martes, 20 de enero de 2015

UNA PERSONA DIVINA

Transcribimos aquí  íntegramente el Capítulo III del “Misterio de Nuestro Señor Jesucrito, escrito por Monseñor Marcel Lefebvre, hoy más actual que nunca.

Monseñor Marcel Lefebvre


CAPÍTULO III

UNA PERSONA DIVINA


            San Pablo es el que más ha ensalzado la grandeza de Nuestro  Señor Jesucristo, su poder y su divinidad, principalmente en los primeros capítulos  de su Epístola a los Hebreos y de la Epístola a los Colosenses.

            Leamos a menudo este primer capítulo de la epístola a los Hebreos.

            “Muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otros tiempos a nuestros padres por ministerio de los profetas; últimamente en nuestros días, nos habló por su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, después de hacer la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto mayor que los ángeles cuanto que heredó un nombre más excelente que ellos.”

            Sin lugar a duda se trata del Hijo, de Aquel que nos ha purificado de nuestros pecados, de Nuestro Señor Jesucristo y no solamente del Verbo. No podemos hacer una distinción entre Nuestro Señor Jesucristo y el Verbo. Jesucristo es el Verbo de Dios. No hay otra persona en Él.

            Sin duda, puede ser que nos cueste comprender esto. Pero precisamente este es el misterio de Nuestro Señor Jesucristo: que su Persona misma, la Persona de este hombre que vivió en Palestina, es el Verbo de Dios por quien todo ha sido hecho.

            Esta misma Persona divina es la que asume esta naturaleza humana; esta alma que piensa, reflexiona y quiere de modo humano, ya que nuestro Señor era un hombre perfecto. Por eso poseía un alma humana. Sus pensamientos se le atribuían a Dios el único sujeto de atribución en Nuestro Señor Jesucristo es el Verbo de Dios, Dios mismo.

            Todos los actos que llevó a cabo Nuestro Señor, sean los que sean, eran actos divinos, dada su atribución a la Persona, pero Él poseía verdaderamente todas las facultades humanas, todo su cuerpo humano y todos sus dones humanos.
            En su epístola a los Hebreos, en el capítulo 1º, San Pablo nos dice:

            “¿A cuál de sus ángeles dijo alguna vez: ‘Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy`? (Sal. 2, 7).

            “Y luego: ` Yo seré para él Padre y él será Hijo para mí. ` (II Sam.7, 14)). Y cuando de nuevo introduce a su Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios`. (Sal. 96,7).
            “De los ángeles dice: ´El que hace a sus ángeles espíritus y a sus ministros llamas de fuego.` (Sal. 103, 4) Pero al Hijo: ´T u trono , ¡oh Dios! Subsistirá por los siglos de los siglos, cetro de equidad es el cetro de tu reino. Amaste la justicia y aborreciste la iniquidad; por eso te ungió Dios con óleo de alegría sobre tus compañeros. ` (Sal. 44, 7-8) Y: Tú Señor, al principio fundaste la tierra y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán pero tú permaneces y todos, como un vestido envejecerán, y como un manto los envolverás, y como un vestido se mudarán; pero Tú permaneces el mismo y tus años no se acabarán ` (Sal. 101, 26-28) ¿Y a cuál de sus ángeles dijo alguna vez: ´Siéntate a mi diestra mientras pongo a tus enemigos por escabel de tus pies.` (Sal. 109,1)

            “¿No son todos ellos espíritus administradores, enviados para servicio a favor de los que han de heredar la salud?” (Heb. 5-14)

            San Pablo insiste, pues, sobre la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y sobre su perfección infinitamente mayor que la de los ángeles, que evidentemente no son más que criaturas.

            Con nuestra pobre imaginación humana, nos cuesta comprender que Aquel con quie trataron los Apóstoles, al que la Santísima Virgen llevó en su seno, y al que llevó en sus brazos, este Niño Jesús, es Aquel por quien todo ha sido hecho.

            “Tu Señor, al principio fundaste la tierra y los cielos son obra de tus manos.”

            Al evocar al Niño Jesús en su cuna algunos podrían decir: “No es posible que haya fundado la tierra, pues acaba de nacer.” San Pablo nos da la respuesta: acaba de nacer, pero su Persona es una Persona divina y esta Persona es Dios, el Verbo de Dios.

