Esta es la última entrega de “El golpe maestro de Satanás”,
El capítulo que cierra el libro.
Creemos no es redundar el repetir y
recalcar el tener en cuenta
la fecha, la oportunidad y el auditorio al que
fueron dirigidas
estas reflexiones y afirmaciones de
Monseñor Marcel Lefebvre
pues, pasando el tiempo y mucha agua
debajo del puente,
muchas cosas fueron clarificándose más
y la actitud de Monseñor, más
prudente y dubitativa al principio
sobre este drama de la Iglesia,
fue resolviéndose en otra actitud más firme y
decidida.
Hasta llegar, antes de su muerte, a la
conclusión de que,
con la Roma actual,
no era ya posible entendimiento alguno y solo
cabía esperar,
de ésta, con la Gracia de Dios,
una conversión de Roma a la Tradición,
al depósito inmutable del Evangelio de
Cristo.
Monseñor Marcel Lefebvre |
Este texto estaba destinado
a los alumnos del Seminario de Ecône.
Hemos sido autorizados a publicarlo aquí.
VII
Esta
actitud será diferente según la manera como se defina al Papa Pablo VI, porque
nuestra actitud hacia el Papa, como Papa y sucesor de Pedro, no puede cambiar.
La
cuestión es, pues, en definitiva: ¿el Papa Pablo VI ha sido o es todavía el
sucesor de Pedro? Sí la respuesta es negativa: Pablo VI no ha sido nunca Papa o
ya no lo es, nuestra actitud será la de los períodos "sede vacante";
eso simplificaría el problema. Algunos teólogos lo afirman, apoyándose en las
afirmaciones de los teólogos del tiempo pasado, admitidas por la Iglesia, y que
han estudiado el problema del Papa hereje, cismático o que abandona
prácticamente su cargo de Pastor supremo.
No
es imposible que esta hipótesis sea algún día confirmada por la Iglesia. Porque tiene en su favor
argumentos serios. En efecto, son numerosos los actos de Pablo VI que, realizados
por un obispo o por un teólogo hace veinte años, hubiesen sido condenados como
sospechosos de herejía, que favorecen la herejía. Ante el hecho de que el que
realiza esos actos es quien ocupa el trono de Pedro, el mundo aún católico, lo
que queda de él, estupefacto, perplejo, prefiere callar más bien que condenar,
prefiere asistir a la destrucción de la Iglesia antes que oponerse a ella, a la
espera de días mejores.
Sin embargo, queda por saber en qué
medida el Papa es el verdadero responsable de esos actos que favorecen la
herejía. Algunos responden que no lo es en absoluto, que está drogado,
prisionero, etcétera. Es una respuesta que no parece admisible. El Papa se
muestra en plena posesión de sus medios, muy consciente de su firme deseo de
hacer aplicar el Concilio y las reformas que de él derivan.
Entre las dos hipótesis, la del
Papa hereje y que ya no es, por consiguiente, Papa, y el Papa irresponsable,
incapaz de cumplir su cargo por la tiranía ejercida por los que lo rodean, ¿no
hay una respuesta más compleja pero quizás más real: la de Pablo VI, liberal, en
un grado muy profundo? Su liberalismo toma sus raíces en Lutero, Jean-Jacques
Rousseau, Lamennais, luego en personajes que ha conocido Marc
Sangnier, Fogazzaro, el "Maritain malo", Teilhard de Chardin, La
Pira, etcétera.
Paulo VI |
Formado en el liberalismo que es la
incoherencia intelectual y la incoherencia práctica, como lo define el
Cardenal Billot, él encarna una teoría católica o catolizante y una práctica
fundada sobre los falsos principios del liberalismo, del mundo moderno,
principios en los que
están imbuidos los enemigos de la Iglesia: protestantes, masones, marxistas;
principios de una filosofía hegeliana, subjetivista, irreal, evolutiva, que
está en la base de la democracia, de las falsas libertades individuales; todo eso bajo un espejismo de progreso, de
mutación, de dignidad de la persona humana, etcétera.
Esta incoherencia esencial del
liberal le da un doble rostro, una doble personalidad, una dualidad constante que provoca la autodestrucción.
Se puede decir que no hay peor mal
que el de tener en la Sede de Pedro
a un liberal convencido. De ahí la alegría de los enemigos de la Iglesia,
quienes la manifiestan públicamente. De ahí también el bloqueo de las reacciones
de los católicos fieles por el rostro aparentemente tradicional del Papa.
Es un segundo Lamennais, torturado,
inquieto, capaz de gran sentimentalismo y de reacciones crueles.
Me parece que esta respuesta
corresponde mejor a la historia del liberalismo y a la del propio Pablo VI. Ella
explica mejor todo lo que hizo y sigue haciendo. Ella ilumina el Concilio
Vaticano y el período posconciliar. Echa una luz lóbrega sobre el Vaticano y
los agentes que allí operan, de conformidad
con lo que han hecho los verdaderos liberales durante dos siglos.
