Sábado, 13 de febrero
de 2016
San Vicente de Paul |
1. Hermanos míos: si un misionero solamente pensase en la ciencia y
en predicar bien para mover a todos a la compunción, pero al mismo tiempo
descuida su oración, ¿ese tal es misionero? No, porque falta a lo principal,
que es su perfección... ¿De qué nos servirá haber hecho maravillas por los
demás, si hemos dejado abandonada nuestra alma? Nuestro Señor se retiraba a
hacer oración, separándose del pueblo, y quería que los apóstoles se
retirasen aparte lo mismo que El (Mc. 6, 31), después de haber hecho las cosas
de fuera, para no omitir sus ejercicios espirituales; y su perfección estuvo
en hacer bien lo uno y lo otro (Conf. a Sac. Mis. 1).
2. Cuando Dios quiere comunicarse a alguien, lo hace sin esfuerzos,
de una manera muy suave y sensible, dulce y amorosa. Dios, por su parte, no
busca nada mejor. Pidámosle con toda confianza, y estemos seguros de que nos lo
concederá. Él no se niega nunca si rezamos con humildad y confianza. Si no lo
concede al principio, ya lo concederá. Hay que perseverar sin desanimarse; y
si no tenemos ahora ese espíritu de Dios, ya nos lo dará por su misericordia,
si insistimos, quizá dentro de tres o cuatro meses, o de uno o dos años. Pase
lo que pase, confiemos en la providencia, esperémoslo todo de su liberalidad...
Digámosle muchas veces: Señor, concédenos el don de la oración; enséñanos tú
mismo cómo hemos de orar. Pidámoselo hoy y todos los días con confianza, con
mucha confianza en su bondad (Conf. a Sac. Mis. 6).
3. Una cosa importante a la que usted debe atender de manera
especial, es tener mucho trato con Nuestro Señor en la oración; allí está la
dispensa de donde podrá sacar las instrucciones que necesite para cumplir
debidamente con sus obligaciones. Cuando tenga alguna duda, recurra a Dios y
dígale: “Señor, tú eres el Padre de las luces, enséñame lo que tengo que
hacer”... Además, debe usted recurrir a la oración para conservar en su alma
el temor y amor de Dios; pues tengo la obligación de decirle, y lo debe usted
saber, que muchas veces nos perdemos mientras contribuimos a la salvación de
los demás. A veces, preocupándose por los otros se olvida uno de sí... Y
también debe recurrir a la oración para pedir por los demás, convencido de que
obtendrá usted mucho más fruto con este medio que con todos los demás (Conf. a
Sac. Mis. 7).
4. En la oración mental es donde yo encuentro el aliento de mi
caridad... Lo de mayor importancia es la oración; suprimirla no es ganar
tiempo, sino perderlo. Dadme un hombre de oración y será capaz de todo (Cit.
B.M.S.).
5. La oración es alimento del alma; lo mismo que todos los días
necesitamos el alimento corporal, también necesitamos todos los días el
alimento espiritual para la conservación de nuestra alma.
En la oración es donde escuchamos los deseos de Dios, nos
perfeccionamos, tomamos fuerzas para resistir a las tentaciones y nos
robustecemos en nuestra vocación... Por el contrario, cuando no hacemos bien la
oración, nos debilitamos y perdemos la presencia de Dios.
6. Razones para tener oración. — Una de las principales razones
que tenemos para hacer oración todos los días, es el que nuestro Señor la
recomendara tanto a sus discípulos: “Invocad a mi Padre, les dijo; pedidle a mi
Padre, y todo cuanto pidáis en mi nombre se os concederá” (Jn. 14, 13). Y lo
que dijo a sus discípulos, hijas mías, nos lo dice también a nosotros. Y tras
esta recomendación del Hijo de Dios, tan ventajosa para nosotros, ¿no habremos
de concebir una gran estima de ella?
Hijas mías: Tenéis que tener mucho cuidado en evitar todos
los impedimentos que pudieran surgir a propósito de la hora, ya que con mucha
frecuencia se os van a presentar. Pero cuando pase algo, en cuanto os deis
cuenta, animaos con la recomendación que Jesucristo hizo de ella. Tú, Dios
mío, me has recomendado que ore, y yo sería muy cobarde si quisiera librarme
de ello. ¡Voy allá! Ya veréis todas, hijas mías, qué poderoso es este motivo, y
los bienes que entonces alcanzaréis.
