MIENTRAS LA NUEVA IGLESIA CONCILIAR
OPTÓ POR
LA REVOLUCIÓN
Monseñor Marcel Lefebvre |
La Fraternidad Sacerdotal San Pío X
fue fundada hacen ya diecisiete años 1. A los que no conocen bien su historia
conviene recordarles las etapas principales, en momentos en que, por
circunstancias ya conocidas, tratamos de proseguir y desarrollar lo que la
Providencia nos ha marcado.
Si los
acontecimientos parecieran señalar cambios en favor del retorno a la Tradición
en el seno de la Iglesia, a todas luces la situación se simplificaría para
nosotros. Coincidiríamos con la Jerarquía y todos los problemas de relación con
los obispos y con el Vaticano dejarían de existir.
Por el
momento debemos conservar la autenticidad de la Fraternidad, que fue fundada,
indudablemente, en circunstancias muy particulares, pero ello bien podría haber
ocurrido en tiempos normales. Su creación, a decir verdad, fue suscitada por la
degradación de los seminarios. Ha habido asociaciones semejantes, como la de
San Vicente de Paul o la de San Juan Eudes, que se fundaron con idéntico
propósito, que es y sigue siendo el de proporcionar buena formación sacerdotal
a los futuros clérigos y así permitirles ejercer un ministerio que dé lugar a
una renovación en la Iglesia.
Por tanto la Fraternidad fue fundada, ante todo, para formar sacerdotes y, por ende,
para fundar seminarios. Está totalmente
en la Tradición de la Iglesia: proseguir pura y simplemente la formación
sacerdotal tradicional para la Iglesia.
No
pretendemos otra cosa y nunca nos hemos propuesto innovar sino en el sentido de
la Tradición y mediante la restauración de ciertos elementos que faltaban, en
parte, en la formación de los seminaristas, particularmente en el plano
espiritual. Por eso hemos agregado a los estudios filosóficos y teológicos un año de espiritualidad. Así se
completa la formación de los seminaristas para el sacerdocio, colocándolos en
una atmósfera verdaderamente espiritual.
Esto no constituye en modo alguno una innovación en el sentido del modernismo,
sino muy por el contrario, en el de la Tradición de la Iglesia.
Nuestra
fundación, por lo tanto, se ha preocupado de ampliar los estudios de formación
espiritual seria, mediante un año
suplementario que constituye una suerte de noviciado y que lleva a un real
conocimiento de lo que es la
espiritualidad y a la práctica de la
vida interior, de la vida penitencial
y contemplativa, a una mística que exige la reforma de sí mismo.
¿Por qué la Fraternidad no fue
fundada sobre el modelo de una congregación religiosa? Porque en la práctica
suelen comprobarse las dificultades que encuentran los religiosos que ejercen
su apostolado en el mundo para mantener la pobreza como se les exige en las
congregaciones religiosas, en las que nada se puede poseer ni utilizar
sin el permiso del superior. Todo depende del superior. Por lo tanto, resulta
preferible no estar ligado por ningún voto que corra el riesgo de ser infringido
continuamente. Valía más fundar una asociación comunitaria sin votos, pero bajo
promesas.
La Providencia decidió, por tanto,
que nuestra Asociación se estableciera según el modo de asociaciones
comunitarias sin votos, y ya se han demostrado sus ventajas. En consecuencia,
no hay ningún motivo para no continuar.
La Fraternidad aprobada oficialmente por Roma
Bajo esa forma, la Fraternidad fue
aprobada y establecida por Monseñor Charrière, obispo de Friburgo, en su diócesis
bajo esa mismo forma fue aprobada por Roma.
Esto resulta muy importante e
incluso fundamental y no vacilamos en recordárselo a los que no conocen bien la
historia de la Fraternidad.
La aprobación de Roma tiene, pues,
capital importancia por su carácter oficial. Este documento está fechado el 18
de febrero de 1971 y lleva el sello de la Sagrada Congregación para el clero;
está firmado por el cardenal Wright y suscripto por su secretario Mons.
