Monseñor Marcel Lefebvre |
CAPÍTULO II
De la misa evangélica de Lutero al nuevo Ordo Missae *
Señoras,
señores:
Hablaré
esta noche de la misa evangélica de Lutero y de las sorprendentes semejanzas
del nuevo rito de la misa con las innovaciones rituales de Lutero.
¿Por
qué estas consideraciones? Porque la idea de ecumenismo que presidió la Reforma
litúrgica, según expresó el propio Presidente de la comisión, nos invita a
ello, porque si se probara que esta filiación del nuevo rito exis¬te realmente,
el problema teológico, es decir el problema de la fe, no puede dejar de ser
planteado según el adagio bien conocido "Lex orandi, lex credendi".
Ahora
bien, los documentos históricos de la Reforma litúrgica de Lutero son muy instructivos
para aclarar la Reforma actual.
Para comprender bien cuáles fueron los objetivos
de Lutero en esas Reformas litúrgicas, debemos
recordar brevemente la doctrina de la Iglesia sobre el sacerdocio y el Santo
Sacrificio de la misa.
El
Concilio de Trento, en su Sesión XXII, nos enseña que Nuestro Señor
Jesucristo al no querer poner fin a su sacerdocio, con su muerte, instituyó en
la última Cena un sacrificio visible destinado a aplicar la virtud salutífera
de su Redención a los pecados que cometemos todos los días. Con este fin estableció
a sus apóstoles como sacerdotes del Nuevo Testamento, a ellos y a sus
sucesores, instituyendo el sacramento del Orden que marca con un carácter
sagrado e indeleble a esos sacerdotes de la Nueva Alianza.
Ese
sacrificio visible se realiza sobre nuestros altares por una acción sacrificial por la cual Nuestro
Señor realmente presente bajo las especies del pan y del vino se ofrece como
víctima a su Padre. Y es por la manducación de esta víctima como nosotros comulgamos
con la carne y la sangre de Nuestro Señor, ofreciéndonos nosotros también en
unión con Él.
Así pues la Iglesia nos enseña que:
El sacerdocio de los
sacerdotes es esencialmente diferente del de los fieles, que no tienen
sacerdocio, sino que forman parte de una Iglesia que necesita absolutamente un
sacerdocio. A ese sacerdocio le es sumamente conveniente el celibato y una
distinción externa
respecto de los fieles, como ser el hábito sacerdotal.
El acto esencial del
culto realizado por ese sacerdocio es el Santo Sacrificio de la misa, diferente
del sacrificio de la Cruz únicamente por el hecho de que éste es cruento y el
otro incruento. Se realiza por un acto sacrificial
realizado por las palabras de la Consagración y no por un simple relato,
memorial de la Pasión o de la Cena.
Es por este acto
sublime y misterioso que se aplican los beneficios de la Redención a cada una de nuestras almas y
a las almas del Purgatorio. Y esto está admirablemente expresado en el
ofertorio.
La presencia real de
la víctima es
pues necesaria y se opera por el cambio de la sustancia del pan y del vino en
la sustancia del cuerpo y de la sangre de Nuestro Señor. Se debe pues adorar a
la Eucaristía y tener por ella un inmenso respeto: por eso, la tradición de
reservar a los sacerdotes el cuidado de la Eucaristía.
La
misa del sacerdote solo, en la cual sólo él comulga, es pues un acto
público, sacrificio del mismo valor como todo sacrificio de la misa y
soberanamente útil para el sacerdote y para todas las almas. La misa privada
es entonces muy recomendada y deseada por la Iglesia.
Son
estos principios los que están en el origen de las oraciones, de los cánticos,
de los ritos que hicieron de la misa latina una verdadera joya, cuya piedra
preciosa es el Canon. No se puede leer sin emoción lo que dice al respecto el
Concilio de Trento: "Como conviene tratar santamente las cosas santas y
que este Sacrificio es la más santa de todas, para que fuera ofrecido y
recibido digna y respetuosamente, la Iglesia católica ha instituido desde hace
muchos siglos, el Sagrado Canon, tan puro de todo error que no hay nada en él
que no respire una santidad y una piedad exterior y
que no eleve a Dios la mente de los que ofrecen. Está en efecto compuesto de las
propias palabras del Señor, de las tradiciones de los Apóstoles y de las
piadosas instrucciones de los Santos Pontífices" (Sesión XXII, cap. 4).
