Hacemos entrega aquí del segundo
capítulo del libro de Monseñor Marcel Lefebvre titulado
“El golpe maestro de Satanás”.
Como el título lo indica, Monseñor nos dice en dónde está
la verdadera obediencia
y en qué consiste realmente.
El Concilio Vaticano II se valió de
la “obediencia” para imponer sus nefastos cambios:
Golpe maestro de Satanás
II
Querido Padre, hoy tenéis la alegría de celebrar la Santa
Misa en medio de los vuestros, rodeado de vuestra familia, de vuestros amigos,
y con gran satisfacción nos hallamos hoy cerca vuestro para deciros también
toda nuestra alegría y todos nuestros augurios para vuestro apostolado futuro,
por el bien que haréis a las almas.
Rezamos en este día especialmente a San Pío X, nuestro santo
patrono, cuya fiesta celebramos hoy y que estuvo presente en todos vuestros
estudios y en toda vuestra formación. Le pediremos que os dé un corazón de
apóstol, un corazón de santo sacerdote como el suyo. Y puesto que estamos aquí,
muy cerca de la ciudad de San Hilario y de Santa Radegunda y del gran cardenal
Pie, ¡pues bien!, pediremos a todos estos protectores de la ciudad de Poitiers
que vengan en vuestro auxilio para que sigáis su ejemplo, y para
que conservéis, como ellos lo hicieron en tiempos difíciles, la Fe católica.
Habríais
podido ambicionar una vida feliz, quizás fácil y cómoda en el mundo, puesto que
habíais preparado ya estudios de medicina. Habríais podido, por consiguiente,
desear otro camino que el que habéis escogido. Pero no, habéis tenido la
valentía, incluso en nuestra época, de venir a pedir la formación sacerdotal en
Ecône. Y, ¿por qué en Ecône?
Porque allí habéis encontrado la Tradición, porque allí habéis encontrado
lo que correspondía a vuestra Fe. Esto fue para vos un acto de valentía que
os honra.
Y es por
eso que quisiera responder, con algunas palabras, a las acusaciones que se han
hecho estos últimos días en los diarios locales a raíz de la publicación de la
carta de monseñor Rozier, obispo de Poitiers. ¡Oh!, no para polemizar. Tengo
buen cuidado de evitarlo, no tengo por costumbre el contestar a esas cartas y
prefiero guardar silencio. Sin embargo, me parece que está bien el que os
justifique porque en esa carta estáis implicado igual que yo. ¿Por qué ocurre
esto? No a causa de nuestras personas, sino por la elección que hemos hecho.
Somos incriminados porque hemos elegido la supuesta vía de la desobediencia.
Pero se trataría de que nos entendamos precisamente sobre lo que es la vía de
la desobediencia. Pienso que podemos en verdad decir que si hemos elegido
la vía de la desobediencia aparente, hemos elegido la vía de la obediencia
real.
Entonces
pienso que aquéllos que nos acusan han elegido quizás la vía de la obediencia
aparente pero de la desobediencia real. Porque los que siguen la nueva vía, los
que siguen las novedades, los que se adhieren a unos principios nuevos,
contrarios a los que nos fueran enseñados en nuestro catecismo, contrarios a
los que nos fueran enseñados por la Tradición, por todos los Papas y por todos
los Concilios, esos tales han elegido la vía de la desobediencia real.
Porque no
se puede decir que se obedece hoy a, la autoridad desobedeciendo a toda la
Tradición. La señal de nuestra obediencia es precisamente seguir la Tradición, ésa es la
señal de nuestra obediencia: "Jesús Christus heri, hodie et in saecula". Jesucristo ayer,
hoy y por todos los siglos.
Tradición. La señal de nuestra obediencia es precisamente seguir la Tradición, ésa es la
señal de nuestra obediencia: "Jesús Christus heri, hodie et in saecula". Jesucristo ayer,
hoy y por todos los siglos.
No se puede
separar a Nuestro Señor Jesucristo. No se puede decir que se obedece a
Jesucristo de hoy y que no se obedece a Jesucristo de, ayer, porque entonces
no se obedece a Jesucristo de mañana. Esto es muy importante. Por ello no
podemos decir: nosotros desobedecernos al Papa de hoy y por ello mismo
desobedecemos también a los de ayer. Nosotros obedecernos a los de ayer, por
consiguiente, obedecemos al de hoy y por consiguiente obedecemos a los de mañana.
Porque no es posible que los Papas no enseñen la misma cosa, no es posible que
los Papas se desdigan, que los Papas se contradigan.
Y es por
ello que estamos persuadidos de que siendo fieles a todos los Papas de ayer, a
todos los Concilios de ayer, somos fieles al Papa de hoy, al Concilio de hoy y
al Concilio de mañana y al Papa de mañana. Una vez más: "Jesús Christus heri, hodie et in saecu-la". Jesucristo
ayer, hoy y por todos los siglos.