7. A este motivo voy a añadir otro. Se ha creído conveniente que
hagáis oración todos los días, tal como indican vuestras reglas. Diré más aún,
hijas mías; hacedla, si podéis, a cualquier hora, e incluso no salgáis nunca
de ella, porque la oración es tan excelente que nunca la haréis demasiado, y
cuanto más la hagáis, más la querréis hacer, si de veras buscáis a Dios.
Así que, hijas mías, ya que se dice en vuestras Reglas que
tenéis que hacerla, es menester procurar, en la medida de lo posible, no faltar
nunca a ella. Y si os lo impide esa medicina que tenéis que llevar por la
mañana durante la hora de la oración, tenéis que buscar algún otro tiempo, de
forma que nunca la dejéis...
8. Jesucristo nos ha ofrecido
toda la seguridad de que seremos bienvenidos ante el Padre cuando oremos. No
se ha contentado con hacer una simple promesa aunque hubiera sido más que
suficiente, sino que ha dicho: En verdad, en verdad os digo, que todo lo que
pidáis en mi nombre, se os concederá (Jn. 14, 13). Así, pues, con esta
confianza, mis queridas hijas, ¿no habremos de poner todo nuestro cuidado en no
perder las gracias que la bondad de Dios quiere concedernos en la oración, si
la hacemos de la forma debida?
9. Se ha dicho, y con razón, que la oración es para el alma lo que
el alimento es para el cuerpo, y que lo mismo que una persona que se contentase
con no comer más que una vez cada tres o cuatro días, desfallecería enseguida y
se pondría en peligro de muerte o, si viviese, sería lánguidamente, incapaz de
realizar nada útil y se convertiría finalmente en un trasto sin fuerza ni
vigor; así también el alma que no se alimenta de la oración, o que raramente
la hace, se hará tibia, lánguida, sin fuerzas ni entusiasmo, sin virtud alguna,
fastidiosa para los demás e insoportable para sí misma.
Y se ha advertido también que de esta forma es como se
conserva la vocación, porque es cierto, hijas mías, que una Hija de la Caridad
no puede vivir si no hace oración. Es imposible que persevere. Durará quizás
algún tiempo, pero el mundo la arrastrará. Encontrará su ocupación demasiado
dura, porque no ha tomado este santo refrigerio. Irá languideciendo, se cansará
y acabará dejándolo todo. Hijas mías, ¿por qué creéis que muchas han perdido su
vocación?; porque descuidaron la oración.
10. Se ha dicho igualmente que la oración es el alma de nuestras
almas; esto es, que la oración es para el alma lo que el alma es para el
cuerpo. Pues bien, el alma da la vida al cuerpo, le permite moverse, caminar,
hablar y obrar en todo lo que necesita. Si al cuerpo le faltase el alma no
sería más que carne corrompida, útil solamente para el sepulcro. Pues bien,
hijas mías, el alma sin oración es casi lo mismo que ese cuerpo sin alma en lo
que se refiere al servicio de Dios; no tiene sentimientos, ni movimientos, no
tiene más que deseos rastreros y vulgares de las cosas de la tierra.
11. A todo esto añado, mis queridas hijas, que la oración es como
un espejo en el que el alma ve todas sus manchas y todas sus fealdades; observa
todo lo que la hace desagradable a Dios, se mira en él, se arregla para hacerse
en todo conforme con El.
12. Las personas del mundo nunca salen de su casa hasta después de
haberse arreglado convenientemente ante el espejo, para ver si hay en ellas
algo defectuoso, si no hay nada que vaya en contra de las convivencias
sociales. Hay algunas que son tan vanidosas que llevan espejos en sus bolsos,
para mirar de vez en cuando si tienen algo que arreglar de nuevo.
Pues bien, hijas mías, lo que hacen las gentes del mundo
para agradar al mundo, ¿no será razonable que hagan los que sirven a Dios para
agradar a Dios? Nunca deben salir sin mirarse en su espejo. Dios quiere que las
que le sirven se arreglen también, pero en el espejo de la santa oración,
donde, todos los días, y aun varias veces al día, examinando la conciencia,
ejercitándose en santos deseos tratando de agradar a Dios, pidiendo perdón y
gracia para ello.
