R. P. Leonardo Castellani |
Santo Tomás precisa incisivamente
estas fronteras de la ley cuando habla de la obediencia religiosa, la más
rigurosa que existe. Es cierto que el religioso debe acatar el mandato
jerárquico a ciegas, “perinde ac cadaver”,
como dicen que dijo Loyola; Pero ningún hombre está dispensado de guiar su vida
con sus propias luces ni puede obrar jamás si su intelecto no le pinta su
acción en la línea de la razón. Ningún voto del mundo puede dispensar a un
hombre de tener conciencia propia, porque
en eso precisamente consiste el ser hombre. “Subditus
no habet judicare de proecepto proelati,
sed de impletioni proecepto utique, quia ad ipsum spectat. Unusquisque enim
tenetur actus suos examinare ad scientiam quam a Deo habet, sive sit naturalis,
sive adquisita, sive infusa: Omnis enim homo debet secundum rationem agere” (De
Veritate, XVII, 5, 4). “Dos maneras hay de obediencia, una que simplemente
asume la voluntad del prelado, y ésta es de todos; otra que se une al inmediato
y por el mismo acto se une al superior medio, y por él al Superior Sumo, y por
él a Dios, conformándose no solo por la acción sino con el último fin de la
acción y con la perfección y excelencia divina
de ella; y esta obediencia es propia de perfectos”. Es decir, cuando el
hombre, al insertarse voluntariamente en el orden particular (que puede en
algún caso per accidens ser desorden), se inserta conscientemente en
el orden universal de los fines.
En el mismo artículo en que se
encuentra este axioma, Santo Tomás explica que si un pecado grave o leve
aparece claramente en un mandato del superior, obedecer es pecado: “conscientia enim ligabit; praecepto proelati
in contrarium existente”. La consciencia lo obliga [antes], si contra ella
existe precepto de prelado. El “a ciegas” de San Ignacio se refiere más bien a
esa superficial y mudable razón cotidiana
y conceptual que arriba juntamos, no a la iluminada intuición del alma
obediente, enderezada a Dios como un reflector en la noche, y viendo con la luz
de la fe mucho más allá de lo temporal y lo rutinario..
El “perinde ac
cadáver” es una metáfora mística, que parece inventada a posta para hacer
bolacear a los metomentodo. La verdadera obediencia no puede dispensar jamás de
tener conciencia. Hay en que el súbdito tiene el deber de decir al superior:
“Aquí estamos los dos haciendo barro”, y decírselo con la energía con que San Pablo
se lo dijo a San Pedro, “in facien ei restiti”
como dice el impetuoso tarsense.
…………………………………………………………………
Esta tentación de obediencia
muerta e inerte es más rara que su contraria y lleva en el seno su sanción; por
eso los ascetas antiguos no insisten acerca de ella y ponen toda su fuerza en
combatir la inobediencia – lo cual da pie a Huxley para calumniar al
catolicismo de que no haya enseñado (como el Budismo, dice) que la inteligencia
es un deber y la estupidez puede ser un pecado (“ignorancia culpable” de los
teólogos)-. Pero toda virtud, ya lo enseñó Aristóteles, anda siempre en
medio de dos vicios, que representan su
exceso y su defecto. Así la crítica terrible que hace Huxley a los que se creen
santos porque usan fines buenos (?) para un fin último que no alcanzan a ver si
es malo o bueno (crítica aplicada en el
caso por al Imperio Británico y su colonización) es absolutamente
certera y su doctrina es pura y simplemente tomista. En cuanto al reproche al
Catolicismo, Huxley olvida que allí al lado mismo tiene al pueblo francés,
católico, que le responde con su vulgar proverbio: “La bétise c´est un peché”*.
Eso el paisano francés no lo necesitó aprender de Buda.
R. P. Leonardo Castellani
“Las ideas de mi tiro el cura”, (pags. 30-31, 33) Editorial Excalibur, Buenos
Aires, 1984
*“La estupidez es un
pecado”