Transcribimos aquí íntegramente
el Capítulo III del “Misterio de Nuestro Señor Jesucrito, escrito por Monseñor
Marcel Lefebvre, hoy más actual que nunca.
Monseñor Marcel Lefebvre |
CAPÍTULO III
UNA PERSONA DIVINA
San Pablo es el que más ha ensalzado
la grandeza de Nuestro Señor Jesucristo,
su poder y su divinidad, principalmente en los primeros capítulos de su Epístola a los Hebreos y de la Epístola
a los Colosenses.
Leamos a menudo este primer capítulo
de la epístola a los Hebreos.
“Muchas
veces y en muchas maneras habló Dios en otros tiempos a nuestros padres por
ministerio de los profetas; últimamente en nuestros días, nos habló por su
Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, después de hacer la
purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las
alturas, hecho tanto mayor que los ángeles cuanto que heredó un nombre más
excelente que ellos.”
Sin lugar a duda se trata del Hijo,
de Aquel que nos ha purificado de nuestros pecados, de Nuestro Señor Jesucristo
y no solamente del Verbo. No podemos hacer una distinción entre Nuestro Señor
Jesucristo y el Verbo. Jesucristo es el Verbo de Dios. No hay otra persona en
Él.
Sin duda, puede ser que nos cueste
comprender esto. Pero precisamente este es el misterio de Nuestro Señor
Jesucristo: que su Persona misma, la Persona de este hombre que vivió en
Palestina, es el Verbo de Dios por quien todo ha sido hecho.
Esta misma Persona divina es la que
asume esta naturaleza humana; esta alma que piensa, reflexiona y quiere de modo
humano, ya que nuestro Señor era un hombre perfecto. Por eso poseía un alma
humana. Sus pensamientos se le atribuían a Dios el único sujeto de atribución
en Nuestro Señor Jesucristo es el Verbo de Dios, Dios mismo.
Todos los actos que llevó a cabo
Nuestro Señor, sean los que sean, eran actos divinos, dada su atribución a la
Persona, pero Él poseía verdaderamente todas las facultades humanas, todo su
cuerpo humano y todos sus dones humanos.
En su epístola a los Hebreos, en el
capítulo 1º, San Pablo nos dice:
“¿A
cuál de sus ángeles dijo alguna vez: ‘Tú eres mi hijo, yo te he engendrado
hoy`? (Sal. 2, 7).
“Y
luego: ` Yo seré para él Padre y él será Hijo para mí. ` (II Sam.7, 14)). Y
cuando de nuevo introduce a su Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos
los ángeles de Dios`. (Sal. 96,7).
“De
los ángeles dice: ´El que hace a sus ángeles espíritus y a sus ministros llamas
de fuego.` (Sal. 103, 4) Pero al Hijo: ´T u trono , ¡oh Dios! Subsistirá por
los siglos de los siglos, cetro de equidad es el cetro de tu reino. Amaste la
justicia y aborreciste la iniquidad; por eso te ungió Dios con óleo de alegría
sobre tus compañeros. ` (Sal. 44, 7-8) Y: Tú Señor, al principio fundaste la
tierra y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán pero tú permaneces y
todos, como un vestido envejecerán, y como un manto los envolverás, y como un
vestido se mudarán; pero Tú permaneces el mismo y tus años no se acabarán `
(Sal. 101, 26-28) ¿Y a cuál de sus ángeles dijo alguna vez: ´Siéntate a mi
diestra mientras pongo a tus enemigos por escabel de tus pies.` (Sal. 109,1)
“¿No
son todos ellos espíritus administradores, enviados para servicio a favor de
los que han de heredar la salud?” (Heb. 5-14)
San Pablo insiste, pues, sobre la
divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y sobre su perfección infinitamente mayor
que la de los ángeles, que evidentemente no son más que criaturas.
Con nuestra pobre imaginación
humana, nos cuesta comprender que Aquel con quie trataron los Apóstoles, al que
la Santísima Virgen llevó en su seno, y al que llevó en sus brazos, este Niño
Jesús, es Aquel por quien todo ha sido hecho.
