Cuando me enteré el jueves de la semana pasada de la salida del libro de Antonio Socci “Non è Francesco, La Chiesa nella grande tempesta”, editado por
Mondadori, no le di demasiada importancia.
Alguien comentó: “Socci es un delirante” y, viendo los libros anteriores
que había publicado, me pareció posible que, efectivamente, fuera un delirante.
Sin embargo, un amigo, que es buen poeta y mejor bebedor del líquido amarillo
escocés, dijo: “Yo leí su libro sobre el secreto de Fátima. Me pareció muy
serio y documentado”. Y decidí hacerle caso a mi amigo, compré el libro de
Socci, y lo leí de un tirón el sábado.
Sobre el autor, pueden ustedes buscar en Internet su perfil biográfico.
Baste de mi parte acercar dos datos: es un periodista reconocido, de larga
trayectoria y profesor universitarios, que se desempeñó durante varios años al
frente de la revista “30 Giorni”. Este dato, sumado a las abundantes citas que
realiza en su libro de don Luiggi Guisiani, me hacen suponer que es miembro de
“Comunión y Liberación”. Por otro lado, son constantes sus alabanzas
–exageradas para mi gusto- del Concilio Vaticano II, de Pablo VI y de Juan
Pablo II. Todo este cóctel da un perfil muy claro: Socci es un neocon hecho y
derecho. No es, ni de lejos, un tradicionalista.
Pero vayamos a su libro. Es inquietante. Y lo digo yo, que tengo muchos
límites: reniego de cualquier recurso a conspiraciones judeo-masónicas para
explicar lo que ocurre en el mundo y en la Iglesia, y soy desconfiado e
incrédulo con respecto a las revelaciones privadas, Fátima incluida. Pero el
libro de Socci me resultó inquietante, más allá de que en él solamente en un
capítulo haga referencia revelaciones privadas, a las que, por otro lado, toma
con pinzas. De hecho, es un libro fundamentalmente documental y deductivo.
Y si se aceptan las conclusiones a las que conduce, nos deja en un problema
frente al cual, lo más fácil es mirar para otro lado.
El libro tiene tres partes bien definidas, a las que se suman los
últimos capítulos, de carácter misceláneo, sobre la situación actual de la
Iglesia. Comienza con el bosquejo del retrato bastante preciso de Jorge
María Bergoglio a partir de sus dichos, hechos y biografía. Sobre esto ya
hemos hablado suficientemente en este blog, y lo seguiremos haciendo, pero no
me voy a extender en este momento. Simplemente transcribo una de las frases de
Socci: “ La elección de Jorge Mario Bergoglio como candidato para el papado es
un misterio. … simplemente por aquello que el mundo llama ‘la selección de la
clase dirigente’. El problema es su carencia de requisitos…” (p. 124).
Pero lo que constituye el meollo del libro son las dos partes siguientes:
la que muestra que Benedicto XVI sigue siendo papa, y la que muestra que la elección
de Bergoglio habría sido invalida e insanable.
A) Vayamos a la primera: Benedicto XVI es Papa. El autor basa su afirmación en dos fuentes
documentales: simbólicas y jurídicas. Aquí, simplemente, enumeraré los detalles
más importantes.
1) Todos sabemos que lo simbólico dentro de la Iglesia es fundamental, y
mucho más lo es si esos símbolos provienen de una persona con la fineza e
inteligencia de Ratzinger. Y lo símbolos de su renuncia y posterior permanencia
en el Vaticano son muchos e inexplicables para canonistas e historiadores. Por
su propia voluntad, conservó el nombre de Benedicto XVI, el tratamiento de Su
Santidad y el título de Romano Pontífice. Siguió vistiendo la sotana blanca, no
quiso cambiar su escudo heráldico eliminando las insignias pontificias que
aparecen en él y sigue viviendo en los recintos del Vaticano. Socci analiza en
su escrito cada uno de estos hechos y muestra la importancia que tales símbolos
poseen. Solamente acoto lo siguiente: cuando se le pregunta en un reportaje a
Mons. Gänswein el por qué de todo esto, responde: “Porque corresponde a la
realidad”. Más claro, agua.
