domingo, 20 de octubre de 2013

La Iglesia y la voz de la verdad

Alejandro Manzoni

“Tan ajena está la Iglesia de imponer silencio a la voz de la verdad, cuando la caridad la mueve; tan ajena se encuentra de descuidar ningún medio por el cual los hombres puedan mejorarse recíprocamente, que condena el respeto humano. Y esta misma expresión es suya; forma parte de aquellas que el mundo no hubiese podido inventar, porque incluye obligación y sentido sobrenatural de no callar la verdad en ciertos casos. De esta manera ha prevenido al espíritu débil contra el terror que la fuerza, la muchedumbre, la irrisión, la influencia de la doctrina mundana suelen imponerle; de esta manera  ha hecho libre la palabra en la boca del hombre  recto. La Iglesia ha mandado también la corrección fraterna; admirable temperamento de palabras, en la que, a la idea de corrección que tanto hiere los sentidos, va unida directamente a la idea de fraternidad, que recuerda los fines del amor, la debilidad común, y la disposición de recibir el que la hace de aquél a quien la dirige. La Iglesia no impide ninguna de las ventajas que pueden provenir de la sincera y desapasionada expresión de la verdad y del fundado y justo discernimiento de la virtud y del vicio.    
Permítaseme anotar aquí una reflexión sobrentendida en muchos pasajes de este escrito, y que expresamente se reproducirá y desenvolverá en algún otro. Siempre se cree encontrar en la religión un obstáculo a algún sentimiento, acción o institución justa y útil, generosa y que tienda al mejoramiento social, examinándolo bien, se verá o que el obstáculo no existe, y su apariencia provenía de no haber observado bastante  la religión, o que aquella causa no tiene los caracteres y fines que se creyeron a primera vista. Además de las ilusiones que pueden proceder de la debilidad de nuestro entendimiento, existe continua tentación de hipocresía, por decirlo así, hacia nosotros mismos, de la cual no están exentos ni siquiera los ánimos más puros y deseosos del bien; de una hipocresía que asocia instantáneamente la idea de un bien mejor, la idea de inclinación generosa a los deseos de las pasiones predominantes. De manera que el hombre, al examinarse a sí mismo, no puede algunas veces estar cierto de la absoluta rectitud de los fines que lo mueven; no puede discernir qué parte tengan el orgullo y la prevención. Si en este caso condenamos las reglas de la moral porque nos parecen deficientes, serviremos a sentimientos reprobados, y que tal vez combatimos en nuestro interior, pero que no se extinguen completamente en esta vida.”


“Observaciones sobre la moral católica”, 
Alejandro Manzoni, Págs. 225-226, de la edición de 1944, 
por Emecé Editores, Buenos Aires.