, que usted sea un santo o
que, Dios no lo quiera, sea como tal vez, ¡ay!, sacerdotes que están en el
infierno; ellos siguen teniendo el carácter sacerdotal. Este carácter
sacerdotal lo une a Nuestro Señor Jesucristo, al sacerdocio de Nuestro Señor
Jesucristo de una manera muy particular, una participación que los fieles no
pueden tener, y eso es lo que le permite, que le permitirá dentro de unos
instantes, pronunciar las palabras de la consagración de la santa misa, y en
cierta manera hacer que Dios obedezca a su orden, a sus palabras. Por sus palabras,
Jesucristo vendrá personal, física y sustancialmente bajo las especies del pan
y del vino, y estará presente en el altar, y usted lo adorará, se arrodillará
para adorarlo, adorar la presencia de Nuestro Señor Jesucristo: esto es el
sacerdote. ¡Qué realidad extraordinaria! Tendremos que estar en el cielo, y
hasta en el cielo ¿comprenderemos lo que es el sacerdote? ¿No era San Agustín
quien decía: "Si me encontrara ante un sacerdote y un ángel, saludaría
primero al sacerdote, antes que al ángel"?
Así pues, aquí
está usted convertido en ese sacerdote. Y decía que la historia de su vocación
es todo un programa, es nuestro programa: y esto es profundamente cierto,
porque tenemos la fe católica, no tenemos miedo de afirmar nuestra fe y sé que
nuestros amigos protestantes, que quizás están aquí en esta asamblea, nos
aprueban. Nos aprueban: necesitan sentir junto a ellos a católicos que son
católicos, y no a católicos que aparentan estar plenamente de acuerdo con ellos sobre
todos los puntos de la fe. Uno no engaña a sus amigos, no podemos engañar a
nuestros amigos protestantes; nosotros somos católicos, afirmamos nuestra fe en
la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, afirmamos nuestra fe en la divinidad
de la santa Iglesia católica, pensamos que Jesucristo es la única vía, la única
verdad, la única vida, y que no es posible salvarse fuera de Nuestro Señor
Jesucristo y por consiguiente fuera de su esposa mística, la santa Iglesia
católica. Sin duda, algunas gracias de Dios son distribuidas fuera de la
Iglesia católica, pero los que se salvan, incluso fuera de la Iglesia católica,
se salvan por la Iglesia católica, por Nuestro Señor Jesucristo, aun si no lo
saben, aun si no tienen conciencia de ello, porque es Nuestro Señor Jesucristo
mismo quien lo dijo: "Nada podéis hacer sin mí —nihil potestis facere
sine me". No podéis llegar al Padre
sin pasar por mí, no podéis pues llegar a Dios sin pasar por mí. "Cuando
esté elevado sobre la tierra", dice Nuestro Señor Jesucristo, es decir
cuándo estará en su cruz, "atraeré a todas las almas a mí". Nuestro
Señor Jesucristo, siendo Dios, era el único que podía decir cosas semejantes,
ningún hombre de aquí abajo puede hablar como Nuestro Señor Jesucristo ha
hablado, porque sólo Él es el Hijo de Dios, es nuestro Dios: "Tu solus
altissimus; tu solus Dominus". Él es Nuestro Señor, es el Altísimo,
Nuestro Señor Jesucristo.
