CAPITULO
17
Vos, Señor, que sois mi luz,
alumbrad mis ojos para que yo vea vuestra lumbre, y ande en ella, y no caiga en
los lazos de Satanás. Porque ¿quién podrá escaparse de estos lazos, siendo
tantos, si no los ve? Y ¿quién los podrá ver, sino el que fuere alumbrado de
vuestra luz? Porque este padre de las tinieblas esconde sus lazos secretamente
para coger a los que andan en tinieblas, y son hijos de tinieblas; y son hijos
de tinieblas porque no ven vuestra luz, la cual los que la siguen no tienen que
temer, pues el que anda de día no tropieza como el que anda de noche, que no
tiene luz. Mas Vos, Señor, sois luz, y luz de los hijos de la luz; sois día que
no anochece, día en el cual andan vuestros hijos sin tropiezo, y sin el cual todos
los que caminan están en tinieblas, porque no os siguen a Vos, que sois la luz
del mundo.
Cada día vemos que cuanto uno más
se aparta de Vos, que sois verdadera luz, tanto más se envuelve en las tinieblas
de los pecados; y cuanto más está poseído de ellas, tanto menos ve los lazos
que le están armados, y menos los conoce, y cae más veces, y es arrebatado de
sus pasiones. Y lo que peor es, con estar caído no entiende que lo está. Y así,
no conociendo su caída, y pensando que está en pie, tiene menos cuidado de
levantarse. Por tanto, yo os suplico, Señor y Dios mío y luz de mi alma, que
alumbréis Vos mis ojos para que yo vea, y conozca, y no caiga delante de mis
adversarios; porque este nuestro enemigo no procura sino nuestra ruina.
Y por eso pedimos que nos deis
gracia para resistirle, de tal manera, que se derrita delante de nosotros como
se derrite la cera al fuego. Porque, Señor, éste es aquel grande y primer
ladrón que trató de robar vuestra gloria, e hinchada y engreído, reventó y cayó
sobre su cara, arrojado de vuestro santo monte y de en medio de aquellas
piedras preciosas y encendidas de amor, entre las cuales había estado. Y después
que cayó, no cesa de perseguir a vuestros hijos; y por el odio y aborrecimiento
que os tiene, con gran-de ansia procura arruinar esta vuestra criatura, que Vos
por vuestra bondad criasteis a vuestra imagen para que posea la gloria que él
por su soberbia perdió. Mas Vos, Señor, que sois nuestra fortaleza, derribadle
y quebrantadle antes que trague a estos vuestros corderos; y alumbradnos para que veamos los lazos que nos
tiene armados, y libres de ellos, lleguemos a Vos, ¡oh alegría de Israel!
Todo esto, Señor, sabéis Vos
mejor, que conocéis la porfía y rebeldía y la cerviz durísima de este dragón;
no lo digo para manifestaros lo que Vos no sabéis, pues todo lo veis, y no hay
pensamiento ninguno tan secreto que a vuestros ojos esté escondido; mas dígolo
para quejarme de mi enemigo ante los pies de vuestra Majestad, porque a él le
condenéis, y guardéis a nosotros vuestros hijos, pues sois nuestra fortaleza.
Muy renegado es, Señor, este
nuestro enemigo y engañoso, y no hay ninguno que sin vuestra luz fácilmente
pueda conocer sus caminos y rodeos, ni entender las varias figuras que toma.
Porque ya se hace cordero, ya lobo; ya se muestra tenebroso, ya
resplandeciente; y conforme a la calidad y condición de cada uno, y de los
lugares y tiempos, se muda y tienta con varias suertes de combates y peleas.
Para engañar a los que están tristes, finge él que esta triste; y para engañar
a los que están alegres, muestra alegría; para hacer caer a los que son espirituales,
se transfigura en ángel de luz; para sojuzgar a los fuertes, parece cordero; y
para tragar a los mansos, se muestra lobo; y según las diversas condiciones de
los hombres, así son diversas las tentaciones que nos pone. A unos espanta con
el temor de la noche, a otros traspasa con la saeta que vuela de día, a otros
engaña con el negocio oscuro, a otros aprieta con el asalto que les da, y a
otros con el demonio de mediodía.
¿Quién será suficiente para
conocer tanta diversidad de astucias y engaños? ¿Quién podrá pintar la figura
de su vestido, y conocer la, armadura de sus dientes? En la aljaba trae metidas
sus saetas, y sus lazos son semejanza de luz; y así, es cosa dificultosa
poderle entender, si no tenemos, Señor, vuestra luz; porque no solamente en los
vicios de la carne, que ligeramente se conocen, nos esconde sutiles lazos; mas
también en los ejercicios espirituales, y con color de virtud viste los mismos
vicios para mejor engañarnos. Estas cosas y otras muchas hace este hijo de
Belial, Satanás; y ya como león, ya como dragón, descubierta y secretamente, de
dentro y de fuera, de día y de noche, nos persigue para tragar nuestras almas.
Pero Vos, Señor, que salváis a los que esperan en Vos,
libradnos, para que él se desespere con nuestra victoria, y Vos seáis por ella
glorificado.
De "Meditaciones y soliloquios" de San Agustín.
(Soliloquio 17)