Y si hoy,
por un misterio de la Providencia, un misterio que para nosotros es insondable,
incomprensible, estarnos en una aparente desobediencia, realmente no estamos
en la desobediencia, estamos en la obediencia.
¿Por qué
estamos en la obediencia? Porque creemos en nuestro Catecismo, porque tenemos
siempre el mismo Credo, el mismo Decálogo, la misma Misa, los mismos Sacramentos,
la misma oración: el Padre Nuestro de ayer, de hoy y de mañana. He ahí por qué
estamos en la obediencia y no en la desobediencia.
Por el
contrario, si estudiamos lo que se enseña hoy en la nueva religión, advertimos
que ellos ya no tienen la misma Fe, el mismo Credo, el mismo Decálogo, la misma
Misa, los mismos Sacramentos, ya no tienen el mismo Padre Nuestro. Basta abrir
los catecismos de hoy para darse cuenta de ello, basta leer los discursos que
se pronuncian en nuestra época para darnos cuenta de que aquéllos que nos
acusan de estar en la desobediencia son ellos quienes no siguen a los
Pupas, son ellos
quienes no siguen
a los Concilios, son ellos
quienes están en la desobediencia. Porque no se tiene el derecho a cambiar
nuestro Credo, a decir que hoy los Ángeles no existen, a cambiar la noción del
pecado original, a afirmar que la Virgen ya no es más la siempre virgen, y así
con lo demás.
No hay
derecho a reemplazar el Decálogo, por los Derechos del hombre; ahora bien y hoy
ya no se habla sino de los Derechos del hombre y no se le habla de sus deberes
que constituyen el Decálogo. ¡Aún no hemos visto que en nuestros catecismos
debamos reemplazar el Decálogo por los Derechos del hombre!... Y esto es muy
grave. Se ataca a los Mandamientos de Dios, ya no se defiende a todas las leyes
que conciernen a la familia y así con lo demás.
La Santísima
Misa, por ejemplo, que es el resumen de
nuestra Fe, que es precisamente nuestro catecismo viviente, la Santísima Misa
está desnaturalizada, se ha vuelto equívoca, ambigua. Los protestantes pueden
decirla, los católicos pueden decirla.
A este propósito,
nunca he dicho y nunca he seguido a quienes han dicho que todas las Misas
nuevas son Misas inválidas. No he dicho nunca cosa semejante, pero creo que, en
efecto, es muy peligroso habituarse a seguir la Misa nueva porque ya no
representa nuestro catecismo de siempre, porque hay nociones que se han vuelto
protestantes y que han sido introducidas en la nueva Misa.
Todos los
Sacramentos han sido, en cierta manera, desnaturalizados, se han vuelto como
una iniciación a una colectividad religiosa. Los Sacramentos no son eso. Los
Sacramentos nos dan la gracia y hacen desaparecer en nosotros nuestros pecados
y nos dan la vida divina, la vida sobrenatural. No estamos sólo en una
colectividad religiosa puramente natural, puramente humana.
Es por ello
que estamos adheridos a la Santa Misa. Y estamos adheridos a la Santa Misa
porque es el catecismo viviente. No es únicamente un catecismo que está escrito
e impreso sobre páginas que pueden desaparecer, sobre páginas que no dan la
vida en la realidad. Nuestra Misa es el catecismo viviente, es nuestro Credo
viviente. El Credo no es otra cosa que la historia, yo diría, el canto en
cierta manera de la redención de nuestras almas por Nuestro Señor Jesucristo.
Cantamos las alabanzas de Dios, las alabanzas de Nuestro Señor, nuestro
Redentor, nuestro Salvador que se hizo Hombre para derramar su sangre por
nosotros y así dio nacimiento a su Iglesia, al Sacerdocio, para que la
Redención continúe, para que nuestras almas sean lavadas en la Sangre de
Nuestro Señor Jesucristo por el Bautismo, por todos los Sacramentos, y para que
así tengamos participación de la naturaleza de Nuestro Señor Jesucristo mismo,
de su naturaleza divina por medio de su naturaleza humana y para que seamos
admitidos en la familia de la Santísima Trinidad por toda la eternidad.
He ahí
nuestra vida cristiana, he ahí nuestro Credo. Si la Misa ya no es más la continuación
de la Cruz de Nuestro Señor, del signo de su Redención, no es más la realidad
de su Redención, no es más nuestro Credo. Si la Misa no es más que una comida,
una eucaristía, un reparto, si uno puede sentarse alrededor de una mesa y
pronunciar simplemente las palabras de la Consagración en medio ele la comida,
esto ya no es más nuestro Sacrificio de la Misa. Y si ya no es más el Santo
Sacrificio de la Misa, lo que se realiza ya no es la Redención de Nuestro Señor
Jesucristo.