Veamos
ahora cómo Lutero
realizó su Reforma, es decir su misa evangélica como él mismo la llama, y con
qué espíritu. Para esto, nos referiremos a una obra de León Christiani que data
de 1910 y por lo tanto no sospechosa de estar influenciada por las reformas
actuales. Esta obra tiene por título "Du luthéranisme au
protestantisme" [Del luteranismo al protestantismo'] . Nos interesa
por las citas que nos proporciona de Lutero o de sus discípulos respecto de la
Reforma litúrgica.
Este
estudio es muy instructivo, porque Lutero no vacila en manifestar el espíritu liberal que lo anima.
"Ante todo —escribe— suplico amablemente... a todos los que querrán
examinar o seguir la presente ordenación del servicio divino, que no vean en
ella una ley coactiva ni obliguen, por lo tanto, a ninguna conciencia. Que cada
uno la adopte cuando, donde y como le placerá. Así lo quie re la libertad
cristiana" (p. 314).
"El culto se
dirigía a Dios
como un homenaje, en lo sucesivo se dirigirá al hombre para consolarlo e
iluminarlo. El sacrificio ocupaba el primer lugar, el sermón va a suplantarlo" (p. 312).
¿Qué piensa Lutero del sacerdocio? En su obra sobre
la misa privada, trata de demostrar que el sacerdocio católico es una
invención del diablo. Para ello invoca ese principio en adelante fundamental:
"Lo que no está en la Escritura es un agregado de Satanás". Ahora
bien, la Escritura no conoce el sacerdocio visible. No conoce más que a un
sacerdote, a un Pontífice, uno solo, Cristo. Con Cristo somos todos sacerdotes
El sacerdocio es a la vez tínico y universal. Qué locura la de querer
acapararlo para unos pocos... Toda distinción jerárquica entre los cristianos
es digna del Anticristo... Ay, entonces, de los pretendidos sacerdotes"
(p. 269).
En 1520, escribe su Manifiesto a la Nobleza
Cristiana de Alemania, en la cual ataca a los "romanistas" y pide
un concilio libre.
"La primera muralla levantada por los romanistas"
es la distinción entre clérigos y laicos. "Se ha descubierto —dice— que el
papa, los obispos, los sacerdotes, los monjes, componen el estado
eclesiástico, mientras que los príncipes, los señores, los artesanos, los
campesinos, forman el estado seglar. Es una pura invención y una mentira.
Todos los cristianos son en realidad del estado eclesiástico, entre ellos no
existe otra diferencia que la de la función... Si el papa o un obispo da la
unción, tonsura, ordena, consagra, se viste distinto de los laicos, puede
hacer embusteros o ídolos ungidos, pero no puede hacer un cristiano, ni un
eclesiástico. .. todo lo que sale del bautismo puede jactarse de ser
consagrado sacerdote, obispo y papa, por más que no convenga a todos ejercer
esta función" (pp. 148-149).
De esta doctrina Lutero saca las consecuencias
contra el hábito eclesiástico y contra el celibato. Él mismo y sus discípulos
dan el ejemplo, abandonan el celibato y se casan.
Cuántos
hechos que proceden de las Reformas del Vaticano II se asemejan a las conclusiones de Lutero: el abandono del hábito
religioso y eclesiástico, los numerosos casamientos aceptados por la Santa
Sede, o la ausencia de todo carácter distintivo entre el sacerdote y el laico.
Este igualitarismo se manifestará en la atribución de funciones litúrgicas
hasta ahora reservadas a los sacerdotes.
La supresión de las
órdenes menores y del subdiaconado, el diaconado casado, contribuyen a la
concepción puramente administrativa del sacerdote y a la negación del carácter
sacerdotal; la ordenación es orientada hacia el servicio de la comunidad y ya
no hacia el sacrificio, que es el único que justifica la concepción católica
del sacerdocio.