Y es por esto
que Ecône subsiste, es por esto que Ecône existe, porque creemos que lo que los católicos han
enseñado, lo que los papas han enseñado, lo que los concilios han enseñado
durante veinte siglos, no nos es posible abandonarlo, no nos es posible
cambiar de fe, tenemos nuestro Credo y lo guardaremos hasta nuestra muerte; no
es posible que cambiemos de Credo, no es posible que cambiemos el santo
sacrificio de la misa, no es posible que cambiemos nuestros sacramentos
haciendo de ellos obras humanas, puramente humanas, que ya no llevan la gracia
de Nuestro Señor Jesucristo, y es por eso que, justamente, sentimos y'
tenemos la convicción de que algo ha pasado dentro de la Iglesia desde hace
quince años, algo ha pasado dentro de la Iglesia que ha hecho llegar hasta en
las más altas cimas de la Iglesia, y en aquéllos que debían defender nuestra
fe, un virus, un veneno, que hace que adoren el vellocino de oro de este siglo,
que adoren, en cierta forma, los errores de este siglo; para adoptar al mundo,
se quisieran adoptar también los errores del mundo, por la apertura al mundo,
quisieran también abrirse a los errores del mundo, a esos errores que dicen,
por ejemplo, que todas las religiones son iguales. No podemos aceptar eso, esos
errores que dicen que el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo es una cosa
imposible ahora y que ya no hay que buscarlo, no aceptamos esto, incluso si el
reinado de Nuestro Señor Jesucristo es difícil, lo queremos, lo buscamos, lo
decimos todos los días en el Padrenuestro: "Venga a nos el Tu Reino, que
se haga tu voluntad así en la tierra como en el cielo". Que su voluntad se
haga aquí abajo como se hace en el cielo. Imaginen lo que sería si verdaderamente
la voluntad de Dios se hiciera aquí abajo como se hace en el cielo, ¡pero si la
tierra sería un paraíso! Ése es el reinado de Nuestro Señor que nosotros
buscamos, que queremos con todas nuestras fuerzas, aun cuando a él no lleguemos
nunca, y porque Dios nos lo ha pedido, incluso si debemos derramar nuestra
sangre por ese reinado, estamos listos. Y son esos sacerdotes los que formamos
en Ecône, sacerdotes que tienen la fe católica, sacerdotes
como se los formó siempre.
Ustedes no
piensan que es algo inconcebible, increíble, que, para tomar mi ejemplo, como
el de usted: muy pronto voy a cumplir cincuenta años de sacerdocio y treinta
años de episcopado, por consiguiente, yo era ya obispo mucho antes del concilio,
ya era sacerdote antes del concilio, en mi carrera sacerdotal y episcopal se
me encargó la tarea de formar sacerdotes, al principio, cuando partí en misión
al Gabón, fui nombrado en el seminario de Gabón, en el África ecuatorial, y
formé sacerdotes, y de esos sacerdotes, incluso, salió un obispo, y después me
hicieron volver a Francia, una vez más me encargaron formar seminaristas en
el seminario de Mortain de los padres del Espíritu Santo, luego volví como
obispo a Dakar, en el Senegal, otra vez me dediqué a formar buenos sacerdotes
de los cuales dos son obispos, y uno acaba de ser nombrado cardenal; y cuando
estaba en Mortain, en Francia, formé a seminaristas de los que uno es ahora
obispo de Cayena, tengo pues entre mis discípulos a cuatro obispos de los que
uno es cardenal. Formo a mis seminaristas de Ecône exactamente como siempre he formado a mis seminaristas durante treinta
años, y ahora de golpe somos condenados, casi excomulgados, echados de la
Iglesia católica. Declarados en desobediencia con la Iglesia católica,
porque he hecho lo mismo que lo que hice durante treinta años. Algo ha pasado
dentro de la Santa Iglesia, no es posible, yo no he cambiado ni una pizca en la
formación de mis seminaristas; al contrario, más bien le he agregado una
espiritualidad más profunda, más fuerte, porque me parecía que les faltaba una
cierta formación espiritual a los sacerdotes jóvenes, precisamente porque
muchos abandonaron el sacerdocio, muchos ¡ay! han dado un escándalo inverosímil
ante el mundo abandonando el sacerdocio, entonces me pareció que había que dar
a esos sacerdotes una formación espiritual más profunda, más fuerte, valiente,
para permitirles afrontar las dificultades. Por
consiguiente, algo ha pasado dentro de la Iglesia: la Iglesia desde el concilio, y ya un poco antes del
concilio, a través del concilio, a través de las reformas, quiso tomar una
nueva orientación, quiso tener sus nuevos sacerdotes, quiso tener su nuevo sacerdocio, un nuevo tipo de sacerdotes,
como se ha dicho, quiso tener un nuevo sacrificio de la misa, o digamos más
bien una nueva eucaristía, quiso tener un nuevo catecismo, quiso tener nuevos seminarios, quiso
reformar sus congregaciones religiosas. ¿Y en qué estamos ahora? Hace unos días, leía en un diario alemán que había,
desde hace algunos años, tres millones menos de católicos practicantes en
Alemania. El propio cardenal Marty, él que también nos condena, el cardenal
Marty, arzobispo de París, ha dicho él mismo que había un cincuenta por ciento
menos de practicantes en su diócesis desde el concilio.
