miércoles, 23 de abril de 2014

MIS TRES GUERRAS (2)

Monseñor Marcel Lefebvre

La libertad religiosa y el ecumenismo
Allí se encuentra el problema más grave. Porque de esta libertad religiosa surgió el ecumenismo y el ecumenismo ha envenenado la vida de la Iglesia. Se ha querido cambiar todo bajo la luz del ecumenismo: la liturgia ; la Constitución de la Iglesia a democratizar de una cierta manera con sus asambleas episcopales; igualmente cambiar el estatuto sacerdotal, dejar más libertades a los sacerdotes, permitiéndoles casarse. Estas cosas han sido hechas para aproximarse a los protestantes, para no tener dificultades con los enemigos de la Iglesia. Por eso sobre este punto no podemos ceder.

Entonces, ¿por qué tenemos relaciones con Roma si no hay medios de entenderse? Porque siempre se espera tener una influencia sobre Roma y hacer volver al buen sentido de la Fe a los que tienen las responsabilidad y decirles: vais por un falso camino desde el Concilio, volved a la Tradición y veréis que la Iglesia retornará a su curso normal, las vocaciones florecerán, los seminarios prosperarán, las congregaciones religiosas se desarrollarán. No es con todas estas refor­mas que hacéis: reformas de las Congregaciones religiosas, reformas de las Constituciones en un sentido liberal, en un sentido de disminución de la autoridad, de disminución de la vida religiosa, de mayor libertad, que lo lograréis. Todo esto tuvo una influencia desastrosa.

Además, en ocasión del cambio de la Constitución de nuestra Congregación de los Padres del Espíritu Santo yo presenté mi renuncia como superior general. Nombrado en 1962 por doce años, tendría que haberme alejado de la dirección de la Congregación en 1974 si no me elegían de nuevo. Pero cuando vi la manera en que se cambiaban nuestras constituciones por instigación de las autoridades romanas —por orden de la Congregación de los religiosos se operaba una reversión completa de nuestras constituciones, no quedaba por decir así nada de su espíritu— entonces me negué a firmar tal cosa. Cuando fui a ver a la Congregación romana, para preguntar lo que debía hacer, se me respondió: "haced un viaje, id a pasear por América y durante esto tiempo dejad a vuestros padres hacer sus constituciones, sus cambios". ¡Y todavía yo era el superior general! Regresé a la casa madre. Tomó la lapicera, redacté una extensa carta al papa diciéndole: "entrego mi renuncia, no quiero ser responsable de la destrucción de la Congregación de los Padres del Espíritu Santo, No quiero poner mi firma para un cambio radical de toda mi sociedad". Renuncia que fue rápidamente aceptada. He aquí nuestra pobre Congregación propiamente terminada, desaparecida; acabada: no tiene más vocaciones.

La influencia de la libertad religiosa, del ecumenismo en todos los poderes de la Iglesia continúa. El papa prosigue con su ecumenismo de una manera inverosímil. Dice continuamente que él está por la libertad religiosa. Esta libertad religiosa está inscripta en los derechos del hombre y es al mismo tiempo favorable a los derechos del hombre. En Berna pronunció un gran discurso ante el gobierno federal sobre la declaración de los derechos del hombre, la necesidad de defenderlos. Lo que sucedió en el Concilio continúa. No ha habido cambios. No hay vuelta atrás. Es una verdadera revolución, una revolución que se hace dentro de la Iglesia, anti-católica, anti-cristiana. Esto no es católico. Además lo afirman los mismos defensores del libera­lismo.
    
Esto lo pueden leer en el libro "Liberalismo católico", de Marcel Provost publicado después del Concilio. Este libro muestra el triunfo del liberalismo en Vaticano II. Naturalmente es el canto de un himno de triunfo: ¡Al fin, al fin el liberalismo! El autor lo dice explícitamen­te. Ellos pueden cantar este himno. Ellos han ganado. Es cierto. No se equivocan.

