Miércoles, 24 de
febrero de 2016
Monseñor Marcel Lefebvre |
NdB: Monseñor Lefebvre dijo en su declaración del 21 de
Noviembre de 1974:
"Las reformas han contribuido y siguen contribuyendo, a
la aniquilación del Sacrificio y de los Sacramentos." ¿Que significa la
aniquilación del Sacrificio y de los Sacramentos? Sin duda está relacionado a
la validez de la misa nueva, la cual es lícito dudar (Breve examen crítico del
Novus Ordo Missae), y la validez de los Sacramentos reformados (cambios en el
rito de Confirmación, Ordenación Sacerdotal y Consagración Episcopal).
Monseñor Lefebvre dijo: "Ninguna autoridad, ni siquiera
la más elevada jerarquía, puede obligarnos a abandonar o disminuir nuestra Fe
católica, claramente expresada y profesada por el Magisterio de la Iglesia
desde hace diecinueve siglos." En la verdadera FSSPX nunca se ha negado la
autoridad del sumo pontífice, no se le obedece porque sostiene y promueve la
herejía modernista. El católico tiene el deber de resistir las enseñanzas de
falsas doctrinas aún enseñadas por el soberano Pontífice. "Pero aunque
nosotros mismos (dice San Pablo) o un ángel del Cielo os anunciase otro Evangelio
distinto del que os hemos anunciado, sea anatema" (Gálatas 1, 8)."
Continúa Mons.
Lefebvre: "La única actitud de fidelidad a la Iglesia y a la doctrina
católica, para nuestra salvación, es el rechazo categórico de la aceptación de
la Reforma." El rechazo categórico, significa no aceptar NADA de la
reforma. No significa aceptar algo "bueno" en lo malo y por eso
«bueno» ponerse en riesgo de beber el veneno completo.
A continuación el artículo del padre Pivert, publicado en Non Possumus en el 2014. Mediante citas de
Mons. Lefebvre se puede constatar que no hay confusión, la iglesia oficial es
la iglesia conciliar, esa iglesia no es la Iglesia Católica. La verdadera línea de la resistencia a la Neo
FSSPX consiste en seguir las enseñanzas de Mons. Lefebvre y no innovaciones ni ambigüedades.
Viva Cristo Rey
Santa María de Guadalupe ruega por nosotros
IGLESIA CATOLICA
E IGLESIA CONCILIAR
R.P PIVERT
Todo el problema de la crisis de
la Tradición yace en el desconocimiento del modernismo y en el temor de cisma,
el temor de afirmar la existencia de una iglesia conciliar o de una secta
conciliar en la Iglesia. En cuanto al conocimiento del modernismo, no podemos
tratarlo aquí, es suficiente proporcionarles esta cita de San Pío X en su
Encíclica Pascendi sobre el modernismo: “Y ahora, abarcando con una sola mirada
la totalidad del sistema, ninguno se maravillará si lo definimos afirmando que
es un conjunto de todas las herejías. Pues, en verdad, si alguien se hubiera
propuesto reunir en uno el jugo y como la esencia de cuantos errores existieron
contra la fe, nunca podría obtenerlo más perfectamente de lo que han hecho los
modernistas”. Por lo demás, estamos obligados a dirigir a nuestros lectores a
los numerosos estudios sobre el tema.
En cuanto a la iglesia conciliar,
creemos necesario recordar la clara enseñanza de Monseñor Lefebvre.
Comenzaremos dando la célebre declaración del 21 de noviembre de 1974, después
de la cual daremos los textos que la completan y la precisan.
Declaración del 21 de noviembre de 1974.
Nos adherimos de todo corazón,
con toda el alma a la Roma católica, guardiana de la Fe católica y de las
tradiciones necesarias para el mantenimiento de esa Fe, a la Roma eterna,
maestra de sabiduría y de verdad.
