viernes, 17 de enero de 2014

“LOS TRES DONES PRINCIPALES QUE DIOS NOS HA HECHO: EL PAPA, LA SANTÍSIMA VIRGEN Y EL SACRIFICIO EUCARÍSTICO”

Sexta entrega del libro
de Monseñor Lefebvre
"El golpe maestro de Satanás"

Homilía de S. E. Mons. Marcel Lefebvre
Con motivo del 30º aniversario
De su consagración episcopal

Ecône, 18 de setiembre de 1977

Monseñor Marcel Lefebvre

VI


Queridísimos hermanos, queridos amigos:

La Providencia tiene delicadezas, pues ha querido que este comienzo de cursos, que este nuevo comienzo de cursos del seminario coincida con el aniversario de mi consagración episcopal que tuvo lugar el 19 de setiembre de 1947 en mi ciudad natal (1). A pedido de amigos, hemos querido festejar de una manera particular este aniversario.

Ahora bien, esta mañana leíamos en el breviario las lecturas de Tobías. Se decía que el joven Tobías, cuando se encontraba rodeado de judíos, de hombres de su raza que adoraban los becerros de oro establecidos por el rey mismo de Israel, él, por el contrario, iba fielmente al templo y ofrecía los sacrificios previstos por la ley tal como Dios mismo lo había pedido. Él era, pues, fiel a la ley de Dios.

Y bien, esperemos que nosotros seamos también fieles a Dios, fieles a Nuestro Señor Jesucristo. Y Tobías fue luego llevado en cautividad a Nínive, y allí, dice la Sagrada Es­critura, cuando todos sus compatriotas se sometían al culto pagano que los rodeaba, guardó igualmente la Verdad: "retinuit omnem veritatem". Él conservó la Verdad. Creo que es una lección que nos da la Sagrada Escritura, y esperamos que nosotros también seamos fieles como Tobías lo fue, fiel en su juventud, fiel más tarde en la cautividad. No es verdad que hoy en día estamos, en cierta manera, en una cautividad que nos rodea por todas- partes, se manifiesta por todas partes, nos es impuesta por los que se someten al espíritu maligno, en el mundo y hasta en el interior de la Iglesia, por los que destrozan la Verdad, la tienen en esclavitud en lugar de manifestarla, de mostrarla.

Estamos en un mundo esclavo del demonio, esclavo de todos los errores de este mundo.

Pero queremos guardar la Verdad, queremos seguir manifestándola. ¿Y cuál es, por consiguiente, esta Verdad? ¿Tenemos nosotros su monopolio? ¿Somos a tal punto presuntuosos que podemos decir: nosotros tenemos la Verdad, los otros no la tienen? Esta Verdad no nos pertenece, no viene de nosotros, no ha sido inventada por nosotros. Esta Verdad nos es transmitida, nos es dada, está escrita, está viviente en la Iglesia y en toda la historia de la Iglesia. Esta Verdad es conocida, está en nuestros libros, en nuestros catecismos, en todas las actas de los Concilios, en las actas de los Sumos Pontífices, está en nuestro Credo, en nuestro Decálogo, en los dones que el Buen Dios nos ha concedido: el Santo Sacrificio de la Misa y los sacramentos. No somos nosotros quienes la hemos inven­tado. No hacemos sino perseverar en la Verdad.

Porque la Verdad tiene un carácter eterno. La Verdad que profesamos es Dios, Nuestro Señor Jesucristo que es Dios, y Dios no cambia. Dios permanece en la inmutabilidad, San Pablo es quien nos lo dice: "nec vicissitudinis obumbratio".

No hay ni siquiera una sombra de vicisitud en Él, una sombra de cambio en Dios. Dios es inmutable, "semper idem", siempre el mismo. Él es, por cierto, Él, la fuente de todo lo que cambia, de todo lo que se mueve en el universo, pero Él es inmutable.

