domingo, 6 de abril de 2014

LAS RAZONES DE MONSEÑOR LEFEBVRE (continuación) (10)

CON RESPECTO A LA SEGUNDA CUESTIÓN:
EL ORDO MISSAE PROMULGADO POR EL PAPA PAULO VI


Monseñor Marcel Lefebvre


           La nueva concepción del mundo y de las relaciones con la Iglesia debía forzosamente afectar a los medios por los que la Iglesia expresa su fe y la vive: la Liturgia, escuela de Fe, será también transformada bajo el efecto de este espíritu ecuménico liberal que considera a los protestantes hermanos separados y ya no herejes imbuidos de principios opuestos  radicalmente a la doctrina de la Iglesia.

            Ya no se tratará de convertir sino de unir, de donde proviene el empeño por hacer una síntesis de la Liturgia católica y el culto protestante.

           La presencia de seis pastores protestantes en la Comisión de Reforma Litúrgica resulta elocuente.

            El Papa mismo (alocución del 13 de enero de 1965) hablará de la "renovación litúrgica" como de "una nueva pedagogía religiosa" que ha de ocupar "el lugar de motor central en el gran movimiento inscrito en los principios constitucionales de la Iglesia", principios renovados del Concilio.

        Monseñor Dwyer, miembro del Consilium de Liturgia y arzobispo de Birmingham, reconoce la importancia de esa reforma (conferencia de prensa del 23 de octubre de 1967):

            "Es la Liturgia la que forma el carácter, la mentalidad de los hombres enfrentados a los problemas. . . La Reforma litúrgica, en un sentido muy profundo, constituye la clave del aggiornamento; no tengáis ninguna duda, por ahí empieza la Revolución..."

            Se insistirá sobre el espíritu comunitario, la participación activa de los fieles; no se puede menos que recordar el espíritu que animaba a Lutero y a sus primeros discípulos (ver las obras Du Lutheranisme au Protestantisme de Cristiani e Institutions Liturgiques de Dom Guéranger en ésta especialmente los cap. 14 y 23). Dom Guéranger, al revelar todos los esfuerzos de los herejes contra la Liturgia Romana, arroja una claridad singular sobre la Reforma Litúrgica conciliar (y pos-conciliar).

            Además, si estudiamos todos los detalles de la nueva Reforma de la Misa en particular, nos sentiremos estupefactos al descubrir en ella las reformas que preconizaban Lutero, los jansenistas y el Concilio de Pistoia.

          ¿Cómo conciliar esa Reforma de la Misa con los cánones del Concilio de Trento y las condenas de la Bula Auctorem fidei de Pío VI?

      No juzgamos intenciones; pero los hechos y las consecuencias de esos hechos —semejantes, por otra parte, a los producidos en pasados siglos allí donde se introdujeron dichas reformas— nos obliga a reconocer con los cardenales Ottaviani y Bacci (ver Breve examen crítico enviado al Sumo Pontífice el 3 de septiembre de 1969) "que el nuevo Ordo se aleja de manera impresionante, tanto en los detalles como en el conjunto, de la teología católica de la Santa Misa, definida para siempre por el Concilio de Trento".

            Por otra parte, la "Misa normativa" presentada por el Padre Bugnini en 1967 al Sínodo reunido en Roma, fue muy objetada por los obispos. En la conferencia que en octubre de 1967 pronunció ante los Superiores generales, a la cual asistí, nos sentimos atónitos ante la manera en que era tratado el pasado litúrgico de la Iglesia. Personalmente me causaron indignación las respuestas dadas a las objeciones y no podía creer que a ese conferenciante la Iglesia le confiase su reforma litúrgica. Los cardenales Cicognani y Gut me expresaron su inmensa pena por semejante reforma incomprensible. Otro car­denal que aún vive me dijo que el artículo 7 de la Instrucción, en su primera redacción, era una herejía.

            Las explicaciones, según lo que dijo el propio Monseñor Bugnini, en nada cambiaban la doctrina hasta entonces expresada. Sea como fuere, la Misa nueva no ha sido modificada y sigue siendo una síntesis católico-protestante. Los mismos protestantes así lo han reconocido públicamente.

            Si la Congregación de la Fe me lo pide, puedo hacer un estudio más profundo y muy detallado referido a las semejanzas de la Nueva Misa con el culto protestante y la similitud de las expresiones usadas de ahí en adelante para las realidades divinas de la Misa con expresiones protestantes.

          En conclusión, es verdad —y así lo manifiestan inclusive los que celebran según el Nuevo Ordo de la Misa— que esta Misa representa una muy sensible desvalorización del misterio sagrado tanto en la expresión de la fe católica como en las realidades divinas de ese misterio: expresión mediante palabras, gestos, acciones, todo lo que da carácter sublime a esa realidad que constituye el corazón de la Iglesia.

            Más aún, muchas supresiones y actitudes nuevas terminan por suscitar dudas en el espíritu de los fieles y los llevan a adoptar una mentalidad protestante sin darse cuenta.

            El ecumenismo liberal produce poco a poco sus efectos y disminuye la fe de los fieles.  Muchos se alejan de la Iglesia, sobre todo los jóvenes.

            ¿Cómo puede la Santa Iglesia adoptar semejante reforma sin preocuparse de las actas del magisterio, y reasumir a su vez las equivocaciones del protestantismo, del jansenismo y del Concilio de Pistoia?

            He ahí el motivo de nuestra adhesión a la Misa Romana de siempre, que no puede ser abolida y no puede ser objeto de censuras según el juicio infalible de San Pío V: queremos conservar la fe católica mediante la Misa Católica, no mediante una Misa ecuménica, si bien válida y no hereje pero "favens haeresim".