En cambio, nos negamos (como nos
hemos negado siempre) a seguir la Roma de tendencia neomodernista y
neoprotestante, que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II, y
después del Concilio, en todas la reformas que de él surgieron.
En efecto, todas esas reformas
han contribuido y siguen contribuyendo a la destrucción de la Iglesia, a la
ruina del Sacerdocio, a la aniquilación del Sacrificio y de los Sacramentos, a
la desaparición de la vida religiosa, a una enseñanza naturalista y
teilhardiana en las universidades, los seminarios, la catequesis, enseñanza
surgida del liberalismo y del protestantismo condenados repetidas veces por el
Magisterio de la Iglesia.
Ninguna autoridad, ni siquiera la
más elevada jerarquía, puede obligarnos a abandonar o disminuir nuestra Fe
católica, claramente expresada y profesada por el Magisterio de la Iglesia
desde hace diecinueve siglos.
"Pero aunque nosotros mismos
(dice San Pablo) o un ángel del Cielo os anunciase otro Evangelio distinto del
que os hemos anunciado, sea anatema" (Gálatas 1, 8).
¿No es eso lo que hoy en día nos repite el Santo Padre? Y si
manifestase cierta contradicción en sus palabras y en sus actos así como en los
actos de los dicasterios, entonces optamos por lo que siempre se ha enseñado y
hacemos oídos sordos a las novedades destructoras de la Iglesia.
No se puede modificar
profundamente la "lex orandi" sin modificar la "lex
credendi". A Misa nueva corresponde catecismo nuevo, sacerdocio nuevo,
seminarios nuevos, universidades nuevas, iglesia carismática, pentecostalista,
cosas todas contrarias a la ortodoxia y al Magisterio de siempre.
Esta reforma, por haber surgido
del liberalismo, del modernismo, está completamente emponzoñada; sale de la
herejía y desemboca en la herejía, aún cuando todos sus actos no sean
formalmente heréticos. Resulta, pues, imposible a todo católico consciente y
fiel adoptar esta reforma y someterse a ella, de cualquier manera que sea.
La única actitud de fidelidad a
la Iglesia y a la doctrina católica, para nuestra salvación, es el rechazo
categórico de la aceptación de la Reforma.
Por eso, sin rebeliones, sin
amarguras, sin resentimientos, proseguimos nuestra obra de formación sacerdotal
a la luz del Magisterio de siempre, persuadidos de que podemos rendir mejor
servicio a la Santa Iglesia Católica, al Sumo Pontífice y a las generaciones
futuras.
Por eso nos atenemos firmemente a
todo lo que fue creído y practicado, en la Fe, las costumbres, el culto, la
enseñanza del catecismo, la formación del sacerdote, la institución de la
Iglesia, por la Iglesia de siempre y a todo lo que codificado en los libros
publicados antes de la influencia modernista del Concilio, a la espera de que
la luz verdadera de la Tradición disipe las tinieblas que obscurecen el cielo
de la Roma Eterna.
Al obrar así, con la gracia de Dios,
el auxilio de la Virgen María, de San José, de San Pío X, estamos convencidos
de que permanecemos fieles a la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana, a
todos los sucesores de Pedro, y de ser los "fideles dispensatores
mysteriorum Domini Nostri Jesu Christi in Spiritu Sancto". AMEN.
Fin del texto integral de la
Declaración del 21 de Noviembre de 1974.
La iglesia conciliar no
es católica.
Son ellos que hacen otra iglesia.
Ellos siguen siendo lo que son, ellos siguen siendo modernistas, siguen apegados
al concilio. Como el concilio es Pentecostés… El cardenal nos lo ha recordado
no sé cuántas veces: ¡No hay más que una Iglesia!... No es necesario hacer una
Iglesia paralela! Entonces esta iglesia, evidentemente, es la iglesia del
concilio. Entonces si se les habla de la Tradición: ¡Pero si el concilio es la
tradición ahora. Usted debe sumarse a la tradición de la Iglesia de hoy, no a
la que pasó. Ella pasó, ella pasó! ¡Súmese a la iglesia de hoy!
