CON
RESPECTO A LA SEGUNDA CUESTIÓN:
EL ORDO
MISSAE PROMULGADO POR EL PAPA PAULO VI
La
nueva concepción del mundo y de las relaciones con la Iglesia debía
forzosamente afectar a los medios por los que la Iglesia expresa su fe y la
vive: la Liturgia, escuela de Fe, será también transformada bajo el efecto de
este espíritu ecuménico liberal que considera a los protestantes hermanos
separados y ya no herejes imbuidos de principios opuestos radicalmente a la doctrina de la Iglesia.
"Por
mi parte, quedé muy afectado, porque a la edad de dieciséis años yo había
jurado fidelidad a la Misa del Concilio de Trento y ahora se me ordenaba no
asistir más a esa misa. Sea cual fuere la opinión que se tenga sobre ciertas
posiciones de Mons. Lefebvre, a ese prelado francés le debemos haber despertado
con valentía la conciencia de todo un sector del mundo católico para obligarlo
a interrogarse sobre su fe. ¿Creemos o no creemos en la realidad del
sacrificio de la misa? ¿En qué medida somos católicos romanos o nos inclinamos hacia una fe dispuesta a hacer concesiones al protestantismo? Reconozco
la autoridad del Papa y la idea de abandonar la Iglesia me causaría verdadero
horror, pero sigo fiel a mi profesión de fe de 1916 y de ella no me apartaré ni
una línea. Decir que preferir la misa de San Pío V constituye un acto de rebeldía es algo que no puede
defenderse." (p. 150-151).
Ya no se tratará de convertir sino de unir, de donde
proviene el empeño por hacer una síntesis de la Liturgia católica y el culto
protestante.
La presencia de seis pastores protestantes en la Comisión
de Reforma Litúrgica resulta elocuente.
El Papa mismo (alocución del 13 de enero de 1965) hablará
de la "renovación litúrgica" como de "una nueva pedagogía
religiosa" que ha de ocupar "el lugar de motor central en el gran
movimiento inscrito en los principios constitucionales de la Iglesia",
principios renovados del Concilio.
Monseñor Dwyer, miembro del Consilium de Liturgia y arzobispo de Birmingham,
reconoce la importancia de esa reforma (conferencia de prensa del 23 de octubre
de 1967):
"Es la Liturgia la que forma el carácter, la
mentalidad de los hombres enfrentados a los problemas. . . La Reforma
litúrgica, en un sentido muy profundo, constituye la clave del aggiornamento;
no tengáis ninguna duda, por ahí empieza la Revolución..."
Se insistirá sobre el espíritu comunitario, la
participación activa de los fieles; no se puede menos que recordar el espíritu
que animaba a Lutero y a sus primeros discípulos (ver las obras Du Lutheranisme au Protestantisme de Cristiani
e Institutions Liturgiques de Dom
Guéranger en ésta especialmente los cap. 14 y 23). Dom Guéranger, al revelar
todos los esfuerzos de los herejes contra la Liturgia Romana, arroja una
claridad singular sobre la Reforma Litúrgica conciliar (y pos-conciliar).
Además, si estudiamos todos los detalles de la nueva
Reforma de la Misa en particular, nos sentiremos estupefactos al descubrir en
ella las reformas que preconizaban Lutero, los jansenistas y el Concilio de
Pistoia.
¿Cómo conciliar esa Reforma de la Misa con los cánones
del Concilio de Trento y las condenas de la Bula Auctorem fidei de Pío VI?
No
juzgamos intenciones; pero los hechos y las consecuencias de esos hechos —semejantes,
por otra parte, a los producidos en pasados siglos allí donde se introdujeron
dichas reformas— nos obliga a reconocer con los cardenales Ottaviani y Bacci
(ver Breve examen crítico enviado al Sumo Pontífice el 3 de septiembre de
1969) "que el nuevo Ordo se aleja de manera impresionante, tanto en
los detalles como en el conjunto, de la teología católica de la Santa Misa,
definida para siempre por el Concilio de Trento".
Por
otra parte, la "Misa normativa" presentada por el Padre Bugnini en
1967 al Sínodo reunido en Roma, fue muy objetada por los obispos. En la
conferencia que en octubre de 1967 pronunció ante los Superiores generales, a
la cual asistí, nos sentimos atónitos ante la manera en que era tratado el
pasado litúrgico de la Iglesia. Personalmente me causaron indignación las respuestas
dadas a las objeciones y no podía creer que a ese conferenciante la Iglesia le
confiase su reforma litúrgica. Los cardenales Cicognani y Gut me expresaron su
inmensa pena por semejante reforma incomprensible. Otro cardenal que aún vive
me dijo que el artículo 7 de la Instrucción, en su primera redacción, era una
herejía.
Las
explicaciones, según lo que dijo el propio Monseñor Bugnini, en nada cambiaban
la doctrina hasta entonces expresada. Sea como fuere, la Misa nueva no ha sido
modificada y sigue siendo una síntesis católico-protestante. Los mismos
protestantes así lo han reconocido públicamente.
Si
la Congregación de la Fe me lo pide, puedo hacer un estudio más profundo y muy
detallado referido a las semejanzas de la Nueva Misa con el culto protestante y
la similitud de las expresiones usadas de ahí en adelante para las realidades
divinas de la Misa con expresiones protestantes.
En
conclusión, es verdad —y así lo manifiestan inclusive los que celebran según el
Nuevo Ordo de la Misa— que esta Misa representa una muy sensible
desvalorización del misterio sagrado tanto en la expresión de la fe católica
como en las realidades divinas de ese misterio: expresión mediante palabras,
gestos, acciones, todo lo que da carácter sublime a esa realidad que constituye
el corazón de la Iglesia.
