jueves, 7 de agosto de 2014

Terminar con la inseguridad

Por Alberto M. Borromeo




                Terminar con la inseguridad no es un trabajo solo de la policía. Y menos de policías a quienes se les ha quitado todos los derechos para actuar y sin leyes que apoyen al indefenso.
Sería como dar una aspirina a un enfermo de cáncer.
                El problema de la inseguridad tiene un origen más profundo.
                Está dentro de las mismas personas que ya no tienen ni idea de la caridad; ha crecido el egoísmo de un modo espeluznante. Todo el mundo piensa solo en sí mismo y no le importa por eso mismo atropellar a los demás. No hay ya más respeto hacia el prójimo y ha aumentado la crueldad. No hay disciplina interior en la personas. Los analistas y psicólogos, como malos sacerdotes, les han aconsejado que no deben reprimirse en nada; que deben realizar lo que pide su oscuro instinto. Por eso ya no hay quienes acepten límites para nada, al menos es una de las causas revestidas de un halo de extraña “sabiduría”. “Nadie va a decirme a mí lo que debo o no hacer”.” Yo hago de mi vida lo que quiero”.
                Todo esto es nada más que demagogia y adulación del ego que conduce al desprecio no solo del prójimo sino aún también anula el verdadero conocimiento de sí mismo; en qué debemos corregirnos y en qué debemos alentar en nosotros mismos  para ser mejores, (para el prójimo y para mí mismo).
                Por supuesto que ningún hombre, en cuanto tal, en cuanto que es una criatura como yo, no puede obligarme a nada.
                Solo Dios podría hacer eso. Y no lo hace. Porque espera lo hagamos de buena voluntad, es decir con libertad interior, aunque se nos aparezca aparentemente como irrealizable y sufrido.

                No es un problema, la inseguridad, digo, que se solucionaría con solo medidas exteriores, como: más policías, más patrullajes en las calles, etc. etc. Noten algo muy curioso: nunca nadie habla de castigo a los delincuentes (ni siquiera se atreven ya a llamar delincuente al que delinque, a veces apenas es “un muchacho obligado por el contexto social”). Nadie se atreve siquiera a sugerir dictar  leyes más severas, etc. Los “derechos humanos” también cumplen su función aquí… su función es la de “atar las manos” justamente para aumentar el caos necesario a los poderes que vendrían luego como “salvadores” a establecer un “nuevo orden”. Son solamente “derechos humanos” para aquellos que delinquen. Crean, además, la autocensura generalizada con una  presión psicológica constante sobre lo que está bien decir o no: Lo políticamente correcto, que le dicen. Han inventado un nuevo: “De eso no se habla” no sea que le tomen por……Y aquí pongan todos los juicios y las opiniones sobre lo que - para “hoy” - es lo bueno y lo malo; lo que debe hacerse o evitarse; lo  que puede decirse, (o está bien decir) y en lo que debe uno, absolutamente, callarse la boca. Ya no existe más verdad absoluta, salvo la que ellos decreten en su oportunidad.

                El mal está cada vez más afianzado en el corazón de los hombres y mujeres.

Existe un caos interior en todos. Se ha puesto en tela de juicio todo. Se ha quitado el piso en donde se asientan las buenas cosas, los principios en donde se apoyan las buenas cosas.

Hasta las cosas más elementales y principiales se han echado a un lado, es decir, se han destruido los principios esenciales que hacen a la moral y a las buenas costumbres.

                Se hace mofa de todo ello. Es hace mofa de la Religión, especialmente, de la Religión Católica, que sostenían - aún precariamente - nuestros mayores.

