CATOLICISMO Y VERDAD
El Papa Pio XII |
[Mater Inmaculata] Para definir la verdad o para defenderla
“sin duda la tranquila exposición de la verdad es, en sí, preferible; nuestros
ilustres predecesores lo han declarado a menudo. Sin embargo, la necesidad de
los tiempos los precipita a ellos mismos, a menudo, a la controversia. Cuando
se leen sus obras, se reconoce que la polémica figura en la mayor parte”
(Cardenal Pie).
La polémica no es pues el único medio de proclamar y
defender la verdad. Pero es un medio lícito, legítimo y eficaz. Numerosos
Padres de la Iglesia, numerosos Santos se han servido de ella… Aún el docto y
tranquilo santo Tomás de Aquino, y el dulce san Bernardo.
Sin duda, puede haber un abuso de la polémica. Pero el
desprecio de toda polémica es una manifestación de liberalismo práctico
inconsciente. Y el buen sentido está de acuerdo con san Francisco de Sales que
escribía: “Los enemigos declarados de Dios y de la Iglesia deben ser atacados y
censurados con toda la fuerza posible. La caridad obliga a gritar al lobo
cuando un lobo se ha deslizado al medio del rebaño y aún en cualquier lugar que
se lo encuentre”.
¿Para atacar al error es necesario haber recibido un mandato
de la autoridad eclesiástica?
Absolutamente no. Para qué serviría la regla de la fe y de
las costumbres, si en cada caso particular el simple fiel no pudiera hacer
inmediatamente la aplicación?” (Don Sardá). Por el bautismo y la confirmación
que ha recibido, el simple fiel tiene el deber de defender su fe y de
esforzarse para hacerla conocer a los otros. “El simple fiel puede así
desconfiar, a primera vista, de una doctrina nueva que le es presentada, en la
medida en que la vea en desacuerdo con otra doctrina definida” (Sardá).
¿Para atacar el error es necesario que la Iglesia ya se haya
pronunciado?
“Sin duda sólo la Iglesia posee el supremo magisterio
doctrinal de hecho y de derecho; su soberana autoridad se personifica en el
Papa, y ella es la única que puede definitivamente y sin apelación, calificar
abstractivamente las doctrinas y declarar que están concretamente contenidas en
tal o cual libro, o profesadas por tal o cual persona. Pero al simple fiel le
es perfectamente lícito tener a tal doctrina ante sí como perversa, señalarla
como tal a los otros para su gobierno, dar el grito de alarma y tirar los
primeros golpes. El fiel laico puede hacer todo esto, lo ha hecho siempre con
los aplausos de la Iglesia” (Sardá).
¿Conviene, combatiendo el error, combatir y desacreditar a
la persona que lo sostiene?
“Sí, muy a menudo conviene y no solamente conviene, sino
todavía es indispensable y meritorio ante Dios y ante la sociedad, que sea así”
(Sardá). En efecto, las ideas no podrían, reducidas a ellas solas, producir
todo el mal del cual sufre la sociedad. “Ellas son parecidas a las flechas y a
las balas que no causarían heridas a nadie, si no se las lanzara con el arco o
el fusil; es pues al arquero o al fusilero que se debe tomar sobre todo. (id.).
Los Padres suministran la prueba de esta tesis. Las obras de
san Agustín, por ejemplo, llevan casi todas como título el nombre del autor de
la herejía que combaten: Contra Fortunatum, Contra Felicem… etc…
¿Es pues lícito, en ciertos casos, revelar en público las
infamias de aquél que sostiene o propaga el error?
¡Perfectamente! “¿Es permitido –se le preguntaba un día a san Francisco de
Sales- hablar mal de un hereje que difunde malas doctrinas?” “Sí –respondió él-
tú puedes a condición de atenerte a la exacta verdad, con lo que tú sabes de su
mala conducta, presentando lo que es dudoso como dudoso, y según el grado más o
menos grande de duda que tengas al respecto”.
Es pues permitido revelar sus defectos, ridiculizar sus
hábitos, y aún… ¡burlarse de él! “Los señores liberales querrían sobre todo ser
siempre tomados muy en serio, estimados, reverenciados, adulados y tratados
como personajes importantes. Se resignarían muy bien a que se los refute, mas a
condición de que sea con el sombrero quitado… De allí vienen sus quejas, cuando
a veces se los satiriza, es decir cuando se hacen burlas de ellos… Cualquiera
comprenderá que hacer reír honestamente a expensas del vicio y del hombre
vicioso es una cosa muy buena en sí” (Artículo de la Civilta Cattolica)
“Los grandes doctores recomiendan sin duda la mesura, la
indulgencia, la moderación. Lo que no impide que, sin contradecir sus propios
principios, ellos mismos emplean, en todo instante, el arma de la indignación,
algunas veces la del ridículo, con una vivacidad y una libertad de lenguaje que
asustaría nuestra delicadeza moderna” (Cardenal Pie).
Combatir así a un hereje, vaya y pase… ¿Pero combatir a un
católico… aún un amigo?
¡Pero un católico liberal es un hereje! La Iglesia ha
condenado numerosas veces el liberalismo, y aún el liberalismo católico. ¡Pío
IX lo declara más terrible que la Revolución, más terrible que la Comuna!
“Cuando tantas veces hemos censurado a los sectarios de estas opiniones
liberales, no teníamos en vista a los enemigos declarados de la Iglesia… sino a
aquéllos de los que acabamos de hablar: católicos que son por otra parte
honestos y piadosos, y que, por la influencia que les dan su religiosidad y su
piedad, pueden muy fácilmente captar los espíritus e inducirlos a profesar
máximas muy perniciosas” (Pío IX).
