Mons. Marcel Lefebvre |
CAPÍTULO
VIII
CARTA A
LOS AMIGOS Y BIENHECHORES *
Queridos
amigos y bienhechores:
Me
parece llegado el momento de poner en conocimiento de ustedes los últimos
acontecimientos relativos a Ecône, y la actitud que en conciencia, ante Dios,
creemos deber tomar en estas graves circunstancias.
En lo
que concierne al recurso ante la Signatura Apostólica: la última instancia
hecha por mi abogado ante los cardenales que forman el tribunal, a fin de
conocer exactamente cuál fue la intervención del Papa en el proceso que se nos
hace, fue detenida en su curso por una carta autógrafa del cardenal Villot al
cardenal Staffa, presidente del tribunal, ordenándole prohibir todo recurso.
En
cuanto a la audiencia con el Santo Padre, es igualmente denegada por el
cardenal Villot. No tendré audiencia hasta que haya desaparecido mi obra y
conformado mi manera de
pensar a la que reina en la Iglesia reformada de hoy.
Sin embargo, el acontecimiento más importante es
sin duda esa carta firmada por el Santo Padre, presentada como autógrafa por el
nuncio de Berna, en realidad dactilografiada, y que, bajo una nueva forma,
repite los argumentos o más bien las afirmaciones de la carta de los
cardenales. La recibí el 10 de julio último: Me pide un acto público de
sumisión "al Concilio, a las reformas posconciliares y a las
orientaciones que comprometen al propio Papa".
Una segunda carta del Papa, recibida el 10 de
septiembre, pide urgente respuesta a la primera carta.
Esta vez, sin desearlo, por no tener como meta sino
servir a la Iglesia en la humilde y muy consoladora tarea de dar verdaderos
sacerdotes entregados a su servicio, estábamos enfrentados con las autoridades
de la Iglesia hasta su más alta cima aquí abajo, el Papa. He respondido pues al
Santo Padre, afirmando nuestra sumisión al sucesor de Pedro en su función
esencial, que es la de trasmitirnos fielmente el depósito de la fe.
Si se consideran los hechos en su aspecto puramente
material, se trata de poca cosa: la supresión de una Fraternidad apenas nacida
que no cuenta sino algunas decenas de miembros, el cierre de un seminario, muy
poca cosa en realidad, y que no merece preocuparse por ello.
Por el contrario, si se presta atención por un
momento a las reacciones provocadas en los medios católicos e incluso
protestantes, ortodoxos y ateos, y esto en el mundo entero; a los innumerables artículos
de la prensa mundial, reacciones de entusiasmo y de verdadera esperanza,
reacciones de despecho y de oposición, reacciones de simple curiosidad, no
podemos impedirnos pensar, incluso si lo lamentamos, que Ecône plantea un problema que supera en mucho las
modestas dimensiones de la Fraternidad y del seminario, un problema profundo,
ineluctable, que no se puede descartar con un revés de la mano, que no se puede
resolver por una orden formal, de cualquier autoridad que provenga. Porque el
problema de Ecône es
el de miles y millones de conciencias cristianas desgarradas, divididas, perturbadas
desde hace diez años por este dilema martirizante: u obedecer a riesgo de
perder la fe, o desobedecer y guardar su fe intacta; u obedecer y colaborar en
la destrucción de la Iglesia, o desobedecer y trabajar en la preservación y la
continuación de la Iglesia; o aceptar a la Iglesia reformada y liberal, o
mantener su pertenencia a la Iglesia católica.
Y es porque Ecône está en el corazón de este problema crucial que muy
pocas veces se planteó a las conciencias católicas con esta amplitud y con esta
gravedad, por lo que tan tas miradas están vueltas hacia
esta que resueltamente ha escogido la opción de pertenencia a la Iglesia
de siempre y rehúsa la pertenencia a la Iglesia reformada y liberal.
Y he aquí que la Iglesia, por sus representantes oficiales,
toma posición contra esta opción de Ecône, condenando así públicamente la formación
tradicional del sacerdote, en nombre del Concilio Vaticano II, en nombre de las reformas posconciliares y en nombre
de las orientaciones posconciliares que comprometen al Papa.
¿Cómo explicar esta oposición a la Tradición en
nombre de un Concilio y de su aplicación? ¿Puede uno razonablemente y debe
realmente oponerse a un Concilio y a sus reformas? ¿Puede uno, por añadidura,
y debe oponerse a las órdenes de la jerarquía que intima seguir al Concilio y a
todas las orientaciones posconciliares oficiales?
