martes, 14 de octubre
de 2014
Han venido ocurriendo cosas desastrosas
dentro del seno de la Iglesia estas últimas semanas con el Sínodo de obispos en
Roma.
Aquí un interesante comentario de Wanderer, 13-Oct-2014.
Vladímir Ilich Uliánov, (alias, Lenin) |
Muchos buenos amigos están preocupados. “Estás publicando un post por
día”, me dicen. “Y siempre sobre Francisco”. Algunos creen que se me ha
despertado el Trastorno Obsesivo Compulsivo. Otros, en cambio, aseguran que
estoy atravesando la etapa maníaca del Trastorno Bipolar y ya me están
acercando algunas dosis de litio para estabilizarme. No los convenzo cuando le
digo que a muchos blogger les paso algo parecido. Es cuestión de que miren la
columna de la derecha: Rorate Coeli, Mundabor, Secretum meum, Missa in Latino,
por ejemplo, suelen publicar más de una entrada por día. ¿Será una epidemia?
No. Se trata, al menos en mi caso, del modo que tengo de reaccionar
frente a la gravedad de los hechos que estamos viviendo. Debo escribir y
alertar. Algo de eso quise decir cuando en diciembre del año pasado
publicaba la historia de don Gabino sobre los que hacían
señas levantando una bandera en la cima del monte caliginoso.
Hoy, 13 de octubre, hemos leído con estupor el documento inicial del
sínodo que establece, en bruto, la base sobre la que la comisión
que dábamos cuenta ayer, redactará el informe final. Se trata de un texto es
que mucho peor de lo que podía esperarse. El Presidente de la Conferencia
Episcopal Polaca, Mons. Gadecki, acaba de declarar que es “inaceptable”. Me da la
impresión que este octubre que estamos viviendo será similar al octubre de
1917, a partir del cual ya nada fue igual para el mundo. Fue un octubre rojo.
Muchos pensarán que exagero. El documento bloquea directamente el parecer de los
cardenales y obispos que se oponían a la opinión sostenida por Francisco e
impone una dirección de “apertura” que se aleja claramente de la postura
católica. Asegura que “el camino colegial de los obispos y la participación del
pueblo de Dios en su totalidad, bajo la acción del Espíritu Santo, nos guían
por los caminos de la verdad y de la misericordia para todos”. Es decir, nos
proponen una teología moral plebiscitaria.
Debido a que la Iglesia “no puede detenerse en un anuncio meramente
teórico desentendido de los problemas reales de las personas” (n. 28), debe
adoptar una “nueva sensibilidad” que “consiste en acoger la realidad positiva
de los matrimonios civiles y a los que conviven sin casarse” (n. 36). Estas
situaciones deben ser “afrontadas de manera constructiva, buscando de
transformar en oportunidades de camino hacia la plenitud del matrimonio y de la
familia” (n. 39). En nombre de la gradualidad que nos explicaba Mons. Trucho
Fernández, vía libre a los noviecitos que conviven antes de casarse ya que se
están acercando “gradualmente” a la plenitud del matrimonio… No es cuestión
tampoco que lleguen de golpe a él y les dé un soponcio.
En cuanto a la admisión de los sacramentos de la Penitencia y de la
Eucaristía para los divorciados vueltos a casar, se plantean que algunos
obispos han defendido la posición tradicional pero “otros se han expresado por
una mayor apertura… para aquellas situaciones que no pueden ser resueltas sin
determinar nuevas situaciones de injusticia y sufrimiento”. Y, contra lo que
había aconsejado en numerosas ocasiones del Papa Benedicto XVI –que las
personas en esta situación se limitaran a la “comunión espiritual”- los Padres
Sinodales se preguntan: “si es posible la comunión espiritual, ¿por qué no
acceder a la comunión sacramental?” (n. 48). La respuesta a mí me la explicó el
hermano marista que me daba catequesis en cuarto grado.