Palazzini, quien hoy en día es cardenal. Dicho documento oficial, proveniente
de una Congregación romana, en el que aprueba y elogia la "sabiduría de
las normas" establecidas para la Fraternidad, no puede ser considerado
sino como un decreto de alabanza que, por consiguiente, autoriza a nuestra
Fraternidad a ser considerada como de Derecho Pontificio, que puede, por eso
mismo hecho, incardinar2.
Actas oficiales de la Congregación
para Religiosos, que tenía por prefecto al cardenal Antoniutti, han confirmado
y completado este reconocimiento oficial puesto que permitieron al padre
Snyder y a otro religioso norteamericano incardinarse directamente en la
Fraternidad. Por tanto, se trata de actas oficiales de Roma.
Así pues, resulta forzoso comprobar
a través de esos documentos oficiales que la Congregación para el Clero
estimaba de facto que nuestra asociación podía incardinar válida y
regularmente.
Efectivamente, los documentos de la Congregación
para el Clero, referentes a la incardinación de los dos religiosos
norteamericanos en nuestra Asociación, tienen más importancia que las cartas
firmadas por el cardenal Wright. Por otra parte, es eso lo que respondí
cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe me interrogó sobre las
incardinaciones. Me dijeron: "No tenéis derecho a incardinar en vuestra
Asociación". "¿No tengo derecho? En ese caso hay que decirle a la
Congregación para el Clero que se equivocó al permitir incardinar en nuestra
Asociación".
Aquel acto del cardenal Wright, si
se la analiza en detalle, no sólo es una carta sino un "decreto de
alabanza", porque efectivamente elogia los estatutos de la Fraternidad. Un
acto del todo oficial. De ninguna forma se trata de una carta privada. De ese
modo, durante cinco años tuvimos la aprobación total de la Iglesia diocesana y
de Roma. Por lo tanto, estábamos insertos en la Iglesia.
Esto resulta fundamental para la
acción providencial cumplida por la Fraternidad y nos confirma en nuestra
existencia y nuestra acción en general. Por ser verdaderamente Iglesia, por estar
reconocidos oficialmente por Esta, hemos sido perseguidos.
¿Por qué nos persiguen?
Somos perseguidos únicamente porque
conservamos la Tradición y la Tradición litúrgica en particular.
Si consideramos los hechos en su
orden histórico también resulta muy interesante releer la carta que Mons. Mamie
me envió el 6 de mayo de 1975, para comprender a fondo las verdaderas razones
que movieron al obispo de Ginebra, Lausana y Friburgo a anular ILEGALMENTE los
actos de su predecesor, particularmente el decreto de fundación de la Fraternidad
del 1 de noviembre de 1970. Es todo un testimonio. Mons. Mamie reconoce, porque
así lo consigna, que la Fraternidad ha sido objeto de un Decreto de fundación
firmado por su predecesor bajo el título de Pia Unio con sede en Friburgo, que
"aprueba y confirma los estatutos de la citada Fraternidad".
No tenía derecho de actuar de esa
manera y anular por propia iniciativa ese reconocimiento canónico. Ello
resulta explícitamente contrario al Derecho Canónico (Can. 493).
Ahora bien, monseñor Mamie
mencionaba la liturgia dos veces en su carta, "... os recordaba vuestra
negativa en lo concerniente de la celebración de la Santa Misa según el rito
establecido por S.S. Paulo VI..." y "En lo que a nos respecta, seguimos pidiendo
a los fieles, así como a los sacerdotes católicos, la aceptación y aplicación
de todas las orientaciones y decisiones del Concilio Vaticano II, todas las enseñanzas de Juan XXIII y de Paulo VI, todas las directivas de los Secretariados
instituidos por el Concilio incluidos en la nueva liturgia".
He aquí lo que escribía Mons. Mamie
en esa época.
En su carta, dos veces menciona la
liturgia. "Porque os oponéis a
la liturgia". Ese
es, por lo tanto, el motivo principal que nos valió esas medidas ilegales
e incalificables. Es menester que
lo recordemos. La cuestión de la
ordenación de los sacerdotes vino después. En realidad, el verdadero motivo por
el que hemos sido y somos perseguidos —siempre en forma Ilegal— por Mons.