He aquí el grave problema que, hoy, después de diez
años posconciliares se plantea a nuestra conciencia en ocasión de la condenación
de Ecône.
Es imposible responder prudentemente a estas
preguntas sin hacer una rápida exposición de la historia del liberalismo y del
catolicismo liberal en el curso de los últimos siglos. No se puede explicar el
presente sino por el pasado.
Principios
del liberalismo
Por empezar, definamos en pocas palabras el
liberalismo, cuyo ejemplo histórico más típico es el protestantismo. El
liberalismo pretende liberar al hombre de toda coacción no querida o aceptada
por él mismo.
Primera liberación: la que libera a la inteligencia de toda verdad
objetiva impuesta. La Verdad debe ser aceptada diferente según los individuos o
los grupos de individuos; es pues necesariamente compartida. La Verdad se hace
y se busca sin fin. Nadie puede pretender tenerla exclusivamente y en su integridad.
Se comprende en qué medida es esto contrario a Nuestro Señor Jesucristo y a su
Iglesia.
Segunda liberación: la de la fe que nos impone dogmas, formulados de
manera definitiva y a los que la inteligencia y la voluntad deben someterse.
Los dogmas, según el liberal, deben ser sometidos a la criba de la razón y de
la ciencia y esto de una manera constante, habida cuenta de los progresos
científicos. Es pues imposible admitir una verdad revelada definida para
siempre. Se notará la oposición de este principio a la Revelación de Nuestro
Señor y a Su divina autoridad.
En fin, tercera liberación, la de la ley. La
ley, según el liberal, limita la libertad y le impone una coacción primero
moral y por fin física. La ley y sus coacciones van en contra de la dignidad
humana y de la conciencia. La conciencia es la ley suprema. El liberal
confunde Libertad y Licencia. Nuestro Señor Jesucristo es la Ley viva, por ser
el Verbo de Dios; esto dará entonces la medida de cuán profunda es la
oposición del liberal a Nuestro Señor.
Consecuencias
del liberalismo
Los principios liberales tienen por consecuencia
destruir la filosofía del ser y rehusar toda definición de los seres para
encerrarse en el nominalismo o el existencialismo y el evolucionismo. Todo está sujeto a la mutación, al cambio.
Una segunda consecuencia igualmente grave, si no más,
es la negación de lo sobrenatural, por ende del pecado original, de la justificación
por la gracia, del verdadero motivo de la Encarnación, del sacrificio de la
Cruz, de la Iglesia, del Sacerdocio. Todo es falseado en la obra cumplida por
Nuestro Señor; y eso se traduce en una visión protestante de la Liturgia del
Sacrificio de la Misa y de los Sacramentos, que ya no tienen por objeto la
aplicación de la Redención a las almas, a cada alma, a fin de comunicarle la
gracia de la vida divina y prepararla a la vida eterna, por la pertenencia al
cuerpo místico de Nuestro Señor, sino que tienen en adelante por centro y
motivo la pertenencia a una comunidad humana de carácter religioso. Toda la
Reforma litúrgica se resiente de esta orientación.
Otra consecuencia: la negación de toda autoridad
personal, participación en la autoridad de Dios. La dignidad humana pide que
el hombre no sea sometido sino a lo que él consiente. Puesto que una autoridad
es indispensable para la vida de la sociedad, él no aceptará sino la autoridad
admitida por una mayoría, porque representa la delegación de la autoridad de
los individuos más numerosos a una persona o a un grupo designado, siendo
esta autoridad siempre únicamente delegada.
Ahora bien, estos principios y sus consecuencias,
que exigen la libertad de pensamiento, la libertad de enseñanza, la libertad de
conciencia, la libertad de elegir su religión esas falsas libertades que
suponen la laicidad del
Estado, la separación de la Iglesia y del
Estado, han sido, desde el Concilio de Trento, condenadas sin cesar por los sucesores de Pedro, y
por empezar por el propio Concilio de Trento.
Condenación del liberalismo por
el Magisterio de la iglesia
el Magisterio de la iglesia
Fue la oposición de la Iglesia al liberalismo
protestante lo que provocó el Concilio de
Trento, de donde la considerable importancia de ese Concilio
dogmático para la lucha contra los errores liberales, para la defensa de la
Verdad, de la Fe, en particular mediante la codificación de la Liturgia del
Sacrificio de la Misa y de los sacramentos y mediante las definiciones
concernientes a la justificación por la gracia.
Enumeremos algunos documentos entre los más
importantes que completaron esta doctrina del Concilio de Trento,
confirmándola:
—La Bula Auctorem fidei de
Pío VI
contra el Concilio de Pistoya.