Y ahora viene la sorpresa que no esperábamos. El documento afirma que
“las personas homosexuales tienen dotes y cualidades para ofrecer a la
comunidad cristiana”. Por favor, lean nuevamente el texto (y lean este comentario). Es un disparate que echa por tierra,
en dos palabras, la doctrina secular de la Iglesia sobre la naturaleza humana y
la homosexualidad. Como comentaba un lector, “los homosexuales”, como categoría
análoga a “los ciegos” o “los esquimales”, o a cualquier otra categoría debida
a la naturaleza o la cultura que legítimamente determina a la persona,
simplemente no existe. Como no existen como categoría legítima “los
alcohólicos” o “los drogadictos” o “los jugadores compulsivos”. Existen
personas que experimentan tendencias homosexuales, y de ellas algunas que las
siguen. Además, las “dotes y cualidades” de esas personas se deben a su
carácter de seres humanos, no a sus tendencias homosexuales, ni mucho menos a
las conductas aberrantes que pueden practicar si siguen esas tendencias.
Y, a continuación, los Padres se preguntan si nuestras comunidades “son
capaces de recibir a estas personas, garantizándoles un espacio de fraternidad”
(n. 50). Y, si bien aseguran que las uniones que las uniones entre personas del
mismo sexo no pueden ser equiparadas al matrimonio entre un hombre y una mujer,
consideran que “hay casos en los que el sostenimiento mutuo hasta el sacrificio
constituye un apoyo preciosos para la vida de los convivientes” (n. 52). Hemos
pasado de considerar, con toda la tradición de la Iglesia, que el acto
homosexual es un pecado nefando que clama al cielo, a verlo como un “apoyo
precioso” si quienes lo practican viven en pareja. ¿Alguien podía imaginar
cinco años atrás que llegaríamos a esto?
Por lo que yo puedo ver, aquí la cuestión de fondo es otra, y mucho más
grave y satánica que lo que estamos viendo. Hace tiempo que le vengo dando
vuelta, Socci la expone claramente en su libro y ayer coincidía con un amigo
que es mucho más sabio que yo. Por eso, y más allá de lo exagerada que pueda
parecer, la comento a los lectores del blog:
La cuestión de permitir que los que viven en adulterio puedan recibir la
Eucaristía, o que se “valoren” como integrantes valiosos de nuestras
comunidades a los que fornican según o contra natura habitualmente y sin arrepentirse,
es secundaria. Lo que se está buscando es que ya no sea necesario estar en
gracia de Dios para recibir los sacramentos y que no sea necesaria la gracia
para ser un buen cristiano y avanzar por el camino de la salvación. Esto lo ha
dicho, casi palabra por palabra, el Papa Francisco en el Ángelus de ayer: “La bondad de Dios no tiene fronteras y no
discrimina a nadie: por ello el banquete de los dones del Señor es universal.
¡Es universal para todos! (…) nadie tiene el derecho de sentirse privilegiado o
de reivindicar la exclusividad. (…) Esto no se debe hacer: nosotros
debemos abrirnos a las periferias, reconociendo que también quien está en los
márgenes, (…). Sólo hay una condición: ponerse el traje de fiesta. Es decir
testimoniar la caridad concreta a Dios y al prójimo”.
Destrucción de Sodoma y Gomorra |
Puesto en palabras simples: el “banquete de la Eucaristía” debe ser
universal, es decir, para todos y todas, y no solamente para los privilegiados
que están en gracias de Dios, porque la condición ya no es estar en gracia sino
testimoniar la caridad.
Francisco y sus secuaces quieren acabar con el concepto de “estado de
gracia” como opuesto al “estado de pecado”, distinción que ven como
discriminadora y elitista. Pero si la gracia no existe, tampoco existe
el pecado. Es así de simple. No hay un tertium quid. O se está
en gracias, o se está pecado.
Suena exagerado, pero estoy convencido que la cuestión va por este lado:
la intención pontificia es abolir la noción de pecado, lo cual ya hizo Freud en
sede psicológica hace más de un siglo. Para Bergoglio, la distinción entre
santos y pecadores, es discriminadora y atenta contra la audacia de la
misericordia. No hay exclusividades; no hay privilegiados; el banquete del
Reino es universal: para todos los hombres.
El problema está en que si no existe el pecado, fue vana la Redención, y
si la Redención fue vana, no existió un Redentor, y si no existió un Redentor,
la Segunda Persona de la Santísima Trinidad no se encarnó en las entrañas
virginales de María. En definitiva, si no existe el pecado, Jesús no es Dios, y
se acabó el cristianismo.
Me dirán que estoy afiebrado y deliro. También yo pensé lo mismo hace un
tiempo. Ahora ya no lo pienso más.
Motus in fine velocior;
el movimiento es más veloz cuando se acerca al fin.
Publicado por Stat Veritas en 1:07
Etiquetas: Artículos, Modernismo