            Se trata pues del Verbo de Dios, que está presente y asume este cuerpo y esta alma. Es el Verbo de Dios y y a esta Persona es a quien nos dirigimos. Cuando se habla con alguien se habla con la persona. Esta Persona que se hallaba ahí era la del Verbo de dios, por quien todo ha sido hecho y por quien todo ha sido creado.

            ¿Cómo podríamos decir que esta persona que es el  Verbo de Dios hecho hombre no fuese el Salvador, el Sacerdote y el Rey, los tres grandes atributos que esta Persona le da a esta criatura de Dios por medio de la unión hipostática y la gracia de unión?*

            ¿Cómo pensar que un solo hombre pueda ser indiferente a la presencia de Dios entre nosotros? No es posible: Dios a querido venir a vivir entre  nosotros. ¿Quién puede decir: “A mí me es igual; vivo mi vida; no tengo necesidad de Nuestro Señor Jesucristo para vivir”? ¿Podrá permanecer indiferente ante el hecho de que Dios haya venido, haya tomado un alma y un cuerpo como el nuestro y haya venido entre nosotros? No lo podemos imaginar, y esto tanto más cuanto que ha venido entre nosotros para rescatarnos de nuestros pecados. Así, este hecho nos concierne a todos, pues todos somos pecadores. Ha venido para morir en la Cruz, para redimirnos.  ¡Cómo podría ser algo indiferente para los hombres! ¿Cómo puede alguien atreverse ahora a comparar a esta Persona, que es Cristo, Nuestro Señor Jesucristo, con Mahoma, Buda, Lutero, etc.?...

            Un católico que tenga fe, ¿cómo decir cosas semejantes? ¿Cómo se puede hablar aún de religiones, todas las religiones y todos los cultos?

            El Papa Pio VII se indignó ante la Constitución de Francia, en la que se mencionaba la libertad de todos los cultos. Se levantó contra estas palabras: “todos los cultos”. Se ponía la sangrada religión de Dios, de Nuestro Señor Jesucristo, en pie de igualdad con las herejías y cismas. Se sintió muy ofendido y escribió al obispo de Troyes, Monseñor de Boulogne: “Vaya a ver al rey y dígale que es inadmisible para una realeza católica, para un rey que se dice católico, admitir la libertad como se dice entre comillas ´De todos los cultos`, sin distinción.” Estaba indignado y ese debe ser el sentimiento de todo católico.

            No se puede ser católico y no indignarse cuando se habla de ´todos los cultos`, poniendo a nuestro Señor Jesucristo en pie de igualdad con Buda y los demás, pues en  ese momento ya no se cree que Nuestro Sñor Jesucristo sea Dios y ya no se cree que nos encontramos ante la Persona de Dios. Ya digo, es imposible. ¿Ha habido acaso varias encarnaciones de Dios? ¡En buda? ¡en Mahoma? ¿En Lutero? ¡No! Sólo hay una: en Nuestro Señor Jesucristo.

            Esto  tiene consecuencias enormes y tenemos que darnos cuenta de ello en la medida en que creemos en Nuestro Señor Jesucristo.

            Sobre este tema, como ya hemos visto, es muy importante lo que dice San Juan y puede resumirse así: “El que afirma que Jesucristo es Dios, éste es de dios; el que niega que Nuestro Jesucristo es Dios, es el anticristo.”(Cf. I Jn. 2, 22) ¡El anticristo! , por consiguiente, el demonio. San Juan tenía fe católica y es preciso sacar las consecuencias.

            Hoy en día nos podemos preguntar si entre los católicos los hay que aún lo son, porque todo el mundo ve normal que se diga: la libertad  religiosa, la libertad de todas las religiones y la libertad de cultos. Ahora bien: eso no puede ser, pues es contrario a la dignidad de Nuestro Señor Jesucristo. Se nos objeta: “Lo pasa es que sois intolerantes.” Cuántos católicos piensan esto, incluso en nuestras familias cristianas.

