San Agustín por Antonello_da Messina |
¡Oh
Santos del cielo y bienaventurados, que después de haber pasado por este golfo
tan peligroso de nuestra mortalidad, habéis merecido llegar al puerto de
eterna paz y seguridad, adonde ya sin temor ni sobresalto gozáis de perpetua
fiesta y alegría! Yo os suplico, por vuestra caridad, que pues estáis
seguros, tengáis cuidado de nosotros, que no lo estamos; y pues tenéis cierta
vuestra gloria, tengáis solicitud de nuestra miseria. Yo os suplico por aquel
Señor que os escogió y beatificó, y por cuya Inmortalidad vosotros sois ya
inmortales, y con su vista gozosos y
bienaventurados, que siempre os acordéis de nosotros, y que nos socorráis,
pues todavía estamos cercados de peligros y navegamos por este mar turbulento
y tempestuoso.
Vosotros
sois aquellas puertas altas y hermosas de la ciudad de Dios; y nosotros somos
como un poco de tierra vil y desechada acá abajo, y muy lejos de vuestra
excelencia. Dadnos, pues, la mano, y levantadnos sobre nuestros pies, porque
estamos caídos, para que, sacando fuerzas de flaqueza, peleemos valerosamente
en esta guerra.
Interceded
y rogad sin cesar por nosotros, miserables e indignos pecadores, para que por
vuestras oraciones gocemos de vuestra santa compañía; que de otra manera no
nos podemos salvar; porque somos unos hombrecillos muy flacos y sin ninguna
virtud; o, por mejor decir, somos unos animales esclavos de nuestro vientre y
de nuestra carne, en los cuales apenas hay ni rastro de alguna virtud; mas
debajo del estandarte y confesión de
Cristo navegamos en el madero de la
santa cruz por este mar grande y espacioso, donde hay infinitas sabandijas y
animales grandes y pequeños, y donde está aquel dragón cruelísimo, siempre
aparejado para tragarnos; donde hay los lugares peligrosos de Scila y Caribdis
y otros innumerables, en los cuales dan al través los que navegan sin recato y
son dudosos en la fe.
Rogad
al Señor, rogadle, ¡oh santos bienaventurados!, y compañía de almas puras y
celestiales, rogadle y suplicadle que sea nuestra guía y norte en esta navegación,
para que, favorecidos con vuestras oraciones y merecimientos, llegue este
nuestro navío entero a salvamento, y nosotros en ese puerto seguro y tranquilísimo
gocemos de vuestra bienaventurada compañía y de perpetua paz y quietud.
San
Agustín,
“Meditaciones y Soliloquios”, págs. 82-85.
Editado
por Apostolado mariano, Sevilla, España.