Y por el hecho mismo de que profesamos a Dios como Verdad, entramos, de alguna manera, por la Verdad en la eternidad. No tenemos derecho a cambiarla, esta Verdad no puede cambiar, no cambiará jamás.

Los hombres han sido puestos en este mundo para recibir un poco de esta luz de la eternidad que desciende sobre ellos. De algún modo se vuelven, ellos también, eternos, inmortales, en la medida en que se aferran a la Verdad de Dios. En la medida en que se aferran a las cosas que cambian, a las cosas mudables, no están más con Dios. Y de esto es de lo que sentimos necesidad. Todos los hombres sienten esa necesidad. Tienen en ellos un alma inmortal que está ahora en la eternidad, alma que será feliz o desgraciada, pero esta alma existe, ya no morirá, esto es definitivo.

Los hombres, todos los que han nacido, todos los que tienen un alma han entrado en la eternidad. Y por ello tienen necesidad de las cosas eternas, de la verdadera eternidad que es Dios. No podemos privarnos de Él, esto forma parte de nuestra vida, es lo que hay más esencial en nosotros. He ahí por qué los hombres buscan la Verdad, la eternidad, porque tienen en sí mismos una necesidad esencial de eternidad.
¿Y cuáles son los medios mediante los cuales Nuestro Señor nos ha dado la eternidad, nos la comunica, nos hace entrar en nuestra eternidad, incluso aquí abajo? A menudo, cuando atravesaba esos países de África, cuando se me pedía ir a visitar las diócesis, elegía un tema que me era caro, muy sencillo por otra parte y que habéis oído ya muchas veces pero que concretizaba, para esos pueblos simples a quienes tenía que hablar, la Verdad. Yo les decía: pero ¿cuáles son los dones que Dios nos ha dado que nos hacen participar de la vida divina, de la vida eterna y que comienzan a ponernos en la eternidad?

Hay tres dones principales que Dios, que Nuestro Señor nos ha hecho: el Papa, la Santísima Virgen y el Sacrificio eucarístico.


San Pio X

El Papa

Y, en efecto, es un don extraordinario que hizo Dios al darnos el Papa, al darnos a los sucesores de Pedro, al darnos justamente esta perennidad en la Verdad que se nos comunica por los sucesores de Pedro, que debe ser comunicada por los sucesores de Pedro. Y parece inconcebible que un sucesor de Pedro pueda faltar, de alguna manera, a la comunicación de la Verdad que debe transmitir, porque no puede —sin casi desaparecer de la progenie de los Papas— no comunicar lo que los Papas han comunicado siempre: el depósito de la fe, que no le pertenece tampoco.

La Verdad del depósito de la Fe no pertenece al Papa. Es un tesoro de Verdad que ha sido enseñada durante veinte siglos. Y él debe transmitirlo fiel y exactamente a todos aquéllos a los cuales está encargado de hablar, de comunicar la Verdad del Evangelio. Él no es libre.

Y, por consiguiente, en la medida que sucediera, por circunstancias absolutamente misteriosas que no podemos comprender, que superan nuestra imaginación, que superan nuestra concepción, si sucediera que un Papa, que el que está sentado en la sede de Pedro viniera a oscurecer de alguna manera la Verdad que debe transmitir, o a no transmitirla ya fielmente, o a dejar difundir la oscuridad del error, a esconder en cierto modo la verdad, en ese caso debemos rogar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, para que se haga la luz en el que está encargado de transmitirla.

Pero no podemos cambiar de Verdad por eso, caer en el error, seguir al error, porque aquél que ha sido encargado de transmitir la Verdad fuese débil y dejara difundir el error alrededor suyo. No queremos que nos invadan las tinieblas. Queremos permanecer en la luz de la Verdad. Permanecemos en la fidelidad a lo que ha sido enseñado durante dos mil años. Porque es inconcebible que lo que ha sido enseñado durante dos mil años y que es, como os lo he dicho, una parte de eternidad, pueda cambiar.