“Tu
Señor, al principio fundaste la tierra y los cielos son obra de tus manos.”
Al evocar al Niño Jesús en su cuna
algunos podrían decir: “No es posible que haya fundado la tierra, pues acaba de
nacer.” San Pablo nos da la respuesta: acaba de nacer, pero su Persona es una
Persona divina y esta Persona es Dios, el Verbo de Dios.
Se trata pues del Verbo de Dios, que
está presente y asume este cuerpo y esta alma. Es el Verbo de Dios y y a esta
Persona es a quien nos dirigimos. Cuando se habla con alguien se habla con la
persona. Esta Persona que se hallaba ahí era la del Verbo de dios, por quien todo
ha sido hecho y por quien todo ha sido creado.
¿Cómo podríamos decir que esta
persona que es el Verbo de Dios hecho
hombre no fuese el Salvador, el Sacerdote y el Rey, los tres grandes atributos
que esta Persona le da a esta criatura de Dios por medio de la unión
hipostática y la gracia de unión?*
¿Cómo pensar que un solo hombre
pueda ser indiferente a la presencia de Dios entre nosotros? No es posible:
Dios a querido venir a vivir entre
nosotros. ¿Quién puede decir: “A mí me es igual; vivo mi vida; no tengo
necesidad de Nuestro Señor Jesucristo para vivir”? ¿Podrá permanecer
indiferente ante el hecho de que Dios haya venido, haya tomado un alma y un cuerpo
como el nuestro y haya venido entre nosotros? No lo podemos imaginar, y esto
tanto más cuanto que ha venido entre nosotros para rescatarnos de nuestros
pecados. Así, este hecho nos concierne a todos, pues todos somos pecadores. Ha
venido para morir en la Cruz, para redimirnos. ¡Cómo podría ser algo indiferente para los
hombres! ¿Cómo puede alguien atreverse ahora a comparar a esta Persona, que es
Cristo, Nuestro Señor Jesucristo, con Mahoma, Buda, Lutero, etc.?...
Un católico que tenga fe, ¿cómo
decir cosas semejantes? ¿Cómo se puede hablar aún de religiones, todas las
religiones y todos los cultos?
El Papa Pio VII se indignó ante la
Constitución de Francia, en la que se mencionaba la libertad de todos los
cultos. Se levantó contra estas palabras: “todos los cultos”. Se ponía la
sangrada religión de Dios, de Nuestro Señor Jesucristo, en pie de igualdad con
las herejías y cismas. Se sintió muy ofendido y escribió al obispo de Troyes,
Monseñor de Boulogne: “Vaya a ver al rey y dígale que es inadmisible para una
realeza católica, para un rey que se dice católico, admitir la libertad como se
dice entre comillas ´De todos los cultos`, sin distinción.” Estaba indignado y
ese debe ser el sentimiento de todo católico.
No se puede ser católico y no
indignarse cuando se habla de ´todos los cultos`, poniendo a nuestro Señor
Jesucristo en pie de igualdad con Buda y los demás, pues en ese momento ya no se cree que Nuestro Sñor
Jesucristo sea Dios y ya no se cree que nos encontramos ante la Persona de
Dios. Ya digo, es imposible. ¿Ha habido acaso varias encarnaciones de Dios? ¡En
buda? ¡en Mahoma? ¿En Lutero? ¡No! Sólo hay una: en Nuestro Señor Jesucristo.
Esto tiene consecuencias enormes y tenemos que
darnos cuenta de ello en la medida en que creemos en Nuestro Señor Jesucristo.
Sobre este tema, como ya hemos
visto, es muy importante lo que dice San Juan y puede resumirse así: “El que afirma que Jesucristo es Dios, éste
es de dios; el que niega que Nuestro Jesucristo es Dios, es el anticristo.”(Cf.
I Jn. 2, 22) ¡El anticristo! , por consiguiente, el demonio. San Juan tenía fe
católica y es preciso sacar las consecuencias.