Entonces son ellos que hacen una iglesia paralela, no nosotros.
(Conferencia en
Ecône, 9 de junio de 1988).
Por lo tanto la situación es
extremadamente grave, pues parece que la realización del ideal masónico se ha
cumplido por la misma Roma, por el Papa y los cardenales. Los masones siempre
han deseado esto y ellos lo consiguen ya no por ellos sino por los mismos
hombres de Iglesia. (Ecône, retiro sacerdotal, septiembre de 1986)
La iglesia conciliar
es cismática.
Todos aquellos que cooperan a la
aplicación de esta alteración, los que aceptan y se adhieren a esta nueva
iglesia conciliar como la designó Su Excelencia Monseñor Benelli en la carta
que me dirigió en nombre del Santo Padre, el 25 de junio pasado, entran en
cisma. (Declaración al Figaro del 4 de agosto de 1976 e Itinéraires).
Roma está en la
apostasía
Es necesario resistir,
absolutamente aguantar, resistir hacia y contra todo. Y entonces, ahora, llego
a lo que sin duda les interesa más; pero yo digo: Roma ha perdido la fe,
queridos amigos. Roma está en la apostasía.
¡No estoy hablando palabras vacías! ¡Esa es la verdad! ¡Roma está en la
apostasía! Ya no podemos tener confianza en esa gente. ¡Ellos abandonaron la
Iglesia! ¡Ellos abandonaron la Iglesia! Es cierto, cierto. No podemos
entendernos. Es eso, les aseguro, es la sítesis. No podemos seguir a esa gente.
Verdaderamente nos enfrentamos a gente
que ya no tiene el espíritu católico, que ya no tienen el espíritu católico. Es
la abominación, verdaderamente la abominación.
Podemos decir que estas personas
que ocupan Roma actualmente son anticristos. No debemos preocuparnos de las
reacciones de esas gentes, nosotros no estamos ante gente honesta. (Conferencia
a los sacerdotes, Ecône, 4 de septiembre de 1987).
Esta selección de textos nos
ilumina con una claridad resplandeciente acerca de la Revolución doctrinal
inaugurada oficialmente en la Iglesia durante el Concilio y continuada hasta
nuestros días de tal forma que no podemos dejar de pensar en el “Trono de la
Iniquidad” pronosticado por León XIII o a la pérdida de la Fe por Roma
profetizado por Nuestra Señora de la Salette.
La adhesión y difusión por parte
de las autoridades Romanas de los errores masónicos, condenados tantas veces
por sus predecesores, es un gran misterio de iniquidad que arruina, desde sus
fundamentos la Fe Católica.
Esta dura y penosa realidad nos
obliga, en conciencia, a organizar nosotros mismos la defensa y protección de
nuestra Fe Católica. El hecho de ocupar la sede de la autoridad, no es ya, por
desgracia, una garantía de la ortodoxia de la fe de aquellos que las ocupan. El
mismo Papa difunde, desde entonces, sin descanso, los principios de una falsa
religión, que da como resultado una apostasía general.
El restaurador de la Cristiandad
es el sacerdote que ofrece el verdadero sacrificio, que administra los
verdaderos sacramentos, que enseña el verdadero catecismo en su misión de
pastor vigilante por la salvación de las almas.
Es alrededor de estos verdaderos
sacerdotes fieles donde los cristianos deben agruparse y organizar toda la vida
cristiana.
Todo espíritu de animadversión
hacia los sacerdotes que merecen total confianza disminuye la solidez y firmeza
de la resistencia contra los destructores de la Fe.