Antonio Socci |
2) Para quienes somos más racionales, o racionalistas, el argumento
jurídico puede ser de mayor peso. El autor se base en el estudio que realizó el
canonista y teólogo Stefano Violi sobre el texto de la renuncia del papa
Benedicto y de una de sus declaraciones posteriores. Luego de un análisis fino
y detallado, recurriendo a cuestiones de derecho, de teología y de historia,
concluye que “Benedicto XVI declara renunciar al ministerium. No al Papado, según la norma de Bonifacio
VIII, no al munus según lo expresado en el canon 332-2, sino al ministerium o, como especificará en su última audiencia, al
‘ejercicio activo del ministerio’. (…) Objeto de la renuncia irrevocable es la executio muneris mediante la acción y la palabra y no el munus que le fue confiado de una vez para siempre” (p.
89).
A mi entender, los argumentos son conclusivos: Benedicto XVI sigue siendo
el legítimo Romano Pontífice, aunque sin el ejercicio activo del ministerio
petrino. Y esto conduce a una conclusión inmediata: la Iglesia tiene dos Papas.
Y aquí aparece el otro tema, mucho más preocupante.
B) La elección de Francisco habría sido nula e inválida. Reconozco que cuando leí por primera vez esta
hipótesis no me pareció más que un wishful thinking, o pensamiento ilusiorio de cazadores de confabulaciones.
Pero no es el caso de Socci, para quien la nulidad vendría por un error o
descuido en el procedimiento del conteo y escrutinio de los votos, lo cual que
está perfectamente reglado, hasta el más mínimo detalle, por la constitución Universi Dominici Gregis.
Toda su argumentación se basa en un hecho de difícil o imposible
comprobación pero muy verosímil. Aparece narrado en el libro de nuestra amiga
Elizabetta Piqué la que, para Socci, es una vaticanista seria, bien informada
y, sobre todo, muy cercana y amiga personal de Bergoglio, y para respaldar esta
afirmación aporta pruebas concluyentes (p. 115 et passim). En ese libro, Francisco. Vida y Revolución, que fue presentada por el mismo L’Osservatore Romano como una suerte de biografía oficial del
personaje, se lee lo siguiente: “Después de la votación [se refiere a la quinta
de todo el cónclave y cuarta del día 13 de marzo) y antes de la lectura de las
papeletas, el cardenal escrutador, que primero mezcla las papeletas depositadas
en la urna, se da cuenta que hay una de más: son 116 en vez de 115, que era la
cantidad correcta. Parece que, por error, un purpurado había depositado dos
papeletas en la urna: una con el nombre de su candidato y otra en blanco, que
había quedado pegada a la primera. Cosas que pasan. No había nada que hacer, y
esta votación fue anulada inmediatamente, las papeletas fueron quemadas más
tarde sin ser vistas, y se procedió a una nueva votación”.
¿Esto verdaderamente sucedió? Socci se detiene bastante en la cuestión.
Aquí solamente menciono dos hechos: el único que podría haberle pasado a la
Piqué semejante dato de un cónclave, sobre el que se promete secreto pontificio
bajo pena de pecado mortal o excomunión, es el mismo Francisco quien, siendo
papa, puede hacer lo que quiera. Por otra parte –y no es este un dato menor- la
periodista acaba de ratificar este hecho el jueves 1 de octubre de 2014 en su
columna de La Nación.
Y, en segundo lugar, el 9 de marzo de 2014, apareció en el Corriere della Sera un artículo de Gian Guido Vecchi quien afirma
que algunos cardenales le relataron que en esa votación sucedió exactamente lo
que fue relatado en el libro de la Piqué. Y jamás hubo desmentida alguna al
respecto.
¿Cuál es el problema de todo esto? Que la Constitución que fija el
funcionamiento del Cónclave, promulgada por Juan Pablo II, regula estas dos
posibilidades. El artículo 68 manda que, si se encuentra una papeleta de más,
el escrutinio debe ser anulado. Y el artículo 69 dice que, si se encuentran dos
papeletas plegadas juntas de modo tal que hagan suponer que un cardenal
introdujo por error dos en vez de una, si ambas tienen el mismo nombre, se debe
contabilizar un solo voto; si tienen nombres distintos, se deben anular ambas,
y si una de ellas está en blanco, se debe contabilizar el voto del candidato
que aparece en la otra.
Todo hace suponer que este fue el caso, según el relato de Piqué y de los
cardenales indiscretos que hablaron con el periodista del Corriere, pero la cuestión es que no se aplicó el
artículo 69 sino el 68, anulando toda la votación.
