San Agustín de Hipona |
CAPITULO 16
Faltó el tentador, y Vos
hicisteis que faltase: no hubo lugar ni tiempo, y Vos ordenasteis que no lo
hubiese. Hubo tentador, y no faltó lugar ni tiempo, y Vos me tuvisteis para que
no consintiese. Vino el tentador lleno de oscuridad, como siempre lo está; y
Vos me conformasteis para que yo le despreciase; vino armado y fuerte, y Vos le
reprimisteis y a mí me esforzasteis para que no me venciese; vino el tentador
transfigurado en ángel de luz, y para que no me engañase, Vos le reprendisteis,
y para que yo le conociese me alumbrasteis. Porque este tentador es aquel dragón
grande y bermejo, aquella serpiente antigua que se llama diablo y Satanás, y tiene
siete cabezas y diez cuernos; el cual criasteis para que se espaciase en este
mar difuso y grande, en el cual hay infinidad de animales grandes y pequeños,
que son diversos géneros de demonios, que no tienen otra ocupación de día y de
noche sino buscar a quien tragar, si Vos no le libráis.
Este es aquel antiguo dragón
que tuvo principio en el paraíso de tus deleites, el que con su cola trajo la
tercera parte de las estrellas del cielo y las derribó en la tierra; el que con su veneno inficiona las aguas de
la tierra, para que mueran todos les que bebieren de ellas; el que estima el
oro como si fuese lodo, y tiene esperanza que se ha de sorber el río Jordán; y,
finalmente, el que ha sido criado para no temer a nadie. ¿Quién nos podrá
defender de sus garras? ¿Quién librarnos de su boca, sino Vos, Señor, que
habéis quebrantado las cabezas de este grande dragón? Ayudadnos, Señor,
extended sobre nosotros vuestras alas para que debajo de ellas nos recojamos, y
con vuestro escudo defendednos de los cuernos de este dragón, el cual no tiene
otro cuidado ni otro deseo sino de tragar las almas que Vos criasteis.
Por tanto, Señor Dios nuestro,
a Vos clamamos, a Vos acudimos; libradnos de un adversario tan continuo, tan
pertinaz y porfiado, el cual, cuando dormimos y cuando velamos, cuando comemos
y cuando bebemos y cuando hacemos cualquier otra cosa, siempre insta y nos
aprieta de día y de noche, con engaños y artes, ahora cubierta, ahora descubiertamente,
y siempre nos tira saetas enherboladas para matar nuestras almas.
Y siendo así, es tan grande,
Señor, nuestra locura, que viendo siempre estar a este dragón con la boca
abierta, aparejado para tragarnos, con todo eso dormimos, jugamos y somos
perezosos, como si estuviésemos seguros delante de aquel que en ninguna otra
cosa se desvela sino en destruirnos y acabarnos. El enemigo siempre vela para
matarnos, y nosotros no queremos despertar de nuestro profundo sueño para
guardarnos; él ha armado infinitos lazos para nuestros pies, y en todos nuestros
caminos puesto trampas para cogernos; y ¿quién se escapará? En las riquezas ha
puesto lazos; en la pobreza lazos; en el comer y beber, lazos; en el deleite,
en el dormir y en el velar, en las palabras y en las obras, y en todo cuanto
hacemos hay lazos.
Libradnos Vos, Señor, de tanta muchedumbre
de lazos y de la palabra áspera, para que por vuestra gracia seamos libres de
tantos peligros, y os alabemos, y digamos; Bendito sea el Señor que nos libró
de los dientes del dragón; nuestra alma se ha escapado como el pajarillo de la
red; el lazo se quebró y nosotros quedamos libres.
De "Meditaciones y soliloquios" de San Agustín
(Soliloquio 16)