Por Ernesto Hello
“Al mediocre le agradan los escritores que no dicen ni sí ni no, sobre ningún
tema, que nada afirman y que tratan con respeto todas las opiniones
contradictorias.
Toda afirmación les parece insolente, pues
excluye la proposición contraria. Pero si alguien es un poco amigo y un poco
enemigo de todas las cosas, el mediocre lo considerará sabio y reservado,
admirará su delicadeza de pensamiento y elogiará el talento de las transiciones
y de los matices.
Para escapar a la censura de intolerante,
hecha por el mediocre a todos los que piensan sólidamente, sería necesario
refugiarse en la duda absoluta; y aún en tal caso, sería preciso no llamar a la
duda por su nombre. Es necesario formularla en términos de opinión modesta, que
reserva los derechos de la opinión opuesta, toma aires de decir alguna cosa y
no dice nada. Es preciso añadir a cada frase una perífrasis azucarada: “parece
que”, “osaría decir que”, “si es lícito expresarse así”.
Al activista de la mediocridad le queda al
actuar una preocupación: es el miedo a comprometerse. Así, expresa algunos
pensamientos robados a Perogrullo (”Monsieur de la
Palisse”, en el original francés), con la reserva, la timidez y la
prudencia de un hombre receloso de que sus palabras, por demás osadas,
estremezcan al mundo.
Al juzgar un libro, la primera palabra de
un hombre mediocre se refiere siempre a un pormenor, habitualmente un pormenor
de estilo. “Está bien escrito”, dice él, cuando el estilo es corriente,
incoloro, tímido. “Está mal escrito”, afirma él, cuando la vida circula en una
obra, cuando el autor va creando para sí un lenguaje a medida que habla, cuando
expresa sus pensamientos con ese desembarazo osado que es la franqueza de un
escritor.
El mediocre detesta los libros que obligan
a reflexionar. Le agradan los libros parecidos a todos los otros, los que se
ajustan a sus hábitos, que no hacen romper su molde, que caben en su ambiente,
que los conoce de memoria antes de haberlos leído, porque tales libros se
parecen a todos los otros que él leyó desde que aprendió a leer.
El hombre mediocre dice que hay algo de
bueno y de malo en todas las cosas, que es preciso no ser absoluto en su
juicio, etc.
Si alguien afirma categóricamente la verdad,
el mediocre lo acusará de exceso de confianza en sí mismo. Él, que tiene tanto
orgullo, no sabe qué es el orgullo. Es modesto y orgulloso, dócil frente a Marx
y rebelde contra la Iglesia. Su lema es el grito de Joab: “Soy audaz solamente
contra Dios”.
El mediocre, en su temor de las cosas
superiores, afirma amar ante todo el sentido común; sin embargo no sabe qué es
el sentido común. Pues por esas palabras entiende la negación de todo cuanto es
grande.
El hombre inteligente eleva su frente para
admirar y para adorar; el mediocre eleva la frente para bromear; le parece
ridículo todo lo que está encima de él, y el infinito le parece el vacío”.
Publicado por Syllabus Errorum