Necesitamos
la Redención de Nuestro Señor, necesitamos la Sangre de Nuestro Señor. No
podemos vivir sin la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Él vino a la tierra
para darnos su Sangre, para comunicarnos Su Vida. Hemos sido creados para eso,
y nuestra Santa Misa nos da la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Su
Sacrificio continúa realmente, Nuestro Señor está realmente presente con su
Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad.
Para esto Él
creó el Sacerdocio y para esto hay nuevos sacerdotes. Y es por ello que
queremos hacer sacerdotes que continuarán la Redención de Nuestro Señor
Jesucristo. Toda la grandeza, la sublimidad del Sacerdocio, la belleza del
sacerdote es celebrar la Santa Misa, pronunciar las palabras de la
Consagración, hacer descender a Nuestro Señor Jesucristo sobre el altar,
continuar Su Sacrificio ele la Cruz, derramar Su Sangre sobre las almas por el
Bautismo, por la Eucaristía, por el Sacramento de la Penitencia. ¡Oh! la
hermosura, la grandeza del sacerdocio, ¡una grandeza de la cual no somos dignos!
de la cual ningún hombre es digno. Nuestro Señor Jesucristo ha querido hacer
esto. ¡Qué grandeza! ¡Qué sublimidad!
Y esto es
lo que han comprendido nuestros jóvenes sacerdotes. Estad seguros de que ellos
lo han comprendido. Han amado la Santa Misa durante todo su seminario. Han
penetrado su misterio. No penetrarán nunca su misterio de una manera perfecta
incluso si Dios nos concediera una larga vida aquí abajo. Pero aman su Misa y
pienso que han comprendido y que comprenderán siempre mejor que la Misa es el
sol de su vida, la razón de ser de su vida sacerdotal para dar Nuestro Señor
Jesucristo a las almas y no simplemente para partir un pan de la amistad en el
cual ya no se encuentra Nuestro Señor Jesucristo. Y por consiguiente la gracia
ya no existe en unas Misas que serían puramente una Eucaristía, puramente significación
y símbolo de una especie de caridad humana entre nosotros.
He ahí por
qué estamos aferrados a la Santa Misa. Y la Santa Misa es la expresión del
Decálogo. ¿Qué es el Decálogo sino el amor de Dios y el amor del prójimo? ¿Qué
realiza mejor el amor de Dios y el amor del prójimo sino el Santo Sacrificio de
la Misa? Dios recibe toda gloria por Nuestro Señor Jesucristo y por su
Sacrificio. No puede haber acto de caridad más grande hacia los hombres que el Sacrificio de Nuestro Señor. Él
mismo, Nuestro Señor Jesucristo, lo dice: ¿hay un acto más grande de caridad
que dar su vida por aquéllos a quienes se ama?
Por
consiguiente, se realiza en el Sacrificio de la Misa el Decálogo: el acto más
grande de amor que Dios pueda tener de parte de un hombre y el acto más grande
de amor que podamos tener de parte de Dios para con nosotros. He ahí lo que es
el Decálogo: es nuestro catecismo viviente. El Santo Sacrificio de la Misa
está allí continuando el Sacrificio de la Cruz. Los Sacramentos no son sino la
irradiación del Sacramento de la Eucaristía. Todos los Sacramentos, son, en
cierta manera, como satélites del Sacramento de la Eucaristía. Desde el
Bautismo hasta la Extremaunción, pasando por todos los demás sacramentos, no
son sino la irradiación de la Eucaristía, porque toda gracia viene de
Jesucristo que está presente en la Sagrada Eucaristía.
Ahora bien,
el sacramento y el sacrificio están íntimamente unidos en la Misa. No se puede
separar el sacrificio del sacramento. El Catecismo del Concilio de Trento
explica esto magníficamente. Hay dos grandes realidades en el Sacrificio de la
Misa: el sacrificio y el sacramento, el sacramento dependiente del
sacrificio, fruto del sacrificio.
Esto es
toda nuestra santa religión y por ello estamos aferrados a la Santa Misa. Comprenderéis
ahora mejor quizás de lo que lo comprendisteis hasta hoy por qué defendemos esta Misa, la realidad
del Sacrificio de la Misa. Ella es la vida de la Iglesia y la razón de ser de
la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo. Y la razón de ser de nuestra
existencia es unirnos a Nuestro Señor Jesucristo en el Sacrificio de la Misa.
Entonces, si se quiere desnaturalizar nuestra Misa, arrancarnos en cierto modo
nuestro Sacrificio de la Misa, ¡comenzamos a gritar! Estamos siendo desgarrados
y no queremos que se nos separe del Santo Sacrificio de la Misa.
