miércoles, 23 de abril de 2014

MIS TRES GUERRAS (1)

Monseñor Marcel Lefebvre


            En el momento en que voy a enviar los "Dubia" a la Sagrada Congregación para la doctrina de la fe, les explico lo que pasa en la Iglesia y preciso un poco la orientación actual.

            Algunos dicen: "Monseñor ha cambiado, ha cambiado de idea. Ahora no es como era antes."

            En verdad, no creo haber cambiado acerca de la actitud hacia todo lo que ha pasado en la Iglesia desde 1960. Como miembro de la Comisión central preparatoria del Concilio, tuve ya la ocasión participando en esos trabajos, de advertir las tendencias que existían entre un cierto número de cardenales, de arzobispos y de superiores generales de órdenes. Estaba ya en guardia. Me gusta decir que he pasado por tres guerras: la guerra de 1914-1918 —por supuesto no fui movilizado— pero en fin la pasé también duramente y luego vi la destrucción de la Europa cristiana, de la Europa católica. Esta guerra tuvo por resultado el aniquilamiento de los estados católicos, principalmente los del centro de Europa, en particular el desmantelamiento de Austria.

            La segunda guerra 1939-1945 fue la confirmación del comunismo mundial aceptado públicamente. Todas las naciones del mundo reconocieron que el comunismo existía, y se dividió el mundo entregándole una gran parte.
Fue pues de nuevo un triunfo del anticristianismo, de los que luchan contra la Iglesia, contra Nuestro Señor.

            La tercera guerra: 1962-1965. Y sí, ¡fue la peor! Fue la más grave. Atenta en realidad al catolicismo en lo que tiene de más íntimo, de más profundo: la Iglesia misma. Esta vez no son más los estados católicos, no es más la dominación de un poder ateo y socialista que domina el mundo, sino que el virus liberal se va a instalar y corromper por dentro a la misma Iglesia.

            Eso lo había ya previsto San Pío X, a principio de siglo, en su primera encíclica.
¿Por qué he creído deber luchar contra esta invasión del liberalismo dentro de la Iglesia católica? Y bien, durante el Concilio, hubo doscientos cincuenta obispos, padres del Concilio, felizmente no estaba solo, que formaron el Coetus internationalis Patrum del cual fui nombrado presidente. Luchamos contra la invasión del liberalismo conde-nado por los papas y la infiltración de ideas masónicas dentro de la Iglesia. Pues esta libertad que se vuelve un absoluto, que es buscada por ella misma, que no está limitada absolutamente por nada, es verdaderamente la ruina de la ley de Dios, la ruina de todo lo que hace al orden en la Sociedad, en la familia, en la Iglesia. A propósito recomien­do la obra del Abbé Roussel sobre el catolicismo liberal, síntesis fá­cil, de leer. Este libro también contiene una bibliografía muy impor­tante de todos los libros antiliberales. Si pueden echar mano sobre cualquiera de estos libros citados *, por ejemplo los de Monseñor de Lassús, aprovechadlo, pues el liberalismo es realmente el gran mal que sufre la Iglesia de hoy.

           
La perseverancia en la denuncia de los errores: 1964-1974-1984

            Hemos luchado. Hice por casualidad, un pequeño recuento de los diferentes actos por los cuales pude expresar este deseo de lucha, de no dejar pasar estos errores abominables. Advierto que estas decla­raciones se ubican en 1964, en 1974 y en 1984. Yo no lo busqué, pero es así.

            En mi libro "Un obispo habla", podrán encontrar un texto que publiqué en 1964. Además no fui yo que quise editar este libro, sino una dama romana, ya fallecida. Ella me presionó tanto en editar al­gunos discursos y conferencias que al fin terminé por aceptar.

            He aquí los títulos de estos documentos redactados durante el Concilio: "¿Habrá que hacerse protestante para ser buen católico?" Esto saltaba a la vista durante el Concilio. Uno se preguntaba si real­mente no estábamos todos en tren de volvernos protestantes v si no non animaban a volvernos protestantes para ser verdaderos católicos. Este texto fue compuesto en octubre de 1964, entonces pocos esquemas ha­bían sido aprobados. Por motivos ajenos al texto mismo no fue pu­blicado. Pensamos que este grito de alarma de 1964 se mantiene hoy más actual que nunca. Prueba también que desde ese momento se po­dían prever las consecuencias de este espíritu neo-modernista del Con­cilio, las consecuencias de las que hoy somos los aterrados. Esto lo pu­blicaba en 1970, pero este texto había sido redactado en 1964.