—La encíclica Mirari vos de Gregorio XVI contra Lamennais.
—La encíclica Quanta Cura y el Syllabus de
Pío IX.
—La encíclica Immortale Dei de
León XIII
condenando el derecho nuevo.
—Las Actas de san Pío X contra el Sillon y el modernismo, y especialmente el decreto Lamentabili
y el juramento
antimodernista.
—La encíclica Divini
Redemptoris del papa Pío XI contra el comunismo.
—La encíclica Humani
Generis del papa Pío XII.
Así pues el liberalismo y el catolicismo liberal
fueron siempre condenados por ios sucesores de Pedro en nombre del Evangelio y
de la Tradición apostólica.
Esta conclusión evidente es de una importancia
primordial para determinar
nuestra actitud y manifestar nuestra unión indefectible al Magisterio
de la Iglesia y a los sucesores de Pedro. Nadie más que nosotros está unido al
sucesor de Pedro hoy reinante, cuando se hace eco de las Tradiciones
apostólicas y de las enseñanzas de todos sus predecesores. Porque
es la definición
misma del sucesor de Pedro el
conservar el depósito y trasmitirlo fielmente.
He aquí lo que proclama el papa
Pío IX
a este respecto en Pastor aeternus: “El Espíritu Santo no ha, sido en efecto prometido
a los sucesores de Pedro para permitirles publicar, según sus revelaciones,
una doctrina nueva, sino para guardar estrictamente y exponer fielmente con su asistencia las revelaciones
trasmitidas por los apóstoles, es decir el depósito de la fe".
Influencia del liberalismo en el Concilio Vaticano II
Llegamos ahora al asunto que nos preocupa: ¿cómo
explicar que uno pueda, en nombre del Concilio Vaticano II, oponerse a Tradiciones seculares y apostólicas,
implicando así al propio Sacerdocio católico y a su acto esencial, el Santo
Sacrificio de la Misa?
Un grave y trágico equívoco pesa sobre el Concilio
Vaticano II, presentado
por los papas mismos en términos que lo han favorecido: Concilio del "aggiornamento", de la "puesta al día" de la
Iglesia, Concilio pastoral, no dogmático, como de nuevo acaba de llamarlo el
Papa, hace un mes.
Esta presentación, en la situación de la Iglesia y
del mundo en 1982, presentaba inmensos peligros a los que el Concilio no logró
escapar. Era fácil traducir estas palabras de tal manera que los errores
liberales se introdujeran ampliamente en el Concilio. Una minoría liberal de
los padres del Concilio, y sobre todo entre los cardenales, fue muy activa, muy
organizada, muy apoyada por una pléyade de teólogos modernistas y por muchos
secretariados. Que se piense en la enorme producción de impresos del IDOC
subvencionada por las Conferencias episcopales alemana y holandesa.
Les fue fácil pedir insistentemente la adaptación de
la Iglesia al hombre moderno, es decir, al hombre que quiere liberarse de todo;
y presentar a la Iglesia como inadaptada, impotente, echando la culpa en el pecho
de los predecesores. La Iglesia es presentada tan culpable de las divisiones
de antaño como los protestantes y los ortodoxos. Debe pedir perdón a los
protestantes presentes.
La Iglesia de la Tradición es culpable por sus
riquezas, por su triunfalismo; los padres del Concilio se sienten culpables por
estar fuera del mundo, por no ser del mundo; se avergüenzan ya de sus insignias
episcopales, muy pronto de sus sotanas.
Este ambiente de liberación alcanzará muy pronto a
todos los campos y se reflejará en el espíritu colegiado donde quedará velada
la vergüenza que se siente de ejercer una autoridad personal tan contraria al
espíritu del hombre moderno, digamos del hombre liberal. El Papa y los obispos
ejercerán su autoridad colegialmente en los sínodos, las conferencias episcopales, los
consejos presbiteriales. En fin, la Iglesia se abre a los principios del mundo
moderno.
La liturgia también será liberalizada, adaptada,
sometida a las experimentaciones de las conferencias episcopales.
¡La libertad religiosa, el ecumenismo, la
investigación teológica, la revisión del derecho canónico atenuarán el
triunfalismo de una Iglesia que se proclamaba única arca de salvación! La
Verdad se encuentra compartida en todas las religiones, una búsqueda común
hará avanzar la comunidad religiosa universal alrededor de la Iglesia.
Los protestantes en Ginebra —Marsaudon en su libro El
ecumenismo visto por un francmasón—, los liberales como Pesquet, triunfan.