Los sacerdotes
obreros, sindicalistas, o que buscan un empleo remunerado por el Estado,
contribuyen también a hacer desaparecer toda distinción. Van más lejos que Lutero.
El segundo error
doctrinal grave de Lutero será la consecuencia del primero y fundado sobre su
primer principio: es la fe o la confianza la que salva y no las obras, y es la
negación del acto sacrificial que es esencialmente la misa católica.
Para Lutero, la misa
puede ser un sacrificio de alabanza, es decir un acto de alabanza, de- acción
de gracias, pero por cierto no un sacrificio expiatorio que renueva y aplica el
sacrificio de la Cruz.
Hablando de las
perversiones del culto en los conventos decía: "El elemento principal de
su culto, la misa, supera toda impiedad y toda abominación, hacen de ella un
sacrificio y una obra buena. Si no existiera otro motivo para colgar los hábitos,
irse del convento y romper los votos, éste sería ampliamente suficiente"
(p. 258).
La misa es una
"sinaxis", una comunión. La Eucaristía ha sido sometida a una triple
y lamentable cautividad: se les ha quitado a los laicos el uso del Cáliz, se ha
impuesto como un dogma la opinión inventada por los tomistas de la
transustanciación, se ha hecho de la misa un sacrificio.
Lutero toca aquí un punto
capital. No duda, sin embargo. "Es pues un error evidente e impío
—escribe— ofrecer o aplicar la misa por pecados, para satisfacer, por los difuntos…
La misa es ofrecida por Dios al hombre y no por el hombre a Dios...".
En cuanto a la
Eucaristía, como debe ante todo excitar la fe, debería ser celebrada en lengua
vulgar, a fin de que todos puedan comprender bien la grandeza de la promesa que
se les recuerda (p. 176).
Lutero
sacará las consecuencias de esta herejía suprimiendo el ofertorio, que expresa
claramente el objetivo propiciatorio y expiatorio del sacrificio. Suprimirá la
mayor parte del Canon, guardará los textos esenciales pero como relato de la
Cena. A fin de estar más cerca de lo que se realizó en la Cena, agregará en la
fórmula de consagración del pan "quod pro vobis
tradetur",
suprimirá las palabras "mysterium fidei" y las palabras "pro
multis". Considerará como palabras esenciales del relato las que preceden a la
consagración del pan y del vino y las frases que siguen.
Estima
que la misa es en primer lugar la liturgia de la Palabra; en segundo lugar, una
comunión.
Es imposible no quedar estupefacto
cuando se comprueba que la nueva Reforma ha aplicado las mismas modificaciones
y que en verdad los textos modernos puestos entre las manos de los fieles ya no
hablan de sacrificio sino de la "liturgia de la Palabra", del relato
de la Cena y del reparto del pan o de la Eucaristía.
El artículo VII de la instrucción que introduce el nuevo rito era
significativo de una mentalidad ya protestante. La corrección que se hizo
después no es de ninguna manera satisfactoria.
La supresión del ara, la introducción de la
mesa revestida de un solo mantel, el sacerdote de cara al pueblo, la hostia
que permanece siempre sobre la patena y no sobre el corporal, la autorización
del pan ordinario, de vasos hechos de diversas materias hasta las menos nobles,
y muchos otros detalles contribuyen a inculcar a los asistentes las nociones
protestantes opuestas esencial y gravemente a la doctrina católica.
Nada es más necesario a la supervivencia de la Iglesia católica
que el Santo Sacrificio de la misa; ponerlo en la sombra equivale a conmover
los fundamentos de la Iglesia. Toda la vida cristiana, religiosa y sacerdotal
está fundada en la Cruz, en el Santo Sacrificio de la Cruz renovado en el
altar.
Lutero
sacó como
consecuencia la negación de la transustanciación y de la presencia real, tal
como es enseñada por la Iglesia católica. iPara él el pan permanece. Por consiguiente, como
lo dice su discípulo Melanchton, quien se alza con vigor contra la adoración del Santo
Sacramento, "Cristo instituyó la Eucaristía como un recuerdo de su
Pasión. Adorarla es una idolatría" (p. 262).
