miércoles, 9 de abril de 2014

LAS RAZONES DE MONSEÑOR LEFEBVRE (13)

RESPUESTA A LAS ASEVERACIONES MAS GENERALES

 Última entrega

Monseñor Marcel Lefebvre




                                   
                                      1.   Declaraciones referentes al Concilio Vaticano II


            Las respuestas dadas a los diversos puntos ya mencionados evidencian por qué y en qué medida guardamos reservas más o menos serias con respecto a ciertos textos del Concilio, especialmente a los documentos de la "Libertad religiosa" de "la Iglesia en el mundo" y de las "Religiones no cristianas".

            Ahora bien: el hecho de que esos textos del Concilio contengan expresiones contrarias a la enseñanza tradicional de la Iglesia no se explica sino porque existieron influencias nefastas que se ejercieron antes del Concilio y durante su transcurso. Ciertas sesiones de la Comisión Central preconciliar pusieron de manifiesto dichas influencias.

            ¿Es ser cismático sostener firmemente el magisterio tradicional de la Iglesia? ¿Es ser cismático denunciar influencias modernistas y liberales que hubo en el Concilio? ¿Acaso, por el contrario, no es prestar un servicio a la Iglesia? ¿No es manifestar nuestra profunda unión con los obispos y el Papa, que no pueden ni deben separarse de sus predecesores, pero que no están exentos de influencias peligrosas, consecuencias de ese espíritu de apertura al mundo, de ecumenismo exagerado, que busca la unión en lugar de la unidad en la Verdad, patrimonio únicamente de la Iglesia?

                                         2.   La autoridad del Papa Paulo VI

            No ponemos en duda la autoridad del Papa Paulo VI: la respetamos, mucho más y con mayor fervor que la mayor parte de los obispos del mundo entero, que han desobedecido y siguen desobedeciendo en cuestiones en las que el Papa no hacía sino confirmar la enseñanza de sus predecesores. Y esos obispos jamás han sido molestados públicamente.

            Por nuestra parte, pensamos que tenemos el deber de no obedecer cuando se quiere obligarnos a romper con la enseñanza tradicional de la  Iglesia.   Esa  enseñanza surge claramente en lo que respecta a la "Libertad religiosa" y sus consecuencias, así como en lo concerniente a la Liturgia.

            Nos referimos a los principios evidentes de la ley natural y eterna. Como lo expresa el Papa León XIII:

         "Cuando se manda algo contra la razón, contra la ley eterna, a los mandamientos divinos, es justo no obedecer a los hombres, se entiende, pero obedecer a Dios."  (Libertas, 20 de junio de 1888.)

            Y agrega:

             "De modo que si por cualquier autoridad se estableciera algo que se aparta de la recta razón y sea pernicioso a la sociedad, nin­guna fuerza de ley tendría."

         Ahora bien, las interdicciones que hemos recibido lo han sido para obli­garnos a consentir en disminuir nuestra fe o atentar contra ella. Por eso estamos convencidos de que dichas prescripciones carecen de toda fuerza de ley.

            La autoridad se ha dado en la Iglesia para transmitir fiel y exactamente el "depósito de la fe". Usar esa autoridad en un sentido perjudicial a ese depósito equivale a perder el derecho a la obediencia. Eso no significa que se pierda toda autoridad. Respetamos fielmente a las autoridades de la Iglesia cuando actúan de conformidad con el  fin para el cual se les ha dado la autoridad.

            Si no se tratase más que de pura disciplina sin relación con la fe, no titubearíamos en sacrificar nuestras preferencias a nuestras opiniones personales; pero cuando la fe está en juego, lo que se juzga es nuestra vida eterna. Lo que peligra es la salvación de las almas. Los hechos nos lo prueban fehacientemente de manera dolorosa y angustiante. Lo que está en juego en el Reinado de Nuestro Señor Jesucristo en este mundo.   No podemos cooperar a que desaparezca.


Razones profundas del cambio radical producido
en la Iglesia a partir del Papa Juan XXIII y
del Papa Paulo VI y por medio del Concilio

            El Papa Paulo VI afirmó a menudo en sus alocuciones que de ahora en adelante la Iglesia modifica su modo de juzgar al mundo moderno, al hombre moderno: lo ama, lo aprecia tal cual es, ve en ese hombre, en ese hermano, su dignidad humana, la libertad de sus opciones religiosas y culturales. La Iglesia ya no desea oponerse a tales opciones: antes bien querría aproximárseles, asu­mirlas, porque ve en ella una búsqueda de la verdad, una contribución a la construcción del mundo, por lo cual en la práctica, ella no quiere imponer su mensaje, sino que lo propone como aquél que ella considera el más eficaz en la construcción del mundo. Ya no impone la conversión sino que fraterniza con los grupos fuera de la Iglesia tal como son, salvo con aquellos que se oponen a esta nueva visión del mundo.

