El autollamado Francisco I |
La mayor perversidad del auto-llamado “Francisco I” consiste en dirigirse a
los “pobres”, a los pequeños, a los poco instruidos en la Religión, a los más
ignorantes, a los que - luego de más de cincuenta años de destrucción de la
verdadera doctrina católica- andan como ovejas sin pastor. Realmente, como
ovejas sin pastor. Una nueva doctrina, no católica, inspirada en la filosofía
de los propios enemigos de la Iglesia de Cristo, es difundida y predicada desde
el Vaticano mismo, y desde sus más altos puestos jerárquicos, usurpando el
nombre de “Católico”.
-“Imposible que no haya escándalos. Pero ¡Ay! de los que escandalizaren a
estos pequeños que creen en Mí, más les valiera atarles la cuello una piedra de
las que los asnos mueven en los molinos, y arrojarlos al mar” -amonesta, el
dulce Jesús, a los que promueven escándalos y hacen pecar a las gentes con
ellos. Que incitan a las gentes para ir detrás de los ídolos creados por el
mundo moderno, ateo y anti-religioso. No podemos tampoco decir que son los “medios”
los únicos responsables de la difusión de los disparates perversos de Francisco.
Él habla el lenguaje vulgar de los medios, él quiere la difusión de los medios.
Él está de acuerdo con la política y el apoyo de los medios. Ellos –los medios-
saben para quién trabajan. Y, el que
trabaja para ellos, Francisco, sabe cómo hacerlo, “Él usa de la apariencia del Cordero, pero
habla como Dragón”.
Antonio Gramsci, el ideólogo comunista italiano observó agudamente, con
admiración, la sabia estrategia de la Iglesia por hacer como un reservorio de
su doctrina especialmente en el campesinado. La gente sencilla, enraizada en la
tierra, y, ese contacto profundo con la tierra es lo que produce en el hombre esa intuición de su
dependencia y de su pequeñez como creatura ante el misterio profundo de la Creación.
Esta gente es realmente como la buena tierra de la parábola. Precisamente, para
Lenin, uno de los principales enemigos a destruir fue, para él, el campesinado.
En cambio, el hombre de la ciudad, vive en un mundo artificial, en un mundo
“creado” por el hombre, en un mundo engañosamente suficiente en sí mismo;
cerrado a la trascendencia. Un mundo preparado para ser transformado en otra
cosa. El hombre de ciudad vive en el mundo inhumano de la fábrica, en el mundo
de la máquina, el mundo de los hombres robotizados y, como consecuencia, en un
mundo lleno -como no podría ser de otra manera- de resentimientos, era pues el campo propicio para manejar la revolución.
En cambio, un mundo abierto a la trascendencia de lo divino es un mundo que
conforma esa filosofía popular que llamamos “el sentido común”. Gramsci vio en
ello un obstáculo muy difícil de vencer. Un enemigo al que había que destruir
para asegurar la victoria de una nueva doctrina: la doctrina de la nueva fe; de
la nueva religión: la religión del hombre; la religión del anticristo. El
verdadero enemigo del marxismo no es un enemigo económico sino cultural. Para
lograr el triunfo de la filosofía del ateísmo el ataque se llevará a cabo en el
terreno cultural. Hay que conformar en la sociedad una nueva mentalidad. Esta
nueva mentalidad, que estará en contra de todo aquello que hasta no hace mucho
se conocía como “el orden natural”, contra todo aquello que llamábamos también
“el sentido común”. Para cambiar esa mentalidad, todo -en el terreno cultural-
debe respirar y difundir este espíritu nuevo, esta filosofía nueva, que, para
ser efectiva, además, debe ser vivida
por todas las gentes, debe ser trasladada a su vida cotidiana hasta por los más
sencillos e ignorantes (desde el punto de vista intelectual). Esta tarea debe
conformarse con el auxilio y colaboración de todos los medios: la educación, las
artes, los entretenimientos, la información, los deportes, etc. Nada debe ser
ignorado, nada debe ser despreciado como inútil, todo debe ser tomado, transformado, regido y dirigido por esta nueva
mentalidad. Los “intelectuales” deberán formarse en esta mentalidad como los
artífices y dirigentes de la sociedad del nuevo hombre, del nuevo orden
mundial. Los enemigos de esto son: la Religión, la familia, la Patria, el
ejército, la naturaleza, la cultura antigua (entendiendo por ello especialmente
a la Cristiandad). El nuevo orden a implantar es la unión entre el Capitalismo
y el Marxismo con su propia moral y su hedonismo. Que son, y han sido siempre,
solo “enemigos en apariencia”. Ambas ideologías tienen como fundamento la fe en
las solas fuerzas humanas y en la independencia y negación de todo orden
superior al hombre; el hombre libre “de todo aquello que se llame Dios”. Una
sola cosa los une visiblemente: su odio ancestral a Cristo.
Callar en este momento acerca del verdadero destino del hombre y sobre las
fuerzas que se están afanando en su destrucción (incluido un falso “poder
espiritual”) es una responsabilidad que no podemos ignorar como cristianos.
Éste quizás, sea el peor momento en toda la historia de la Iglesia hasta hoy, (aunque
tal vez, en el futuro, vendrán tiempos peores). Por eso la importancia de la palabra y del
testimonio. Es algo de lo que Dios Nuestro Señor nos pedirá cuentas. A cada
cual según su estado, pero a todos por igual, como hijos suyos que pretendemos
ser.
Todavía hay ciegos que se resisten a ver esto, incluyendo entre estos a personas
presuntamente advertidas por oficio y vocación, o con una formación al menos suficiente
como para para advertirlo. Pero, todo esto ya está anunciado proféticamente por
Jesucristo, el Hijo de Dios vivo: “Si no se acortaren aquellos días, aún los
escogidos –si fuera posible- podrían ser seducidos (o engañados) pero, por amor
a ellos esos días serán acortados”.
Mientras tanto, esos escogidos por Dios, deberán dar el testimonio de la
Verdad hasta el fin. Con la gracia de Dios todo es posible, sin ella, nada.
Jesucristo Señor Nuestro tenga misericordia de nosotros y nos dé su luz y las
fuerzas necesarias para perseverar hasta el fin.
Cuidado con acusar de “celo amargo” a los que sufren por la fe mientras
usan, ellos sí, usan de un celo amargo para defender a aquellos que, con
apariencias de buenos pastores, quieren hacer entrar, a la fuerza (por
obediencia), al redil en el falso aprisco de los falsos pastores.
¡Dios nos libre de ellos!
Alberto M. Borromeo