De donde, la comunión en la mano y bajo las dos
especies, negando de hecho la presencia del cuerpo y sangre de Nuestro Señor
bajo cada una de las dos especies: es normal que la Eucaristía sea considerada
como incompleta bajo una sola especie.
Una vez más se puede evaluar la extraña similitud de la
Reforma actual con la de Lutero: todas las nuevas autorizaciones concernientes
al uso de la Eucaristía van en el sentido de un menor respeto, del olvido de la
adoración: comunión en la mano y distribución por laicos, incluso por mujeres,
reducción de las genuflexiones que han llevado a que muchos sacerdotes, las
supriman, uso del pan ordinario, de vasos ordinarios, todas estas reformas
contribuyen a la negación de la presencia real tal como es enseñada en la
Iglesia católica.
No es posible dejar de llegar a la
conclusión de que
dado que los principios están íntimamente ligados a la práctica según el
adagio "lex orandi, lex credendi", el hecho de imitar en la
liturgia de la misa a la Reforma de Lutero conduce infaliblemente a adoptar
poco a poco las ideas mismas de Lutero. La experiencia de los seis últimos
años, desde la publicación del nuevo Ordo, lo prueba ampliamente. Las
consecuencias de esta manera de actuar, supuestamente ecuménica, son
catastróficas, en el campo de la fe por empezar, y sobre todo en la corrupción del sacerdocio y la disminución de las vocaciones, en la unidad de
los católicos divididos en todos los ambientes sobre este asunto que los toca
de tan cerca, en las relaciones con los protestantes y los ortodoxos.
La concepción de los protestantes sobre este
asunto vital y esencial de la Iglesia: Sacerdocio-Sacrificio-Eucaristía, es
totalmente opuesta a la de la Iglesia Católica. No por nada tuvo lugar el Concilio de
Trento y todos los documentos del Magisterio que se refieren a él desde hace
cuatro siglos.
Es
psicológica,
pastoral, teológicamente imposible para los católicos abandonar una liturgia
que es verdaderamente la expresión y el sostén de su fe, para adoptar nuevos
ritos, que han sido concebidos por herejes, sin poner su fe en el mayor de los
peligros. No se puede imitar indefinidamente a los protestantes sin
convertirse en uno de ellos.
Cuántos fieles, cuántos jóvenes
sacerdotes, cuántos obispos han perdido la fe desde la adopción de estas
reformas. No se puede ir contra la naturaleza y la fe sin que éstas se venguen.
Les
resultará
provechoso releer el relato de las primeras misas evangélicas y sus consecuencias
para convencerse de este extraño parentesco entre las dos Reformas.
"En la noche del
24 al 25 de diciembre de 1521, la multitud invadió la iglesia parroquial... La
'misa evangélica' iba a comenzar. Karlstadt sube al pulpito, predica sobre la
Eucaristía, presenta la comunión bajo las dos especies como obligatoria, la
confesión previa como inútil. La fe sola basta. Karlstadt se presenta en el
altar en ropa seglar, recita el Confíteor, comienza la misa como
siempre hasta el evangelio. El
ofertorio, la elevación, en una palabra, todo lo que recuerda la idea de
sacrificio es suprimido. Después de la
consagración viene la comunión. Entre los asistentes muchos no se han confesado,
muchos han bebido y comido y hasta tomado aguardiente. Se
acercan como los demás.
Karlstadt distribuye las
hostias y presenta el cáliz. Los comulgantes toman el pan consagrado con
la mano y beben a su antojo. Una de las
hostias escapa y cae sobre la ropa de un asistente, un sacerdote la
levanta. Otra cae a tierra, Karlstadt
dice a los laicos que la recojan y como éstos se niegan por un gesto de
respeto o de superstición, se contenta con decir 'que quede donde está con tal
de que no la pisen'.
El mismo día, un sacerdote de los alrededores
daba la comunión bajo las dos especies a unas cincuenta personas de las que
sólo cinco se habían confesado. El resto había recibido la absolución en masa y
como penitencia se les había recomendado sencillamente que no recayeran en el
pecado.