¡Además no olvidéis que no es necesario que la autoridad
eclesiástica se haya pronunciado para que el simple fiel sirva de perro
guardián y ladre!
¿Puede ser, en efecto, que se trate de un amigo? Pero si mi
amigo farmacéutico vende droga, ¿debo callarme, en nombre de la amistad? Para
el buen sentido, la respuesta no es dudosa.
Hablar mal del prójimo… ¿no es contrario a la caridad?
“Se puede amar al prójimo, bien y mucho, desagradándole,
contrariándolo, causándole un perjuicio material, y aún en ciertas ocasiones
privándolo de la vida” (Sardá).¡Cuando son atacados, los liberales no cesan de
reclamar la caridad! “La caridad que ellos querrían de nosotros, sería la de
alabarlos, admirarlos, apoyarlos, o por lo menos dejarlos actuar a su gusto.
Nosotros, por el contrario no queremos más que hacer la caridad de
interpelarlos, reprenderlos, excitarlos por mil medios a salir de su mal
camino. Cuando dicen una mentira… querrían vernos ocultar sus pequeños pecados
veniales— Cuando se les escapa alguna distracción gramatical… nos ruegan que
cerremos los ojos… ¡Que dejen de quejarse de nuestra falta de caridad!” (La
Civilta Cattolica).
“Edulcorar la verdad para evitar provocar pena a tal o cual
no es practicar la caridad: es traicionarla” (Mons. Rupp).
Si los liberales reclaman tanto la caridad, ¡es que no aman
la verdad! “Nuestro tiempo no ama la verdad… y en el pequeño número de quienes
aman la verdad, muchos, por no decir demasiados, no aman para nada a los que
van en vanguardia para defenderla. Se los encuentra indiscretos, molestos,
inoportunos” (Louis Veuillot) Esto es lo que decía también el papa Gregorio
VII: “Si es que algunos, por amor a la ley cristiana, osan resistir en cara a
los impíos, no solamente no encuentran apoyo en sus hermanos, sino que se los
tacha de imprudentes, de indiscretos, se los trata de locos”.
“La intolerancia al respecto de los defensores de los
principios, es, con la tolerancia hacia los patrones del error, uno de los
síntomas más característicos del contagio liberal” (R. P. Ramière).
¿No existe sin embargo el deber de respetar a las personas?
“El principio moderno y revolucionario de la respetabilidad
de las personas en toda hipótesis, de la tolerancia a ultranza respecto a las
personas es una gran herejía social que ha hecho mucho mal y lo hará todavía
más a medida que esta idea se vaya vulgarizando en el futuro, a saber que la
persona humana es siempre amable, siempre sagrada, siempre digna de respeto,
cualesquiera que sean los errores teóricos o prácticos que lleva con ella a
través del mundo.” (Amí du clergé)
“Si soportar las injurias que nos alcanzan personalmente (y
respetar a las personas que las profieren) es un acto virtuoso, soportar las
que atañen a Dios es el colmo de la impiedad” (Santo Tomás de Aquino)
¿Ninguna colaboración es pues posible con los liberales?
“Las Asociaciones Católicas deberán tener principalmente
cuidado de excluir de su seno, no solamente a todos los que profesan
abiertamente las máximas del liberalismo, sino todavía a los que se forjan la
ilusión de creer posible la conciliación del liberalismo con el catolicismo, y
son conocidos bajo el nombre de católicos liberales” (La Civilta Cattolica).
¿Mas por qué ejercer la polémica sobre todo contra el
liberalismo?
Sin duda el liberalismo no es el único error que amenaza
llevar la ruina a la fe, aún cuando se debe incluir bajo este vocablo el
naturalismo, el racionalismo y el laicismo.
Pero el liberalismo es particularmente peligroso porque un
cierto liberalismo se pretende católico. Un cristiano de buena fe comprenderá
bastante fácilmente que no puede ser masón o comunista: las condenas de la
Iglesia son muy claras. Pero muy fácilmente, por el contrario, podrá dejarse
contaminar más o menos por las ideas liberales. “El liberalismo es menos una
doctrina coherente, un sistema formulado, que una enfermedad del espíritu, una
perversión del sentimiento…” (Padre
Rosussel). ¡Y esto es lo que lo hace particularmente peligroso!
Combatir jamás es agradable… sobre todo combatir a los
amigos. Y sin embargo, “es necesario combatir el error aún en los cristianos,
pues ellos tienen menos derechos que otros, si es posible, a profesarlo. ¡Amad
a vuestros adversarios, rogad por ellos, pero no les hagáis cumplimientos1!
¡Puáh! No busquéis agradar a algunos. Buscad agradar a Dios” (Santo Cura de
Ars).
Sí, cuidémonos –como decía Louis Veuillot de que “el temor
de dejar de ser amables termine por quitarnos todo coraje de ser verdaderos”.
“Seguramente muchos os acusarán de imprudencia y dirán que
vuestra empresa es inoportuna… Una lucha de este género no podrá más que
atraeros censuras, desprecio, querellas odiosas; pero Aquél que da la verdad a
la tierra no ha predicho otra cosa a Sus discípulos, sino que serían odiosos a
todos a causa de Su Nombre” (Pío IX, dic. De 1876).
“Combatamos pues sin descanso, aún sin esperanza de ganar la
batalla. ¡Qué importa el éxito!” (Santa Teresita del Niño Jesús).
Tomado de: El Ariete Católico