EN OTRO ANIVERSARIO DE SU ENCUENTRO DEFINITIVO,
CON NUESTRO SEÑOR, EL 25 DE MARZO DE 1991,
FIESTA DE LA
ANUNCIACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.
Monseñor Marcel Lefebvre |
Monseñor Lefebvre fue un hombre escogido
por Dios. Porque nadie pudo hacer lo que él hizo si no hubiese sido escogido
por Dios. “Un hombre es grande solo cuando Dios le elije” (decía Ernesto Hello).
A medida que transcurre el tiempo se ve más claramente, se distingue más
claramente, cuál fue su misión, qué sabiamente y con cuántos sufrimientos la
llevó a cabo – otra señal más de su elección divina- y por qué Nuestro Señor lo
escogió, mejor dicho, cómo lo predestinó para cumplir esa obra de custodiar el
depósito sagrado de la Fe. Si leemos su vida veremos en ella cómo Nuestro Señor
le fue preparando para la terrible y gloriosa hora de defender a la Santa
Iglesia. Terrible en cuanto a los padecimientos que debió soportar, y gloriosa
porque la hizo por Cristo Nuestro Señor, y hasta el fin.
Sí, él defendió a la Santa Iglesia de
siempre con el fuego de la fe, de la esperanza y de la caridad con las que
Cristo le dotó para realizar esta dura misión, que aún perdura, no obstante algunos
tratan de torcer de su verdadero destino, aquél fin para el cual fue creada:
resistir en la fe hasta el fin guardando incorrupto su depósito.
Dios escoge el hombre para la misión que
ha de encargarle y nadie puede torcerla de su único y auténtico destino. Por
más talento o incluso por más “espíritu sobrenatural” que diga poseer. No son esas
precisamente las señales de un espíritu recto, de un espíritu de Dios. “Carísimos, no creáis a cualquier espíritu, sino examinad los espíritus si son de Dios, porque muchos seudoprofetas han salido en el mundo. Podéis conocer el espíritu de Dios por esto: Todo espíritu que confiese que Jesucristo a venido en carne es de Dios; pero todo espíritu que no confiese a Jesús, ése no es de Dios, es del anticristo, de quien habéis oído que está por llegar y que al presente se halla ya en el mundo. Vosotros, hijitos, sois de Dios y los habéis vencido, porque mayor es el que está en vosotros que quien está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo y el mundo los oye".
"Nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios nos escucha; el que no es de Dios no nos escucha. Por aquí conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error". (1 Juan, 4, 1-6).
"Hijitos, esta es la hora postrera, y como habéis oído que está para llegar el anticristo, os digo ahora que muchos se han hecho anticristos, por lo cual conocemos que ésta es la hora postrera. De nosotros han salido, pero no eran de los nuestros. Si de los nuestros fueran hubieran permanecido con nosotros, pero así se ha hecho manifiesto que no todos son de los nuestros." (1 Juan 2, 18-19).
Nadie puede
desviar una obra de Dios de su fin sin traicionar la obra querida por Él. Por
más buenas intenciones que diga poseer quien lo intente, sin traicionar con ello la
esencia de la obra, de la tarea que Dios le impuso y, además, colmó de las
gracias necesarias para llevarla a cabo. Solo el hombre -desgraciadamente los
hombres tenemos ese poder- podemos rechazar la gracia divina asumiendo que
nosotros podremos “hacerlo mejor y más inteligentemente" con nuestros
pobres medios humanos. Pero, “la gracia rechazada si no convierte, pervierte.”
Decía alguien que solo balbuceaba: “estar en el camino hacia Dios”.
Monseñor Lefebvre, en esta hora de
tinieblas,
intercede por nosotros ante Nuestra
Señora,
para que Ella apresure
el triunfo de su Inmaculado Corazón.
Amén.