                “A mí, nadie me va a decir lo que tengo que hacer” – Me decía una persona que uno debiera suponer “culta” por su profesión, un médico. Esta persona que “se cree de vuelta” por su edad, padece de una ignorancia mayúscula de lo que es, realmente, la Religión. Cree que es una cuestión de sentimientos que no se sostienen en razones. Tienen una idea infantil de la religión junto a supuestos “conocimientos adultos” y  prejuicios de mayores. Uno supone que una persona que trata de curar a enfermos, aunque sea por analogía, debería al menos, intuir, o ver, alguna relación por lo menos, entre la moral y la buena y la mala salud. La mala salud, o lo que llamamos, enfermedad, es nada más que la rotura y desequilibrio de un orden natural que debe ser respetado para poder ser sano y disfrutar de mejor vida. La buena vida no consiste en hacer lo que a uno le viene en gana, sino lo que es bueno para estar bien y poder así disfrutar de una mejor  vida  integral, de alma y cuerpo. La naturaleza  se “venga”, tarde o temprano.

                Si uno ingiere un poco de veneno todos los días terminará muriendo. Si uno  come nada más que alimentos podridos terminará enfermando y finalmente muriendo. Así con el alma y el espíritu.

                Esto está manifiestamente fomentado por todos los medios. Me refiero al mal moral (como si éste fuera “la” virtud) y se pone en ridículo todo aquello probadamente bueno, como si fuese el mal mismo. Pero alguno podría preguntarse ¿Y quién gana con ello? Porque aparentemente a nadie se le podría ocurrir corromper a la sociedad creando un caos y lograr el fastidio y la infelicidad de todos (piensan ingenuamente muchos). Sin embargo hay muchos intereses puestos en ello:  intereses de dinero, de poder político, o de poder a secas,  manejado por unos pocos - que tienen mucho poder económico y  un fin bien prefijado para lograr tan terrible cosa; con el fin de  lograr una sociedad domesticada en su gran mayoría, a fin de instalarse en el poder “para siempre”. A eso le llaman - y publicitan de todas formas, como si fuera una gran panacea: EL NUEVO ORDEN MUNDIAL.

                Nosotros, en la Argentina especialmente, nos hemos convertido en los conejillos de india para este experimento. No es que no se aplique en mayor o menor medida en todo el mundo y, de algún modo, en muchos países. Pero, la Argentina, parece ser la elegida especialmente para el sojuzgamiento de sus gentes, e incluso el robo de sus territorios y de sus riquezas naturales. Tal vez a cambio de la deuda externa…

                ¡Pero eso sería una conspiración!... ¡Basta! …¡Terminen ya con eso de las onspiraciones y déjennos vivir tranquilos y sin problemas! …

                Pero esto, que también está hábilmente manejado con la llamada “psicología de masas”, es una manera de conseguir refrenar o anular toda posible reacción. Crean tantos problemas en la vida cotidiana de las gentes: robos, crímenes, crueldad, piquetes de protesta controlados, secuestros, inflación, falta de trabajo, accidentes, machacados, además,  constantemente por los medios, que la gente, sencillamente, NO QUIERE MÁS PROBLEMAS. Busca no pensar en más nada. Divertirse, distraerse, aturdirse. A tal punto que, cuando estén ya bastante domesticadas con tantos rebencazos y azotes, como león en una jaula, terminen aceptando como un alivio: un pequeño dulce, una “suave” esclavitud. O cualquiera otra cosa con tal de tener un poco de falsa paz y de mentirosas promesas que jamás se cumplirán.
Alguno podría preguntarse: ¿Y qué hace el Catolicismo, suponiendo que fuera la Religión verdadera - como se decía antes, cuando yo era chico?

                -¡Esa Iglesia Católica, corrompida y venida a menos en muchos aspectos en su lucha constante con tantos enemigos internos y externos, durante siglos y siglos, siempre insistiendo en un mismo camino de Redención, realmente era un gran obstáculo ante nosotros para alcanzar el poder  y  afianzarnos en él, pero ahora ¡al fin! parece que lo hemos conseguido! ¡Hemos conseguido un Papa para nosotros, un Papa políticamente correcto y, con él, como si fuera la cola de un comenta, hemos arrastrado  a todos los llamados católicos, que también se sienten como liberados de un pesado yugo que les impedía disfrutar de lo placeres que les brinda generosamente el mundo! ¡Es realmente una hora de triunfo! ¡Ya no hay más pecado! ¡Por fin Dios es solamente misericordioso y no más justiciero! ¡Perdona cualquier cosa aunque sigamos viviendo “mal”, como se decía antes!
               



