RESPUESTA A LAS ASEVERACIONES MAS GENERALES
Última entrega
1.
Declaraciones referentes al Concilio Vaticano II
Las respuestas dadas a los diversos puntos ya mencionados
evidencian por qué y en qué medida guardamos reservas más o menos serias con
respecto a ciertos textos del Concilio, especialmente a los documentos de la
"Libertad religiosa" de "la Iglesia en el mundo" y de las
"Religiones no cristianas".
Ahora bien: el hecho de que esos textos del Concilio
contengan expresiones contrarias a la enseñanza tradicional de la Iglesia no se
explica sino porque existieron influencias nefastas que se ejercieron antes del
Concilio y durante su transcurso. Ciertas sesiones de la Comisión Central
preconciliar pusieron de manifiesto dichas influencias.
¿Es ser cismático sostener firmemente el magisterio
tradicional de la Iglesia? ¿Es ser cismático denunciar influencias modernistas
y liberales que hubo en el Concilio? ¿Acaso, por el contrario, no es prestar un
servicio a la Iglesia? ¿No es manifestar nuestra profunda unión con los obispos
y el Papa, que no pueden ni deben separarse de sus predecesores, pero que no
están exentos de influencias peligrosas, consecuencias de ese espíritu de
apertura al mundo, de ecumenismo exagerado, que busca la unión en lugar de la
unidad en la Verdad, patrimonio únicamente de la Iglesia?
2. La autoridad del Papa Paulo VI
No ponemos en duda la autoridad del Papa Paulo VI: la
respetamos, mucho más y con mayor fervor que la mayor parte de los obispos del
mundo entero, que han desobedecido y siguen desobedeciendo en cuestiones en las
que el Papa no hacía sino confirmar la enseñanza de sus predecesores. Y esos
obispos jamás han sido molestados públicamente.
Por nuestra parte, pensamos que tenemos el deber de no
obedecer cuando se quiere obligarnos a romper con la enseñanza tradicional de
la Iglesia. Esa enseñanza surge claramente en lo que respecta a la
"Libertad religiosa" y sus consecuencias, así como en lo concerniente
a la Liturgia.
Nos
referimos a los principios evidentes de la ley natural y eterna. Como lo
expresa el Papa León XIII:
"Cuando
se manda algo contra la razón, contra la ley eterna, a los mandamientos
divinos, es justo no obedecer a los hombres, se entiende, pero obedecer a
Dios." (Libertas, 20 de junio de
1888.)
Y
agrega:
"De
modo que si por cualquier autoridad se estableciera algo que se aparta de la
recta razón y sea pernicioso a la sociedad, ninguna fuerza de ley
tendría."
Ahora
bien, las interdicciones que hemos recibido lo han sido para obligarnos a
consentir en disminuir nuestra fe o atentar contra ella. Por eso estamos
convencidos de que dichas prescripciones carecen de toda fuerza de ley.
La
autoridad se ha dado en la Iglesia para transmitir fiel y exactamente el
"depósito de la fe". Usar esa autoridad en un sentido perjudicial a
ese depósito equivale a perder el derecho a la obediencia. Eso no significa que
se pierda toda autoridad. Respetamos fielmente a las autoridades de la Iglesia
cuando actúan de conformidad con el fin
para el cual se les ha dado la autoridad.
Si
no se tratase más que de pura disciplina sin relación con la fe, no titubearíamos
en sacrificar nuestras preferencias a nuestras opiniones personales; pero
cuando la fe está en juego, lo que se juzga es nuestra vida eterna. Lo que
peligra es la salvación de las almas. Los hechos nos lo prueban fehacientemente
de manera dolorosa y angustiante. Lo que está en juego en el Reinado de Nuestro
Señor Jesucristo en este mundo. No
podemos cooperar a que desaparezca.
Razones profundas
del cambio radical producido
en la Iglesia a
partir del Papa Juan XXIII y
del Papa Paulo VI y por medio del Concilio
El Papa Paulo VI afirmó a menudo en sus alocuciones que de ahora en
adelante la Iglesia modifica su modo de juzgar al mundo moderno, al hombre
moderno: lo ama, lo aprecia tal cual es, ve en ese hombre, en ese hermano, su
dignidad humana, la libertad de sus opciones religiosas y culturales. La
Iglesia ya no desea oponerse a tales opciones: antes bien querría
aproximárseles, asumirlas, porque ve en ella una búsqueda de la verdad, una
contribución a la construcción del mundo, por lo cual en la práctica, ella no
quiere imponer su mensaje, sino que lo propone como aquél que ella considera el
más eficaz en la construcción del mundo. Ya no impone la conversión sino que
fraterniza con los grupos fuera de la Iglesia tal como son, salvo con aquellos
que se oponen a esta nueva visión del mundo.
De
ahí se sigue un ecumenismo liberal que, como ya no ve el mundo como Nuestro
Señor y luego la Iglesia, a imitación suya, siempre lo vieron y juzgaron, ya no
distingue lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo. Los documentos del Concilio sobre las religiones no
cristianas, y la práctica de la Santa Sede a partir del Concilio en lo
referente a las falsas religiones son ejemplo notable de ello y nefasto para la
Verdad de la Iglesia.