San Juan finaliza su Apocalipsis
con este llamamiento: “Veni Domine Jesu”. Ven Señor Jesús, mostraos por fin,
sobre las nubes del Cielo, manifestad vuestra Omnipotencia, ¡que vuestro Reino
sea universal y eterno! (Presentación del primer número de laDocumentación
sobre la Revolución en la Iglesia 4 de marzo de 1991, último texto de Monseñor
Lefebvre).
La verdadera Iglesia
son los fieles de la Tradición
Entonces, nosotros que tenemos la
dicha de comprender estas cosas, que tenemos la dicha de creer en la divinidad
de Nuestro Señor Jesucristo, en su realeza, debemos proclamarlo en nuestras
familias, en todas partes donde estemos. Debemos reunirnos en todas partes
donde haya grupos de cristianos que todavía creen en la divinidad de Nuestro
Señor Jesucristo, en su realeza, y que tienen el amor en su corazón, el amor
que la Santísima Virgen tiene por su Hijo Jesús. Pues bien, aquellos que tienen
este amor, son ellos que son la Iglesia. Son ellos. No son los que destruyen el
reino de Nuestro Señor. ¡Esto hay que decirlo abiertamente!
Somos nosotros quienes somos la
Iglesia católica. Son ellos los que se separan de la Iglesia católica. No somos
nosotros los que hacemos cisma. Nosotros queremos el reinado de Nuestro Señor.
Nosotros queremos que se le proclame. ¡Estamos dispuestos a seguirlos! Que
nuestros pastores digan en todas partes: Nosotros no queremos más que a un
Dios, Nuestro Señor Jesucristo. Solo tenemos un Rey: Nuestro Señor Jesucristo.
¡Entonces les seguiremos! (Homilía en Ecône, 28 de agosto de 1976).
No somos nosotros, sino los
modernistas quienes salen de la Iglesia.
En cuanto a decir “salir de la Iglesia VISIBLE”, es equivocarse
asimilando Iglesia oficial a la Iglesia visible.
Nosotros pertenecemos bien a la
Iglesia visible, a la sociedad de fieles bajo la autoridad del Papa, ya que no
rechazamos la autoridad del Papa, sino lo que él hace. Reconocemos bien al
Papa, a su autoridad, pero cuando se sirve de ella para hacer lo contrario de
aquello para lo cual se le ha dado, está claro que no se puede seguirlo.
¿Salir, por lo tanto, de la
Iglesia oficial? En cierta medida, ¡sí!, evidentemente. (…)
Si nos alejamos de esta gente, es
absolutamente de la misma manera que con las personas que tienen el SIDA. No se
tiene deseo de atraparlo. Ahora bien, tienen el SIDA espiritual, enfermedades
contagiosas. Si se quiere guardar la salud, es necesario no ir con ellos.
(Retiro Sacerdotal Ecône, 9 de septiembre de 1988).
Yo creo que nosotros estamos en
la Iglesia, y que nosotros somos los que estamos en la Iglesia y que nosotros
somos los verdaderos hijos de la Iglesia, y que los otros no lo son. Ellos no
lo son parque el liberalismo no es hijo de la Iglesia, el liberalismo está
contra la iglesia, el liberalismo es la destrucción de la Iglesia, en este
sentido ellos no pueden decirse hijos de la Iglesia. Nosotros podemos decirnos
hijos de la Iglesia porque continuamos la doctrina de la Iglesia, nosotros
mantenemos toda la verdad de la Iglesia, integralmente, tal como la Iglesia la
enseñó siempre (Conferencia en Ecône, 21 de diciembre de 1984).
¿De qué Iglesia
hablamos?
Lo que es importante es
permanecer en la Iglesia… en la Iglesia, es decir, en la fe católica de siempre
y en el verdadero sacerdocio, y en la verdadera misa, y en los verdaderos
sacramentos, en el catecismo de siempre con la Biblia de siempre. Esto es lo
que nos interesa. Es esto lo que es la Iglesia. Ser reconocidos públicamente es
secundario. (Conferencia en Ecône, 21 de diciembre de 1984).
