DE “EL TENIENTE STURM”
En su crónica de la trinchera, que solía escribir en los descansos de la guardia durante las noches tranquilas, Sturm había anotado pocos días atrás esta observación: “Desde la invención de la moral y de la pólvora, el principio de la selección natural por la supremacía del más fuerte ha perdido cada vez más importancia para el individuo. Se puede seguir con todo detalle cómo esa importancia ha ido pasando más y más al organismo del Estado, que, cada vez con más desconsideración, limita las funciones del individuo a las de una célula especializada. Hoy hace tiempo que uno no goza de estima por lo que realmente vale en relación con el Estado. Mediante esa supresión sistemática de toda una serie de valores, en sí muy considerables, se generan hombres que ya no tienen capacidad de vivir por sí solos. El estado originario, en cuanto suma de fuerzas más o menos equivalentes, aún poseía la capacidad de regeneración de los organismos primitivos: si lo despedazaban, las distintas partes apenas quedaban dañadas. Pronto volvían a fusionarse y formaban fácilmente su polo físico en el jefe de la tribu, su polo psíquico en el sacerdote o hechicero.
En cambio, si se hiere de gravedad al Estado moderno, queda amenazada la existencia de cada individuo, al menos de la parte cuya subsistencia no proviene directamente del suelo, o sea, la mayor, con mucho. Ese inmenso peligro explica la furia enconada, el jadeante “ir hasta el final” del combate que libran, uno contra otro, dos de esos centros de poder. En ese choque ya no cuentan, como en los tiempos de las armas blancas, las facultades del individuo sino las de los grandes organismos. La producción, el nivel técnico y químico, la instrucción pública y las redes ferroviarias: ésas son las fuerzas que, invisibles tras la humareda de la batalla con material moderno, se enfrentan una a otra”.
Ernst Jünger, “El teniente Sturm”, págs. 16-18. Ed. Tusquets, 2014.
(Recuerdos de guerra escritos por el autor en 1923).