13. Se ha dicho que es en la oración donde Dios nos da a conocer lo
que quiere que hagamos y lo que quiere que evitemos; y es verdad, mis queridas
hijas, porque no hay ninguna otra cosa en la vida que nos haga conocernos
mejor, ni que nos demuestre con mayor evidencia la bondad de Dios, como la
oración.
14. Los Santos Padres se entusiasman cuando hablan de la oración;
dicen que es una fuente de juventud donde el alma se rejuvenece. Los filósofos
dicen que entre los secretos de la naturaleza hay una fuente que ellos llaman
la fuente de juventud, donde los viejos beben del agua rejuvenecedora. Sea lo
que fuere de esto, sabemos que hay fuentes cuyas aguas son muy buenas para la
salud. Pero la oración remoza al alma mucho más realmente que lo que, según los
filósofos, rejuvenecía a los cuerpos la fuente de la juventud.
15. Allí, en la oración, es donde el alma, debilitada por las malas
costumbres, se torna vigorosa; allí es donde recobra la vista después de haber
caído en la ceguera; sus oídos, anteriormente sordos a la voz de Dios, se
abren a las buenas inspiraciones, y su corazón recibe una nueva fuerza y se
siente animado de un entusiasmo que nunca había sentido. ¿De dónde viene que
una pobre mujer aldeana que viene a vosotras con toda su tosquedad, ignorando
las letras y los misterios, cambie al poco tiempo y se haga modesta, recogida y
llena de amor de Dios? ¿Quién ha hecho esto sino la oración? Es una fuente de
juventud en donde se ha rejuvenecido; allí es donde ha encontrado las gracias
que se advierte en ella y que la hacen tal como la veis.
16. Clases de oración. — Hay dos clases de oración: la mental y la
vocal. La vocal es la que se hace con palabras; la mental es la que se hace sin
palabras, con el corazón y el espíritu...
Pues bien, en cada una de estas dos maneras de orar, Dios
comunica muchas y muy excelentes luces a sus servidores. Allí es donde ilumina
su entendimiento con tantas verdades incomprensibles para todos los que no
hacen oración; allí es donde inflama la voluntad; allí es finalmente donde toma
posesión completa de los corazones y de las almas.
Entonces, es conveniente que sepáis, mis queridas hermanas,
que aunque las personas sabias tengan mayor disposición para hacer oración, y
que muchas lo logran y tienen por sí mismas el espíritu abierto a muchas
luces, el trato de Dios con las personas sencillas es muy distinto. Confíteor
tibi, Pater, etc., decía Nuestro Señor. Te doy gracias, Padre mío, porque has
ocultado estas cosas a los sabios del mundo y se las has revelado a los
humildes y pequeños.
17. Por la oración se alcanza la sabiduría. — Hijas mías, en los
corazones que carecen de la ciencia del mundo y que buscan a Dios en sí mismo,
es donde Él se complace en distribuir las luces más excelentes y las gracias
más importantes. A esos corazones les descubre lo que todas las escuelas no han
podido encontrar, y les revela unos misterios que los más sabios no pueden percibir.
Mis queridas hermanas, ¿no creéis que vosotras lo habéis
experimentado? Creo que ya os lo he dicho otras veces, y lo repetiré una vez
más: nosotros, los sacerdotes y clérigos, por lo regular, hacemos bien la
oración; pero, nuestros pobres hermanos, ¡oh!, en ellos se realiza la promesa
que Dios ha hecho de manifestarse a los pequeños y a los humildes, pues, muchas
veces quedamos admirados ante las luces que Dios les da, y es evidente que todo
es de Dios, ya que ellos no tienen ningún conocimiento.
18. Unas veces es un pobre zapatero, otras, un panadero o un
carretero que os llena de admiración. Algunas veces hablamos entre nosotros de
esto con una gran confusión por no ser como vemos que ellos son. Nos decimos
mutuamente: “Fíjese en este pobre hermano; ¿no ha observado Vd., los hermosos
pensamientos que Dios le ha dado? ¿No es admirable? Porque lo que él dice, no
lo dice por haberlo aprendido, o haberlo sabido antes; lo sabe después de haber
hecho oración”.