Entonces no temamos estar de
alguna forma al margen de la iglesia oficial. Nosotros somos miembros de la
Iglesia católica y romana. Incluso si aquellos que ocupan las sedes episcopales
actualmente nos crean como fuera de la Iglesia. ¡Absolutamente no! Nosotros
somos las piedras vivas de la Iglesia católica. Son ellos que se alejan de la
Iglesia católica y que ya no predican la verdadera doctrina de la Iglesia.
(Sermón de Pascua, 19 de abril de 1987).
Dónde está la Iglesia
visible
Pienso que ustedes, que están
ahora en el Ministerio y que quisieron conservar la Tradición, tienen la
voluntad de ser sacerdotes como siempre, como lo fueron los santos sacerdotes
de antes, todos los santos párrocos y los santos sacerdotes que nosotros mismos
pudimos conocer en las parroquias. Ustedes continúan y representan de verdad la
Iglesia, la Iglesia Católica. Creo que es necesario convencerse de esto:
ustedes representan de verdad la Iglesia Católica.
No que no haya Iglesia fuera de
nosotros; no se trata de eso. Pero este último tiempo, se nos ha dicho que era
necesario que la Tradición entrase en la Iglesia visible. Pienso que se comete
allí un error muy, muy grave.
¿Dónde es la Iglesia visible? La
Iglesia visible se reconoce por las señales que siempre ha dado para su
visibilidad: es una, santa, católica y apostólica.
Les pregunto: ¿dónde están las
verdaderas notas de la Iglesia? ¿Están más en la Iglesia oficial (no se trata
de la Iglesia visible, se trata de la Iglesia oficial) o en nosotros, en lo que
representamos, lo que somos?
Queda claro que somos nosotros
quienes conservamos la unidad de la fe, que desapareció de la Iglesia oficial.
Un obispo cree en esto, el otro
no; la fe es distinta, sus catecismos abominables contienen herejías. ¿Dónde
está la unidad de la fe en Roma? ¿Dónde
está la unidad de la fe en el mundo? Está en nosotros, quienes la conservamos.
La unidad de la fe realizada en
el mundo entero es la catolicidad. Ahora bien, esta unidad de la fe en todo el
mundo no existe ya, no hay pues más de catolicidad prácticamente.
Habrá pronto tantas Iglesias
Católicas como obispos y diócesis. Cada uno tiene su manera de ver, de pensar,
de predicar, de hacer su catecismo. No hay más catolicidad.
¿La apostolicidad? Rompieron con
el pasado. Si hicieron algo bien, es eso. No quieren saber más del pasado antes
del Concilio Vaticano II. Vean el Motu Proprio del Papa que nos condena, dice
bien: “la Tradición viva, esto es Vaticano II”. No es necesario referirse a
antes del Vaticano II, eso no significa nada. La Iglesia lleva la Tradición con
ella de siglo en siglo. Lo que pasó, pasó, desapareció. Toda la Tradición se
encuentra en la Iglesia de hoy. ¿Cuál es esta Tradición? ¿A que está vinculada?
¿Cómo está vinculada con el pasado?
Es lo que les permite decir lo
contrario de lo que se dijo antes, pretendiendo, al mismo tiempo, guardar por
sí solos la Tradición. Es lo que nos pide el Papa: someternos a la Tradición
viva. Tendríamos un mal concepto de la Tradición, porque para ellos es viva y,
en consecuencia, evolutiva. Pero, es el error modernista: el santo Papa Pío X,
en la encíclica “Pascendi”, condena estos términos de “tradición viva”, de
“Iglesia viva”, de “fe viva”, etc., en el sentido que los modernistas lo
entienden, es decir, de la evolución que depende de las circunstancias
históricas. La verdad de la Revelación, la explicación de la Revelación,
dependerían de las circunstancias históricas.