¿Quién dirá que los frutos
de ese concilio son frutos maravillosos de santidad, de fervor, de crecimiento
de la Iglesia católica?
Se quiso abrazar los errores del mundo, se quiso abrazar los errores que
nos vienen del liberalismo, y que nos vienen, ¡ay!, hay que decirlo, de
aquéllos» que vivieron aquí hace cuatro siglos, de esos reformadores que difundieron
las ideas liberales por el mundo, y esas ideas penetraron por fin en el
interior de la Iglesia. Ese monstruo que está en el interior de la Iglesia,
será preciso que desaparezca para que la Iglesia recobre su propia naturaleza,
su propia autenticidad, su propia identidad, y es lo que tratamos de hacer, y
es por esto que continuamos, y no queremos ser demoledores de la Iglesia. Si
nos detenemos tendremos la certidumbre, la convicción de que destruimos a la
Iglesia, como están en tren de destruirla aquéllos que están imbuidos de esa
idea falsa, por ello queremos continuar la construcción de la Iglesia, y no podemos
hacer nada mejor para construir la Iglesia que hacer estos sacerdotes, estos jóvenes
sacerdotes, ¡y que la gracia de Dios haga que sean santos
sacerdotes! ¡Que muestren siempre el ejemplo de una fe católica profunda, de
una caridad inmensa! Creo poder decir que somos nosotros los que tenemos
la verdadera caridad hacia los protestantes, hacia todos aquéllos que no
tienen nuestra fe. Si creemos en nuestra fe católica, si estamos
persuadidos de que Dios verdaderamente ha dado sus gracias a la Iglesia
católica, tenemos el deseo de compartir nuestras riquezas con nuestros amigos,
dárselas; si estamos persuadidos de que tenemos la verdad, debemos esforzarnos
por hacer comprender que esta verdad puede hacer bien a nuestros amigos
también. Es una falta de caridad velar su verdad, velar las riquezas que se
tienen y no hacerlas aprovechar por los que no las tienen. Para qué las
misiones, para qué partir a esos países lejanos para ir a convertir a las
almas, si no es porque se tiene la convicción de que se tiene la verdad, porque
se quiere hacer compartir las gracias que nosotros hemos recibido con los que
todavía no las han recibido. Nuestro Señor es quien lo dijo: "Id y enseñad
a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Aquél que crea se salvará, aquél que no crea será
condenado". Eso es lo que dijo Nuestro Señor. Fortalecidos con estas
palabras, continuamos nuestro apostolado, no queremos detener nuestro
apostolado, y nos entregamos a la Providencia: no es posible que esta
situación de la Iglesia siga indefinidamente.
Esta mañana, en las lecturas que nos hace leer la santa Iglesia, leíamos la
historia de Goliat y de David, y yo pensaba en mí mismo: ¿no seríamos acaso el
pequeño David con su honda y unas pocas piedras que fue a buscar al torrente
para abatir a ese Goliat revestido de una armadura extraordinaria, con una
espada capaz de partir en dos a su enemigo? Bueno, quién sabe si Ecône no es una piedrita que acabará por destruir a ese
Goliat que cree en sí mismo, mientras que David creyó en Dios, invocó a su Dios
antes de atacar a Goliat, y es eso lo que nosotros hacemos, estamos llenos de
confianza en Dios, rogamos a Dios para que nos ayude a abatir a ese gigante que
cree en sí mismo, que cree en su armadura, que cree en su musculatura, que cree
en sus armas, es decir a esos hombres que creen en sí mismos, que creen en su
ciencia, que creen que por medios humanos llegaremos a convertir el mundo...
Pero nosotros ponemos nuestra confianza en Dios, y esperamos que ese
Goliat que ha penetrado en el interior de la Iglesia, un día será abatido, y
que la Iglesia recuperará verdaderamente su autenticidad, su verdad tal como
siempre la ha tenido, ¡ah! la tiene siempre, la Iglesia no puede perecer, y
esperamos, justamente, contribuir a esta vitalidad de la Iglesia y a esta
continuidad de la Iglesia. Estoy realmente persuadido de que estos jóvenes
sacerdotes continuarán la Iglesia. Es lo que les pedimos que hagan y estamos
persuadidos de que con la gracia de Dios, y con el auxilio de la Santísima
Virgen María, la madre del sacerdocio, lo conseguirán.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.