San Gregorio Nacianceno |
Distingamos, asimismo, la figura de San Gregorio de Nacianzo.
Nació el 330 y se formó en lo mejor de la cultura clásica, pasando por las
escuelas de Cesarea, Alejandría y Atenas.
Consagrado obispo, el pequeño grupo niceno de Constantinopla le
rogó que les ayudara a reconstruir la Iglesia de aquella diócesis, entonces
dominada por los arrianos, poco antes de que Teodosio entrara
en esa ciudad y lo hiciera obispo de la misma. Tras renunciar a esa gloriosa
sede, se hizo cargo de la de Nacianzo, en Capadocia,
falleciendo en el 390.
Fue Gregorio testigo de todas las polémicas que jalonaron
las disputas contra los arrianos, así como de las tan múltiples como
inútiles reuniones de obispos, sínodos y concilios de todo género. Respecto de
ello así escribía en una de sus cartas:
"Me siento inclinado a evitar todas las conferencias de obispos, pues
no he visto nunca una que llevase a un resultado feliz, ni que remediase los
males existentes, sino más bien los agravase."
Y refiriéndose más en general a los obispos, en otro de sus escritos leemos:
"Ciertamente los pastores actuaron como unos insensatos, porque salvo
un número muy reducido, que fue despreciado por su insignificancia o que
resistió por su virtud, y que había de quedar como una semilla o una raíz de
donde renacería de nuevo Israel bajo el influjo del Espíritu
Santo, todos cedieron a las circunstancias, con la única diferencia de que
unos sucumbieron más pronto y otros más tarde; unos estuvieron en primera línea
de los campeones y jefes de la impiedad, otros se unieron a las filas de los
soldados en batalla, vencidos por el miedo, por el interés, por el halago o, lo
que es más inexcusable, por su propia ignorancia."
Encontramos también su firma en una carta colectiva que 32 obispos
orientales, [San]Basilio entre ellos, dirigieron a los obispos
de Italia y las Galias. El cuadro que pintan no
deja de ser trágico.
"Se transtornan los dogmas de la religión; se confunden las leyes de
la Iglesia. La ambición de los que no temen al Señor salta
a las dignidades, y se propone el episcopado como premio de la más descarada
impiedad, de suerte que a quien más graves blasfemias profiere, se le tiene por
más apto para regir al pueblo como obispo. Desapareció la gravedad episcopal.
Faltan pastores que apacienten con ciencia el rebaño del Señor...
La libertad de pecar es mucha. Y es que quienes han han subido al gobierno
de la Iglesia por empeño humano, lo pagan luego consintiéndolo
todo a quienes pecan...
La maldad no tiene límite; los pueblos no son corregidos; los prelados no
tienen libertad para hablar. Porque quienes adquirieron para sí el poder o la
dignidad episcopal por medio de los hombres, son esclavos de quienes les
hicieron esa gracia...
Sobre todo eso ríen los incrédulos, vacilan los débiles en la fe, la fe misma es dudosa, la ignorancia se derrama sobre las almas, pues imitan la verdad los que amancillan la palabra divina en su malicia. Y es que las bocas de los piadosos guardan silencio, y anda suelta toda lengua blasfema.
Sobre todo eso ríen los incrédulos, vacilan los débiles en la fe, la fe misma es dudosa, la ignorancia se derrama sobre las almas, pues imitan la verdad los que amancillan la palabra divina en su malicia. Y es que las bocas de los piadosos guardan silencio, y anda suelta toda lengua blasfema.
Lo santo está profanado; la parte sana de la gente huyen de los lugares de
oración como de escuelas de impiedad y marchan a los desiertos, para levantar
allí, entre gemidos y lágrimas, las manos al Señor del cielo.
Porque sin duda ha llegado hasta vosotros lo que sucede en la mayor parte de
las ciudades: la gente, con sus hijos y mujeres y hasta con los ancianos, se
derraman delante de las murallas y hacen sus oraciones al aire libre, sufriendo
con gran paciencia todas las inclemencias del tiempo, esperando la protección
del Señor."
A los que cuestionaban a [San] Atanasio y la falange
atanasiana por sus "extremismos",San Gregorio les
decía:
"Por suaves y tratables que fuesen en otras cosas, había un punto en
que no sufrían ser acomodaticios y fáciles, a saber, cuando por causa del
silencio o del descanso, la causa de Dios era traicionada;
entonces de golpe se tornaban belicosos, ardientes y encarnizados en los
combates, porque su celo era una llama; y se exponían con más facilidad a hacer
lo que no era conveniente que a dejar de obrar donde el deber así lo
exigía."
Cfr. R.P. Alfredo Sáenz, S.I.: "La nave y las tempestades",
Vol. I: "La Sinagoga y la Iglesia Primitiva". "Las
persecuciones en el Imperio Romano". "El arrianismo". Buenos
Aires: Ediciones Gladius, 2005, 2ª ed., ISBN:950-9674-61-3, pp. 232-235.