¡Qué bondad de Dios tan grande e incomprensible al poner sus
delicias en comunicarse con los sencillos y los ignorantes, para darnos a
conocer que toda la ciencia del mundo no es más que ignorancia en comparación
con la que El da a los que se esfuerzan en buscarle por el camino de la santa
oración!
19. Así, pues, mis queridas hermanas, es preciso que vosotras y yo
tomemos la resolución de no dejar de hacer oración todos los días. Digo todos
los días, hijas mías; pero, si pudiera ser, diría más: no la dejemos nunca y no
dejemos pasar un minuto de tiempo sin estar en oración, esto es, sin tener
nuestro espíritu elevado a Dios; porque, propiamente hablando, la oración es,
como hemos dicho, una elevación del espíritu a Dios.
20. ¡Pero la oración me impide hacer esta medicina y llevarla, ver
aquel enfermo, a aquella dama! ¡No importa, hijas mías! Vuestra alma no dejará
nunca de estar en la presencia de Dios y estará siempre lanzando algún suspiro.
Si supieseis, hijas mías, el gusto que siente Dios al ver
una mujer aldeana, una pobre Hija de la Caridad que se dirige amorosamente a
Él, entonces acudiríais a la oración con más confianza que la que yo os podría
aconsejar. ¡Si supieseis los tesoros y las gracias que Dios tiene preparadas
para vosotras! ¡Si supieseis cuánta ciencia sacaríais de allí, cuánto amor y
dulzura encontraríais en la oración!
Allí lo encontraréis todo, mis queridas hijas, porque es la
fuente de todas las ciencias. ¿De dónde proviene que veáis a personas sin
letras hablando tan bien de Dios, desarrollando los misterios con mayor
inteligencia que lo haría un doctor? Un doctor que no tiene más que su
doctrina, habla de Dios de la forma que le ha enseñado su ciencia; pero una
persona de oración habla de El de una manera muy distinta. Y la diferencia
entre ambos, hijas mías, proviene de que uno habla por simple ciencia
adquirida, y el otro por una ciencia infusa, totalmente llena de amor, de forma
que el doctor en esa ocasión no es el más sabio. Y es preciso que se calle
donde hay una persona de oración, porque ésta habla de Dios de manera muy
distinta de como él puede hacerlo...
21. Me diréis: “Padre, lo vemos muy bien; pero enséñenos. Vemos y
comprendemos muy bien que la oración es la cosa más excelente, que es la que
nos une a Dios, lo que nos afirma en nuestra vocación y nos hace progresar en
la virtud, nos despega de nosotras mismas y nos hace amar a Dios y al prójimo;
pero no sabemos hacerla. Somos unas pobres mujeres que apenas sabemos leer, al
menos algunas. Estamos a gusto en la oración, pero no comprendemos nada, y
hasta nos parece que sería mejor no hacerla. Enséñenos.”
22. Hijas: Los discípulos del Señor también le decían: “Enséñanos
a orar, dinos cómo hay que orar” (Le. 11, 1). Y el Señor les dijo: “Decid,
“Padre nuestro, que estás en el Cielo... (Mt. 6, 9).
Y vosotras, mis queridas hijas, me preguntáis cómo hay que hacerla,
porque os parece que no lo hacéis. Ante todo he de deciros, hermanas mías, que
no la dejéis nunca aunque os parezca que es inútil porque no sabéis.
23. La perseverancia en la oración:
No os extrañéis, las que sois nuevas, de veros durante un
mes, dos meses, tres meses, seis meses sin sentir nada; no, ni aunque esto dure
todo un año, ni dos, ni tres. Aunque eso os suceda, no la dejéis nunca, como si
sintieseis mucho fervor.
Santa Teresa estuvo veinte años sin poder hacer oración. (Al
menos eso le parecía a ella). No sentía ni comprendía nada, pero ella iba al
coro y decía: “Dios mío, vengo aquí porque me lo manda la Regla. Por mí no
haría nada; pero porque tú lo quieres, por eso vengo”. Y durante aquellos
veinte años, aunque no sentía ningún gusto, nunca dejó la oración. Y al cabo de
aquel tiempo, Dios, recompensando su perseverancia, le concedió un don de
oración tan eminente que, desde los Apóstoles, nadie ha llegado tan alto como
ella. ¿Qué sabéis vosotras, hijas mías, si Dios os querrá hacer con cada una,
una nueva Santa Teresa? ¿Sabéis la recompensa que querrá dar a vuestra
perseverancia?
