domingo, 9 de marzo de 2014

LA IGLESIA NUEVA (6)

Monseñor Marcel Lefebvre




CAPÍTULO V





CARTA A LA "LIBRE BELGIQUE"




Los ataques dirigidos en varias oportunidades en sus columnas contra la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, de la que soy fundador y superior general, me obligan a ciertas puntualizaciones. En efecto, se intenta desacreditar mi persona y mi obra, alegando desviaciones "que van mucho más allá de las tendencias y que manifiestan endurecimientos en los que la fe y la fidelidad cristianas ya no están a salvo", acusaciones que es muy grave proferir sin una prueba perentoria.

El artículo del Osservatore Romano que ustedes publicaron en su número del 13 de mayo reproduce casi íntegramente (pero omitiendo la frase que expresamente proclama mi fidelidad "a todos los sucesores de Pedro".) mi Declaración del 21 de noviembre de 1974, que aquél se propone entregar al lector "sin comentarios, verdaderamente superfluos" (la coma es del O. R.). ¿Y qué hace? Se entrega a comentarios muy descorteses, hace "preguntas" insinuantes y por fin, so pretexto de invitar al lector a reflexionar "seriamente", emite un verdadero juicio que únicamente la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe tendría competencia para pronunciar, después de una instrucción dentro de las formas canónicas.

Habiendo sido los magistrados reemplazados por periodistas, este ataque desencadenó inmediatamente una campaña internacional. Sin preocuparse por tratar de refutar los términos de mi Declaración, unos periodistas se contentaron con difundir las insinuaciones del Osservatore Romano, amplificándolas con distorsiones suplementarias. Un ejemplo: el O. R. escribe: "Uno vacila antes de hablar de 'secta', ¿pero cómo evitar por lo menos el pensarlo?"; vuestro cronista religioso no se contenta sólo con la pregunta sino que le agrega todo un comentario que titula resueltamente: "Cómo nacen las sectas", y donde, entre otras amabilidades, soy asimilado a los herejes viejos católicos (mientras que mi defensa del primado romano contra el colegialismo episcopal es conocida por todas las personas competentes). Otro ejemplo: el O. R. se pregunta si todavía existe, entre las personas a las que apunta anónimamente, comunión con la Iglesia viva; F. D. recoge la pelota al vuelo y la vuelve a lanzar: "lo que es grave, —escribe— es la negativa de comunión con la Iglesia universal (...). Más grave aun oponer su propia ortodoxia a la herejía del papa y de los miles de obispos reunidos en el concilio". La estricta verdad es que nunca he dicho semejantes cosas y desafío a quienquiera a que pruebe lo contrario, con textos en la mano. ¿Y por qué silenciar que he escrito en el Supplément Voltigeur de Itinéraires del 15 de abril texto reproducido en  Itinéraires de 1º de mayo): “Si un obispo rompe con Roma, ése no seré yo. Mi Declaración lo dice bastante explícitamente y con fuerza”?...

En los ataques dirigidos contra Ecône es un hecho sorprendente que los publicistas no se toman el trabajo de informarse sobre el valor intelectual, doctrinal y moral del establecimiento, así como tampoco de las virtudes sacerdotales propuestas como base de la formación religiosa.

Lo que más choca al buen sentido y a la equidad natural, no menos que al instinto de la fe”, es que en medio del desastre casi universal y al que la autoridad no hace nada por remediar (el O.R. debe reconocer que “las medidas defensivas (¿cuáles?) no han estado a la altura de los peligros”, pero se esperan signos de arrepentimiento eficaz), un solo seminario es castigado, y precisamente aquél al que un diario belga llamó “el seminario más floreciente de Europa occidental”. Créanme que es sin orgullo que escribo esto, ya que tengo demasiada conciencia de ser el indigno instrumento de la Providencia. He aquí sin embargo algunos elementos:

Octubre de 1969: Fundación en Friburgo, con nueve seminaristas, en construcciones prestadas por una congregación religiosa.

Octubre de 1970: Apertura de Ecône: once seminaristas en primer año, más cinco que permanecieron en Friburgo (en una casa que yo había adquirido mientras tanto).

1º de noviembre de 1970: Decreto de erección, por el predecesor de S. E. monseñor Mamie, de la Fraternidad Sacerdotal Internacional San Pío X.

Junio de 1971: Colocación de la primera piedra de los nuevos edificios de Ecône. Des­de ese momento, han sido construidas tres alas, que permiten albergar unos ciento cua­renta profesores y seminaristas, y voy a iniciar la construcción de la cuarta ala (en el momento en que tantos y tantos seminarios en Francia, en Bélgica y en otras partes, se cierran o se venden).