Muchos dirán: es un detalle legal; apenas un codicilo que de ninguna manera
puede poner en juego una elección pontificia. Y dice Socci: es exactamente al
revés. Un codicilo puede no poner en juego la elección del presidente del
consorcio de un edificio, pero sí la del Romano Pontífice, porque se trata del
oficio más importante y delicado del mundo, y porque Dios confiere el poder
prometido por Cristo a Pedro y sus sucesores solamente a quien sea válidamente
elegido siguiendo las normas promulgadas por quien tiene el poder de las
Llaves. Además, recordemos que por codicilos menores la cristiandad estuve en
crisis durante siglos enteros, y traigo aquí el caso de la herejía arriana que
se desató por una i. Ni siquiera era un codicilo, era una vocal, la
que diferencia homoiousios de homoousios, es decir, “de sustancia similar al Padre” y
“de la misma sustancia del Padres” la que dejó a la mayor parte de Europa bajo
el arrianismo.
Por otra parte, si la situación fue la que se narra, se habrían producido
otras dos graves irregularidades:
a) La misma constitución Universi Dominici Gregis prohíbe taxativamente que se hagan más de cuatro
votaciones en un mismo día. Pues bien, el 13 de marzo de 2013 se hicieron cinco
votaciones, contraviniendo nuevamente las normas explícitas de una regulación
pontificia promulgada por un Romano Pontífice en poder de las Llaves. ¿Qué
habría cambiado se la votación se hacía el día siguiente? Nadie puede saberlo,
pero los cardenales habrían tenido tiempo de compartir conversaciones, una comida
juntos y una noche de descanso. Entre otras cosas, los cardenales que votaron
por Bergoglio aconsejados o presionados por Kasper y su pandilla habrían tenido
tiempo de conocer un poco más quién era este desconocido purpurado “del fin del
mundo” y los peligros que implicaba dejar a la Iglesia en sus manos.
Por otro lado, la Universi Dominici Gregis también establece que las papeletas, en el
momento del conteo de los votos, deben estar plegadas y el cardenal escrutador
no debe mirar ni leer los nombres que aparecen en ellas. Esto sólo debe hacerse
en el escrutinio. Pero, siempre según la Piqué, el cardenal descubrió la
papeleta extra en el momento del conteo y allí mismo vio que una estaba blanco.
Es decir, la desdobló y leyó lo que estaba escrito en ella.
Irregularidades mayores o menores pero que, en definitiva, indican que la
elección se hizo de modo diverso a como estaba dispuesto. Y es el artículo 76
de la ConstituciónUniversi Dominici Gregis el que dice: “Si la elección se hiciera de un
modo diverso a como ha sido prescrito en la presente Constitución o un hubiesen
sido observadas las condiciones establecidas, la elección es por eso mismo es nula e inválida, sin que intervenga alguna declaración en este
sentido y, por tanto, no confiere ningún derecho a la persona elegida”.
Conclusión 1: Con respecto al primer punto, no tengo duda alguna: Benedicto XVI es
Papa. Con respecto al segundo punto, tengo dudas, como también las tiene Socci,
pero es verosímil. No se trata de ninguna conspiración. En todo caso, sería la
conspiración de los lelos, porque se habría tratado de un descuido en la
observación de la Constitución, pero un descuido insanable. La única solución
sería la realización de un nuevo cónclave.
Conclusión 2: Si aceptamos que la votación del 13 de mayo de 2013 fue nula y Bergoglio,
consecuentemente, no es Papa, esto genera una situación que explica, al menos,
dos hechos:
1. El desconcierto cada vez mayor de gran número de fieles de todo el orbe
católico frente a lo que está sucediendo en la Iglesia en los últimos tiempos,
y que se origina porque no se entiende que un papa pueda decir y hacer lo que dice y hace
Bergoglio. Pues bien, el tal hace y dice esas barbaridades porque no es papa y, por tanto, no tiene la asistencia asegurada
por Cristo al sucesor de Pedro.
2. Se entenderían de un modo bastante claro –o más bien, clarísimo- el
Tercer Secreto de Fátima, en el que sor Lucía ve a un “obispo vestido de
blanco” y, poco después, al Santo Padre que es perseguido y asesinado. Es
decir, el obispo vestido de blanco no es el Santo Padre. Y las visiones de la
beata Ana Catlina Emmerich que en numerosas ocasiones habla de la Iglesia con
dos Papas.
Insisto en lo que dije más arriba. Es un libro inquietante, y por una
sencilla razón: si se aceptan sus argumentos, nadie puede permanecer como está;
debe tomar una decisión, y no es una decisión fácil.
Momentos de confusión para los fieles, dicen las profecías sobre los
últimos tiempos.
Publicado por Wanderer
El 6 de Octubre de 2014