Monseñor Marcel Lefebvre |
CAPÍTULO V
CARTA A LA
"LIBRE BELGIQUE"
Los ataques dirigidos en varias
oportunidades en sus columnas contra la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, de la
que soy fundador y superior general, me obligan a ciertas puntualizaciones. En
efecto, se intenta desacreditar mi persona y mi obra, alegando desviaciones
"que van mucho más allá de las tendencias y que manifiestan
endurecimientos en los que la fe y la fidelidad cristianas ya no están a
salvo", acusaciones que es muy grave proferir sin una prueba perentoria.
El artículo del Osservatore Romano que
ustedes publicaron en su número del 13 de mayo reproduce casi íntegramente
(pero omitiendo la frase que expresamente proclama mi fidelidad "a todos
los sucesores de Pedro".) mi Declaración del 21 de noviembre de 1974, que
aquél se propone entregar al lector "sin comentarios, verdaderamente
superfluos" (la coma es del O. R.). ¿Y qué hace? Se entrega a comentarios
muy descorteses, hace "preguntas" insinuantes y por fin, so pretexto
de invitar al lector a reflexionar "seriamente",
emite un verdadero juicio que únicamente la Sagrada Congregación para la
Doctrina de la Fe tendría competencia para pronunciar, después de una
instrucción dentro de las formas canónicas.
Habiendo
sido los magistrados reemplazados por periodistas, este ataque desencadenó
inmediatamente una campaña internacional. Sin preocuparse por tratar de refutar
los términos de mi Declaración, unos periodistas se contentaron con difundir
las insinuaciones del Osservatore Romano, amplificándolas con distorsiones
suplementarias. Un ejemplo: el O. R. escribe: "Uno vacila antes de
hablar de 'secta', ¿pero cómo evitar por lo menos el pensarlo?"; vuestro
cronista religioso no se contenta sólo con la pregunta sino que le agrega todo
un comentario que titula resueltamente: "Cómo nacen las sectas", y
donde, entre otras amabilidades, soy asimilado a los herejes viejos católicos
(mientras que mi defensa del primado romano contra el colegialismo episcopal
es conocida por todas las personas competentes). Otro ejemplo: el O. R. se
pregunta si todavía existe, entre las personas a las que apunta anónimamente,
comunión con la Iglesia viva; F. D. recoge la pelota al vuelo y la vuelve a
lanzar: "lo que es grave, —escribe— es la negativa de comunión con la
Iglesia universal (...). Más grave aun oponer su propia ortodoxia a la herejía
del papa y de los miles de obispos reunidos en el concilio". La estricta
verdad es que nunca he dicho semejantes cosas y desafío a quienquiera a que
pruebe lo contrario, con textos en la mano. ¿Y por qué silenciar que he
escrito en el Supplément Voltigeur de Itinéraires del 15 de abril texto reproducido en Itinéraires de 1º de mayo): “Si un
obispo rompe con Roma, ése no seré yo. Mi Declaración lo dice bastante
explícitamente y con fuerza”?...
En los ataques dirigidos contra Ecône es un hecho
sorprendente que los publicistas no se toman el trabajo de informarse sobre el
valor intelectual, doctrinal y moral del establecimiento, así como tampoco de las
virtudes sacerdotales propuestas como base de la formación religiosa.
Lo que más choca al buen sentido y a la equidad
natural, no menos que al instinto de la fe”, es que en medio del desastre casi universal
y al que la autoridad no hace nada por remediar (el O.R. debe
reconocer que “las medidas defensivas (¿cuáles?) no han estado a la
altura de los peligros”, pero se esperan signos de arrepentimiento eficaz), un
solo seminario es castigado, y precisamente aquél al que un diario belga llamó “el
seminario más floreciente de Europa occidental”. Créanme que es sin orgullo que
escribo esto, ya que tengo demasiada conciencia de ser el indigno instrumento
de la Providencia. He aquí sin embargo algunos elementos:
Octubre
de 1969: Fundación en
Friburgo, con nueve seminaristas, en construcciones prestadas por una
congregación religiosa.
Octubre
de 1970: Apertura de Ecône:
once seminaristas en primer año, más cinco que permanecieron en Friburgo (en
una casa que yo había adquirido mientras tanto).
1º
de noviembre de 1970: Decreto
de erección, por el predecesor de S. E. monseñor Mamie, de la Fraternidad
Sacerdotal Internacional San Pío X.
Junio
de 1971: Colocación de la
primera piedra de los nuevos edificios de Ecône. Desde ese momento, han sido construidas tres alas, que permiten
albergar unos ciento cuarenta profesores y seminaristas, y voy a iniciar la
construcción de la cuarta ala (en el momento en que tantos y tantos seminarios
en Francia, en Bélgica y en otras partes, se cierran o se venden).