Octubre de 1974: Unos cuarenta nuevos seminaristas (sobre alrededor de ciento treinta aspirantes) y cinco postulantes a hermanos.

Además de Ecône y Friburgo, la Fraternidad posee cinco casas: una en Albano (al lado de Roma; porque me importa mucho darle a mis seminaristas el espíritu romano), en Francia, en Inglaterra, y dos en los Estados Unidos, y debo encarar nuevas fundaciones.

Por comparación, el número total de seminaristas franceses bajó de 1963 a 1971, de 21.713 a 8.391, las ordenaciones de 573 a 237, y el número de entradas pasó de 470 en 1969 a 151 en 1973.

El árbol, dice el Evangelio, se juzga por sus frutos. Para los ciegos voluntarios, este es­cándalo permanente tenía que cesar.

En una conferencia que di en París el 29 de marzo de 1973 y que está reproducida en mi obra Un obispo habla, recordé haber hecho notar a S, E, el cardenal Garrone, pre­fecto  de  la  Sagrada  Congregación  para  la Educación Católica y los Seminarios, que Ecône es uno de los pocos establecimientos donde se observa la "ratio fundamentalis" promulgada por esa congregación (¡después del "Concilio"!) y que ordena el estudio del latín, la enseñanza de la teología especulativa tomando a Santo Tomás de Aquino por maestro, un año de espiritualidad, etcétera. Entonces, ¿dónde está la indisciplina?

Algunos me reprochan mi fidelidad a, la misa católica de tradición inmemorial, codificada por san Pío V como escudo contra la herejía protestante y que S. S. Paulo VI nun­ca prohibió (al menos, habría sido preciso un acto legislativo claro y emanado del Papa en persona: que lo citen si existe, pero no un texto introducido subrepticiamente entre la primera. y la segunda edición o falsificado en la. traducción). ¿Pero por qué no se le hace ninguna crítica a los obispos que han dado el imprimatur a. oraciones eucarísticas no aprobadas por Poma, orne se niegan a conservar el canto gregoriano pese a las prescripciones del Concilio Vaticano II y no dan la menor difusión al fascículo "Jubílate Deo" enviado el año pasado por el Papa a todos los obispos para hacer aprender a los fieles los cánticos latinos: que enseñan esta herejía (anatematizada por el Concilio de Trento) que en la misa "se trata simplemente de hacer memoria del único sacrificio ya realizado" o que dejan cantar la Internacional en su presencia?...

Ciertas afirmaciones de M.F.D. denotan por otra parte una gran ligereza. Cómo "una negativa sistemática a aplicar las decisiones conciliares en [mi] diócesis" habría podido poner me "en conflicto con el episcopado francés", cuando un vistazo al Anuario pontificio le hubiera enseñado a su cronista que desde agosto de 1962 (dos meses pues antes de la apertura del Concilio Vaticano II), yo era arzobispo titular de Synnada-en-Frigia, es decir, que no dirigía ninguna diócesis (fui, en efecto, Supe­rior general de los Espiritanos de 1962 a 1968).

Cuando F.D., que se obstina en descano­nizar a san Pío V y a san Pío X y para quien el modernismo sólo existe entre comillas, habla de fanatismo a propósito de mis seminaristas, lo invito, si quiere juzgar honestamente y con conocimiento de causa, a venir a Ecône y a asociarse a la vida de oración de jóvenes sanos y equilibrados, de los cuales muchos tienen títulos universitarios.

En cuanto a la carta de la "comisión cardenalicia", publicada en vuestro número del 4 de junio, suscita más problemas de los que resuelve. He aquí algunas anomalías, sin pretensiones exhaustivas:   

                                
       1.¿No convendría, en un documento de esta importancia, indicar el acta pontificia por la cual la "comisión" pretende haber sido instituida y a falta de la cual ésta está radicalmente desprovista de poder de decisión? ¿Cuál es su fecha? ¿En qué forma ha sido tomada? ¿A quién le ha sido notificada? ¿Por qué, en ocasión de esas comparecencias ante esos tres cardenales, el 13 de febrero y el 3 de marzo, haberme ocultado que se trataba de un órgano investido de competencias extraordinarias? La carta (siempre una simple carta, ni siquiera  un  decreto), que debería contener en ella misma la prueba de su regularidad, no da ninguna respuesta a esas preguntas. ¿Y cómo explicar, si había una comisión especial, que S. E. monseñor Mamie haya declarado el 9 de mayo haber actuado "de acuerdo con las Congregaciones romanas para los religiosos y los institutos seculares, para el clero, para la educación católica y los seminarios"? Los prefectos de congregaciones no son la congregación, así como un presidente de tribunal no es el tri­bunal; y si había una comisión instituida por el Papa, las congregaciones ya no tenían que intervenir más. "En la duda de derecho, la ley no obliga", dice el Código de derecho canónico: lo mismo sucede a fortiori cuando es la competencia, incluso la existencia, de la autoridad la que es dudosa.

