La Iglesia no puede
cambiar tan rápidamente como lo hacen los ataques contra ella. A veces se la
sorprende dormitando y todavía defendiéndose de lo que se dijo contra ella el lunes, descuidando la
acusación completamente contraria que se le hizo el martes. A veces vive
patéticamente en el pasado, hasta el punto de suponer inocentemente que el
pensador moderno puede pensar hoy lo que pensaba ayer. El pensamiento moderno la aventaja en el sentido de que
desaparece por sí mismo antes de que la Iglesia haya podido refutarlo. La
Iglesia es lenta y retardada en el sentido de que estudia una herejía más
seriamente que los mismos heresiarcas.
“A dónde llevan todos los caminos” de Gilbert Keith Chesterton.