Mamie, por los cardenales de Roma y los obispos de Francia, es nuestra adhesión a la Santa
Misa de siempre. "Porque estáis en contra del Concilio, estáis en contra
del Papa. Es inadmisible. Por lo tanto, os suprimimos". El razonamiento
era sencillo.
Entonces exhibieron el Ordo de Mons.
Bugnini e inventaron lo que no existía: la obligación de la Nueva Misa que fue
impuesta por las oficinas vaticanas y los obispos de Francia. Fue así como,
lamentablemente, la Misa de siempre fue desechada por las comunidades como la
de la Abadía de Fontgombault, con el pretexto de que había que obedecer a los
obispos. Todo ello fue impuesto por la fuerza, por coacción. Se pretendía
categóricamente obligarnos a abandonar esa liturgia y cerrar nuestros
seminarios.
Ante semejante imposición, e ilegalidad,
que motivaron todos estos hechos y,
sobre todo, ante semejante espíritu que determinó que se orquestara esa
persecución —espíritu modernista, progresista y masónico, creímos que nuestro
deber era continuar. No se puede admitir algo que se ha hecho ilegalmente, con
mala intención, en contra de la Tradición, en contra de la Iglesia y para
destruir a ambas.
Siempre nos hemos
negado a
colaborar en la
destrucción de la Iglesia
Es
algo a lo que siempre nos hemos negado. Desde el día en que adoptamos esa
actitud quedó en evidencia que nos colocábamos en contra de aquellos que
figuraban como si fueran la Iglesia legal: nosotros nos poníamos fuera de la ley y ellos la
respetaban. Creemos que esa apreciación es inexacta porque son ellos los que,
en realidad, se alejan de la ley de la Iglesia mientras que nosotros, por el
contrario, permanecemos en la legalidad y la validez. Al considerar
objetivamente que ellos efectúan actos con espíritu destructor de la Iglesia,
en la práctica nos hemos visto en la necesidad de actuar de manera que
pareciéramos oponernos a la ley de la Iglesia. Resulta una situación muy
extraña aparecer como colocados en la arbitrariedad por el simple hecho de
seguir celebrando la Misa de siempre y ordenando sacerdotes según lo que era
legal hasta el Concilio. Sin embargo, eso es lo que me ha valido la suspensión
a mí y la prohibición a los sacerdotes que aceptaron ser ordenados.
La ley fundamental de la Iglesia es
la salvación de las almas
De ahí en adelante, hemos actuado
según las leyes fundamentales de la Iglesia para salvar almas, salvar al
sacerdocio y continuar la Iglesia.
Efectivamente, esas son las cosas
que se discuten. Nos oponemos a ciertas leyes
particulares porque queremos conservar las fundamentales. Al esgrimir las
leyes particulares en contra nuestra, se destruyen las fundamentales: se actúa
en contra del bien de las almas y de los fines de la Iglesia.
El nuevo Derecho Canónico incluye artículos que
contradicen los fines de la Iglesia. Cuando se permite dar la comunión a un
protestante3, no puede decirse que ello no contradiga los fines de
la Iglesia. Cuando se afirma que hay dos poderes supremos en la Iglesia, no
puede decirse que ello no contradiga los fines de la Iglesia. La definición de
Iglesia Pueblo de Dios, es contraria al Dogma dado que, al considerar
fundamentales todos los ministerios, ya no se hace la distinción entre
seglares y religiosos. Todo ello está en contra de los fines de la Iglesia.
Destruyen los principios fundamentales del Derecho y querrían que nos
sometiéramos.
Para salvar las leyes fundamentales
de la Iglesia, nos hemos visto obligados a actuar en contra de las leyes
particulares. En todo lo que está equivocado ¿quién tiene razón? Evidentemente,
la tienen los que preservan los fines de la Iglesia. Las leyes particulares se
han hecho para las fundamentales, vale decir para la gloria de Dios, la
salvación de las almas y la continuidad de la Iglesia. Esto está bien claro.
En todo momento se insiste: monseñor
Lefebvre y sus sacerdotes están suspens;
no tienen derecho a ejercer su ministerio. Así se invocan leyes particulares.