24. Creéis que, yendo a la oración, no hacéis nada, porque no
sentís ningún gusto; pero es preciso que sepáis, hijas mías, que allí se
encuentran todas las virtudes. Primero la obediencia, porque la hacéis
obedeciendo a la Regla. Ejercitáis la humildad, pues al creer que no hacéis
nada, concebís un bajo sentimiento de vosotras mismas. Asimismo ejercitáis la
fe, la esperanza, la caridad. En fin, hijas mías, en esta acción están
encerradas la mayoría de las virtudes que necesitáis, y ya hacéis bastante si
acudís a ella con espíritu de obediencia y humildad.
25. Por todas estas razones, que nos muestra la bendición que Dios
da a los que practican el ejercicio de la santa oración, tanto si sienten gusto
como aridez, debemos ahora, vosotras y yo, entregarnos a Dios para no faltar
nunca a ella, pase lo que pase.
Si durante la hora de la comunidad tenéis algún otro
quehacer, hay que buscar otra hora, y de la forma que sea, llenar ese tiempo.
26. ¡Si supieseis, hijas mías, qué fácil es distinguir una persona
que hace oración de otra que no la hace! Se ve muy fácilmente. Veis a una
hermana modesta en sus palabras y en sus acciones, prudente, recogida,
santamente alegre; entonces podéis decir: “He aquí una hermana de oración”. Por
el contrario, aquella que acude a ella poco o nada, la que aprovecha
cualquier ocasión que se presente para no ir a la oración, dará mal ejemplo,
no tendrá afabilidad ni con sus hermanas ni con sus enfermos, y será
incorregible en sus costumbres. ¡Qué fácil es ver que no hace oración!
Por eso, hermanas mías, hay que tener mucho cuidado en no
decaer, porque, si hoy encontráis una excusa para no ir a la oración, mañana
encontraréis otra. Y lo mismo después; y poco a poco os iréis apartando de
ella. Y si dejáis la oración habrá que tener mucho miedo de que lo perdáis
todo, porque vuestros quehaceres son muy fatigosos. Si Dios no os concede su
fuerza y su gracia, será imposible resistir. La carne y la sangre no encuentran
en estas cosas gusto alguno, pues es por la oración por donde Dios comunica su
fuerza.
Así, pues, hijas mías, el primer medio es no faltar nunca a
ella. El segundo, es pedir a Dios la gracia de poder hacer oración, y
pedírsela incesantemente. Es una limosna que pedís. No es posible que, si
perseveráis os la niegue.
27. Invocad a la Santísima Virgen, a vuestro patrono, a vuestro
ángel de la guarda. Imaginaos que está presente toda la corte celestial, y que,
si Dios os rechaza, a ellos no los rechazará.
Unas veces hará por vosotros oración la Santísima Virgen,
otras vuestro ángel, otras vuestro patrono; y de esta forma nunca quedará sin
hacerse, ni vosotras sin fruto.
28. Sin mortificación no puede haber oración:
Otro medio, hijas mías, que os servirá mucho para la
oración, es la mortificación. Son como dos hermanas tan estrechamente unidas
que nunca van separadas. La mortificación va primero y la oración la sigue; de
forma, mis queridas hijas, que si queréis ser mujeres de oración, como
necesitáis, tenéis que aprender a mortificaros, a mortificar los sentidos
exteriores, las pasiones, el juicio, la propia voluntad, y no dudéis de que en
poco tiempo, si marcháis por este camino, haréis grandes progresos en la
oración.
Dios se fijará en vosotras; considerará la humildad de sus
servidoras, porque la mortificación viene de la humildad; y así os comunicará
esos secretos que ha prometido descubrir a los pequeñuelos y a los humildes. Le
doy gracias de todo corazón porque nos ha hecho pobres y en la condición de
aquellos que, por su bajeza, pueden esperar llegar al conocimiento de su
grandeza, porque ha querido que la Compañía de Hijas de la Caridad se
compusiera de mujeres pobres y sencillas, pero capaces de esperar la
participación de los misterios más secretos. Le doy gracias por todo ello y le
suplico que sea El su propia gratitud, y a ti, Jesucristo, Salvador mío, que
repartas en abundancia a la Compañía este don de la oración, para que, por tu
conocimiento, puedan todas adquirir tu amor. Dánoslo Dios mío, tú que has sido
durante toda tu vida, un hombre de oración, que la hiciste desde tus primeros
años, que continuaste siempre y que finalmente te preparaste por la oración a
enfrentarte con la muerte. Danos este don sagrado, para que por él podamos
defendernos de las tentaciones y permanecer fieles en el servicio que esperas
de nosotros...