Nuestra conclusión, en este caso,
es la siguiente: estamos con Pablo VI, sucesor de Pedro cuando cumple su papel; nos negamos a seguir a Pablo VI, sucesor de
Lutero, de Rousseau, de
Lamennais," etcétera.
El Magisterio oficial y perpetuo de
la Iglesia nos permite ver cuándo Pablo VI obra de una manera o de otra.
Estimamos nulos todos los
esfuerzos, todos los actos, todas las contrariedades que nos vienen de él para
obligarnos a seguir a Pablo
VI liberal
y destructor de nuestra Fe; aceptamos, por el contrario, todos los actos
tendientes a sostener
nuestra Fe católica, porque en la Iglesia, por voluntad de su Fundador y por
la naturaleza misma de la Iglesia, todo está ordenado a la Fe, prenda de la
vida eterna: todos los poderes, todas las leyes están ordenados a ese fin.
Utilizar esos poderes y esas leyes para la ruina de la Fe y de las
instituciones de la Iglesia es un evidente abuso de poder y una abierta
desobediencia a Nuestro
Señor. Colaborar con esta ruina, sometiéndose a un mandamiento inmoral, es
contribuir a la
desobediencia a Nuestro Señor.
Si pareciera imposible, como lo
afirman los progresistas y los que siguen a Pablo VI con los
ojos cerrados, que el Papa Pablo VI sea verdaderamente Papa y favorezca
al mismo tiempo la herejía, y, por consiguiente, si
pareciera que es contrario a las promesas hechas por Nuestro Señor Jesucristo
que un Papa sea profundamente liberal, entonces sería preciso adherirse a la
primera hipótesis. Pero eso no parece evidente. Es el cardenal Daniélou quien dice, en la última
obra publicada al respecto, que el papa Pablo VI es un liberal.
De todas
maneras, debemos rezar mucho por el Papa para que guarde fielmente el depósito
de la Fe que le ha sido confiado.
2.
¿Cuál debe ser nuestra actitud respecto de la nueva Misa, y por este hecho,
respecto de toda la reforma litúrgica, incluyendo la reforma del breviario,
del calendario litúrgico, del rito de los difuntos, etcétera?
Acá también nuestra actitud
dependerá de la definición que demos de esta reforma.
Si estimamos esta liturgia
reformada como herética e inválida, ya sea a causa de las modificaciones
introducidas en la materia y en la forma, ya sea a causa de la intención del
reformador inscrita en el nuevo rito y contraria a la intención de la Iglesia
Católica, es evidente que nos está prohibido participar en esos ritos
reformados: participaríamos en una acción sacrílega.
Esta opinión se apoya sobre razones
serias, pero no absolutamente evidentes. Por ello, me parece
imprudente afirmar que
pecan gravemente todos los que participan, de cualquier manera que sea,
en un rito reformado.
Dejando de lado las personas que
confieren los sacramentos según este nuevo rito, si se considera la reforma
general en los textos publicados por Roma, nos vemos obligados a decir, con
los cardenales Ottaviani y Bacci, que estos ritos se alejan de manera en verdad
inquietante de los textos definidos sobre ese tema en el Concilio de Trento. La
preocupación de un ecumenismo exagerado aproximó de tal manera esta reforma a
la reforma protestante que de ello resulta un grave peligro de disminución de la
Fe y hasta de pérdida de la Fe para quienes usan esos ritos de manera habitual
y constante, y esto incluso en el caso de quienes se esfuerzan por guardar las
apariencias de la Tradición.
Este juicio se emite sobre los
textos reformados oficiales: "faventes heresiam".
Esos textos concluyen pues por
ejercer una influencia sobre la intención de muchos sacerdotes, sobre todo de
los jóvenes, alejándolos de la intención de hacer lo que hace la Iglesia
Católica, de ahí los riesgos de invalidez.
En efecto, los textos nuevos han
eliminado las alusiones al Sacrificio propiciatorio, han aumentado la atmósfera
de comida, de Cena, en detrimento del Sacrificio; han disminuido la adoración,
las señales de la Cruz, las genuflexiones.
Todo en el nuevo rito tiende a
reemplazar el dogma católico sobre la Misa y definido por el Concilio de
Trento, por las nociones protestantes.
De esta manera, la intención
terminará por aplicarse a un rito protestante y ya no a lo que hace la Iglesia
de siempre y para siempre.
Hay que añadir las malas
traducciones, las adaptaciones, la creatividad, etc., otras tantas causas de
invalidez posible, y, en todo caso, de sacrilegios.
La conclusión es evidente: es un
deber abstenernos habitualmente, no aceptar asistir sino en casos
excepcionales: casamiento, entierro, y cuando se tiene la certeza moral de que
la Misa es válida y no sacrílega.
Y esto vale para toda la reforma
litúrgica.
Es mejor no asistir sino una vez al
mes a la verdadera Misa y si fuera necesario incluso de manera más espaciada
todavía, antes que participar en un rito que tiene sabor protestante, que nos
priva de la adoración debida a Nuestro Señor y tal vez hasta de Su presencia.
Los padres deben explicar a sus
hijos por qué prefieren rezar en casa antes que concurrir a una ceremonia
peligrosa para su Fe.