Pero harían mejor en recordar que están en vías de destruir la Iglesia, ya no
las leyes particulares sino las fundamentales mediante ese nuevo Derecho Canónico
que está completamente inspirado por el maligno espíritu modernista que se
expresó en el Concilio y después de él.
Lo que deseamos, por supuesto, es que todo se normalice,
que ya no nos veamos en esa situación aparentemente ilegal. Nadie puede achancarnos
haber querido cambiar algo en la Iglesia. Siempre necesitamos reflexionar y
ubicarnos en el pensamiento de que somos la Iglesia y de que perpetuamos la
Iglesia. Si se nos puede reprochar no haber cumplido ciertas leyes prácticas,
nadie puede decir que la Fraternidad no actúe según los fines de la Iglesia.
Nadie puede sostener lo contrario.
Si queremos sobrevivir y que las
bendiciones de Dios sigan descendiendo sobre la Fraternidad, debemos permanecer
fieles a las leyes fundamentales de la Iglesia.
Sin la Misa todo se derrumba
Si nuestros sacerdotes llegaran a
abandonar la verdadera liturgia, el verdadero Santo Sacrificio de la Misa, los
verdaderos sacramentos, entonces ya no valdría la pena continuar. Nos
suicidaríamos.
Cuando Roma expresa: "Al fin y
al cabo Uds. bien pueden adoptar la nueva liturgia y mantener sus seminarios;
eso no los hará desaparecer" he respondido: "Sí, eso hará desaparecer
nuestros seminarios; no podrán aceptar la nueva liturgia, porque ello sería
introducir el veneno del espíritu conciliar en la comunidad. Si los otros no se
han mantenido, es porque adoptaron la nueva liturgia, todas sus reformas y el
espíritu nuevo. Si aceptáramos esas mismas cosas obtendríamos también los
mismos resultados".
Por esa razón, debemos mantener
absolutamente nuestra línea tradicional, a pesar de la aparente desobediencia
y de la persecución por parte de aquellos que abusan de su autoridad de forma
injusta y, con frecuencia, ilegal.
Nos vemos obligados a actuar por circunstancias cada
vez más graves. Si al menos pareciera que las cosas mejoraran, si se
advirtiera un retorno a la Tradición, entonces todo sería diferente. Pero, por
desgracia, todo va empeorando. Los obispos que van reemplazando a los que se
retiran o se mueren han recibido poca formación teológica; están imbuidos del
Concilio, espíritu protestante, modernista y la situación se torna cada vez más
grave.
Los errores fundamentales
Profundamente afectado por la
perspectiva de una reunión de representantes de todas las religiones convocados
por el Papa en Asís el 27 de octubre de 1986, dirigí una carta a varios
cardenales pidiéndoles que suplicaran al Sumo Pontífice que renunciara a esa
verdadera impostura.
No podrá decirse que no hemos hecho
lo posible para que se advirtiera la gravedad de la situación en la que nos
hallamos.
En una predicación que efectué en Suiza recordé los
principales puntos de peligro para la Fe, puestos en contradicción por el
Papa, los cardenales y los obispos en general.
De ahora en adelante hay tres puntos fundamentales y
de origen masónico que son profesados públicamente por los modernistas que han
ocupado la Iglesia:
La sustitución del Decálogo por los Derechos del
Hombre.
De aquí en más ese es el
motivo conductor para referirse a la moral: los Derechos del Hombre han reemplazado a los diez mandamientos.
El articulo principal de los Derechos
del Hombre es especialmente la libertad
religiosa, fomentada sobre todo por los francmasones. Hasta ese momento la Religión Católica era la
Religión, las otras eran falsas. Los
francmasones ya no pudieron tolerar esa exclusividad. Había que suprimirle; por lo tanto se decretó la
libertad religiosa.
El falso ecumenismo
establece, de hecho, la igualdad de todas las religiones,
Eso lo pone de manifiesto el Papa en toda ocasión. El mismo ha dicho que el ecumenismo es uno de los
objetivos principales de su pontificado.