          ¡Dios ahora es "macanudo" y el Papa Francisco es popular porque se ríe de todo, hasta de la Iglesia a la que quiere reformar y hacerla pobre y, sobre todo, permisiva y amiga de todos! Un Papa ¡más sabio que Cristo! Hay cosas que arreglar, que cambiar en la Iglesia y en la doctrina. Hay cosas que mejorar, es decir, perfeccionar, hacerlas mejor: Es decir, hacerlas  “como las veo yo… y la ven mis amigos, aquellos que me aplauden y me alientan desinteresadamente a hacer “bien” las cosas”.

San Francisco de Asís, por Zurbarán. 1645.

                -Elegí el nombre de Francisco, pensando en san Francisco, porque san Francisco es un santo popular y querido por muchos, como yo lo soy ahora. Pero, claro, no me parezco mucho a él. Aquél estaba flaco por los ayunos y por ayudar a los pobres (cosas de esa época). Yo, en cambio, como bien,  debo comer bien, para poder cumplir con mi trabajo… ¡Es tan estresante! Pero bueno, ¡alguien lo tiene que hacer!...y me tocó a mí.

                Pero con éste, mi pequeño y humilde aporte a la humanidad, al nuevo orden mundial, que es irreversible, creo que todos van estar muy felices, y yo, satisfecho. Esto es lo que parece…al menos…

“Caminos hay que al hombre parecen rectos,
mas en su remate está la muerte.”  (Prov. 14,12)

“Pero el Hijo del hombre, cuando vuelva,
¿hallará por ventura la fe sobre la tierra?” (Luc. 18, 8).

El beso de Judas

              Pero Dios nuestro Señor, siempre se reserva un pequeño resto. No le importa a Él la cantidad sino la calidad. Dios siempre se ha complacido por hacer grandes cosas con muy pocos. Con aquellos precisamente  que el mundo desprecia. “Porque la sabiduría de Dios para el mundo es locura; y la sabiduría del mundo para Dios es necedad” Algo así decía San Pablo.

            Ese pequeño resto es, y debe ser, con el auxilio divino: la sal de la tierra. Son los que dan testimonio de las  enseñanzas de Jesucristo. “Id, y enseñad a todas las gentes todas las cosas que os he mandado”- dijo Jesucristo mientras se despedía bendiciendo a los suyos que quedaban en la tierra para difundir su Evangelio.

            A eso es a lo que hay que volver: a las enseñanzas de nuestro Señor para edificar una casa sólida, sobre roca. Ignorar las enseñanzas de Cristo es edificar sin cimientos y sobre arena. No fracasaron las enseñanzas de Cristo sino en la medida que los hombres insensatos se alejaron de ellas y las olvidaron. El olvido y el rechazo de las enseñanzas de nuestro Señor han producido el desastre en que vive hoy la sociedad moderna. El desorden es producido por el pecado (palabra borrada del léxico moderno) Pero el pecado es la rotura de la ley. La rotura de la ley produce el desorden, el caos y éste lleva a la pérdida de la fe. El pecado aleja de Dios y rompe la armonía entre los hombres, es decir: destruye la caridad. “Por el aumento de la maldad se enfriará la caridad de muchos”, profetiza nuestro Señor Jesucristo como una de las señales que marcarán los últimos tiempos.


La orante.
Pintura en una catacumba romana.



            La Iglesia Católica fundada por nuestro Señor Jesucristo no perecerá, según la promesa de nuestro Señor, permanecerá siempre hasta el fin del mundo, aunque parezca desaparecer a los ojos del mundo. Es posible que el mundo tenga ante sus ojos una falsa Iglesia, una iglesia apóstata de Dios y convertida al nuevo Dios: el hombre, preludio del anticristo. Ya está la Iglesia verdadera otra vez en las catacumbas, como lo estuvo en sus principios. Y esta pequeña Iglesia enterrada para el mundo como una semilla, volverá a germinar  y  dará otra vez sus frutos, aunque sea fugazmente, para testimonio ante las naciones. La Iglesia Católica, como quien la fundó tiene, por la gracia de Dios, el poder de resucitar.