Porque es la eternidad la que nos ha sido enseñada, es Dios eterno, es Jesucristo Dios eterno, y todo lo que está fijado en Jesucristo está fijado en la eternidad, todo lo que está fijado en Dios está fijado para la eternidad. Nunca se podrá cambiar la Trinidad, nunca se podrá cambiar el hecho de la obra redentora de Nuestro Señor Jesucristo por la Cruz, por el Sacrificio de la Misa. Son cosas eternas que pertenecen a la eternidad, que pertenecen a Dios.

¿Cómo alguno aquí abajo podría cambiar estas cosas? ¿Cuál es el sacerdote que sentiría el derecho de cambiar estas cosas, de modificarlas?   ¡Imposible, imposible!

Cuando conservamos el pasado, conservamos el presente y conservarnos el porvenir. Porque es imposible, yo diría metafísicamente, divinamente imposible, separar el pasado del presente y del porvenir. ¡Imposible! ¡O Dios no es más Dios! ¡O Dios no es más eterno!  O Dios no es más inmutable.

Y entonces no hay nada más que creer, estamos en el error, completamente.

Es por eso que, sin preocuparnos de todo lo que pasa en torno nuestro hoy en día, debiéramos cerrar los ojos ante el horror del drama que vivimos, cerrar los ojos, afirmar nuestro Credo, nuestro Decálogo, meditar el Sermón de la Montaña que es nuestra ley igualmente, aferrarnos al Santo Sacrificio de la Misa, aferrarnos a los Sacramentos, esperando que la luz se haga de nuevo alrededor nuestro.  Eso es todo.

He aquí lo que debemos hacer y no entrar en rencores, en violencias, en un estado de espíritu que no sería fiel a Nuestro Señor, que no estaría en la caridad.

Quedemos, permanezcamos en la caridad; oremos, suframos, aceptemos todas las pruebas, todo lo que nos pueda acontecer, todo lo que el Buen Dios pueda enviarnos. Hagamos corno Tobías: todos los suyos lo habían abandonado, ellos adoraban los becerros de oro, adoraban los dioses paganos, él permanecía fiel.

Y, sin embargo, él mismo debía quizás pensar que estando completamente solo en la fidelidad, se arriesgaba a faltar a la verdad. Pero no, él sabía que lo que Dios había enseñado a sus padres no podía cambiar. La Verdad de Dios existía y no podía cambiar. Nosotros también debemos apoyarnos sobre la Verdad que es Dios, ayer, hoy y mañana. "Jesús Christus heri, hodie et in saecula".

Y por eso yo diría: debemos guardar la confianza en el papado, debemos guardar la confianza en el sucesor de Pedro, en cuanto es sucesor de Pedro. Pero si por ventura él no fuera perfectamente fiel a su función, entonces debemos permanecer fieles a los sucesores de Pedro y no a quien no sería el sucesor de Pedro. Esto es todo. En efecto, él está encargado de transmitirnos el depósito de la Fe.

Nuestra Señora de La  Salette. "La que llora"

La Santísima Virgen María
El segundo don es el de la Santísima Virgen María.

La Santísima Virgen María, Ella, no cambió nunca. ¡Imaginad que la Santísima Virgen María haya podido cambiar sobre la idea que podía hacerse de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo su divino Hijo, sobre el sacrificio de la Cruz que Él debía padecer, sobre la obra de la Redención! La Santísima Virgen ¿pudo cambiar un ápice en su Fe? ¿Pudo, en alguna época de su vida, tener dudas, caer en el error? ¿Pudo dudar de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, dudar de la Santísima Trinidad, Ella que estaba llena del Espíritu Santo? ¡Imposible, inconcebible!

Ella estaba ya aquí abajo en la eternidad. La Santísima Virgen María, por su Fe, una Fe inmutable, profunda, no podía ser turbada de ninguna manera, esto es evidente.  A esta santa Madre debemos pedirle que tengamos su fidelidad, "Virgo fidelis", Virgen fiel.

No nos dejemos llevar por los ruidos que nos rodean; fidelidad, fidelidad, como la Santísima Virgen María.

