Monseñor Bernard Fellay |
"Si, pues, vivir mal por la presunción de morir bien, no puede considerarse de manera alguna como causa de la doctrina católica, ¿cuál será la verdadera causa? Aquella de la que proceden todas las doctrinas falsas y todos los abusos de la verdadera: las pasiones. El hombre que quiere vivir según éstas, y a la vez no se atreve a negarse a sí mismo la autoridad de la doctrina que le condena, esfuérzase en conciliar en apariencia estas dos disposiciones inconciliables, para considerar vencedora a la que quiere hacer prevalecer en efecto. Y realiza este infelicísimo fraude por medio de los ordinarios sofismas de las pasiones; esto es despedazando, por decirlo así, la doctrina, tomando aquella parte que le conviene, y no cuidándose de la restante: que es lo mismo que decir, reconociéndola y negándola al mismo tiempo.
La religión le dice que Dios tiene misericordia con el pecador en cualquier día que se convierta a Él: y él añade por su parte, y en contra de la terminante advertencia de la religión, que siempre estará de su mano determinar este día.
Hemos dicho que ésta ilusión constituye un error práctico, y no especulativo; y entre estos dos caracteres existe grandísima diferencia. Entiendo por errores prácticos aquellos que el hombre se crea a sí mismo en circunstancias dadas, para justificar de alguna manera ante su razón el mal al que ya está determinado, y por errores especulativos, aquellos a que uno se adhiere habitualmente aunque no le impulse ningún interés extraño o habitual. Éstos cuando no se refieren a la moral, alteran la conciencia en lo más íntimo, cambian el mal en bien y el bien en mal, y son por sí mismos razones iniciales y permanentes de actos viciosos, y frecuentemente hasta de acciones perversas, las cuales, sin su funesta autoridad, no solo no se habría realizado, sino que ni siquiera pensado. Pero el error de que se trata no encuentra asiento en la mente, sino cuando está seducida por otras pasiones; dura tanto como la perturbación que ocasionaron aquéllas; no es principio de raciocinios, sino más bien fórmulas para truncarlos todos.
Realmente, si el hombre se para a raciocinar sobre la conversión, la lógica le lleva a la necesidad de convertirse inmediatamente para no llegar a esta conclusión odiosa al sentido común, se dice: me convertiré más adelante; no continúa la serie de estas ideas, y busca distracción.
De aquí nace otra diferencia importante. Los errores de este género son individuales, y no generales; quiero decir, que no se transmiten por vía de discusión, no llegan a ser preceptos y parte de ciencia común. Al hombre aficionado al desorden basta un argumento cualquiera, por decirlo así, para su uso; no se cuida de participarlo a los demás; y sobre todo, no quiere entrar en razonamientos, porque no es inclinado a estas consideraciones, y porque conoce que su argumento no podría resistir a su primera objeción. De aquí que este error no se propague por proselitismo: en esta materia existen extraviados, pero no falsos maestros ni discípulos ilusos."
"Observaciones sobre la moral católica",
II De las opiniones abusivas, pags. 159-160,
Alejandro Manzoni, Emecé Editores. Bs. As. 1944.