Nosotros hemos luchado sin descanso contra estas tendencias liberales que se encuentran dentro de la Iglesia, ¡pero ésta no es la Iglesia! El liberalismo ha invadido la Iglesia. Estos hombres de la Iglesia son liberales y han invadido el Vaticano. Han echado a los conservadores, echado a los católicos. Pues en definitiva echaron al cardenal Ottaviani y a los cardenales profundamente católicos. A los obispos tradicionales, a los cardenales tradicionales les pidieron sus renuncias. Por todo el mundo fueron eliminados y muchas veces de una manera odiosa. Pongo por ejemplo, al arzobispo de Dublín —uno de mis amigos, miembro de la Congregación de los Padres del Espíritu Santo-—, Monseñor Mc Quaid, un hombre de una perfecta rectitud, adicto a la Tradición. Fue recibido en Roma con un menosprecio inverosímil, increíble. Murió de dolor, él que tenía una veneración por Roma, una veneración por todos los papas, una veneración por Pío XII, una veneración extraordinaria. Era su vida: servir al papa, servir a la Iglesia, a Nuestro Señor en la Iglesia. Alejado como un malhechor cuando iba a Roma, porque era tradicionalista, porque no se casaba con las ideas nuevas introducidas en ocasión del Concilio de Roma. ¡Y cuántos obispos renunciaron por ello, inmediatamente, diciendo: No puedo quedarme en un clima semejante!


El Sínodo de los liberales contra los liberales

¿A qué vamos a asistir a este Sínodo? No vamos a ver una lucha entre los conservadores —es decir los católicos— y los liberales, sino una lucha entre los mismos liberales. Porque siempre es así. Actualmente hay liberales moderados y hay liberales que quieren siempre ir avanzando, los liberales más absolutos. Entonces se espera verlos pelearse entre ellos. Porque los que han introducido el libera­lismo en la Iglesia, son los que actualmente detentan el poder en Roma. Son los que ejercieron presión dentro del Concilio Vaticano II, que nos echaron afuera, que escondieron las firmas contra el comunismo. Son los que han actuado de una manera odiosa, que rechazaron los esquemas preparados antes del Concilio, han actuado de una manera inimaginable, tratándonos como verdaderos parias. Ellos llegaron al poder.  Echaron a los que estaban por el pasado de la Iglesia.

Pues en este momento son ellos los que se encuentran al mando, los que disponen de la autoridad. Todavía procuran defender la poca autoridad que ellos han querido conservar. El papa sacándose su tiara ha querido decir: la autoridad está hecha para servir. Y bien, si la autoridad está hecha para servir, entonces sírvannos, dicen los otros. Esto es lo que hoy dice el cardenal Hume.

El cardenal Hume últimamente realizó una gran reunión con las asambleas episcopales de Europa, pues él es el presidente. Se dirigió al papa diciendo: "Escuchad bien esto, hemos hecho esta guerra al pasado de la Iglesia para ser más libres, tener privilegios, para que los obispos sean más libres de hacer lo que ellos quieran, que las conferencias episcopales puedan actuar como ellas entienden cada una en su sector. Y ved pues que nos venís a incomodar aún con observaciones, limitar nuestros poderes, etc..  Esto no lo queremos."

¿Esta es la lucha? ¿Qué va a hacer el papa, qué va a hacer el car­denal Ratzinger? No podrán defenderse. No pueden defenderse.

Nosotros, conservadores, tradicionalistas, teniendo la tradición con nosotros, la Verdad de la Iglesia, podemos defendernos contra el liberalismo, tomando los argumentos que los papas utilizaron contra él. La Iglesia se defendió contra el liberalismo. Lo ha condenado. Nosotros lo podemos hacer. Pero ellos si son liberales ¿cómo pueden condenar a los liberales? Los otros les echan en cara sus propios principios. Dicen: "dadnos ahora la autoridad que teníais, puesto que la autoridad debe ser disminuida. Hacednos participar de esta autoridad". Es así como el cardenal Hume querría permitir en Inglaterra la ordenación de los casados. Él lo pide. El papa dice no. El cardenal insiste: "dadnos estos poderes. Si no los dais para otros, dádnoslos al menos para Inglaterra". Así es. Y los alemanes lo mismo con sus casamientos mixtos. Y todo es así. Los suizos con la destrucción del matrimonio natural. Es horrible.

