San Atanasio el Grande |
Qué
Dios os consuele. He sabido que no sólo os entristece mi exilio, sino sobre
todo el hecho de que los otros, es decir los arríanos, se han apoderado de los
templos por la violencia y entre tanto vosotros habéis sido expulsados de esos
lugares. Ellos entonces poseen los templos, vosotros en cambio la tradición de
la Fe apostólica. Ellos, consolidados en esos lugares, están en realidad al
margen de la verdadera Fe, en cambio vosotros, que estáis excluidos de los
templos, permanecéis dentro de esa Fe. Confrontemos pues qué cosa sea más
importante, el templo o la Fe, y resultará evidente desde luego, que es más
importante la verdadera Fe. Por tanto, ¿quién ha perdido más, o quién posee
más, el que retiene un lugar, o el que retiene la Fe? El lugar ciertamente es
bueno, supuesto que allí se predique la Fe de los Apóstoles, es santo, si allí
habita el Santo. Vosotros sois los dichosos que por la Fe permanecéis dentro de
la Iglesia, descansáis en los fundamentos de la Fe, y gozáis de la totalidad de
la Fe, que permanece inconfusa. Por tradición apostólica ha llegado hasta
vosotros, y muy frecuentemente un odio nefasto ha querido desplazarla, pero no
ha podido; al contrario, esos mismos contenidos de la Fe, que ellos han querido
desplazar, los han destruido a ellos. Es esto en efecto lo que significa
afirmar: "Tú eres el Hijo de Dios vivo". Por tanto, nadie prevalecerá
jamás contra vuestra Fe, mis queridos hermanos, y si en algún momento Dios os
devolviere los templos, será menester el mismo convencimiento: que la Fe es más
importante que los templos.
Y
precisamente una Fe tan viva suple para vosotros por ahora la devolución de los
templos. No es que yo hable sin respaldo de la Escritura, por el contrario, os
digo con énfasis que os conviene confrontar sus testimonios. Recordad
precisamente que el templo era Jerusalén, y que el templo no estaba en el
desierto cuando los enemigos lo invadieron. Los invasores venidos de Babilonia
habían irrumpido como juicio de Dios, que probaba o que corregía y que,
precisamente por medio de estos enemigos ávidos de sangre, imponía castigo a
los que lo ignoraban. Los extranjeros, pues, se posesionaron del lugar, pero
éstos, en el lugar, negaban a Dios. Justamente porque no sólo no tenían
respuestas adecuadas, ni las proferían, sino que estaban excluidos de la
verdad.
Por tanto ahora también, ¿de qué
les sirve tener los templos? Sí, efectivamente los tienen, pero eso a los ojos
de quienes se mantienen fieles a Dios indica que son culpables, porque han
hecho cueva de ladrones y casas de negocios, o sitios de disputas vanas lo que
antes era un lugar santo, de modo que ahora les pertenece a quienes antes no
les era lícito entrar. Muy queridos, por haberlo oído de quienes han llegado
hasta aquí, sé todo esto y muchas otras cosas peores; pero, repito, cuanto
mayor es el empeño de éstos por dominar la Iglesia, tanto más están fuera de
Ella. Creen estar dentro de la verdad, aunque en realidad están excluidos de
ella, prisioneros de otra cosa, mientras la Iglesia, desolada, sufre la
devastación de estos supuestos benefactores.
San Atanasio el Grande
Padre y Doctor mayor de la
Iglesia. Patrología Griega, tomo 26, col.
118/90.
Basílica de San Pedro en el Vaticano |