“Y como se hiciese tarde,
descendieron los discípulos al mar. Y habiendo entrado en un barco, pasaron de
la otra parte del mar, hacia Cafarnaúm: y era ya oscuro, y no había venido
Jesús a ellos. Y se levantaba el mar con el viento recio que soplaba. Y cuando
hubieron remado unos veinticinco o treinta estadios, vieron a Jesús andando
sobre el mar, y que se acercaba al barco, y tuvieron miedo. Mas Él les dice: Yo
soy, no temáis. Y ellos quisieron recibirle en el barco. Y el barco llegó luego
a tierra a donde iban.” (Jn. VI, 15-21).
Mas Él les dice: Yo soy, no temáis. |
… (San Agustín)…”Aquella nave representaba la Iglesia: ya habían
aparecido las tinieblas, y con razón, porque no existía luz, y no había venido
Jesús a ellos. En tanto que se acerca el fin del mundo, crece la maldad y
aumentan los errores. Mas la luz es la caridad, según aquellas palabras de San
Juan: “el que aborrece a su hermano vive en tinieblas”. Las mismas olas que
turban la nave, las tempestades y los vientos,
representan los clamores de los réprobos. Por esto la caridad se enfría,
y se aumentan las agitaciones y la nave peligra: y sin embargo, ellos, a pesar
del viento, de la tempestad y de las olas, procuraban que la nave no zozobrase
ni se sumergiese, porque el que perseverare hasta el fin se salvará.
…Y para aquellos que cumplen la Ley,
vino Jesucristo pisando las olas, esto es, poniendo bajo sus pies a todas las
vanidades del mundo, rebajando todas las elevaciones del siglo, y sin embargo
quedan tantas tribulaciones, que aún los mismos que creen en Jesucristo temen
perecer.”
(Teófilo)
“Cuando los hombres o los demonios se esfuerzan en abatirnos por temor, oigamos
lo que dice Jesucristo: “Yo soy, no temáis”. Esto es: yo sin cesar os defiendo,
y, como Dios, subsisto siempre, y nunca falto; no perdáis la fe en mí, asustados
por falsos temores. Véase como el Señor no acudió en los primeros momentos del
peligro, sino en los últimos. Porque permite que nos encontremos en medio de
los peligros, y así, peleando en las tribulaciones, nos volvamos mejores, y
recurramos únicamente a Él solo, que es quien puede librarnos cuando menos se
espera. No pudiendo la inteligencia humana acudir con el oportuno remedio en
las grandes tribulaciones, viene entonces a auxiliarnos la gracia divina. Y si
queremos que Jesucristo pase a nuestra nave (Esto es, habite en nuestros
corazones) inmediatamente nos encontraremos en la tierra a donde queremos ir (esto
es, en el cielo”).
(Beda)
“Y como esta navecilla no conduce a los perezosos, sino a los que reman con firmeza,
se da a entender que en la Iglesia, no los desidiosos ni los afeminados, sino
los fuertes y perseverantes en la buenas obras, son los que llegan al puerto de
la salvación eterna”.
Fragmentos tomados de:
Santo Tomás de Aquino, Catena Áurea, Tomo V, San Juan,
págs. 161-163 y 164. Ed. Cursos de Cultura Católica,
Buenos Aires, 1946.