Y añadiría a propósito de la Santísima Vir­gen María una cosa que me parece importante para nosotros en el momento que vivimos actualmente. A cada momento se nos dice: la Virgen ha dicho esto, aquello, la Virgen se ha aparecido aquí, la Virgen ha comunicado tal mensaje a tal persona. Por cierto, no esta­mos en contra de la posibilidad de una palabra que la Santísima Virgen pueda dirigir a personas de su elección, evidentemente. Pero estamos en un período tal, en este momento, que debemos desconfiar, debemos desconfiar.

El lugar de la Santísima Virgen María en la teología de la Iglesia, en la Fe de la Iglesia, es, en mi opinión, infinitamente suficiente para que la amemos sobre todas las creaturas después de Nuestro Señor Jesucristo, y para que tengamos hacia Ella una devoción que sea una devoción profunda, continua, cotidiana.

No es necesario para nosotros que tengamos que recurrir constantemente a mensajes de los cuales no estamos absolutamente ciertos vengan o no de la Santísima Virgen.  No hablo de las apariciones que han sido y son abiertamente reconocidas por la Iglesia. Pero debemos ser muy prudentes en lo que concierne a los rumores que oímos hoy por todos lados.  A cada instante recibo personas o comunicaciones que me serían enviadas de parte de la Santísima Virgen, o de Nuestro Señor, un mensaje recibido acá, otro recibido allá. Deseamos que la Santísima Virgen esté en nosotros todos los días.

Pero Ella lo está, lo sabemos, Ella está con nosotros. Ella está presente en todos nuestros Sacrificios de la Misa. Ella no puede separarse de la Cruz; de Nuestro Señor Jesucristo. Nuestra devoción a la Santísima Virgen debe ser profunda, perfecta, pero no debe depender de algún mensaje particular.



El Santo Sacrificio de la Misa
          Miniatura medieval


El Sacrificio Eucarístico

Finalmente, el tercer don de Nuestro Señor Jesucristo: el Sacrificio Eucarístico.

Dios, Jesucristo, se da Él mismo a nosotros mediante el Sacrificio Eucarístico. ¿Qué podía hacer más hermoso? y ¿a qué debemos estar más aferrados sino al Santo Sacrificio de la Misa? Lo digo a menudo a los seminaristas: si la Fraternidad sacerdotal San Pío X tiene una espiritualidad especial —no deseo que tenga una espiritualidad especial, no es que critique a los fundadores de órdenes como San Ignacio, Santo Domingo y San Vicente de Paul, etc., en una palabra, a los que han querido dar un sello especial a su congregación, sello que sin duda era querido por la Providencia en el momento en que ellos vivieron—, pienso que si hay un sello particular en nuestra Fraternidad sacerdotal San Pío X, es la devoción al Santo Sacrificio de la Misa.

Que nuestros espíritus, nuestros corazones, nuestros cuerpos sean como cautivados por el gran misterio del Santo Sacrificio de la Misa. Y, en la medida en que comprenderemos mejor este gran misterio del Sacrificio de la Misa y de la Eucaristía, porque el Sacrificio y el Sacramento están unidos, son las dos grandes realidades del Sacrificio de la Misa; en la medida en la cual profundizaremos estas cosas, comprenderemos mejor también lo que es el sacerdocio, la grandeza del sacerdocio. Porque está unido íntimamente, yo diría metafísicamente, al Sacrificio de la Misa. Y esto es muy importante en la época actual.

Tenemos necesidad de esto, mis queridos amigos. Tenéis necesidad de estar prendados por esta espiritualidad del Santo Sacrificio de la Misa. No sólo los sacerdotes, por otra parte, sino también nuestros religiosos, nuestros hermanos/nuestras religiosas y todos los laicos hoy, todos nuestros queridos fieles que están aquí presentes. Debemos tener por el Santo Sacrificio de la Misa una devoción más grande que nunca, porque ella es el fundamento, la piedra fundamental de nuestra Fe.