            Basta con decir que hay una sola religión verdadera, la religión de Nuestro Señor Jesucristo, y que las demás vienen del diablo y son el anticristo porque niegan la divinidad de nuestro Señor, y ya se nos trata de intolerantes.”: “¿Qué queréis? ¿Volver a la edad media?” Lo que nosotros queremos es, sencillamente, volver a la realidad: Nuestro Señor es Rey. El día que venga, de repente, sobre las nubes del cielo, todos dirán: “Ah, pues sí, es Rey, no creímos que fuera posible.”

            Sí, Nuestro Señor es Rey y será el único, no hay otro. La gente no acaba de convencerse; vive en un liberalismo y en un laicismo que ataca a muchos. Ya no se pone a Nuestro señor Jesucristo en el lugar que le corresponde.

            Es preciso que se restablezca su realeza en la tierra como en el Cielo. El mism nos lo dijo en la oración que nos enseñó, el Padrenuestro: “Adveniat regnum tuum, fiat voluntas tua sicut in caelo et in terra.” Este debe ser el objeto de nuestras plegarias y del ofrecimiento de nuestros sufrimientos, y el objeto de nuestra vida. No debemos cesar hasta que se establezca el reino de Nuestro Señor. Un católico cuyo corazón no  esté animado por este sentimiento profundo no puede ser católico ni fiel a Nuestro Señor Jesucristo. Basta con leer estas líneas:

            “Dios últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por quien hizo los siglos.” (Heb. 1, 2)

            Jesucristo es Dios por quien todo ha sido creado. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son conjuntamente el Creador del mundo. El Padre ha creado  el mundo por el Verbo en el Espíritu Santo.

            No es necesario que recurramos a la apologética ni que citemos todas las pruebas de la divinidad y de la humanidad de Nuestro Señor de modo exhaustivo. Lo que necesitamos sobre todo en nuestra vida espiritual es afirmar nuestra fe y no tanto probarla, porque se apoya en la autoridad divina y en las palabras de Nuestro Señor.

            Puede ser que tengamos una tendencia exagerada por querer racionalizar siempre nuestra fe y por hallar cosas que la prueben. No cabe duda que nuestra fe es razonable y por eso podemos hallar motivos suficientes, pero tenemos fe, creemos en Nuestro Señor y lo que tenemos que hacer es afirmar nuestra fe. (cf. II Cor. 4, 13).

·         La unión de las dos naturalezas, la divina y la humana, de Jesucristo en la única Persona del Verbo divino. Dado que este hombre, Jesucristo, es Dios, es necesariamente Salvador, sacerdote y Rey.


Monseñor Marcel Lefebvre

“El Misterio de Nuestro Señor Jesucristo”, 
págs. 1129-134,
Obras completas, Tomo 4.
Voz del desierto, México, 2005.



El mal ejemplo de Francisco I 
como una prédica contraria a la fe y a la Tradición 
del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo,  
y de la Iglesia fundada por Él mismo.
 Verdaderos anticristos que se avergüenzan de Él 
y le niegan ante los hombres.


Para el Papa Francisco I - aquí luciendo un atuendo budista -
no existe nada como para calificar desdeñosamente de "un carnaval".
Evidentemente, para él, esto es una cosa realmente seria
¿O lo dice solo "de la boca para afuera? No. Eso sería hipocresía ¿no?


Queremos creer que aquí tampoco se trata de una Scola do zamba
sino de un tocado ritual que -- presuponemos --  Francisco Papa ignora en su real significado.
Puesto que  él ignora hasta los simbolismos de su Propia religión.


Encendiendo la "menorá" en una fiesta judía "más serio que en Misa".
Aunque ahora las misas ya no son más serias después del Vaticano II.
Y éstas sí se parecen cada vez más a un carnaval.
Lo Extraño es que Francisco defienda éstas mimas misas desacralizadas.
¿Qué entenderá por "carnaval"? ¿Lo verdaderamente sacro? Entonces no cree.
Misa carnaval "non sacra".


Francisco I visita un templo Budista en Colombo.


           Estas son solo unas pequeñas muestras de lo que viene pasando desde el Concilio Vaticano II con respecto a la "autodemolición de la Iglesia" y del  alejamiento, cada vez más abismal, de los aún autollamados "católicos" pero que han apostatado ya, de hecho, de las enseñanzas Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre: El Verbo Encarnado.