La apostolicidad: nosotros
estamos unidos a los Apóstoles por la autoridad. Mi sacerdocio me viene de los
Apóstoles; vuestro sacerdocio les viene de los Apóstoles. Somos los hijos de
los que nos dieron el episcopado. Mi episcopado desciende del santo Papa Pío V
y por él nos remontamos a los Apóstoles. En cuanto a la apostolicidad de la fe,
creemos la misma fe que los Apóstoles. No cambiamos nada y no queremos cambiar
nada.
Y luego, la santidad. No vamos a
hacernos cumplidos o alabanzas. Si no queremos considerarnos a nosotros mismos,
consideremos a los otros y consideremos los frutos de nuestro apostolado, los
frutos de las vocaciones, de nuestras religiosas, de los religiosos y también
en las familias cristianas. De buenas y santas familias cristianas que germinan
gracias a vuestro apostolado. Es un hecho, nadie lo niega. Incluso nuestros
visitantes progresistas de Roma constataron bien la buena calidad de nuestro
trabajo. Cuando Mgr Perl decía a las hermanas de Saint Pré y a las hermanas de
Fanjeaux que es sobre bases como esas que será necesario reconstruir la
Iglesia, no es, a pesar de todo, un pequeño cumplido.
Todo eso pone de manifiesto que
somos nosotros quienes tenemos las notas de la Iglesia visible. Si hay aún una
visibilidad de la Iglesia hoy, es gracias a ustedes. Estas señales no se
encuentran ya en los otros. No hay ya en ellos la unidad de la fe; ahora bien
es la fe la que es la base de toda visibilidad de la Iglesia.
La catolicidad, es la fe una en
el espacio. La apostolicidad, es la fe una en el tiempo. La santidad, es el
fruto de la fe, que se concreta en las almas por la gracia del Buen Dios, por
la gracia de los Sacramentos. Es totalmente falso considerarnos como si no
formáramos parte de la Iglesia visible. Es increíble.
Es la Iglesia oficial la que nos
rechaza; pero no somos nosotros quienes rechazamos la Iglesia, bien lejos de
eso. Al contrario, siempre estamos unidos a la Iglesia Romana e incluso al Papa
por supuesto, al sucesor de Pedro.
Pienso que es necesario que
tengamos esta convicción para no caer en los errores que están extendiéndose
ahora. (Retiro Sacerdotal en Ecône, 9 de septiembre de 1988).
Estas son cosas que son fáciles
de decir. Meterse al interior de la Iglesia ¿qué quiere decir? Y por principio,
¿de qué Iglesia hablamos? Si es de la Iglesia conciliar, haría falta que
nosotros, que hemos luchado contra ella durante veinte años porque queremos a
la Iglesia católica, entremos es esta iglesia conciliar supuestamente para volverla
católica. Es una ilusión total. No son los inferiores que hacen los superiores,
sino los superiores que hacen a los inferiores”.
Fideliter. ¿No teme que a la
larga y cuando Dios le haya llamado a Sí, poco a poco la separación se acentúe
y que se tenga la impresión de una Iglesia paralela a lo que algunos llaman la
“Iglesia visible”?
Monseñor. Esta historia de la
Iglesia visible de Dom Gérard y M. Madiran es infantil. Es increíble que se
pueda hablar de Iglesia visible para designar a la Iglesia conciliar por
oposición a la Iglesia católica que intentamos representar y continuar. Yo no
digo que somos la Iglesia católica. No lo he dicho nunca. Nadie puede
reprocharme de haber querido nunca considerarme un papa. Pero representamos
verdaderamente a la Iglesia católica tal como era en todo tiempo puesto que
continuamos lo que ella siempre ha hecho. Somos nosotros quienes poseen las
notas de la Iglesia visible: la unidad, catolicidad, apostolicidad, santidad.
Es esto lo que constituye la Iglesia visible. (Monseñor Lefebvre, Fideliter n°70, julio-agosto de 1989).