Con ello contraría el 1er. artículo del Credo y el primer mandamiento de la Religión Católica,
lo cual reviste una gravedad extraordinaria y excepcional
Por último, el tercer
punto que ahora es cosa corriente, es la negación
del Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo mediante la laicización de los Estados. El Papa la
ha fomentado y ha llegado prácticamente
a laicizar las sociedades y, por ende, a suprimir el reinado de Nuestro Señor sobre las naciones.
Si se sintetizan estos tres puntos
fundamentales, que en realidad son uno solo, se tiene verdaderamente la negación
de la unicidad de la Religión de Nuestro Señor Jesucristo y, por consiguiente,
de Su reinado. ¿Y eso por qué? ¿A favor de qué? Probablemente en pro de un
sentimiento religioso universal, de una especie de sincretismo que pretende
reunir a todas las religiones.
La situación es, pues, de extrema
gravedad porque parece a todas luces que la realización del ideal masónico es
llevada a cabo por la propia Roma, por el Papa y los cardenales. Los francmasones
siempre lo desearon y ahora lo han conseguido, ya no por ellos mismos, sino a
través de los hombres de Iglesia.
Basta leer los artículos de algunos
francmasones o de sus partidarios para comprobar con qué satisfacción saludan
toda esa transformación radical sufrida por la Iglesia a partir del Concilio y
que ni siquiera ellos mismos se atrevieron a concebir.
La verdad evolucionaría con los tiempos...
No solamente el Papa está en cuestión.
El cardenal Ratzinger que aparece en la prensa como más o menos tradicional, es
modernista en realidad, Para convencerse basta leer su libro "Les principes
de la theologie catholique" (Principios de teología católica) en el que
expresa su pensamiento. Demuestra cierta estima por la teoría de Hegel cuando
escribe: "A partir de Hegel ser y tiempo se compenetran cada vez
más en el pensamiento filosófico. Inclusive el ser responde, de ahora en
adelante, a la noción de tiempo; lo verdadero no existe pura y simplemente y
es verdadero por un tiempo, porque pertenece al devenir de la verdad, la cual
existe en cuanto que deviene"4. ¿Qué queréis que hagamos? ¿Cómo
discutir con alguien que razona de esa manera?
Tampoco resulta
sorprendente su reacción
cuando le dije:
"Pero, Eminencia, en
resumen, hay contradicción al menos entre la libertad religiosa y el
Syllabus". El cardenal me respondió: “Monseñor, ya no estamos en tiempos
del Syllabus". Toda discusión se tornó imposible.
He
aquí lo que el cardenal Ratzinger
escribe en su libro a propósito del texto de la Iglesia en el mundo5
bajo el título "La Iglesia y el inundo con motivo de la cuestión de la
recepción del Concilio Vaticano II"6.
El cardenal desarrolla su
pensamiento a lo largo de varias páginas y puntualiza: "Si se intenta un
diagnóstico global del texto podría decirse que es (refiriéndose a los textos
sobre la libertad religiosa y sobre las religiones en el mundo) una revisión del
Syllabus de Pío IX, una
suerte de contra-Syllabus"7.
Por lo tanto, reconoce que el texto
de la Iglesia en el mundo el de la libertad religiosa—8 y el que se
refiere a los no-cristianos9 constituyen una especie de
"contra-Syllabus". Así se lo habíamos dicho, pero ahora él mismo lo
escribe explícita y descaradamente.
El cardenal prosigue: "Se sabe
que Harnak ha interpretado al Syllabus como un desafío a su siglo; lo cierto es
que ha trazado una línea de separación frente a las fuerzas determinantes del
siglo XIX".
¿Cuáles son las fuerzas
determinantes del siglo XIX? Por
supuesto, se trata de la Revolución Francesa con toda su empresa de
destrucción. A esas "fuerzas determinantes" el mismo cardenal las
denomina "las concepciones científicas y políticas del
liberalismo". Prosigue:
"En la controversia modernista, esa doble frontera se ha visto una
vez más reforzada y fortificada".