Octubre
de 1974: Unos cuarenta nuevos
seminaristas (sobre alrededor de ciento treinta aspirantes) y cinco postulantes
a hermanos.
Además de Ecône y Friburgo, la Fraternidad posee cinco casas: una en Albano (al
lado de Roma; porque me importa mucho darle a mis seminaristas el espíritu
romano), en Francia, en Inglaterra, y dos en los Estados Unidos, y debo encarar
nuevas fundaciones.
Por comparación, el número total de seminaristas
franceses bajó de 1963 a 1971, de 21.713 a 8.391, las ordenaciones de 573 a 237, y el número de entradas
pasó de 470 en 1969 a 151 en 1973.
El árbol, dice el Evangelio, se juzga por sus
frutos. Para los ciegos voluntarios, este escándalo permanente tenía que
cesar.
En una conferencia que di en París el 29 de marzo
de 1973 y que está reproducida en mi obra Un obispo habla, recordé haber hecho notar a S, E, el
cardenal Garrone, prefecto de la
Sagrada Congregación para
la Educación Católica
y los Seminarios, que Ecône
es uno de los pocos
establecimientos donde se
observa la "ratio fundamentalis" promulgada por esa congregación (¡después del "Concilio"!) y
que ordena el estudio del latín, la
enseñanza de la teología especulativa tomando a Santo Tomás de Aquino por
maestro, un año de espiritualidad, etcétera. Entonces, ¿dónde está la
indisciplina?
Algunos me reprochan mi fidelidad a, la misa católica de tradición
inmemorial, codificada por san Pío V como escudo contra la herejía protestante y que S. S. Paulo VI nunca
prohibió (al menos, habría sido preciso un acto legislativo claro y emanado del
Papa en persona: que lo citen si existe, pero no un texto introducido
subrepticiamente entre la primera. y la segunda edición o falsificado en la.
traducción). ¿Pero por qué no se le hace ninguna crítica a los obispos que han
dado el imprimatur a. oraciones eucarísticas no aprobadas por Poma, orne se
niegan a conservar el canto gregoriano pese a las prescripciones del Concilio
Vaticano II y no dan la menor
difusión al fascículo "Jubílate Deo" enviado el año pasado por el
Papa a todos los obispos para hacer aprender a los fieles los cánticos latinos:
que enseñan esta herejía (anatematizada por el Concilio de Trento) que en la
misa "se trata simplemente de hacer memoria del único sacrificio ya
realizado" o que dejan cantar la Internacional en su presencia?...
Ciertas afirmaciones de M.F.D. denotan por otra
parte una gran ligereza. Cómo "una negativa sistemática a aplicar las
decisiones conciliares en [mi] diócesis" habría podido poner me "en conflicto con el episcopado francés", cuando un
vistazo al Anuario pontificio le hubiera enseñado a su cronista que desde
agosto de 1962 (dos meses pues antes de la apertura del Concilio Vaticano II), yo era arzobispo titular de
Synnada-en-Frigia, es decir, que no dirigía ninguna diócesis (fui, en efecto,
Superior general de los Espiritanos de 1962 a 1968).
Cuando F.D., que se obstina en descanonizar a san
Pío V y a san Pío X y para quien el modernismo sólo existe entre
comillas, habla de fanatismo a propósito de mis seminaristas, lo invito, si
quiere juzgar honestamente y con conocimiento de causa, a venir a Ecône y a asociarse a la vida de oración de jóvenes
sanos y equilibrados, de los cuales muchos tienen títulos universitarios.
En cuanto a la carta de la "comisión cardenalicia",
publicada en vuestro número del 4 de junio, suscita más problemas de los que
resuelve. He aquí algunas anomalías, sin pretensiones exhaustivas:
1.¿No convendría, en un documento de esta importancia, indicar el acta pontificia por la cual la "comisión" pretende haber sido instituida y a falta de la cual ésta está radicalmente desprovista de poder de decisión? ¿Cuál es su fecha? ¿En qué forma ha sido tomada? ¿A quién le ha sido notificada? ¿Por qué, en ocasión de esas comparecencias ante esos tres cardenales, el 13 de febrero y el 3 de marzo, haberme ocultado que se trataba de un órgano investido de competencias extraordinarias? La carta (siempre una simple carta, ni siquiera un decreto), que debería contener en ella misma la prueba de su regularidad, no da ninguna respuesta a esas preguntas. ¿Y cómo explicar, si había una comisión especial, que S. E. monseñor Mamie haya declarado el 9 de mayo haber actuado "de acuerdo con las Congregaciones romanas para los religiosos y los institutos seculares, para el clero, para la educación católica y los seminarios"? Los prefectos de congregaciones no son la congregación, así como un presidente de tribunal no es el tribunal; y si había una comisión instituida por el Papa, las congregaciones ya no tenían que intervenir más. "En la duda de derecho, la ley no obliga", dice el Código de derecho canónico: lo mismo sucede a fortiori cuando es la competencia, incluso la existencia, de la autoridad la que es dudosa.