Al
día
siguiente, Karlstadt se desposaba con Anna de Mochau. Varios sacerdotes imitaron
este ejemplo y se casaron.
Durante este tiempo, Zwilling,
escapado de su convento, predicaba en Eilenburgo. Había dejado el hábito monástico y
usaba barba. Vestido como laico echaba pestes contra la misa privada. En Año
Nuevo distribuye la comunión bajo las dos especies. Las hostias eran
distribuidas de mano a mano. Muchos se las pusieron en el bolsillo y se las
llevaron. Al consumir la hostia, una mujer dejó caer al
suelo algunos fragmentos. A nadie le importó. Los fieles tomaban ellos mismos
el cáliz y bebían unos buenos tragos.
El
29 de febrero de 1522, se casaba con Catalina Falki. Hubo entonces un verdadero
contagio de casamientos de sacerdotes y de monjes. Los monasterios empezaron a viciarse.
Los monjes que se quedaron en los conventos arrasaron los altares a excepción de uno solo, quemaron las
imágenes de los santos, incluso el óleo de los enfermos.
La mayor de las anarquías reinaba entre los sacerdotes.
Cada uno decía ahora la misa a su manera. El Consejo, desbordado, resolvió
fijar una liturgia nueva destinada a restablecer el orden consagrando las
reformas.
Ahí se regulaba la forma de decir la misa. Se
conservaban el introito, el Gloria, la epístola, el evangelio y el Sanctus;
seguía una predicación. Se suprimían el ofertorio y el canon. El
sacerdote recitaría simplemente la institución de la Cena, diría en voz alta y
en alemán las Palabras de la Consagración, y daría la comunión bajo las dos
especies. El cántico del Agnus Dei de la comunión y del Benedicamus Domino terminaba el servicio" (pp.
281-285).
Lutero
se preocupa por crear nuevos cánticos. Busca a poetas y los encuentra no sin
trabajo. Las fiestas de los santos desaparecen. Lutero maneja bien las
transiciones. Conserva la mayor cantidad posible de las ceremonias antiguas.
Se limita a cambiarles el sentido. La misa guarda en gran parte su aparato
exterior. El pueblo encuentra en las iglesias el mismo decorado, los mismos
ritos, con retoques hechos para gustarle, porque en lo sucesivo se
dirigen a él mucho
más que antes. Tiene conciencia de contar algo más dentro del culto. Toma en él
una parte más activa por el canto y la oración en alta voz. Poco a poco el
latín cede definitivamente su lugar al alemán.
La consagración será cantada en alemán. Está
concebida en estos términos: "Nuestro Señor en la noche en que fue
traicionado tomó pan, dio gracias, lo partió y lo presentó a sus discípulos
diciendo: Tomad y comed, éste es mi cuerpo que es dado por vosotros. Haced
esto, todas las veces que lo hagáis, en memoria mía. De la misma manera tomó
también el cáliz después de la cena y dijo: Tomad y bebed todos, esto es el
cáliz, un nuevo testamento, de mi sangre que es derramada por vosotros y por
la remisión de los pecados. Haced esto, todas las veces que beberéis de este
cáliz, en memoria mía." (p. 317).
Así se encuentran agregadas las
palabras "guod pro vobis tradetur (que es dado por vosotros)" y suprimidas "Mysterium fidei" y "pro multis" en la consagración del vino.
¿Acaso estos relatos referentes a la misa evangélica no expresan los
sentimientos que tenemos de la liturgia reformada desde el Concilio?
Todos estos cambios en el nuevo rito son
verdaderamente peligrosos, porque poco a poco, sobre todo para los sacerdotes jóvenes, que ya no tienen la idea
del Sacrificio, de la presencia real, de la transustanciación, y para quienes
todo esto ya no significa nada, esos jóvenes sacerdotes pierden la intención de hacer lo que hace la Iglesia y ya no dicen misas válidas.