Nosotros no tenemos la misma
religión.
Entrevista con el cardenal Seper,
tal y como la contó a los seminaristas:
-¡Escuchen! Nosotros no tenemos
ya la misma religión, vean, no tenemos la misma religión, eso no es posible.
Porque si hay algo que hemos buscado toda la vida, es el reino social de
Nuestro Señor Jesucristo. Ciertamente que la perfección es imposible, incluso
nosotros no somos perfectos. Entonces, si la perfección es imposible, nosotros
no hay que buscarla, entonces es el fin de todo, es el fin de la Iglesia. ¿De
qué sirve la Iglesia? No, es imposible, yo no puedo someterme a estas cosas, es
absolutamente imposible.
-Entonces él dijo: Pero usted
sabe, es grave, usted no puede permanecer en una situación así, usted
comprende, la Santa Sede está muy inquieta.
-¡Oh, eso me da igual! Yo no
cambiaré, no cambiaré de posición, yo no puedo cambiar, mi fe me lo prohíbe.
Entonces me fui. (Conferencia en Ecône el 20 de agosto de 1976).
Entonces nosotros no somos de esa
religión. No aceptamos esta nueva religión.
Nosotros somos de la religión de
siempre, somos de la religión católica, no somos de esta religión universal como
la llaman hoy en día. Ya no es la religión católica. Nosotros no somos de esa
religión liberal, modernista, que tiene su culto, sus sacerdotes, su fe, sus
catecismos, su biblia, su biblia ecuménica. Nosotros no la aceptamos. No
aceptamos la biblia ecuménica. No hay una biblia ecuménica. Existe la Biblia de
Dios, la Biblia del Espíritu Santo, que fue escrita bajo la influencia del
Espíritu Santo. Es la palabra de Dios. No tenemos derecho a mezclarla con la
palabra de los hombres. No hay biblia ecuménica que pueda existir. Hay sólo
una palabra, la palabra del Santo Espíritu. No aceptamos los catecismos que ya
no afirman nuestro Credo. Y así con lo demás. No podemos aceptar esas cosas. Es
contrario a nuestra fe. Lo lamentamos
infinitamente. (Sermón en Ecône, 29 de junio de 1976)
Nosotros debemos
separarnos
La voluntad del Vaticano II de
querer integrar en la Iglesia a los no-católicos sin exigirles conversión, es
una voluntad adúltera y escandalosa. El Secretariado para la Unidad de los
cristianos, por medio de concesiones mutuas –diálogo- conduce a la destrucción
de la fe católica, a la destrucción del sacerdocio católico, a la eliminación
del poder de Pedro y de los obispos; se elimina el espíritu misionero de los
apóstoles, de los mártires, de los santos. Mientras este Secretariado conserve
el falso ecumenismo como orientación, y mientras las autoridades romanas y
eclesiásticas lo continúen aprobando, se puede decir que siguen en ruptura
abierta y oficial con todo el pasado de la Iglesia y con su Magisterio oficial.
Por eso todo sacerdote que quiere permanecer católico tiene el estricto deber
de separarse de esta iglesia conciliar, mientras ella no recupere la tradición
del Magisterio de la Iglesia y de la fe católica.
La Fratenidad San Pio
X y el papa.
“Que se nos comprenda bien,
nosotros no estamos contra el papa en tanto él representa todos los valores de
la sede apostólica que son inmutables de la sede de Pedro, sino contra el papa
que es un modernista que no cree en su infabilidad, que hace el ecumenismo.
Evidentemente nosotros estamos contra la iglesia conciliar que es prácticamente
cismática,incluso si ellos no lo aceptan. En la práctica, es una iglesia
virtualmente excomulgada, porque es una iglesia modernista (Monseñor Lefebvre,
Fideliter n° 70, pág. 8).
Tomado de El Ariete Católico