            Eso me mueve a declarar que no veo cómo se puedan formar clérigos con la nueva Misa: el sacerdote y el sacrificio tienen una relación casi trascendental; arrojar dudas sobre el sacrificio equivale a hacer dudar del sacerdocio.

 
Martin Lutero, pintado por Lucas Cranach

Confirmación de la protestantización de la Iglesia por medio de la Liturgia

            (Extractos de Ce qu'il faut d'amour a l'homme de Julien Green, de la Academia   Francesa, quien se convirtió del an-glicanismo en 1916.)

             "La primera vez que escuché misa en francés apenas podía creer que se trataba de una misa católica y ya no me hallaba en ella. Lo único que me tranquilizó fue la consagración, por más que palabra por palabra me resultó parecida a la consagración anglicana." (p. 35)
            "Un día que me hallaba en el campo con mi hermana Anne asistimos a una misa televisada. . . Lo que reconocí, y Anne también, fue una imitación bastante grosera del servicio anglicano que ya conocíamos de nuestra infancia. El antiguo protestante que duerme dentro de mí en su fe católica se despertó de golpe ante la evidente y absurda impostura que nos traía la pantalla, y al terminar esa extraña ceremonia pregunté sencillamente a mi hermana: ¿Para qué nos convertimos?"  (p.  138)

            "Comprendí de pronto con qué habilidad se hacía pasar a la Iglesia de una manera de creer a otra. No se trataba de un manipuleo de la fe sino de algo más sutil. A los que me hubiesen objetado que el sacrificio ahora era mencionado por lo menos tres veces en la nueva misa, habría podido respon­derles que la diferencia entre mencionar una verdad y exponerla a la luz no deja de ser notable. Ya sabíamos que la misa era el recuerdo de la Cena; pero ya no se nos decía que la Eucaristía es también la crucifixión del Señor, sin la cual no hay salvación. Ahora bien, esa realidad del sacrificio propiciatorio de la misa está en vías de esfumarse discretamente de la conciencia de los católicos, laicos o sacerdotes. 
            
             Los sacerdotes de antes, que la llevan —si así puede decirse— en la sangre, no pueden olvidarla y, en consecuencia, dicen sus misas conforme a las intenciones de la Iglesia, pero ¿y los sacerdotes jóvenes? ¿Qué creen? ¿Qué creen todavía y quién se animaría a decir lo que valen sus misas?" (p. 143)

       "Las encíclicas del Papa no harán cambiar para nada el hecho de que el mundo racionalista moderno rechaza el milagro. No se puede hacer admitir la misa a menos que se le suprima el elemento milagroso. Rebajada a la medida protestante, la misa tendrá ciertas posibilidades de sobrevivir en la cristiandad de hoy, pero ya no será la misa. . ." (p. 144)

            "En una Iglesia en desorden se levantaron remolinos cuando Monseñor Lefebvre tomó posición contra la misa de Paulo VI y el Concilio. La historia de su interminable controversia con el Vaticano resulta demasiado conocida para volver a contarla aquí. Millones de católicos se sintieron conmovidos, y yo me conté entre ellos. La pregunta que formulé a los sacerdotes conciliares era sencilla: «¿De qué se acusa a la antigua misa?» Respuesta: «Está caduca». Además, se nos dijo que la nueva misa se inspiraba en fuentes más antiguas y se aproximaba, por lo tanto, a las primeras misas rezadas por la Iglesia. Se necesitaban especialistas para esclarecer esas oscuras cuestiones. Se produjeron discusiones vehementes sobre el tema de la desaparición del sacrificio de la Cruz. En la nueva misa la Cruz era sólo un fantasma. Nos hallábamos en el Cenáculo, la tarde de Jueves Santo, mientras que en la Misa abandonada de San Pío V estábamos a la vez en la Cena y en el Calvario. La desviación era enorme y permitió a la Iglesia Anglicana entrever  una  unión posible  y  ardientemente deseada desde antes de la guerra de 1914. La respuesta de la nueva Iglesia fue viva. El sacrificio fue mencionado por lo menos tres veces en la nueva misa. Mencionado, sí, pero eso era todo, en tanto que la Eucaristía era profusamente explicada a los fieles. Sin ninguna duda, estábamos en presencia de lo que los teólogos llaman oscurecimiento de una parte fundamental de la misa. Protestar se consideró un acto de rebelión. Los obispos franceses permitieron que se dijese que la misa de San Pío V quedaba prohibida de ahí en adelante, lo cual era una falsedad formal.  Y se produjo el desgarramiento."

            "Por mi parte, quedé muy afectado, porque a la edad de dieciséis años yo había jurado fidelidad a la Misa del Concilio de Trento y ahora se me ordenaba no asistir más a esa misa. Sea cual fuere la opinión que se tenga sobre ciertas posiciones de Mons. Lefebvre, a ese prelado francés le debemos haber despertado con valentía la conciencia de todo un sector del mundo católico para obligarlo a interrogarse sobre su fe. ¿Creemos o no creemos en la realidad del sacrificio de la misa? ¿En qué medida somos católicos romanos o nos inclinamos hacia una fe dispuesta a hacer concesiones al protestantismo? Reconozco la autoridad del Papa y la idea de abandonar la Iglesia me causaría verdadero horror, pero sigo fiel a mi profesión de fe de 1916 y de ella no me apartaré ni una línea. Decir que preferir la misa de San Pío V constituye un acto de rebeldía es algo que no puede defenderse."  (p. 150-151).