En la medida en que ya no tenemos esta devoción hacia el Santo Sacrificio de la Misa, en la medida en que hacemos de este Sacrificio una simple comida, en la medida en que las ideas protestantes se introducen entre nosotros, en esta medida arruinamos nuestra santa religión.

No me atrevo a citaros el ejemplo de lo sucedido en Chile durante los tres días que he pasado allí. Pero, sin embargo, puesto que eso me viene a la mente, os lo digo muy simplemente para mostraros hasta dónde ha llegado la degradación de la idea del Santo Sacrificio de la Misa en las personas más altas y más elevadas de la jerarquía católica. En el curso de nuestra permanencia en Santiago de Chile, apareció en la televisión una concelebración presidida por el obispo auxiliar de Santiago de Chile, rodeado —yo no he visto la televisión pero esto me lo han dicho numerosas personas que asistieron— de quince o veinte sacerdotes que concelebraban con él. Durante esta concelebración, el obispo auxiliar explicó a los fieles, por lo tanto, a todos los que lo veían por televisión, que era una comida, y que, por consiguiente, no veía inconveniente en que se fumara durante esa comida. Y él mismo fumó durante esta con­celebración.

¡He ahí a lo que se llega! ¡A qué degradación, a qué sacrilegio puede llegar un obispo delante de toda su feligresía! ¡Esto es inaudito, inconcebible! Habría que hacer repara­ción de cosas semejantes durante años, esto es un escándalo inimaginable. Pero eso nos muestra a qué nivel se puede llegar cuando ya no se está en la Verdad.

Entonces debemos estar aferrados al Sacrificio de la Misa como a la pupila de nuestros ojos, a lo que hay de más querido en nosotros, el más respetable, de más santo, de más sagrado, de más divino. Es lo que es este seminario.

Se dirá todo lo que se quiera del seminario, se lo criticará de todas partes: el seminario es esto, el seminario es aquello, se ha decidido en el seminario esto, se ha decidido en el seminario aquello. No se ha decidido nada en absoluto. No se ha cambiado nada en absoluto. El seminario permanece lo que es. Continúa siendo lo que era y aquello para lo cual ha sido fundado. El seminario permanece un seminario católico. Y si Dios me concede vida, el seminario no cambiará. Moriré antes que cambiar alguna cosa a la doctrina católica que debe ser enseñada, en el seminario.      

Queremos guardar la Fe., queremos hacer sacerdotes católicos, acabo de explicároslo, por las tres cosas principales de la Iglesia Católica: el Papa, la Santísima Virgen María y el Santo Sacrificio de la Misa. Éstos son los fundamentos de nuestra devoción aquí en Ecône.

Y suceda lo que suceda no cambiaremos, con la gracia de Dios. Entonces que se diga lo que se quiera; el seminario ha cambiado, el seminario ha tomado una nueva orientación, el seminario tiene esto, el seminario tiene aquello; es el diablo quien lo dice, porque quiere destruir el seminario. Evidentemente, no puede soportar a unos sacerdotes católicos, no puede soportar a unos sacerdotes que tienen la Fe.

Y acá es menester decirlo claramente: alrededor nuestro, un poco en todos los países, pero particularmente en Francia, hay tales divisiones entre los que quieren guardar la Fe católica, que estallan entonces las calumnias, las murmuraciones, las palabras exageradas, unas reflexiones insensatas, injustificadas. No nos ocupemos de todo eso. Dejemos hablar, obremos bien, hagamos la voluntad de Dios, según la voluntad de la Iglesia Católica, continuando lo que nuestros prede­cesores y nuestros antepasados hicieron, lo que el Concilio de Trento pidió que los obispos hagan, continuando la formación que siempre se ha dado a los sacerdotes y tendremos la certeza de estar en la Verdad.

