martes, 11 de febrero de 2014

SERMÓN EN LA FIESTA DE LA PURIFICACIÓN

Rdo. Padre Trincado


La adoración del Becerro de oro

Resaltando la idea de la luz, dice la Iglesia en la liturgia de hoy, bendiciendo las velas: Señor Jesucristo, luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo: derrama tu bendición sobre estos cirios… De Sí mismo, Nuestro Señor afirma: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Jn. 8, 12). Y a nosotros, católicos, nos dice: Vosotros sois la luz del mundo (Mt. 5, 14), porque nuestras almas deben ser como espejos que reciban y den la luz de Cristo.

En el inicio de otro año, dando una mirada general, podemos decir lo siguiente: es verdad que no se firmó el acuerdo de la Fraternidad con Roma. Quizá se firme pronto o quizá no tan pronto. Quizá nunca se firme, pues es más probable que, sin acuerdo (al menos público), Roma reconozca unilateralmente a la Fraternidad, que le conceda una regularización supuestamente gratuita, aparentemente a cambio de nada.

Ahora bien, aunque nunca vaya a haber un acuerdo y aunque nunca la Fraternidad vaya a ser regularizada por Roma, de todos modos los tradicionalistas tenemos el deber ante Dios de oponernos a las actuales autoridades de la FSSPX. ¿Por qué? Porque la desviación liberal de esas autoridades es indesmentible, porque la “Declaración Doctrinal” presentada por el Superior General al Vaticano en abril de 2012 es una traición objetiva que la verdadera caridad impide excusar ni soportar, porque los católicos no debemos tolerar la ambigüedad por parte de los que tienen la gravísima obligación de hacer brillar la luz de la Verdad católica en la peor crisis de la historia de la Iglesia, en los tiempos de la apostasía general.

En cuanto a esto último, enseña Santo Tomás de Aquino que en caso de necesidad, cuando la fe está en peligro, todos se hallan obligados a propagarla, sea para instrucción o confirmación de los fieles, sea para reprimir la audacia de los infieles (S.T., II-IIae, c. 3, a. 2). Pues bien: nunca como hoy la fe estuvo en tanto peligro, por lo que si todos los cristianos están obligados hoy día a hablar ¡y a hablar claro! sobre las verdades de la fe, ¿cuál será la gravedad de ese deber en el caso de los jefes de la FSSPX, pilar de la Verdad durante esta oscura y ya larga noche inaugurada en el desastroso Vaticano II? ¿Y qué es esa ambigüedad, sino tender un velo de sombras sobre la luz de las verdades que salvan? En efecto, ese lenguaje confuso oscurece el resplandor y amortigua la fuerza de las verdades de nuestra fe, verdades que la diplomacia mundana, el cálculo político y el miedo a las sanciones recomiendan disimular, diluir o amortiguar con el fin de hacerse aceptable a los enemigos declarados de Cristo y a los instrumentos del demonio que desde la Jerarquía católica están demoliendo la Iglesia. Buscar la paz con los destructores de la Iglesia es una traición, pero la sola ambigüedad en el testimonio público de la doctrina católica también lo es, pues ese modo de expresarse habitualmente confuso o equívoco causa aquella disminución en la confesión de la fe a la que se refirieron los otros tres Obispos en su carta de 7-04-12. Por eso insisto: porque por sí solo constituye una traición a Cristo, el lenguaje ambiguo en que incurren las actuales autoridades de la Fraternidad, es causa más que suficiente para negarse a obedecerles y para unirse a la Resistencia.

¿Y qué es la Resistencia? La Resistencia es el grupo de aquellos católicos que cumplen con el sagrado deber de continuar el combate sin tregua contra el liberalismo y los liberales, contra el modernismo y los modernistas, contra todo error que se oponga a la Verdad católica y contra aquéllos que los propagan, sean quienes sean. La Resistencia no se limita a la crisis actual de la FSSPX. La misma Fraternidad es una congregación creada para hacer Resistencia. Por eso lo que hoy se conoce como Resistencia no es otra cosa que la continuación del espíritu y de la lucha de Mons. Lefebvre. ¿Y cuál era el combate de Mons. Lefebvre? ¿Qué lo movió a enfrentarse al resto de la Iglesia y al mundo entero, a todos y a todo? Pues la salvación de las almas, que es el verdadero fin de la Iglesia Católica y, por tanto, el fin de la Resistencia.

Es necesario que se comprenda bien esto: la Resistencia no es un grupo de rebeldes, desadaptados o desequilibrados, no es un conjunto de sacerdotes con muchas cosas que ocultar, que gustan de la autonomía y que son seguidos por laicos fanáticos y extravagantes. No. La Resistencia, pese a su insignificancia cuantitativa y a todas sus demás miserias y falencias, es una obra de Dios. Surgida de ese instinto o reflejo católico que impulsa a ir hacia la luz y a alejarse de las tinieblas, la Resistencia es una reacción suscitada por el fuego del Espíritu Santo para combatir en defensa de las almas, para conservar incontaminada la Verdad que las salva.

No es sino para salvar sus almas que ustedes, estimados fieles, están aquí hoy. Porque ustedes ven lo que sucede en las familias que están bajo el influjo del modernismo; porque ustedes ven la destrucción, la ruina, la devastación que causa el liberalismo en las almas que son envenenadas por el clero conciliar; porque todos los días ustedes son testigos del incremento del crimen atroz del aborto, de los divorcios, del avance nunca visto en la historia del pecado satánico de la sodomía, de la depravación de los niños y jóvenes, del libertinaje desatado, del abandono de la práctica religiosa, del galopante retroceso de la fe; son testigos del verdadero infierno en que los liberales están transformado a nuestra patrias, antes enteramente católicas. Sí estimados fieles, es para que ustedes, sus hijos y sus nietos salven sus almas, que están ustedes y estamos nosotros en la Resistencia.

En estos tiempos terribles, la única actitud digna de los que dicen amar a Cristo, la Verdad, es odiar con fervorosa e irrevocable resolución el error. Sí, odiar con fervor, porque el que no odia con toda el alma el liberalismo, es liberal en algún grado. Por eso es que con esa obra maestra del engaño diabólico que es el Vaticano II -becerro de oro de nuestro tiempo-, mediante el cual fueron “bautizados” los principios liberales, y con el igualmente pestífero pseudo magisterio eclesial posterior; hay que hacer como hizo el gran Moisés con aquél primer becerro de oro: Y tomando el becerro que habían hecho -dice el libro del Éxodo (32, 20)- lo quemó en el fuego, lo molió hasta reducirlo a polvo y lo esparció sobre el agua, e hizo que los Israelitas la bebieran. Y noten que Moisés, habiendo destruido ese ídolo, pudo haber conservado el oro del que éste había estado hecho, y sin embargo el verdadero celo de Dios, el fuego de la verdadera caridad, la auténtica santidad de su corazón varonil y enteramente entregado a Dios, mandó la destrucción total de lo que había causado la apostasía general de los israelitas. Este es un ejemplo brillante y muy actual para la Resistencia. Eso es celo de Dios y caridad, y no andar posando con sonrisas afeminadas ni contratar empresas de marketing para lograr agradar a los herejes que ocupan Roma.

A esos traidores y a su prostitución espiritual les decimos vade retro Satanás, y a nuestra Madre Santísima, la invicta e irreconciliable Enemiga de la serpiente infernal, le suplicamos que por su intercesión, Dios nos conceda la gracia de morir resistiendo contra el liberalismo, el modernismo y contra toda oscuridad que pretenda destruir o disminuir en nuestras almas la luz de Cristo.

¡Ave María Purísima!