¡Por fin desaparecerá la era de los Estados católicos! ¡El derecho común para
todas las religiones! ¡"La Iglesia libre en el Estado libre", la
fórmula de Lamennais! ¡Así es, la Iglesia adaptada al mundo moderno! ¡El
derecho público de la Iglesia y todos los documentos citados anteriormente se
convierten en piezas de museo destinadas a tiempos perimidos! Lean al
principio del esquema sobre "la Iglesia en el mundo" la descripción de los tiempos modernos en
mutación, lean las
conclusiones, son del más puro liberalismo. Lean el esquema sobre la
"libertad religiosa" y compárenlo con la encíclica Mirari Vos de
Gregorio XVI, con Quanta
Cura de Pío IX, y
podrán comprobar la contradicción casi palabra por palabra.
Decir que las ideas liberales no influenciaron el
Concilio Vaticano II es
negar la evidencia. La crítica interna y la crítica externa lo prueban
abundantemente.
Influencia
del liberalismo en las reformas
y
orientaciones posconciliares
Y si
pasamos del "concilio" a las "reformas" y a las
"orientaciones", la prueba es deslumbrante. Ahora bien, fijémonos
bien que en las cartas de Roma que nos piden un acto público de sumisión, las
tres cosas son presentadas siempre como indisolublemente unidas. Se equivocan
pues seriamente los que hablan de una mala interpretación del Concilio, como
si el Concilio en sí mismo fuera perfecto y no pudiera ser interpretado según
las reformas y las orientaciones.
Las reformas y orientaciones oficiales
posconciliares manifiestan con más evidencia que cualquier otro escrito la interpretación
oficial y querida del Concilio.
Ahora bien, aquí, no tenemos necesidad de
extendernos: los hechos hablan por sí mismos y son elocuentes, ay, muy
tristemente.
¿Qué ha quedado intacto de la Iglesia preconciliar? ¿Por dónde no ha pasado la autodemolición? Catequesis, seminarios, congregaciones
religiosas, liturgia de la Misa y de los sacramentos, constitución de la
Iglesia, concepción del Sacerdocio. Las
concepciones liberales todo lo han asolado y llevan a la Iglesia más allá de
las concepciones del protestantismo, ante la estupefacción de los protestantes
y la reprobación de los ortodoxos. Una de las más espantosas comprobaciones de
la aplicación de esos principios liberales es la apertura a todos los errores
y especialmente al más monstruoso jamás salido del espíritu de Satanás: el comunismo. El comunismo tiene sus entradas oficiales en
el Vaticano y su revolución mundial se ve singularmente facilitada por la
no resistencia oficial de la Iglesia,
mucho más, por frecuentes apoyos a la revolución, a pesar de las desesperadas advertencias de los
cardenales que han sufrido las cárceles comunistas.
La negativa de este Concilio pastoral a condenar
oficialmente al comunismo es por sí sola suficiente para cubrirlo de vergüenza
ante toda la historia, cuando se piensa en las decenas de millones de mártires,
en los individuos despersonalizados científicamente en los hospitales psiquiátricos,
sirviendo de cobayos para cualquier experimento. Y el Concilio pastoral que
reunía a 2.350 obispos se calló, pese a las 450 firmas de los Padres que pedían
esa condenación, que yo personalmente entregué a monseñor Felici, secretario
del Concilio, en compañía de monseñor Sigaud, arzobispo de Diamantina.
¿Es preciso llevar más lejos el análisis para
llegar a la conclusión? Me parece que estas líneas bastan para que uno se pueda
negar a seguir este Concilio, estas reformas, estas orientaciones en todo lo
que tienen de liberal y de neomodernista.
Queremos responder a la objeción que no dejarán de
hacernos respecto de la obediencia, respecto de la jurisdicción de aquéllos
que quieren imponernos esta orientación liberal. Nosotros respondemos: en la
Iglesia, el derecho y la jurisdicción están al servicio de la fe, finalidad
primera de la Iglesia. No existe ningún derecho, ninguna jurisdicción que pueda
imponernos una disminución de nuestra Fe.
Aceptamos esa jurisdicción y ese derecho cuando están
al servicio de la Fe. ¿Pero quién puede juzgar sobre esto? La Tradición, la Fe
enseñada desde hace dos mil años. Todo fiel puede y debe oponerse a
quienquiera en la Iglesia toque a su fe, la fe de la Iglesia de siempre,
apoyado en el catecismo de su infancia.
Defender su fe es el primer deber de todo cristiano,
con mayor razón de todo sacerdote y de todo obispo. En el caso de cualquier
orden que comporte un peligro de corrupción de la fe y de las costumbres, la
"desobediencia" es un deber grave.