Por supuesto, los sacerdotes de edad, cuando
celebran según el
nuevo rito, tienen todavía la fe de siempre. Han dicho la misa con el antiguo
rito durante tantos años, conservan las mismas intenciones, es dable creer que
su misa es válida. Pero, en la medida en que esas intenciones se van,
desaparecen, en tal medida, las misas ya no serán válidas.
Se han querido acercar a los
protestantes, pero son los católicos los que se han vuelto protestantes,
y no los protestantes los que se hicieron católicos. Esto es evidente.
Cuando cinco cardenales y quince obispos fueron al
"Concilio de los jóvenes" en Taizé, ¿cómo esos jóvenes pueden
saber lo que es el catolicismo, lo que es el protestantismo'? Algunos
tomaron la Comunión con los protestantes, otros con los católicos.
Cuando el cardenal Willebrands fue a Ginebra, al
Consejo Ecuménico de
las Iglesias, declaró: "Debemos rehabilitar a Lutero". ¡Lo
dijo como enviado de la Santa Sede!
Vean la Confesión. ¿En qué se ha convertido el
sacramento de la Penitencia con esta absolución colectiva? ¿Es acaso una manera
pastoral decir a los fieles: "Les hemos dado la absolución colectiva,
pueden comulgar, y cuando se les presente la ocasión, si tienen pecados
graves, se irán a confesar en el curso de los seis meses próximos o dentro de
un año..."? ¿Quién puede decir que esta manera de actuar es pastoral1?
¿Qué idea es posible hacerse del pecado grave?
El sacramento de la Confirmación está también en idéntica
situación. Ahora una fórmula corriente es la que sigue: "Te signo con
la Cruz y recibe el Espíritu Santo". Deben precisar cuál es la
gracia especial del Sacramento por el cual se da el Espíritu Santo. Si no
se dicen estas palabras: "Ego te confirmo in nomine Patris...", ¡no hay Sacramento! Así se lo
dije a los cardenales porque me dijeron: "¡Usted da la Confirmación donde
no tiene derecho a hacerlo!". —"Lo hago porque los fieles tienen
miedo de que sus hijos no tengan la gracia de la Confirmación, porque dudan
sobre la validez del Sacramento tal como es dado hoy en las iglesias. Entonces
para tener por lo menos esa seguridad de tener verdaderamente la gracia, me
piden que les dé la Confirmación. Lo hago porque me parece que no me puedo
negar a quienes me piden la Confirmación válida, incluso aunque no sea lícito.
Porque estamos en una época en la cual el derecho divino natural y
sobrenatural prima sobre el derecho positivo eclesiástico cuando éste se opone
a aquél en lugar de ser su canal".
Estamos
en una crisis extraordinaria. No podemos seguir esas reformas. ¿Dónde están los buenos frutos de
esas reformas? ¡De veras me lo pregunto! La reforma litúrgica, la reforma de
los seminarios, la reforma de las congregaciones religiosas. ¡Todos esos capítulos
generales! ¿Adónde han llevado a esas pobres congregaciones ahora? ¡Todo se
va...! ¡Ya no hay novicios, ya no hay vocaciones...!
Así lo reconoció igualmente el cardenal-arzobispo de Cincinnati
en el Sínodo de los obispos en Roma: "En nuestros países —representaba a todos los países anglófonos— ya no hay vocaciones porque ya no
saben lo que es el sacerdote". Debemos pues permanecer en la Tradición.
Sólo la Tradición nos "la verdaderamente la gracia, nos da verdaderamente
la continuidad en la Iglesia. Si abandonamos la Tradición, contribuimos a la
demolición de la Iglesia.
También les dije a esos cardenales: "¿No se dan
cuenta de que en el Concilio el esquema de la libertad religiosa es un esquema
contradictorio? En la primera parte del esquema se dice: "Nada ha
cambiado en la Tradición" y en el interior de ese esquema, todo es contrario
a la Tradición. Es contrario a lo que dijeron Gregorio XVI, Pío IX y León XIII".