Es posible que haya algunos conflictos en el curso del Sínodo. Pero ésta no será una lucha para volver a la Tradición. Es casi imposible. Basta leer el libro del cardenal Ratzinger que dice explícitamen­te: el Concilio es la Iglesia de hoy. Hay un pasado terminado, finalizado. No es cuestión de volver para atrás. Sin embargo pasa por tradicionalista. Entonces uno se pregunta por qué están tan asustados por algunas críticas enunciadas por el cardenal Ratzinger. Tendrían que pensar al menos que él es tan liberal como ellos. No tienen nada que temer. No tienen que preocuparse. Sin embargo, como el carde­nal Ratzinger tiene el poder actualmente en Roma y con todo él está obligado a defender alguna cosa de Roma, no puede decir Amén a todo lo que los obispos quieren hacer. Las oposiciones, las dificultades son los resultados.

Es extremadamente grave. Nosotros hemos decidido manifestar nuestra oposición. No podemos hacer gran cosa, pero la hacemos. Al menos podemos decir que estamos firmemente opuestos a la toma de posición que probablemente será aprobada: la continuación del Concilio2, continuación de la libertad religiosa, continuación del ecumenismo, mantenimiento de todas las reformas y eventualmente un poco más de reformas, como por ejemplo, podría ser concerniente al Estado del Vaticano, que no sería más un Estado político, porque evidentemente los protestantes molestan al papa, diciendo: "en tanto que seáis un Estado político, jamás podréis ser el jefe de todas las religiones. Esto no es posible. Sólo se os reconocerá como jefe de todas las religiones el día en que no tengáis más un Estado político, sino solamente religioso". Atrás de esto, también están los francmasones que quieren aniquilar completamente el poder político del Vaticano. No pueden soportar al nuncio en los países extranjeros y a los embajadores en Roma. La cuestión es que el papa transforme el Estado del Vaticano en no sé qué. Los diarios han hablado de ello en estos últimos tiempos. Bien, queremos oponernos absolutamente a todo esto y advertir que una reafir­mación pública de los errores del Concilio sería una cosa muy grave.


¿Tendremos que seguir el ejemplo de los católicos ingleses
que se volvieron anglicanos?

He aquí veinte años que se ponen en práctica estos errores que lle­van a las herejías. Si no son herejías formales, ello favorece netamen­te a la herejía. No podemos admitir tal orientación. Nos vamos a en­contrar en una situación eclesiástica cada vez más grave, y por ello, a mi juicio, cada vez más obligados a separarnos de esta corriente; un poco como debieron hacer los católicos que quisieron mantenerle católicos en la época en que Inglaterra adoptó la religión anglicana. Un día fue necesario decir: ahora se terminó. Eran todos católicos. Se volvieron anglicanos. Algunos que resistieron, en un momento dado dijeron de los otros: ya no son más católicos. Nos preguntamos si al­gún día no llegaremos a una situación parecida.

Las personas que hacen declaraciones como los alemanes con res­pecto a los matrimonios mixtos, debemos decir que no son más cató­licos. Un católico no puede afirmar que la Fe puede ser tanto la fe protestante como la fe católica, que los niños pueden ser tanto edu­cados por los protestantes como por los católicos. Esto era materia de excomunión en el antiguo Derecho Canónico. ¿Por qué? Porque la Pe es el bien más precioso. Es una ley divina. Nadie puede permitir que se cambie la fe católica, Es de derecho divino. No es de derecho eclesiástico. Ni el papa mismo puede hacerlo, ni ningún obispo. Es por eso que antes era necesario que la parte protestante se comprome­tiera a que todos los hijos fueran educados en la fe católica: todos. Ahora, los obispos católicos alemanes dicen: se puede elegir, se puede optar por una o por la otra religión. ¡No son ya más católicos!

