Alejandro Manzoni |
“Tan ajena está la Iglesia de imponer silencio a la voz de la verdad, cuando la caridad
la mueve; tan ajena se encuentra de descuidar ningún medio por el cual los
hombres puedan mejorarse recíprocamente, que condena el respeto humano. Y esta
misma expresión es suya; forma parte de aquellas que el mundo no hubiese podido
inventar, porque incluye obligación y sentido sobrenatural de no callar la
verdad en ciertos casos. De esta manera ha prevenido al espíritu débil contra
el terror que la fuerza, la muchedumbre, la irrisión, la influencia de la
doctrina mundana suelen imponerle; de esta manera ha hecho libre la palabra en la boca del hombre
recto. La Iglesia ha mandado también la
corrección fraterna; admirable temperamento de palabras, en la que, a la idea
de corrección que tanto hiere los sentidos, va unida directamente a la idea de
fraternidad, que recuerda los fines del amor, la debilidad común, y la
disposición de recibir el que la hace de aquél a quien la dirige. La Iglesia no
impide ninguna de las ventajas que pueden provenir de la sincera y
desapasionada expresión de la verdad y del fundado y justo discernimiento de la
virtud y del vicio.
Permítaseme anotar aquí una reflexión sobrentendida en
muchos pasajes de este escrito, y que expresamente se reproducirá y
desenvolverá en algún otro. Siempre se cree encontrar en la religión un
obstáculo a algún sentimiento, acción o institución justa y útil, generosa y
que tienda al mejoramiento social, examinándolo bien, se verá o que el obstáculo
no existe, y su apariencia provenía de no haber observado bastante la religión, o que aquella causa no tiene los
caracteres y fines que se creyeron a primera vista. Además de las ilusiones que
pueden proceder de la debilidad de nuestro entendimiento, existe continua tentación
de hipocresía, por decirlo así, hacia nosotros mismos, de la cual no están
exentos ni siquiera los ánimos más puros y deseosos del bien; de una hipocresía
que asocia instantáneamente la idea de un bien mejor, la idea de inclinación
generosa a los deseos de las pasiones predominantes. De manera que el hombre,
al examinarse a sí mismo, no puede algunas veces estar cierto de la absoluta
rectitud de los fines que lo mueven; no puede discernir qué parte tengan el
orgullo y la prevención. Si en este caso condenamos las reglas de la moral
porque nos parecen deficientes, serviremos a sentimientos reprobados, y que tal
vez combatimos en nuestro interior, pero que no se extinguen completamente en
esta vida.”
“Observaciones sobre la moral católica”,
Alejandro Manzoni, Págs. 225-226,
de la edición de 1944,
por Emecé Editores, Buenos Aires.