            De ahí se sigue un ecumenismo liberal que, como ya no ve el mundo como Nuestro Señor y luego la Iglesia, a imitación suya, siempre lo vieron y juzgaron, ya no distingue lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo.   Los documentos del Concilio sobre las religiones no cristianas, y la práctica de la Santa Sede a partir del Concilio en lo referente a las falsas religiones son ejemplo notable de ello y nefasto para la Verdad de la Iglesia.

             La "dignidad humana" mal definida, al perder su verdadero criterio que es la gracia de Nuestro Señor Jesucristo recibida por la Iglesia (aún fuera de la Iglesia), resulta materia de confusión sin fin. Los demonios serían dignos. Porque en verdad el hombre no es digno sino en la medida en que está real­mente unido a Nuestro Señor Jesucristo por la gracia y en la medida en que aún es capaz de serlo. Es indigno en la medida en que se opone a esa gracia. Así serán juzgados todos los hombres por Nuestro Señor Jesucristo mismo. No hay dos criterios.

      Modificar ese juicio para complacer al mundo del error y el pecado for­jando entendimientos con ese mundo representado por los masones, los comu­nistas, los socialistas y todas las falsas religiones equivale a arruinar totalmente a la Iglesia en lo que ésta tiene de más entrañable: el reinado de Nuestro Señor Jesucristo "así en la tierra como en el cielo"; es suprimir el espíritu misionero.

           Ese entendimiento con los protestantes en el ecumenismo liberal ha pro­ducido la nueva Liturgia, equívoca, bastarda, que produce náuseas a los verdaderos católicos, aunque a veces sea válida. La ruina de la verdadera Liturgia sublime de Nuestro Señor ha comportado la desaparición de las vocaciones sacerdotales y religiosas.

            La Iglesia no puede permitirse expresar sobre el mundo de ayer, de hoy y de mañana otro juicio que el de Nuestro Señor, que fue mantenido fielmente durante veinte siglos. Los documentos de "la Iglesia en el mundo", de la "Libertad religiosa", de las "Religiones no cristianas" son testimonios de esa visión nueva, y toda la actividad de la Santa Sede a partir del Concilio ha estado inspirada por ese cambio de óptica totalmente opuesto al de Nuestro Señor y la Iglesia.

              Las desventuras de la Iglesia, ahora ya evidentes, conocidas por todos, afir­madas por el Papa mismo y por todos los obispos y los clérigos, desventuras de las que se alegran los enemigos de la Iglesia, no podrán menos de agravarse hasta tanto los que empuñan el timón de la Iglesia no retomen la orientación y el rumbo de siempre.

            Es menester poner fin de una vez a ese ecumenismo liberal contrario al verdadero apostolado y a la verdadera misión de la Iglesia. De lo contrario las fuerzas del mal, al no encontrar ya resistencia ni siquiera dentro de la Iglesia, apresurarán su triunfo por doquier.

             El medio que Nuestro Señor mismo preconizó consiste en formar clérigos de sólida instrucción en la fe católica, en la piedad, en la devoción al Santo Sacrificio de la Misa, apóstoles celosos y plenos de amor a la Verdad que es la verdadera Caridad.

          Pedirnos que cerremos nuestros Seminarios, para adoptar la nueva orien­tación conciliar y posconciliar sería obligarnos a contribuir a la destrucción de la Iglesia, a minar la autoridad de la Sede Apostólica de Roma, porque en razón de que deseamos seguir permaneciendo fieles al magisterio de la Iglesia es por lo que suplicamos al Padre Santo serle fiel a él mismo y no apartarse de sus predecesores, en especial de los dos últimos papas santos: San Pío V y San  Pío X.

            No deseamos sino contribuir a la obra apostólica de la Iglesia bajo la autoridad de la Santa Sede y de los obispos, pero no con espíritu ecuménico y liberal, destructor de la Iglesia.




PROFESIÓN DE FE CATÓLICA


            Profesamos la fe católica íntegra y totalmente, como fue profesada y transmitida con fidelidad y exactitud por la Iglesia, los Soberanos Pontífices y los Concilios en su perfecta continuidad y homogeneidad, sin exceptuar un solo artículo, especialmente en lo que concierne a los privilegios del Soberano Pontífice tales como fueron definidos en el Concilio Vaticano I.

            Rechazamos y anatematizamos asimismo todo lo que fue recha­zado y anatematizado por la Iglesia, en particular por el Santo Concilio de Trento.

            Condenamos, con todos los Papas de los siglos xix y xx, el libe­ralismo, el naturalismo y el racionalismo bajo todas sus formas, como los condenaron los Papas.

      Junto con ellos rechazamos todas las consecuencias de los erro­res denominados "libertades modernas" así como ellos los rechazaron.

            En la medida en que los textos del Concilio Vaticano II y las Reformas posconciliares se oponen a la doctrina expuesta por aque­llos Papas y dejan libre el camino a los errores por ellos condenados, nos sentimos obligados en conciencia a formular serios reparos res­pecto de dichos textos y dichas reformas.

           
† Marcel Lefebvre

Dado en Roma el 26 de febrero de  1978.


NOTA
Todo el material ofrecido en estas 13 entregas 
ha sido tomado de la revista ROMA  Nº 59, Buenos Aires, 1979.