"A partir de entonces, no hay duda de que
muchas cosas se han modificado. La nueva política eclesiástica de Pío XI había establecido cierta apertura con respecto de
la concepción del Estado. La exégesis y la historia de la Iglesia, en lucha
silenciosa y perseverante, habían adoptado cada vez más los postulados de la
ciencia liberal y, por otra parte, el liberalismo, ante los grandes cambios
políticos del siglo XX, se
había visto obligado a aceptar sensibles enmiendas"10.
Por esa razón, ante todo en Europa
central, la adhesión unilateral —condicionada por la situación— a las actitudes
adoptadas por la Iglesia a instancias de Pío IX y Pío X en contra del nuevo período histórico inaugurado
por la Revolución Francesa, había sido modificada en gran medida, via facti, pero aún faltaba un nuevo
planteo fundamental de las relaciones con el mundo surgido a partir de
1789"11.
Dicho planteo fundamental iba a ser
obra del Concilio.
El cardenal prosigue: "En
realidad, en los países de gran mayoría católica todavía reinaba ampliamente la
óptica anterior a la Revolución: casi nadie discute hoy en día que el
Concordato español y el italiano trataban de conservar una proporción excesiva
de la concepción del mundo que desde hacía tiempo ya no correspondía a los
datos de la realidad. Asimismo, casi nadie puede negar que aquella adhesión a
una concepción obsoleta de las relaciones entre la Iglesia y el Estado correspondían
a anacronismos similares a los que se dan en el campo de la educación y de la
actitud por asumir con respecto al método histórico-crítico moderno."12
Así expresa el cardenal Ratzinger su
verdadera mentalidad y agrega: "Solamente una búsqueda minuciosa de las
maneras diferentes en que los diversos sectores de la Iglesia han llevado a
cabo su aceptación del mundo moderno, podría desentrañar la complicada trama
de las causas que contribuyeron a plasmar la constitución pastoral, y
únicamente así podría esclarecerse la dramática historia de su influencia.
"Limitémonos aquí a expresar
que ese texto desempeñó el papel de contra-Syllabus en la medida que representa
una tentativa de reconciliar oficialmente a la Iglesia con el mundo surgido
después de 1789"13.
Todo ello se corresponde con todo lo
que no hemos cesado de afirmar. Nos negamos, no queremos ser los herederos
de 1789.
"Por un lado, estos conceptos
aclaran de por sí solos el complejo de ghetto del que ya hemos hablado" (¡la
Iglesia un ghetto!) "y por otro, nos bastan para comprender ese extraño enfrentamiento
de la Iglesia con el mundo; en realidad, se entiende por "mundo" a la
mentalidad moderna, frente a la cual la conciencia de grupo de la Iglesia se
consideraba como algo separado que después de una guerra por momentos violenta
o fría, buscaba el diálogo y la cooperación"14.
No queda sino convencerse de que el
cardenal ha perdido totalmente de vista la idea del Apocalipsis, de la lucha
entre la verdad y el error, entre el
bien y el mal. De ahora en adelante, se fomenta el diálogo entre la ver dad y
el error. No se puede entender lo
insólito de esta vecindad entre la Iglesia y el mundo.
El cardenal Ratzinger tiene el
manejo de la Congregación de la Doctrina de la Fe, otrora el Santo Oficio. ¿Qué
puede esperar la Iglesia de un defensor de la Fe con semejante mentalidad?
El Papa, a su modo tiene la misma mentalidad. Aunque
sea polaco, en el fondo la forma de pensar es la misma. Lo animan los mismos
principios, tiene la misma formación. Por esa razón ninguno de los dos ha sentído
vergüenza ni horror en hacer lo que hacen y que a nosotros nos causa espanto.
La religión, como ya
hemos visto en el liberalismo, en el modernismo es un sentimiento interior.
Tenemos el deber de emitir un juicio
Así pues, desde el día en que, con
desprecio de lo legal, fuimos vulnerados por monseñor Mamie, apoyado por Roma,
no tomamos en cuenta esa medida de ilegalidad y, en apariencia, desobedecimos.