Sin palabras |
3.
Sobre la jurisdicción para los jóvenes sacerdotes de la Fraternidad.
Las leyes naturales y
sobrenaturales, es decir, el Decálogo y el Derecho Canónico, están todas
ordenadas a la vida. Por eso, el legislador ha previsto que, en peligro de
muerte y, sobre todo, de muerte sobrenatural, o incluso en los casos urgentes
en que se requiere el empleo de los medios necesarios para conservar la vida
sobrenatural, los poderes son concedidos por el Derecho a quienes tienen la
facultad radical de adquirirlos (C.I.C. 882; 2261,2).
Ahora bien, en el ambiente de la
reforma litúrgica, las dudas sobre la validez de los Sacramentos se tornan mes
a mes más numerosas. Los propios ritos nuevos llevan en sí serias dudas. Las
almas están en una situación de continuo peligro de muerte.
Es pues normal e incluso necesario que los sacerdotes utilicen
esos poderes excepcionales para ir en socorro de esas almas abandonadas y que
languidecen.
La censura en que hubieran
incurrido, incluso si fuese válida, no podría dispensarlos de ir en socorro de
las almas que les suplican les comuniquen la gracia que les es necesaria para
su vida sobrenatural y que están ciertas de recibir por el ministerio de esos
jóvenes sacerdotes, puesto que ellos utilizan los ritos milenarios que la
Iglesia Católica ha empleado siempre para transmitir la gracia.
Eso vale para los bautismos,
confesiones, extremaunción.
Para el matrimonio, son los propios
futuros esposos quienes reciben esta autorización por el Derecho, y el
sacerdote que no es delegado oficialmente debe, sin embargo, ser testigo del
Sacramento del matrimonio si está cerca y si ningún otro sacerdote puede o
quiere asistir (Canon 1098).
Lo que interesa gravemente es que
en cada priorato2 se lleven con exactitud los registros concernientes
a la recepción de los Sacramentos, para que cuando se vuelva a una situación
normal esos registros sean colocados en los archivos de las diócesis, al menos
una copia. (Deben redactarse siempre en ejemplar doble, de los cuales uno debe
remitirse a los archivos del distrito cuando esté completo).
2 Véase nota de la pagina 79.
4.
¿Cómo considerar el retorno a una situación normal?
Como se trata del porvenir, sabemos
que pertenece a Dios y que es, pues, difícil hacer previsiones.
Sin embargo, comprobemos en primer
lugar, que la anomalía en la Iglesia no vino de nosotros, sino de aquéllos que
se esforzaron por imponer una orientación nueva a la Iglesia, orientación
contraria a la Tradición e incluso condenada por el Magisterio de la Iglesia.
Si parecemos estar en una situación
anormal es porque aquéllos que hoy tienen la autoridad en la Iglesia queman lo
que antes habían adorado y adoran lo que antes era quemado.
Los que se han apartado de la vía
normal y tradicional son quienes tendrán que volver a lo que la
Iglesia ha enseñado siempre y a lo que siempre ha realizado.
¿Cómo podrá hacerse esto?
Humanamente hablando, parece sí que sólo el Papa, digamos un Papa, podrá
restablecer el orden destruido en todos los campos.
Pero es preferible dejar estas
cosas a la Providencia divina.
Sin embargo, nuestro deber consiste
en hacer todo para conservar el respeto de la jerarquía en la medida en que
sus miembros aún forman parte de ella, y saber hacer la distinción entre la
institución divina a la cual debemos estar muy aferrados, y los errores que
pueden profesar unos malos pastores. Debemos hacer cuanto sea posible para
iluminarlos y convertirlos por nuestras oraciones, y nuestro ejemplo de
mansedumbre y firmeza.
A medida que se fundan nuestros
prioratos tendremos esta preocupación de insertarnos en las diócesis mediante
nuestro verdadero apostolado sacerdotal sometido al sucesor de Pedro, como
sucesor de Pedro, no como sucesor de Lutero o de Lamennais. Tendremos respeto
e incluso afecto sacerdotal por todos los sacerdotes, esforzándonos por darles
la verdadera noción del Sacerdocio y del Sacrificio, por acogerlos para
retiros, por predicar misiones en las parroquias como San Grignion de Montfort,
predicando la Cruz de Jesús y el verdadero Sacrificio de la Misa.
Así, por la gracia de la Verdad, de
la Tradición, se desvanecerán los prejuicios a nuestro respecto, al menos de
parte de los espíritus todavía bien dispuestos y nuestra futura inserción
oficial se verá, por ello, grandemente facilitada.
Evitemos los anatemas, las
injurias, las pullas, evitemos las polémicas estériles, recemos,
santifiquémonos, santifiquemos las almas que vendrán a nosotros cada vez más
numerosas, en la medida en que encuentren en nosotros aquello de lo cual tienen
sed: la gracia de un verdadero sacerdote, de un pastor de almas, celoso,
fuerte en su Fe, paciente, misericordioso, sediento de la salvación de las
almas y de la gloria de Nuestro Señor Jesucristo.
El Padre Pio celebrando la Santa Misa |