Monseñor Richard Williamson |
5
de Octubre de 2013
La mayoría de los lectores de
estos “Comentarios” han probablemente comprendido, a estas alturas, el grave
problema que está paralizando la defensa de la Fe por parte de la Fraternidad San
Pío X, y puede ser que preferirían leer, en su lugar, sobre otras cosas. Pero,
tal es el lío creado en millones de mentes hoy en día a causa del
desmoronamiento global de la Fe, que pienso que uno difícilmente pueda analizar
actualmente en demasía la naturaleza de la Fe, su necesidad, y como Ella es
socavada. Me permito entonces, sin desear estar siempre con la misma cantinela
sobre los recientes infortunios o fechorías de la FSPX, tomar prestado de su
historia del año pasado un ejemplo más de esta subversión.
El Capítulo General de la
Fraternidad de Julio de 2012 fue aclamado inmediatamente después por muchos de
sus participantes como un triunfo de la unidad de la Fraternidad sobre las
angustias y tensiones de los varios meses previos. Desde ese tiempo, sin
embargo, una visión más sobria del Capítulo ha superado la euforia, y un número
de los que tomaron parte en él lo ven más bien como habiendo sido un desastre
para la Fraternidad. Uno de los participantes, o capitulares como se llaman, ha
descripto el momento fatal cuando los 39 (excluido yo) líderes sacerdotales de
la Fraternidad pusieron su propia Fraternidad y sus Superiores encima de la
Doctrina de la Fe, tal como la masa de Obispos católicos lo hicieron en el
Vaticano II.
Las deliberaciones del Capítulo
propiamente dichas, se abrieron con un serio ataque doctrinal por parte del
Director del Seminario de la FSPX en Écône a la Declaración Doctrinal de
mediados de Abril, 2012, por la cual la FSPX se había oficialmente dispuesto a
comprometerse con los neo-modernistas en Roma sobre el Concilio, sobre la Nueva
Misa, sobre el Nuevo Código de Derecho Canónico y sobre la “hermenéutica de la
continuidad” del Papa Benedicto. El ataque fue expresado en términos moderados
y respetuosos, pero era de la mayor gravedad en cuanto a sustancia. Significó,
en efecto, que quienesquiera hayan bosquejado la Declaración o estimulado el
que haya sido sometida a Roma, eran incompetentes en Doctrina católica. Si
ellos eran conscientemente incompetentes, ellos eran traidores a la Fe. Si
inconscientemente, ellos estaban incapacitados para estar a la cabeza de una
Congregación católica fundada para defender la Fe. Así un silencio se produjo
en el Capítulo cuando los capitulares comenzaron a darse cuenta cuán grave era
la acusación implícita contra sus Superiores.
Pero entonces el Director del
Seminario de la Fraternidad en Argentina rompió el silencio diciendo que el
Capítulo no podía de ningún modo administrar una bofetada a su Superior
General, requiriendo de él retractarse de su Declaración. Tal retractación,
dijo él, estaría implícita en la Declaración final del Capítulo. Entonces algún
otro capitular suscitó un punto diferente y el Capítulo pasó a otros negocios.
Sin embargo, el problema doctrinal de la Declaración traicionera de mediados de
Abril no fue apropiadamente resuelto, ni por la Declaración final del Capítulo
o sus seis Condiciones para un futuro acuerdo con Roma, ni por una clara
subsecuente retractación por parte del Superior General él mismo, muy por el
contrario. Y la Fraternidad continúa siendo dirigida en la práctica en
concordancia con la misma política de hacerse blandos con los enemigos de la
Fe en Roma, quienes hacen añicos la Fe y con ello la Iglesia.
¿Cómo no pudieron ver los
capitulares que habían puesto el “respeto a los Superiores” encima de la Fe?
¿Cómo no pudieron ellos insistir en que el problema doctrinal, de lejos el
problema más importante enfrente de todo el Capítulo, debía quedar claro hasta
que todos ellos pudieran asir completamente que acción necesitaba ser
inmediatamente tomada y no astutamente pospuesta hasta el final del Capítulo?
La respuesta debe ser que ellos eran colectivamente, como los Obispos del
Vaticano II, hijos del mundo moderno para los cuales la Doctrina de la Fe no es
una necesidad vital sino simplemente algo que uno aprende en el seminario para
hacerse sacerdote y luego honra, pero más o menos patea hacia el ático.
Lectores, ¡lean!
Kyrie
eleison.