Pero nuestro deber era desobedecer puesto que querían colocarnos dentro
del espíritu de 1789, espíritu
del liberalismo, el espíritu del contra-Syllabus. Nos negamos a ello, y
seguiremos negándonos. Los hombres como el cardenal Villot, imbuidos del
liberalismo, esa Roma liberal, son los que nos han condenado. Pero al actuar de
esa manera han condenado la Tradición, han condenado la Verdad.
Hemos rechazado la condena porque la
consideramos nula e inspirada por el espíritu modernista. Lo que hicimos y
seguiremos haciendo no es sino obrar en pro del mantenimiento de la Tradición.
Por ello nos hallamos en situación de aparente desobediencia legal,
pero hemos seguido ordenando sacerdotes, enviándolos a los fieles para la
salvación de sus almas. Esos sacerdotes han ejercido y siguen ejerciendo su
ministerio siempre en aparente desobediencia a la letra de la ley. Y así seguiremos
haciéndolo, mientras Nuestro Señor lo juzgue necesario.
No hemos sido nosotros lo que hemos
creado la situación actual de la Iglesia, que se agrava cada día más hasta
alcanzar proporciones pasmosas. Hace diez años atrás, antes del advenimiento de
Juan Pablo II, nadie
podría haber imaginado que un Soberano Pontífice efectuaría
alguna vez esa ceremonia que se ha visto en Asís. Jamás se hubiera podido
concebir semejante idea. Nadie podría haber imaginado que el Papa fuera a la
Sinagoga y dijera ese discurso abominable15. Nadie podría ni
siquiera haberlo soñado. Tampoco nadie hubiera podido jamás concebir lo que
hizo en la India16. Todo eso hubiera sido algo inimaginable.
Papa Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger |
Queremos perpetuar la Iglesia
Nosotros, que estamos insertos en la
Iglesia, que hemos recibido las aprobaciones oficiales de la Iglesia, queremos
perpetuar la Iglesia, perpetuar el sacerdocio, salvar las almas.
Entiéndase bien: no digo que la Fraternidad sea la
Iglesia, sino que somos de la Iglesia como lo son los sulpicianos, los
lazaristas, los misioneros extranjeros y tantos otros. Hemos sido reconocidos
al igual que ellos y seguiremos siéndolo. No queremos cambiar.
No hay más que una sola Iglesia, de
la cual somos una rama poderosa, llena de savia, absolutamente aprobada por la
Iglesia como las otras congregaciones de antaño que hoy en día, por desgracia,
en su gran mayoría se encuentran en trance de morir.
Creemos que la Fraternidad
Sacerdotal San Pío X ha
sido suscitada por Dios para ser faro y luz en el mundo entero con el fin de
salvar el verdadero sacerdocio, el verdadero Sacrificio de la Misa, la Doctrina
y la Tradición de la Iglesia y la Verdad, para llevar la salvación a las almas.
Vivimos una época que creemos verdaderamente excepcional y apocalíptica,
debemos rogar a Nuestro Señor, debemos rezar a San Pío X, nuestro patrono, para que nos envíe la gracia que
nos fortalezca.
La Divina Providencia casi me ha obligado a fundar
la Fraternidad, a realizar esta obra que, en su desenvolvimiento, parece
realmente haber recibido Su bendición. Negarlo sería negar la evidencia. Todo
el mundo puede comprobarlo.
Muchos de nuestros sacerdotes tienen
ahora más de ocho o diez años de sacerdocio y es apreciable el número de
católicos que gravitan a su alrededor y se sienten dichosos de contar con
ellos. Muchas veces recibo cartas y felicitaciones cuando visito los prioratos:
"Ah, Monseñor, vuestros sacerdotes! ¡Qué felicidad contar con vuestros
sacerdotes! ¡Cuánto bien nos hacen! ¡Nos ayudan a nosotros y a nuestras
familias a seguir siendo católicos! ¡Cuánto se lo agradecemos!".
Sería imposible no reconocer la mano
de la Providencia cuando comprobamos vocaciones que provienen de todas partes,
y ello a pesar de todos los ataques y los intentos subversivos de demolernos.