2. No nos explican tampoco en qué el rechazo de las reformas de un concilio pas­toral, que expresamente ha negado ser infalible, sería más grave que la infidelidad sistemática a la doctrina, a la moral y a la disciplina intangibles de la Iglesia (incluso sobre puntos reafirmados por el mismo concilio) que se practica notoria e impunemente en muchos seminarios tan esqueléticos como regularmente aprobados.
¿Consideraría acaso la "comisión" "al Concilio", o mejor dicho a sus reformas y su aplicación, como ley suprema de la Iglesia y haría suya la afirmación de un célebre carde­nal apenas sospechoso de integrismo y que, salvo error, nunca fue contradicho en cuanto que: "Se puede hacer una lista impresionante de tesis enseñadas en Roma, anteayer y ayer, como únicas válidas, y que fueron eliminadas por los Padres conciliares"?

3. Según parece, es mi Declaración del 21 de noviembre de 1974 la que habría repen­tinamente explicitado "todo lo que el visitador" (había dos, pero ¡qué importa una contradicción más o menos!) no había podido aclarar" (hay, en efecto, muchas cosas que no están claras en este asunto).

Y la comisión insistiendo en pedir "que no se sospeche gratuitamente a las decisiones tomadas otros motivos que esa declaración misma". Ahora bien, no es "sospechar gratuitamente" el observar que esta Declaración es muy simplemente la síntesis de palabras dichas por mí en numerosas ocasiones desde 1969 y sobre todo desde 1972, en conferencias públicas, varias de las cuales están reproducidas en el libro Un obispo habla, publicado en febrero de 1974, y abundantemente anunciadas en su época en Itinéraires. Los visitadores canónicos y S. E. el car­denal prefecto de la Sagrada Congregación para la Educación Católica y los Seminarios estaban muy mal informados si lo ignoraban.


             4. En todo caso, la decisión no está de ninguna manera motivada por la fidelidad a la misa de "san Pío V". Ese silencio forzado es una confesión de que sigue estando autorizada.


La disolución del Seminario y de la Fraternidad está tachada de diversos vicios canónicos, tanto de forma (por ejemplo, la ausencia de todo decreto) como de fondo (especialmente lo que los autores de derecho administrativo llaman "desviación de poderes", es decir, la utilización de competencias contra el objetivo para el que deben ser ejercidas).

El 5 de junio, presenté un recurso canónico ante la Signatura Apostólica. El carde­nal secretario de Estado escribió a mi abogado romano que ese recurso no era recibido, prohibiendo así de facto que el Supremo Tribunal de la Iglesia examinara mis quejas. ¿Quién teme pues, y por qué, el examen imparcial y regular del expediente? ¿Y por qué nunca se le dan curso a mis repetidos pedidos de ser recibido en audiencia por el Santo Padre?

Los ataques contra Ecône aparecen claramente como una manifestación de lo que S. S. Paulo VI ha denunciado bajo el nombre de "autodestrucción" de la Iglesia. En este caso, más allá de nuestras indignas personas, nuestro deber es combatir por el honor de Dios, la fe católica y un relevo sacerdotal tan comprometido como vital para la Santa Iglesia.

Es por esto que ordené el 29 de junio, con el acuerdo del obispo de la diócesis donde han sido canónicamente incardinados, a los tres primeros seminaristas totalmente formados en mi seminario, así como a trece subdiáconos. Fue para nosotros un gran con­suelo el ver a un millar de amigos asistir a esta ceremonia, entre los cuales unos treinta sacerdotes suizos, franceses, etcétera, venidos del extranjero.

Es también por eso que, con la ayuda de mis profesores y de los bienhechores cuyas donaciones son administradas por asociaciones dotadas de personería jurídica y controladas por amigos seguros, seguiré formando en la fidelidad a la Iglesia romana a los muchos jóvenes que me han dado su confianza, muy felices de haber encontrado por fin un seminario donde pueden aprender cómo llegar a ser, muy simplemente, sacerdotes católicos.

21 de agosto de 1975.