He aquí por
qué mantenemos firmemente nuestro Sacrificio de la Misa. Y estamos persuadidos
de que nuestro Santo Padre el Papa no lo ha prohibido y no podrá nunca prohibir
que se celebre el Santo Sacrificio de la Misa de siempre. Por otra
parte, el Papa San Pío V
dijo de manera solemne y definitiva, que suceda lo que suceda en el
futuro no se podría nunca impedir a un sacerdote la celebración de este
Sacrificio de la Misa y que todas las excomuniones, todas las suspensiones,
todas las penas que podrían sobrevenir a un sacerdote por el hecho de celebrar este Santo Sacrificio serían nulas de pleno derecho. Para el porvenir: "in futuro, in perpetuum".
Por
consiguiente, tenemos la conciencia tranquila, pase lo que pase. Si podemos estar
con la apariencia de la desobediencia, estamos en la realidad de la obediencia.
He aquí nuestra situación. Y conviene que la digamos, que la expliquemos,
porque somos nosotros los que continuamos la Iglesia. Los que desnaturalizan el
Sacrificio de la Misa, los Sacramentos, nuestras oraciones, los que ponen los
Derechos del hombre en lugar del Decálogo, que transforman nuestro Credo, son
ellos quienes están en la realidad de la desobediencia. Ahora bien, esto es lo
que se hace por los nuevos catecismos de hoy. Es por eso que sentimos una pena
profunda de no estar en perfecta comunión con los autores de estas reformas...
¡y lo lamentarnos infinitamente! Quisiera ir de inmediato a ver a monseñor
Rozier para decirle que estoy en perfecta comunión con él. Pero me es
imposible, si monseñor Rozier condena esta Misa que celebramos, poder estar en
comunión con él, pues esta Misa es la de la Iglesia. Y los que rechazan esta
Misa ya no están en comunión con la Iglesia de siempre.
Es
inconcebible que obispos y sacerdotes que fueron ordenados para esta Misa y con
esta Misa, que la han celebrado durante quizás veinte, treinta años de su vida
sacerdotal, la persigan ahora con un odio implacable, nos echen de las
iglesias, nos obliguen a decir Misas acá, al aire libre, cuando están hechas
para ser celebradas, precisamente, en esas iglesias construidas para decir esas
Misas. Y, ¿no es verdad que monseñor Rozier mismo dijo a uno de vosotros que
si fuéramos herejes y cismáticos nos daría iglesias para celebrar nuestras
Misas? Es una cosa inverosímil. Y por consiguiente, si ya no estuviéramos en
comunión con la Iglesia y fuéramos herejes o cismáticos, monseñor Rozier nos
daría iglesias. Así pues, es evidente que estamos todavía en comunión con la
Iglesia.
He ahí una
contradicción en su actitud que los condena. Saben perfectamente que estamos
en la verdad, porque no se puede estar fuera de la verdad cuando se continúa lo
que se hizo durante dos mil años, porque se cree únicamente en lo que se creyó
durante dos mil años. Esto no es posible.
Una vez más,
debemos repetir esta frase y repetirla siempre: "Jesús Christus heri,
hodie et in saecula". Si
estoy con Jesucristo de ayer, estoy con Jesucristo de hoy y estoy con
Jesucristo de mañana. No puedo estar con Jesucristo de ayer sin estar con Aquél
de mañana. Y porque nuestra Fe es la del pasado lo es también la del
futuro. Si no estamos con la Pe del pasado, no estamos con la Fe del
presente, no estamos con la Fe del porvenir. He ahí lo que es necesario creer
siempre, he ahí lo que es necesario mantener a toda costa y sin lo cual no
podemos salvarnos.
Pidámoslo
hoy de manera particular para estos queridos sacerdotes, para este querido
padre, a los santos protectores del Poitou: en especial, a San Hilario, a Santa
Radegunda que tanto amó la Cruz —fue ella quien trajo aquí, a esta tierra de
Francia la primera reliquia de la verdadera Cruz; ella amaba la Cruz y tenía
una gran devoción por el Sacrificio de la Misa—, y, finalmente, al Cardenal Pie
que fue un admirable defensor de la Fe católica durante el siglo pasado. Pidamos
a estos protectores del Poitou nos concedan la gracia de combatir sin odio, sin
rencor.
No seamos
nunca de aquéllos que buscan polemizar, desunir y dañar al prójimo. Amémoslos
de todo corazón pero mantengamos nuestra Fe. Mantengamos a toda costa la Fe en
la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
Pidámoslo a
la Santísima Virgen María. Ella no puede no haber tenido la fe perfecta en la
divinidad de su Divino Hijo. Ella lo amó con todo su corazón, Ella estuvo presente
en el Santo Sacrificio de la Cruz. Pidámosle la Fe que Ella tenía. En el
nombre del Padre...
(Homilía en Poitiers, 2 de setiembre de 1977)