            El segundo texto, un poco más conocido, es aquél de 1974. Es la declaración que yo creí deber hacer después de las afirmaciones do los dos visitadores llegados de Roma. Uno de esos dos "Monsignori" era obispo. En el curso de las conversaciones que ellos tuvieron con seminaristas y conmigo mismo, expresaron cosas inverosímiles, inima­ginables. Para ellos la cuestión del celibato sacerdotal estaba prácti­camente prescripta. Roma iba a suprimir sin tardar el celibato sacer-dotal. A propósito de la Resurrección de Nuestro Señor: "no es se­guro" dijeron ellos. Es una probabilidad, "no es seguro que Nuestro Señor haya resucitado con el cuerpo que tenía cuando fue muerto..." y otras cosas parecidas. Confieso que no pude soportar esta manera de visitarnos de los enviados oficialmente por Roma para constatar si éramos ortodoxos, si teníamos la verdadera Fe. Si profesábamos la Verdad... Pero que ellos enseñen públicamente los errores, que ellos pongan en duda las verdades fundamentales de nuestra Pe, ¡esta Roma no la reconocemos! ¡Esta Roma modernista que nos viene a interrogar, esta Roma liberal no la reconocemos!


Roma de siempre, maestra de la verdad

            Sí, nosotros reconocemos la Roma de siempre. La Roma que en­seña la Verdad, la Roma maestra de la Verdad, pero no la Roma que es maestra de errores.

            Así pues escribí una carta bastante firme que no tuvo el honor de gustar a estos señores de Roma, y fue por ella que me han perse­guido. Perdieron de vista el por qué habían venido y por qué habían hecho la encuesta. Por lo menos encontraron una excelente ocasión al tener este texto para condenarnos. Este texto en cierta manera no tenía nada que ver con el mismo seminario. Si querían condenar el seminario y condenar la Fraternidad, era necesario examinar el semi­nario y la Fraternidad y ver si enseñábamos en el seminario y en la Fraternidad cosas contrarias a la Fe. Eso era lo que había que hacer, pero no, ellos aprovecharon de esta protesta contra el Concilio: "Nos adherimos de todo corazón, con toda nuestra alma, a la Roma católica, guardiana de la fe católica y de las tradiciones necesarias al manteni­miento de esa fe, a la Roma eterna, maestra de sabiduría y de verdad. Por el contrario, nos negamos y nos hemos negado siempre a seguir la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II y después del Concilio en todas las reformas que de éste salieron." Eso lo seguimos diciendo, es la verdad misma.

                Luego tienen el texto de 1984 —la carta abierta que escribimos Monseñor de Castro Mayer y yo mismo— que no hizo más que repetir la misma cosa: negamos los errores de Vaticano II y negamos los erro­res surgidos de estos errores. No digo que negamos todo Vaticano II. Jamás dije eso.


La obra de los B'nai B'rith: la libertad religiosa
           
            "Ah, niega usted el Concilio, entonces está contra el Papa." No estamos en contra del Papa, al contrario. Justamente porque queremos la Tradición, estamos por el respeto al Papa y por el reco­nocimiento del Papa. Pero, si el mismo Papa es liberal y favorece los errores del Concilio, entonces no lo podemos aprobar. No lo podemos seguir. Está claro. Es evidente. No es complicado de comprender. Constantemente lo repito. Es como un padre de familia que incita a sus hijos a que roben. ¿Los hijos deben aceptar eso? Pues ¡no! Es la misma cosa si se nos pide disminuir nuestra Fe, corromperla, cambiar­la, no lo aceptamos.

            El punto esencial, el punto más peligroso del Concilio, que en de­finitiva fue su objetivo, querido por los modernistas tales como el cardenal Bea y el cardenal Willebrands, fue la libertad religiosa. Este secretariado para la unidad de los cristianos fue fundado justo antes del Concilio, para que no fuera molestado por las otras Congregacio­nes de Roma que eran todavía tradicionales.