En cuanto a esta declaración que fue hecha en Roma respecto a los judíos, uno se pregunta si se ha leído bien, si es posible que se diga que todavía ¡estamos esperando al Mesías!... Como los judíos ac­tuales esperan al Mesías ¡nosotros esperamos al Mesías!3... ¡Es in­verosímil!

Verdaderamente nos preguntamos en dónde estamos. ¡Qué es lo que pasa en la Iglesia? Todo esto viene del liberalismo. Esta peste se introdujo dentro de la Iglesia, en donde va no hay verdad inmutable. No hay más dogmas, más definiciones. No se quiere más definir la Ver­dad.   Por eso nos es casi imposible discutir con ellos.

Cuando se les dice alguna cosa, ellos siempre tienen esta idea que la Verdad es viva, por consiguiente evoluciona, siempre evoluciona. Por eso el cardenal Ratzinger dice que Vaticano II es la Iglesia de hoy, pero entonces no es más la Iglesia de hoy puesto que Vaticano II ya quedó atrás. Es absurdo, pero para ellos se trata de una evolución continua, la discusión se vuelve imposible. Cuando lo puse entre la espada y la pared preguntándole sobre la libertad religiosa y la encíclica Quanta cura, el cardenal Ratzinger me dijo: "Pero Monseñor, no estamos ya más en el tiempo de Quanta cura." Le respondí: "Y bien, mañana ya no se estará más en el tiempo que usted dice." Se llega entonces a ab­surdos que hacen inútil toda discusión. Por eso cuando vaya a Roma antes de partir para América, me limitaré a presentar los "dubia" que preparamos sobre la libertad religiosa. Esto va a dar trabajo a la Con­gregación de la Fe. No sé si nos responderán.

Si nos responden, sin duda no serán más que respuestas vagas, in­significantes, ambiguas.


Observamos y seguimos los acontecimientos

Frecuentemente me dicen: "Entonces Monseñor, ¿va a consagrar un obispo?" Yo respondo: "¡Dejadme en paz con esta historia de obispo!   Ni yo mismo sé, es todo lo que puedo responder."
Insisten: "Pero Monseñor, usted tiene años..." Sí, sé muy bien que soy viejo. Me gusta decir: yo sigo a la Providencia, no me adelanto a ella. Tengo confianza que Dios nos dará señales aún más claras del deber que tenemos que cumplir. Si hay que hacerlo, lo haré. Pero so­lamente si estoy convencido por los acontecimientos que Dios mismo habrá suscitado. No puedo ser más fuerte que Dios. No soy profeta. No sé lo que pasará en el futuro. Quiero esperar que Dios hable por medio de los acontecimientos que nos mostrarán lo que debemos ha­cer. Entonces, no me pidan que sepa cuáles son los acontecimientos que vendrán en un mes, en dos meses, en tres meses. No sé más que cualquier persona. Si llegan tales acontecimientos, se presentarán co­sas muy claras y en ese momento haremos lo que Dios pedirá.

† Marcel Lefebvre
           Arzobispo

Conferencia dada en Ecône el 27 de octubre de 1985, fiesta de Cristo Rey.

De "Fideliter". Nº 49, enero-febrero 1986, pp. 9 a 19.
(B.P. 14, Annexe 1, 69110, Ste. Foy-lés-Lyon, Francia).


NOTAS
1 En un próximo estudio probaremos la verdad de esta afirmación.