No hay duda de que el demonio hace todo lo posible por dividirnos, por
disgregamos. Por desgracia y en cierta medida, lo ha conseguido: son numerosos
los que se han alejado de nosotros. He ordenado a trescientos seis sacerdotes
en quince años, de los cuales cincuenta y seis pertenecían a comunidades y
monasterios amigos. Naturalmente, en los primeros años no hubo muchas
ordenaciones, Las primeras ordenaciones importantes se iniciaron en 1975. En
once años ésa constituye una cifra bastante apreciable, a pesar de todas las
presiones contra los seminaristas, inclusive a pesar del desaliento que se ha
provocado entre los postulantes y que a algunos les ha hecho torcer su
vocación.
Permanezcamos unidos, valerosos,
firmes y perseverantes. Nuestro Señor nos bendecirá sin duda, no debemos temer
ni preocuparnos; perseveramos para defender y transmitir nuestra Fe.
Luis Veuillet decía: "Hay dos
potencias que viven y luchan en el mundo:
la Revelación y la Revolución"1
7.
Hemos elegido guardar la Revelación,
mientras que la Nueva Iglesia Conciliar optó por la Revolución.
La razón de nuestros veinte años de
lucha radica en esa elección.
Oremos, pidamos ayuda a la Santísima
Virgen, Nuestra Reina, a la cual está consagrada la Fraternidad.
† MARCEL LEFEBVRE
Arzobispo
Extractos de 3
conferencias pronunciadas en el retiro sacerdotal en Eône, septiembre 1986. Títulos, subrayados y notas de
la redacción.
Prefacio de la nueva edición
de "L´illusion libérale".
NOTAS
1 Carta de monseñor Charriére del 6 de junio de 1969
autorizando la creación de un seminario, y del 1o de noviembre de 1970
estableciendo la Fraternidad en la diócesis de Friburgo bajo el título de Pia
Unio.
2 Incardinar:
Admitir un obispo como súbdito propio a un eclesiástico.
3 Se lee en el
Canon 731 del Código de Derecho Canónico (conjunto de leyes de la Iglesia),
promulgado, en 1917, por el Papa Benedicto XV:
"Está
prohibido administrar los Sacramentos de la Iglesia a los herejes y cismáticos,
aunque estén de buena fe en el error y los pidan, a no ser que antes, abandonados sus errores, se hayan reconciliado con la Iglesia".
Esta ley reproduce lo
que siempre fue norma de la Iglesia. Es expresión misma de la Tradición
Católica.
Al contrario, el nuevo
Código de Derecho Canónico, aprobado y puesto a regir por el Papa Juan Pablo II, en 1983, en su Canon 844§3, dice:
"Los
ministros católicos administran lícitamente los sacramentos de la penitencia,
Eucaristía y unción de los enfermos a los miembros de Iglesias orientales que
no están en comunión plena con la Iglesia católica, si los piden
espontáneamente y están bien dispuestos; y esta norma vale también respecto a
los miembros de otras Iglesias que, a juicio de la Sede Apostólica, se
encuentran en igual condición que las citadas Iglesias orientales, por lo que
se refiere a los sacramentos". (Usamos la traducción de la edición de la BAC,
Madrid, 1983).
Este Canon se opone a
toda la
Tradición Católica. Al autorizar la entrega del Cuerpo sacratísimo de Nuestro
Señor Jesucristo a personas que NO pertenecen a la Religión por El establecida,
autoriza al sacrilegio. Por supuesto que la disposición citada es totalmente
inválida y nadie tiene el derecho de aplicarla. Nadie, ni siquiera el Papa,
puede dar permiso para cometer pecado.
4 "Les
principes de la théologie catholique", pág. 14.
5 Gaudium
et Spes.
6 "Les
principes de la théologie catholique", pág. 426.
7 16 Ibid.
8 Dignitatís Humanae.
9 Nostra
Aetate.
10 "Les principes de la théologie
catholique", pág. 426.
11 Ibid, pág.
247.
12 Ibid, pág.
427.
13 Ibid.
14 Ibid.
15 Cf.
"Escalada de ecumenismo", editorial ROMA AETERNA ni 95, y Juan Pablo II en la sinagoga", en la misma revista.
16 Cf. el
editorial citado en nota anterior.