Hoy en día nos podemos preguntar si
entre los católicos los hay que aún lo son, porque todo el mundo ve normal que
se diga: la libertad religiosa, la
libertad de todas las religiones y la libertad de cultos. Ahora bien: eso no
puede ser, pues es contrario a la dignidad de Nuestro Señor Jesucristo. Se nos
objeta: “Lo pasa es que sois intolerantes.” Cuántos católicos piensan esto,
incluso en nuestras familias cristianas.
Basta con decir que hay una sola
religión verdadera, la religión de Nuestro Señor Jesucristo, y que las demás
vienen del diablo y son el anticristo porque niegan la divinidad de nuestro
Señor, y ya se nos trata de intolerantes.”: “¿Qué queréis? ¿Volver a la edad
media?” Lo que nosotros queremos es, sencillamente, volver a la realidad:
Nuestro Señor es Rey. El día que venga, de repente, sobre las nubes del cielo,
todos dirán: “Ah, pues sí, es Rey, no creímos que fuera posible.”
Sí, Nuestro Señor es Rey y será el
único, no hay otro. La gente no acaba de convencerse; vive en un liberalismo y
en un laicismo que ataca a muchos. Ya no se pone a Nuestro señor Jesucristo en
el lugar que le corresponde.
Es preciso que se restablezca su
realeza en la tierra como en el Cielo. El mism nos lo dijo en la oración que
nos enseñó, el Padrenuestro: “Adveniat regnum tuum, fiat voluntas tua
sicut in caelo et in terra.” Este debe ser el objeto de nuestras plegarias
y del ofrecimiento de nuestros sufrimientos, y el objeto de nuestra vida. No
debemos cesar hasta que se establezca el reino de Nuestro Señor. Un católico
cuyo corazón no esté animado por este
sentimiento profundo no puede ser católico ni fiel a Nuestro Señor Jesucristo.
Basta con leer estas líneas:
“Dios
últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo, a quien constituyó heredero
de todo, por quien hizo los siglos.” (Heb. 1, 2)
Jesucristo es Dios por quien todo ha
sido creado. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son conjuntamente el Creador
del mundo. El Padre ha creado el mundo
por el Verbo en el Espíritu Santo.
No es necesario que recurramos a la
apologética ni que citemos todas las pruebas de la divinidad y de la humanidad
de Nuestro Señor de modo exhaustivo. Lo que necesitamos sobre todo en nuestra
vida espiritual es afirmar nuestra fe y no tanto probarla, porque se apoya en
la autoridad divina y en las palabras de Nuestro Señor.
Puede ser que tengamos una tendencia
exagerada por querer racionalizar siempre nuestra fe y por hallar cosas que la
prueben. No cabe duda que nuestra fe es razonable y por eso podemos hallar
motivos suficientes, pero tenemos fe, creemos en Nuestro Señor y lo que tenemos
que hacer es afirmar nuestra fe. (cf. II Cor. 4, 13).
·
La unión de las dos naturalezas, la
divina y la humana, de Jesucristo en la única Persona del Verbo divino. Dado
que este hombre, Jesucristo, es Dios, es necesariamente Salvador, sacerdote y
Rey.
Monseñor Marcel Lefebvre
“El Misterio de Nuestro Señor
Jesucristo”,
págs. 1129-134,
págs. 1129-134,
Obras completas, Tomo 4.
Voz del desierto, México, 2005.
Estas son solo unas pequeñas muestras de lo que viene pasando desde el Concilio Vaticano II con respecto a la "autodemolición de la Iglesia" y del alejamiento, cada vez más abismal, de los aún autollamados "católicos" pero que han apostatado ya, de hecho, de las enseñanzas Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre: El Verbo Encarnado.
El mal ejemplo de Francisco I
como una prédica contraria a la fe y a la Tradición
del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo,
y de la
Iglesia fundada por Él mismo.
Verdaderos anticristos que se avergüenzan de Él
y le niegan ante los hombres.
Misa carnaval "non sacra". |
Francisco I visita un templo Budista en Colombo. |
Estas son solo unas pequeñas muestras de lo que viene pasando desde el Concilio Vaticano II con respecto a la "autodemolición de la Iglesia" y del alejamiento, cada vez más abismal, de los aún autollamados "católicos" pero que han apostatado ya, de hecho, de las enseñanzas Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre: El Verbo Encarnado.