2 Este juicio de monseñor Lefebvre ha sido ¡y cómo! confirmado por textos oficiales aprobados por los Padres Sinodales:

            2. El fin del Sínodo se logró. "El fin para el cual se convocó el Sínodo era celebrar, verificar, promover el Concilio Vaticano II. Con reconocimien­to, percibimos que con ayuda de Dios se recogieron verdaderamente estos efectos. Unánimemente hemos celebrado el Concilio Vaticano II como una gracia de Dios y un don del Espíritu Santo: él produjo numerosos frutos es­pirituales, tanto para la Iglesia universal como para las Iglesias particula­res, asi como para los hombres de nuestro tiempo. Unánimemente y con alegría hemos verificado que el Concilio Vaticano II es una expresión legí­tima y valedera y una interpretación del depósito de la Pe, tal como ella se encuentra en la Sagrada Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia. Por esto hemos decidido continuar avanzando por la ruta que nos indica el Con­cilio. En pleno acuerdo hemos reconocido la necesidad de promover cada vez más el conocimiento y la aplicación del Concilio, tanto en su letra co­mo en su espíritu. De esta manera, nuevos pasos serán dados en la acepta­ción del Concilio, es decir, en su interiorización espiritual y su aplicación práctica."
            3. Luces y sombras en la aplicación del Concilio. "La gran mayoría do los fieles ha recibido el Concilio Vaticano II con entusiasmo; aunque algu­nos aquí y allá le hayan opuesto resistencia. Incontestablemente el Concilio fue recibido con un gran espíritu de adhesión porque el Espíritu Santo mo­vió a ello a su Iglesia. Además, aun fuera de la Iglesia Católica, muchos han mirado al Concilio Vaticano II con atención.
Notemos sin embargo que pese a los inmensos frutos del Concilio, he­mos reconocido, con gran sinceridad, carencias y dificultades en su acepta­ción. Ha habido, en efecto, sombras en el tiempo postconciliar, en parte de­bidas a una comprensión y aplicación defectuosas del Concilio, en parte a otras causas. Sin embargo, de ninguna manera se puede sostener que todo lo que se produjo después del Concilio se produjo a causa del Concilio...
7. [...] Nosotros todos, obispos, unidos a Pedro y bajo su dirección, nos hemos comprometido a comprender más profundamente el Concilio Va­ticano II y a hacerlo entrar en la práctica de la Iglesia. Este fue nuestro ob­jetivo en este Sínodo. Hemos celebrado y verificado el Concilio para pro­moverlo. El mensaje del Concilio Vaticano II, hasta ahora recibido de co­mún acuerdo por toda la Iglesia, es y será la Carta Magna para el porve­nir I...I". (Doc. Cath., 5-1-86, pp. 36 y 42).

3 Nota de Fideliter. Citemos atamos pasajes: "El Santo Padre ha presenta­do esta realidad permanente del pueblo judío, con una notable fórmula teológica, en su alocución a los representantes de la comunidad judía de Alemania Federal en Maguncia, el 17 de noviembre de 1980: "...el Pueblo de Dios de la Antigua Alianza, que no ha sido jamás revocada..." (...) "Sería necesario que asuma­mos nuestra responsabilidad de preparar el mundo a la venida del Mesías, ope­rando juntos por la justicia social, el respeto de los derechos de la persona humana" [. ..) He aquí dos herejías características, la segunda de las cuales no queda en absoluto corregida por el pasaje que la precede: "...cuando considera el porvenir, el Pueblo de Dios de la Antigua, v de la Nueva Alianza, tiende a fi­nes análogos: la venida, o el retorno, del Mesías, aún si es a partir de puntos de vista diferentes" ¿El Mesías es acaso facultativo? ¡Hay allí una herejía pura y simple!  (cf. D.C, 1985. nº 1900, pp. 733 y 7351.
N. de R O M A: Quien ama a los judíos, esto es quien desea su bien. no pue­de callarse lo que "Pedro lleno del Espíritu Santo les respondió: Príncipes del pueblo, y vosotros ancianos de Israel escuchad: ...Este Jesús es aquella piedra que vosotros desechasteis al edificar, la cual ha venido a ser la principal piedra del ángulo".         

"Fuera de él no hay que buscar la salvación en ningún otro. Pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos". (Hechos, 4,8 y 11-12).