            ¡La unidad de los cristianos! Este secretariado fue fundado para ha­cer pasar el texto de la libertad religiosa, pues era la cosa esencial, que además fue pedida por los francmasones, oficialmente por los B'nai B'rith de New York, que están, no lo olvidemos, en el origen del co­munismo en Rusia.

            Lean los libros de M. de Poncins, Allí encontrarán quiénes son los B'nai B'rith que, en los últimos momentos de la Rusia imperial, finan­ciaron la revolución soviética en 1917, asesinando así al Zar y también a los que eran representantes de la fe ortodoxa, de la fe cristiana, con objeto de suprimir este estado cristiano —sin duda cismático— por odio al cristianismo. Esa es la obra de los B'nai B'rith, esta secta ma­sónica, reservada para sólo los judíos.

            M. de Poncins escribe que ellos eran entonces 120.000. Últimamen­te he leído en una publicación que ellos son medio millón de miem­bros. Están en todos lados. Son ellos los que gobiernan al mundo, pues son esos judíos los que tienen en sus manos los bancos. Son esos judíos los que poseen los negocios más importantes del mundo. Ellos gobiernan tanto en U.R.S.S. como en América y por todo el mundo entero. Son ellos los que distribuyen las medallas de la libertad reli­giosa. El presidente Alfonsín de Argentina fue recibido oficialmente hace unos meses en la Casa Blanca y por los B'nai B'rith en New York, fue condecorado con la orden de la libertad religiosa por esos franc­masones porque él instauraba un régimen de libertad de cultos y de libertad de religión.

            Fue con ellos que el cardenal Bea trabó relaciones oficiales. Eso no es un secreto. Está en los diarios de New York. No soy yo que lo inventa. El cardenal Bea fue recibido por los B'nai B'rith en tal lugar, en tal hotel. Hubo reuniones que celebraron, etc.

            ¿Por qué están ellos por la libertad religiosa? Porque los franc­masones no pueden soportar que la Iglesia católica diga que ella sola tiene toda la Verdad, que es la sola religión verdadera. Nunca lo so­portaron, no lo soportarán jamás.


Contradecirse para convencer

            En tanto que la Iglesia afirmaba que ella era la sola verdadera y que todo el mundo debía convertirse a la religión católica para salvar­se, fue la guerra a muerte contra la Iglesia católica. Pero, desde que se aceptó la libertad religiosa y por consiguiente que todas las religio­nes eran susceptibles de ser medios de salvación, entonces, no hubo más problema.

         El secretariado para la unidad de los cristianos se lo había pro­metido a los francmasones. Ellos obtuvieron la victoria en el Concilio, el esquema fue rechazado cinco veces, cinco veces volvieron a la carga y lograron pasar lo que querían hacer pasar. En el último momento había doscientos cincuenta padres que estaban en contra, eran precisa­mente los del "Coetus internationalis Patrum". El Papa se fastidió de ver que había doscientos cincuenta padres contra la aceptación del es­quema de la declaración de la libertad religiosa. Entonces hizo agre­gar algunas palabras: "Todos los hombres están obligados a buscar la verdad referente a Dios y a su Iglesia y, cuando la han conocido a abrazarla y a serle fiel." "La libertad religiosa deja íntegra la doctrina católica tradicional sobre el deber moral del hombre y de las asociacio­nes con respecto a la verdadera religión y a la única Iglesia de Cristo."

            Esta fue una concesión hecha a la verdad de la Iglesia católica. Pero esta pequeña frase está en contradicción con el texto entero sobre la libertad religiosa. Si el Papa lo hizo, fue para tratar de someter a los opositores a esta declaración. Desgraciadamente, un cierto número de los que estaban en contra dijeron: "Y bien, ya que el papa ha dicho que no hay nada en contra de la tradición, podemos votar este de­creto." Yo les dije: "pero no se puede votar un decreto contradictorio, esto es absurdo." "Oh, no importa, ya que el Papa ha dicho eso..." Me acuerdo bien, no hubo más que setenta u ochenta firmas en contra. El número de los opositores se redujo de una manera considerable.




Nota

* En español recomendamos "El liberalismo es pecado", de Sardá y Salvany.
(N. de la R.)