Es porque estimamos que nuestra fe está en peligro
por las reformas y las orientaciones posconciliares que tenemos el deber de
"desobedecer" y guardar las Tradiciones. Es el mayor servicio que
podemos prestar a la Iglesia católica, al sucesor de Pedro, a la salvación de
las almas y de nuestra alma, el de rechazar la Iglesia reformada y liberal, porque
creemos en Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre,
que no es ni liberal, ni reformable.
Otra última objeción: el Concilio es un concilio como
los demás. Por su ecumenicidad y su convocación, sí; por su objeto, y es esto
lo esencial, no. Un concilio no dogmático puede no ser infalible; sólo lo es en
cuanto repite verdades dogmáticas tradicionales.
¿Cómo justifican ustedes su actitud respecto del
Papa?
Nosotros somos los más ardientes defensores de su
autoridad como sucesor de Pedro, pero regulamos nuestra actitud según la
palabra de Pío IX antes
citada. Aplaudimos al Papa eco de la Tradición y fiel a la transmisión del
depósito de la Fe. Aceptamos las novedades íntimamente conformes a la Tradición
y a la Fe. No nos sentimos ligados por la obediencia a novedades que van contra
la Tradición y amenazan nuestra Fe. En este caso,, nos alineamos tras los
documentos pontificios citados antes.
No vemos, en conciencia, cómo un católico fiel,
sacerdote u obispo, pueda tener otra actitud ante la dolorosa crisis que
atraviesa la Iglesia. "Nihil
innovetur nisi quod traditum est" —que no se innove nada sino que se
transmita la Tradición.
¡Que Jesús y María nos ayuden a seguir siendo fieles
a nuestros compromisos episcopales!
"No digáis verdad a lo que es falso, no digáis bueno a lo que es
malo". Esto es lo que nos fue dicho
en nuestra consagración.
A este documento agrego unas líneas para informarles
de la vida de la obra.
Hemos tenido doce salidas al final del año escolar, algunas de las cuales
debidas a los reiterados ataques de la
jerarquía. Otros diez fueron
llamados al servicio militar. Por ti
contrario, tendremos una entrada de veinticinco en Ecône y de cinco
en Weissbad en el cantón de
Appenzell, y de seis también en Armada, en los Estados Unidos.
Por otra parte, tenemos cinco postulantes para
hermanos y ocho postulantas religiosas. Es decir que la juventud, por su
sentido de la Fe, sabe dónde encontrar las fuentes de las gracias
necesarias a su vocación. Preparamos
el porvenir: en los Estados Unidos, por la construcción de una capilla
en Armada y de dieciocho habitaciones para los seminaristas; en Inglaterra,
por la compra de una casa más amplia para los cuatro sacerdotes que dispensan
la verdadera doctrina, el verdadero sacrificio y los sacramentos. En Francia,
hemos adquirido el primer priorato, en Saint-Michel-en-Brenne. Esos prioratos, que constan de una casa para los sacerdotes y
los hermanos, otra para las hermanas y una casa de veinticinco a treinta
habitaciones para los ejercicios
espirituales, serán fuentes de
vida de oración, de santificación para los fieles, para los sacerdotes, y
centros misioneros. En Suiza, en
Weissbad, una sociedad San Carlos
Borromeo pone habitaciones a nuestra disposición en un inmueble
alquilado en el cual se han organizado cursos privados para los estudiantes de
habla alemana.
Por eso contamos con el apoyo de las oraciones de
ustedes y de su generosidad a fin de proseguir, a pesar de las pruebas, esta
formación sacerdotal indispensable a la vida de la Iglesia. No es la Iglesia ni
el sucesor de Pedro los que nos golpean, sino unos hombres de Iglesia imbuidos
de los errores liberales que ocupan posiciones elevadas en la Iglesia y
aprovechan de su poder para hacer desaparecer el pasado de la Iglesia e instaurar
una nueva Iglesia que ya no tiene nada de católica.
Es preciso pues que salvemos a la verdadera Iglesia
y al sucesor de Pedro de este asalto diabólico que hace pensar en las profecías
del Apocalipsis.
Recemos sin cesar a la Virgen María, a san José, a
los santos ángeles, a san Pío X, para que vengan en nuestra ayuda para que la Fe
católica triunfe de los errores. Mantengámonos unidos en esta Fe, evitemos la
discusión, amémonos unos a otros, recemos por aquéllos que nos persiguen y
devolvamos bien por mal.
Y que Dios los bendiga.
·
Carta
nº 9, hecha pública en octubre de 1975.