2. No nos
explican tampoco en qué el rechazo de las reformas de un concilio pastoral,
que expresamente ha negado ser infalible, sería más grave que la infidelidad
sistemática a la doctrina, a la moral y a la disciplina intangibles de la
Iglesia (incluso sobre puntos reafirmados por el mismo concilio) que se
practica notoria e impunemente en muchos seminarios tan esqueléticos como
regularmente aprobados.
¿Consideraría
acaso la "comisión" "al Concilio", o mejor dicho a sus
reformas y su aplicación, como ley suprema de la Iglesia y haría suya la
afirmación de un célebre cardenal apenas sospechoso de integrismo y que, salvo
error, nunca fue contradicho en cuanto que: "Se puede hacer una lista
impresionante de tesis enseñadas en Roma, anteayer y ayer, como únicas válidas,
y que fueron eliminadas por los Padres conciliares"?
3. Según
parece, es mi Declaración del 21 de noviembre de 1974 la que habría repentinamente
explicitado "todo lo que
el visitador" (había
dos, pero ¡qué importa una contradicción más o menos!) no
había podido aclarar" (hay,
en efecto, muchas cosas que no están claras en este asunto).
Y la
comisión insistiendo en pedir "que no se sospeche gratuitamente a
las decisiones tomadas otros motivos que
esa declaración misma". Ahora bien, no es
"sospechar gratuitamente" el observar que
esta Declaración es muy simplemente la síntesis de palabras
dichas por mí en numerosas ocasiones desde 1969 y sobre todo
desde 1972, en conferencias públicas, varias de las cuales están reproducidas
en el libro Un
obispo habla, publicado
en febrero de 1974, y abundantemente anunciadas en su época en Itinéraires. Los visitadores canónicos y S. E.
el cardenal prefecto de la Sagrada Congregación para la Educación Católica y
los Seminarios estaban muy mal informados si lo ignoraban.
4. En todo caso, la decisión no está de ninguna manera motivada por la
fidelidad a la misa de "san Pío V". Ese silencio forzado es una confesión de que sigue estando autorizada.
La disolución del Seminario y de la Fraternidad
está tachada de diversos vicios canónicos, tanto de forma (por ejemplo, la ausencia
de todo decreto) como de fondo (especialmente lo que los autores de derecho administrativo llaman "desviación de poderes", es decir, la
utilización de competencias contra el objetivo para el que deben ser ejercidas).
El 5 de junio, presenté un recurso canónico ante
la Signatura Apostólica. El cardenal secretario de Estado escribió a mi abogado
romano que ese recurso no era recibido, prohibiendo así de facto que el
Supremo Tribunal de la Iglesia examinara mis quejas. ¿Quién teme pues, y por
qué, el examen imparcial y regular del expediente? ¿Y por qué nunca se le dan
curso a mis repetidos pedidos de ser recibido en audiencia por el Santo Padre?
Los ataques contra Ecône aparecen claramente como una manifestación de lo que S. S. Paulo VI ha denunciado bajo el nombre de
"autodestrucción" de la Iglesia. En este caso, más allá de nuestras
indignas personas, nuestro deber es combatir por el honor de Dios, la fe
católica y un relevo sacerdotal tan comprometido como vital para la Santa
Iglesia.
Es por esto que ordené el 29 de junio, con el
acuerdo del obispo de la diócesis donde han sido canónicamente incardinados, a
los tres primeros seminaristas totalmente formados en mi seminario, así como a
trece subdiáconos. Fue para nosotros un gran consuelo el ver a un millar de
amigos asistir a esta ceremonia, entre los cuales unos treinta sacerdotes
suizos, franceses, etcétera, venidos del extranjero.
Es también por eso que, con la ayuda de mis profesores
y de los bienhechores cuyas donaciones son administradas por asociaciones
dotadas de personería jurídica y controladas por amigos seguros, seguiré
formando en la fidelidad a la Iglesia romana a los muchos jóvenes que me han
dado su confianza, muy felices de haber encontrado por fin un seminario donde
pueden aprender cómo llegar a ser, muy simplemente, sacerdotes católicos.
21 de agosto de 1975.