La
"dignidad humana" mal definida, al perder su verdadero criterio que
es la gracia de Nuestro Señor Jesucristo recibida por la Iglesia (aún fuera de
la Iglesia), resulta materia de confusión sin fin. Los demonios serían dignos.
Porque en verdad el hombre no es digno sino en la medida en que está realmente
unido a Nuestro Señor Jesucristo por la gracia y en la medida en que aún es
capaz de serlo. Es indigno en la medida en que se opone a esa gracia. Así serán
juzgados todos los hombres por Nuestro Señor Jesucristo mismo. No hay dos
criterios.
Modificar
ese juicio para complacer al mundo del error y el pecado forjando
entendimientos con ese mundo representado por los masones, los comunistas, los
socialistas y todas las falsas religiones equivale a arruinar totalmente a la
Iglesia en lo que ésta tiene de más entrañable: el reinado de Nuestro Señor
Jesucristo "así en la tierra como en el cielo"; es suprimir el
espíritu misionero.
Ese
entendimiento con los protestantes en el ecumenismo liberal ha producido la
nueva Liturgia, equívoca, bastarda, que produce náuseas a los verdaderos
católicos, aunque a veces sea válida. La ruina de la verdadera Liturgia
sublime de Nuestro Señor ha comportado la desaparición de las vocaciones
sacerdotales y religiosas.
La
Iglesia no puede permitirse expresar sobre el mundo de ayer, de hoy y de mañana
otro juicio que el de Nuestro Señor, que fue mantenido fielmente durante veinte
siglos. Los documentos de "la Iglesia en el mundo", de la "Libertad
religiosa", de las "Religiones no cristianas" son testimonios de
esa visión nueva, y toda la actividad de la Santa Sede a partir del Concilio
ha estado inspirada por ese cambio de óptica totalmente opuesto al de Nuestro
Señor y la Iglesia.
Las
desventuras de la Iglesia, ahora ya evidentes, conocidas por todos, afirmadas
por el Papa mismo y por todos los obispos y los clérigos, desventuras de las
que se alegran los enemigos de la Iglesia, no podrán menos de agravarse hasta
tanto los que empuñan el timón de la Iglesia no retomen la orientación y el
rumbo de siempre.
Es
menester poner fin de una vez a ese ecumenismo liberal contrario al verdadero
apostolado y a la verdadera misión de la Iglesia. De lo contrario las fuerzas
del mal, al no encontrar ya resistencia ni siquiera dentro de la Iglesia,
apresurarán su triunfo por doquier.
El
medio que Nuestro Señor mismo preconizó consiste en formar clérigos de sólida
instrucción en la fe católica, en la piedad, en la devoción al Santo Sacrificio
de la Misa, apóstoles celosos y plenos de amor a la Verdad que es la verdadera
Caridad.
Pedirnos
que cerremos nuestros Seminarios, para adoptar la nueva orientación conciliar
y posconciliar sería obligarnos a contribuir a la destrucción de la Iglesia, a
minar la autoridad de la Sede Apostólica de Roma, porque en razón de que
deseamos seguir permaneciendo fieles al magisterio de la Iglesia es por lo que
suplicamos al Padre Santo serle fiel a él mismo y no apartarse de sus
predecesores, en especial de los dos últimos papas santos: San Pío V y San Pío X.
No deseamos sino contribuir a la obra apostólica de la
Iglesia bajo la autoridad de la Santa Sede y de los obispos, pero no con
espíritu ecuménico y liberal, destructor de la Iglesia.
PROFESIÓN DE FE CATÓLICA
Profesamos la fe católica íntegra y totalmente, como fue
profesada y transmitida con fidelidad y exactitud por la Iglesia, los Soberanos
Pontífices y los Concilios en su perfecta continuidad y homogeneidad, sin
exceptuar un solo artículo, especialmente en lo que concierne a los privilegios
del Soberano Pontífice tales como fueron definidos en el Concilio Vaticano I.
Rechazamos y anatematizamos asimismo todo lo que fue
rechazado y anatematizado por la Iglesia, en particular por el Santo Concilio
de Trento.
Condenamos, con todos los Papas de los siglos xix y xx,
el liberalismo, el naturalismo y el racionalismo bajo todas sus formas, como
los condenaron los Papas.
Junto con ellos rechazamos todas las consecuencias de los
errores denominados "libertades modernas" así como ellos los
rechazaron.
En la medida en que los textos del Concilio Vaticano II y las Reformas posconciliares se oponen a la doctrina
expuesta por aquellos Papas y dejan libre el camino a los errores por ellos
condenados, nos sentimos obligados en conciencia a formular serios reparos respecto
de dichos textos y dichas reformas.
† Marcel Lefebvre
Dado en
Roma el 26 de febrero de 1978.
NOTA
Todo el material ofrecido
en estas 13 entregas
ha sido tomado de la revista ROMA Nº 59, Buenos Aires, 1979.