29. Las Hijas de la Caridad tienen que apreciar la oración como el
cuerpo al alma. Y lo mismo que el cuerpo no sería capaz de vivir sin el alma,
tampoco el alma sería capaz de vivir sin la oración. Mientras una Hermana haga
la oración como hay que hacerla, ¡cuánto bien hará! No irá andando, sino que
correrá por los caminos del Señor y se verá elevada a un grado muy alto de amor
de Dios.
Al contrario, la que abandone la oración o no la haga como
es debido, irá arrastrándose. Llevará el hábito, pero carecerá del espíritu de
Hija de la Caridad. ¿Veis que algunas se salen? Es por eso. Aparentemente
hacían oración con las demás; pero, como no la hacían con todas las condiciones
requeridas, no sacaron fruto de ella y se convirtieron en personas muertas a
la gracia. Perdieron los sentimientos por las cosas divinas y también la
vocación. ¿Y por qué? ¡Porque no hicieron bien la oración!
Veis, pues, mis queridas hermanas, cómo esto os obliga a ser
muy cumplidoras en hacer bien la oración.
Si durante la misma os llamaran a visitar a un enfermo a
quien haya que llevar las medicinas, tenéis que dejar la oración durante ese
tiempo, pero tenéis que buscar luego la ocasión para hacerla, sin faltar nunca
a ella.
30. ¿No veis cómo, de ordinario, adornamos nuestros cuerpos con el
vestido? El vestido del alma es la oración; dejar de hacerla es lo mismo que no
vestirla con la ropa debida. Por eso tiene tanta importancia que os aficionéis
más que nunca a este santo ejercicio. Si la hacéis bien, tendréis el hermoso
ropaje de la caridad y Dios os mirará complacido; pero si no lo hacéis vais a
caer en una situación deplorable. Sí, una hermana que abandona la oración cae
en una situación deplorable: Dios la abandona, porque ella ha abandonado a
Dios. ¡Y sabed que sin la oración no tendréis más remedio que ofenderle...!
¡Salvador mío!, te rogamos nos concedas esta gracia, la gracia de la oración.
Hermanas: pedidle que os aficionéis a ella y que nunca os falte...
31. En el nombre de Dios, no faltéis nunca a la oración, y
comprended bien la importancia de hacerla bien. Mirad, la oración es tan
necesaria al alma para conservarla viva como el aire al hombre, o como el agua
a los peces. Pues bien, lo mismo que los hombres no podemos vivir sin aire,
sino que morimos al no poder respirar, de la misma forma una Hija de la Caridad
no podrá vivir sin la oración y morirá a la gracia si la deja...
32. La oración es el único medio para conseguir las virtudes: Entre
todos los medios que Dios os ha inspirado, hijas mías, encuentro especialmente
uno de una eficacia maravillosa, el de pedir esta gracia a Dios, pero pedírselo
de buena manera, esto es, con el deseo de corresponder a la gracia con todo
nuestro empeño, y con el deseo de ser fíeles hasta en los más pequeños
detalles, porque como hemos señalado, el que es fiel en lo poco y en las
pequeñas cosas, lo será también en las cosas grandes...
33. Y cuando vayáis a la oración, tenéis que ir puramente por
complacer a Dios, Diciendo: “No soy digna de conversar con Dios; pero, como lo
quiere la obediencia y esa es su voluntad, voy a ella para honrar a Nuestro
Señor”. Pues no se ha de ir a la oración siguiendo los propios caprichos, sin
atención y de cualquier manera. No, no hay que hacerla así. Tenemos que
hacerla como la hacía Nuestro Señor, sobre la tierra. Él la hacía con gran
respeto, en la presencia de Dios, con confianza y humildad. (Conferencias 5,
37, 102, 103, 104.)
(Codesal, Antología de textos sobre la oración, Editorial
Apostolado Mariano, Sevilla).
Publicado por Syllabus Errorum