Eso es todo. Permanezcamos en la serenidad, permanezcamos en la Fe. Y si, por ven­tura, nosotros no enseñásemos la Fe aquí, entonces dejadme, si no os enseño aquí la Verdad católica, partid, queridos seminaristas, ¡no os quedéis! Es un deber vuestro. Pero si yo enseño la Fe católica, si ella es enseñada aquí —tenéis toda la biblioteca a vuestra disposición para verificar si nosotros damos la Fe católica o si no la damos— entonces tened confianza en nosotros.

Pero nosotros haremos todo para que la Fe católica continúe siendo enseñada aquí, en su integridad, para que podáis, vosotros también, llevar esta verdad que es tan fecunda de gracia y de vida, porque la Verdad es también fuente de vida, fuente de gracia. Tenemos necesidad de esta vida, los fieles la reclaman.

¿Por qué tenemos pedidos de todas partes para tener sacerdotes? Porque los fieles tie­nen sed de la Verdad, sed de la gracia de Nuestro Señor, sed de la vida sobrenatural, sed de esta vida divina, sed de esta eternidad a la cual se dirigen.

Entonces tengamos confianza en lo que la Iglesia hizo siempre, no confianza en monseñor Lefebvre. Soy un pobre hombre como los demás, no tengo la pretensión de ser mejor que los demás, muy al contrario. No sé por qué el Buen Dios me ha permitido tener treinta años de episcopado. Pienso que si juzgase humanamente, hubiera preferido quedarme como misionero en los matorrales del Gabón, aislado, y no habría tenido todos los problemas que tuve durante mis treinta años de episcopado.

Pero el Buen Dios lo ha querido y el Buen Dios continúa probándonos, haciéndonos lle­var la cruz. Y bien, si es su voluntad, que se haga. Continuemos llevando la cruz. No es porque el Buen Dios nos imponga cruces que debemos abandonarlo. No tenemos que abandonar a Nuestro Señor, ¡al contrario! Debemos seguirlo.

Entonces, mis queridos amigos, sed fieles, fieles a Nuestro Señor, fieles a la Santísima Virgen María, fieles al Papa, sucesor de Pedro, cuando el Papa se muestra verdaderamente sucesor de Pedro, porque eso es él, de él tenemos necesidad. No somos gente que quiera romper con la autoridad de la Iglesia, con el sucesor de Pedro. Pero tampoco somos gente que quiera romper con veinte siglos de tradición de la Iglesia, con veinte siglos de sucesores de Pedro.

Hemos elegido. Hemos elegido ser obedientes en la realidad a todo lo que los Papas enseñaron durante veinte siglos, y no podemos creer que el que está en la sede de Pedro no quiera enseñar esas cosas, no lo podemos imaginar. Si por azar lo hiciera, pues bien, Dios lo juzgará. Pero nosotros no podemos ir al error porque haya una especie de ruptura en la cadena de los sucesores de Pedro.

Nosotros queremos permanecer fieles a los sucesores de Pedro que nos transmitan el depósito de la Fe. Y es en esto en lo que somos fieles a la Iglesia Católica, que permanecemos en la Iglesia Católica y que no haremos nunca cisma. Esto es imposible, porque en la medida en que estamos aferrados precisamente a esos veinte siglos de Tradición de la Iglesia, a esos veinte siglos de Fe de la Iglesia, no podemos hacer cisma. Eso es lo que nos garantiza que tenemos el presente y el futuro como os lo he dicho: "Jesus Christus heri, hodie et in saecula". Imposible separar el pasado del presente y del futuro. Apoyándonos en el pasado estamos seguros del presente y del futuro.

Así pues, tengamos confianza, pidamos a la Santísima Virgen que nos ayude en todas estas circunstancias. Ella es fuerte como un ejército ordenado para la batalla, Ella que ha sufrido el martirio, Reina de los mártires, en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Pues bien, ¿acaso no seguiremos a nuestra Santa Madre, acaso no estaremos con nuestra Santa Madre, listos para sufrir también el martirio para que la obra de la Redención continúe?

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.   Amén.



Ecône, 18 de setiembre de 1977.


1. Tourcoing, en el norte de Francia.