Más
aún, muchas supresiones y actitudes nuevas terminan por suscitar dudas en el
espíritu de los fieles y los llevan a adoptar una mentalidad protestante sin
darse cuenta.
El
ecumenismo liberal produce poco a poco sus efectos y disminuye la fe de los
fieles. Muchos se alejan de la Iglesia,
sobre todo los jóvenes.
¿Cómo
puede la Santa Iglesia adoptar semejante reforma sin preocuparse de las actas
del magisterio, y reasumir a su vez las equivocaciones del protestantismo, del
jansenismo y del Concilio de Pistoia?
He
ahí el motivo de nuestra adhesión a la Misa Romana de siempre, que no puede ser
abolida y no puede ser objeto de censuras según el juicio infalible de San Pío
V:
queremos conservar la fe católica
mediante la Misa Católica, no mediante una Misa ecuménica, si bien válida y no
hereje pero "favens haeresim".
Eso
me mueve a declarar que no veo cómo se puedan formar clérigos con la nueva
Misa: el sacerdote y el sacrificio tienen una relación casi trascendental;
arrojar dudas sobre el sacrificio equivale a hacer dudar del sacerdocio.
Confirmación de
la protestantización de la Iglesia por
medio de la Liturgia
(Extractos de Ce qu'il faut
d'amour a l'homme de Julien
Green, de la Academia Francesa, quien se
convirtió del an-glicanismo en 1916.)
"La
primera vez que escuché misa en francés apenas podía creer que se trataba de
una misa católica y ya no me hallaba en ella. Lo único que me tranquilizó fue
la consagración, por más que palabra por palabra me resultó parecida a la
consagración anglicana." (p. 35)
"Un
día que me hallaba en el campo con mi hermana Anne asistimos a una misa
televisada. . . Lo que reconocí, y Anne también, fue una imitación bastante
grosera del servicio anglicano que ya conocíamos de nuestra infancia. El
antiguo protestante que duerme dentro de mí en su fe católica se despertó de
golpe ante la evidente y absurda impostura que nos traía la pantalla, y al
terminar esa extraña ceremonia pregunté sencillamente a mi hermana: ¿Para
qué nos convertimos?" (p. 138)
"Comprendí
de pronto con qué habilidad se hacía pasar a la Iglesia de una manera de creer
a otra. No se trataba de un manipuleo de la fe sino de algo más sutil. A los
que me hubiesen objetado que el sacrificio ahora era mencionado por lo menos
tres veces en la nueva misa, habría podido responderles que la diferencia
entre mencionar una verdad y exponerla a la luz no deja de ser notable. Ya
sabíamos que la misa era el recuerdo de la Cena; pero ya no se nos decía que la
Eucaristía es también la crucifixión del Señor, sin la cual no hay salvación.
Ahora bien, esa realidad del sacrificio propiciatorio de la misa está
en vías de esfumarse discretamente de la conciencia de los católicos, laicos o
sacerdotes.
Los
sacerdotes de antes, que la llevan —si así puede decirse— en la sangre, no
pueden olvidarla y, en consecuencia, dicen sus misas conforme a las intenciones
de la Iglesia, pero ¿y los sacerdotes jóvenes? ¿Qué creen? ¿Qué creen todavía y
quién se animaría a decir lo que valen sus misas?" (p. 143)
"Las
encíclicas del Papa no harán cambiar para nada el hecho de que el mundo
racionalista moderno rechaza el milagro. No se puede hacer admitir la misa a
menos que se le suprima el elemento milagroso. Rebajada a la medida
protestante, la misa tendrá ciertas posibilidades de sobrevivir en la
cristiandad de hoy, pero ya no será la misa. . ." (p. 144)
"En
una Iglesia en desorden se levantaron remolinos cuando Monseñor Lefebvre tomó
posición contra la misa de Paulo VI y el Concilio. La historia de su interminable
controversia con el Vaticano resulta demasiado conocida para volver a contarla
aquí. Millones de católicos se sintieron conmovidos, y yo me conté entre ellos.
La pregunta que formulé a los sacerdotes conciliares era sencilla: «¿De qué se
acusa a la antigua misa?» Respuesta: «Está caduca». Además, se nos dijo que la
nueva misa se inspiraba en fuentes más antiguas y se aproximaba, por lo tanto,
a las primeras misas rezadas por la Iglesia. Se necesitaban especialistas para
esclarecer esas oscuras cuestiones. Se produjeron discusiones vehementes sobre
el tema de la desaparición del sacrificio de la Cruz. En la nueva misa la
Cruz era sólo un fantasma. Nos hallábamos en el Cenáculo, la tarde de Jueves
Santo, mientras que en la Misa abandonada de San Pío V estábamos a la vez en la Cena y en el Calvario. La desviación era enorme y permitió a la Iglesia
Anglicana entrever una unión posible y
ardientemente deseada desde antes de la guerra de 1914. La respuesta de
la nueva Iglesia fue viva. El sacrificio fue mencionado por lo menos tres veces
en la nueva misa. Mencionado, sí, pero eso era todo, en tanto que la Eucaristía
era profusamente explicada a los fieles. Sin ninguna duda, estábamos en
presencia de lo que los teólogos llaman oscurecimiento de una parte
fundamental de la misa. Protestar se consideró un acto de rebelión. Los
obispos franceses permitieron que se dijese que la misa de San Pío V quedaba prohibida de ahí en adelante, lo cual era
una falsedad formal. Y se produjo el
desgarramiento."