¡Entonces
hay que elegir! O estamos de acuerdo con la libertad religiosa del Concilio y,
por ende, estamos contra lo que han dicho esos papas, o bien estamos de acuerdo
con esos papas y entonces ya no estamos de acuerdo con lo que se dice en el
esquema sobre la libertad religiosa. Es imposible estar de acuerdo con los
dos. Y agregué: "Tomo la Tradición, estoy con la Tradición y no con esas
novedades que son el liberalismo. Nada menos que el liberalismo que fue condenado
por todos ios pontífices durante un siglo y medio. Ese liberalismo ha entrado
en la Iglesia a través del Concilio: la libertad, la igualdad, la
fraternidad".
La libertad: la libertad religiosa; la fraternidad:
el ecumenismo; la igualdad: la colegialidad. Y ésos son los tres principios del
liberalismo, que proviene de los filósofos del siglo
XVII, y desemboca en la Revolución Francesa.
Son
ésas las
ideas que entraron en el Concilio mediante palabras equívocas. Y ahora vamos a
la ruina, la ruina de la Iglesia, porque esas ideas son absolutamente
contrarias a la naturaleza y contrarias a la fe. No hay igualdad entre
nosotros, no hay una verdadera igualdad. El papa León XIII lo dijo abierta y claramente en su encíclica sobre
la libertad.
¡Además la
fraternidad! Si no hay un padre, ¿adónde iríamos a buscar la fraternidad? Si
no hay Padre, no hay Dios, entonces, ¿cómo somos hermanos? ¿Cómo es posible
ser hermanos sin un padre común? ¡Imposible! ¿Es preciso abrazar a todos los
enemigos de la Iglesia: a los comunistas, a los budistas y a todos los que
están contra la Iglesia? ¿A los masones?
Y ese decreto fechado hace una semana y que dice que
ya no hay excomunión para un católico que entra en la masonería. ¿La que destruyó a
Portugal? ¿La que estaba en Chile con Allende? Y ahora en Vietnam del Sur: hay
que destruir a los Estados católicos. Austria durante la primera guerra
mundial, Hungría, Polonia... ¡Los masones quieren la destrucción de los países
católicos! ¿Qué será dentro de un año de España, Italia, etcétera...? ¿Por qué
la Iglesia abre los brazos a todas esas gentes que son enemigos de la Iglesia?
¡Ah!
cuánto debemos rezar, rezar; asistimos a un asalto del demonio contra la Iglesia
como nunca se vio. Tenemos que rezar a Nuestra Señora, a la bienaventurada Virgen María, que venga en nuestra ayuda, porque verdaderamente no sabemos lo
que sucederá mañana. ¡Es imposible que Dios acepte todas esas blasfemias,
sacrilegios, hechos a Su gloria, a Su majestad! Pensemos en las leyes sobre el
aborto, que vemos en tantos países, en el divorcio en Italia, toda esta ruina
de la ley moral, ruina de la verdad. ¡Es difícil creer que todo esto pueda
hacerse sin que un día Dios hable! y castigue al mundo con terribles penas.
Es por esto que debemos pedir a Dios su misericordia
para nosotros y para nuestros hermanos; pero debemos luchar, combatir. Combatir
para mantener la Tradición y no tener miedo. Mantener, por encima de todo, el
rito de nuestra santa misa, porque ella es el fundamento de la Iglesia y
de la civilización cristiana. Si ya no hubiera una verdadera misa en la
Iglesia, la Iglesia desaparecería.
Debemos pues conservar ese rito,
ese Sacrificio. Todas nuestras iglesias fueron construidas para esta misa,
no para otra misa; para el Sacrificio de la misa, no para una Cena, para
una Comida, para un Memorial, para una Comunión, ¡no! ¡Para el Sacrificio de
Nuestro Señor Jesucristo que continúa sobre nuestros altares! ¡Es por ello
que nuestros padres construyeron esas hermosas iglesias, no para una Cena,
no para un memorial, no!
Cuento
con las oraciones de ustedes para mis seminaristas, para hacer de mis seminaristas verdaderos
sacerdotes, que tienen fe y que podrán así dar los verdaderos sacramentos!
y el verdadero Santo Sacrificio de la misa. Gracias.
* Conferencia dada en Florencia el 15 de febrero de 1975.