Ecône, 31 de
agosto de 1985.
Muy Santo
Padre:
Durante quince días, antes de la fiesta de la Inmaculada Concepción,
Vuestra Santidad ha decidido reunir un Sínodo extraordinario en Roma, con el
fin de hacer del Concilio Vaticano II, concluido hace veinte años, "una realidad cada
vez más viviente".
Permitid que, con ocasión de este acontecimiento, nosotros, que hemos
participado activamente en el Concilio, os comuniquemos respetuosamente
nuestras aprensiones y nuestros deseos, para el bien de la Iglesia y la
salvación de las almas que en nosotros confían.
Estos veinte años, según la expresión del Prefecto mismo de la
Sagrada Congregación para la fe, han ilustrado suficientemente una situación
que desemboca en una verdadera autodemolición de la Iglesia, excepto en los
ambientes donde ha sido mantenida la Tradición milenaria de la Iglesia.
El cambio operado en la Iglesia en los años sesenta se concretó y afirmó en el Concilio por
la "Declaración sobre la Libertad Religiosa": acordando al hombre el
derecho natural de estar exento de la coacción que le impone la ley divina de
adherir a la fe católica para salvarse, coacción que se traduce necesariamente
en las leyes eclesiásticas y civiles sometidas a la autoridad legislativa de
Nuestro Señor Jesucristo.
Esta libertad de toda coacción de la ley divina y de las leyes humanas en
materia religiosa, está inscripta entre las libertades proclamadas en la
Declaración de los Derechos del Hombre, declaración impía y sacrílega
condenada por los Papas y en particular por el Papa Pío VI
en su encíclica Adeo nota, del
23 de abril de 1791, y en su Alocución al Consistorio del 17 de junio de 1793.
De esta Declaración sobre la Libertad religiosa dimana como de una
fuente envenenada:
1) El indiferentismo religioso de los Estados,
incluso católicos,
llevado a cabo desde hace 20 años por instigación de la Santa Sede.
2) El ecumenismo perseguido sin descanso por Vos
mismo y por el Vaticano, ecumenismo condenado por el Magisterio de la Iglesia y
en particular por la encíclica Mortalium
ánimos de Pío XI.
3) Todas las reformas realizadas desde hace 20 años en la Iglesia para complacer a los herejes, a
los cismáticos, a las falsas religiones y a los enemigos declarados de la
Iglesia, como los judíos, los comunistas y los francmasones.
4) Esta liberación de la coacción de la Ley divina en materia religiosa
alienta evidentemente a la liberación de la coacción en todas las leyes divinas
y humanas y arruina toda autoridad en todos los campos, especialmente en el de
la moralidad.
Nosotros no hemos cesado de protestar en el Concilio
y desde el Concilio contra el escándalo inconcebible de esta falsa libertad religiosa; lo hemos hecho
de palabra y por escrito, privada y públicamente, apoyándonos en los
documentos más solemnes del Magisterio de la Iglesia: entre otros, el Símbolo
de San Atanasio, el IV Concilio de Letrán,
el Syllabus (n? 15), el Concilio Vaticano I (D.S. 3008) y en la enseñanza
de Santo Tomás de Aquino sobre la fe católica II-II, qq. 8 y 16), enseñanza que
fue siempre la de la Iglesia, durante casi veinte siglos, confirmada por el
Derecho y sus aplicaciones.
Por ello, si el próximo Sínodo no retorna al Magisterio tradicional de
la Iglesia en materia de libertad religiosa, sino que confirma este grave
error, fuente de herejías, estaremos en el derecho de pensar que los miembros
del Sínodo ya no profesan más la fe católica.
En efecto, obrarán contrariamente a los principios inmutables del Concilio
Vaticano I, que afirma en su sección IV, capítulo IV, que "el Espíritu Santo no ha sido prometido a
los sucesores de Pedro para permitirles publicar, según sus revelaciones, una
doctrina nueva, sino
para custodiar santamente y exponer fielmente, con su asistencia, las revelaciones
transmitidas por los apóstoles, es decir, el depósito de la fe".
En tal caso, no podremos sino perseverar en la santa
tradición de la
Iglesia y tomar todas las decisiones necesarias para que la Iglesia conserve un
clero fiel a la fe católica, capaz de repetir con San Pablo "tradidi quod
et accepi".
Santísimo Padre.
Vuestra responsabilidad está gravemente comprometida en esta nueva y falsa
concepción de la Iglesia que arrastra al Clero y a los fieles hacia la herejía
y el cisma. Si el Sínodo, bajo Vuestra autoridad, persevera en esta
orientación, Vos ya no seréis más el Buen Pastor.
Nos dirigimos a nuestra Madre, la Bienaventurada
Virgen María, con el
Rosario en la mano, suplicándola quiera comunicaros su Espíritu de Sabiduría,
así como a los miembros del Sínodo, a fin de poner término a la invasión del
modernismo en el interior de la Iglesia.
Santísimo Padre,
perdonad la franqueza de esta gestión, que no tiene otro fin sino rendir a
nuestro Único Salvador, Nuestro Señor Jesucristo, el honor que Le es debido,
así como a su Única Iglesia, y aceptad nuestros sentimientos de hijos fieles en
Jesús y María.
Marcel
Lefebvre
Arzobispo-obispo «emérito
de Tulle
Antonio de Castro Mayer
Obispo emérito de
C.ampos.
(Original en
francés: "Fldeliter", nº 49, Enero-Febrero, pp, 4-6.) (trad.: O. D. ü.)