Monseñor Marcel Lefebvre |
¡Que las
almas sacerdotales entren con coraje en el combate espiritual para sanar sus
almas de estas heridas y aprendan también a ser médicos de las almas, por la
predicación, por la oración de la Santa Misa y de la Eucaristía, por el
sacramento de la penitencia! Los ejercicios espirituales son un medio poderoso
para disminuir la ceguera de las almas y curar también las otras heridas.
Sin la inteligencia de estas
verdades elementales, no se puede comprender la espiritualidad católica de la
cruz, del sacrificio, del desprecio de
los bienes temporales para apegarse a los bienes eternos.
Los demonios se sirven de todo lo
que es sensible y deleitable para aumentar nuestras heridas. Lo que pasó a Eva
continúa siendo actual. A la palabra del demonio, Eva vio que la fruta era
deleitable, “pulchrum visum et
delectabile” (Gen. 3,6) Luego dijo a Dios, aunque tarde, “La serpiente me engaño”: “decepit me” (Gen. 3, 13).
De allí la insistencia de la Iglesia
en toda su espiritualidad y sobre todo para las almas sacerdotales o
consagradas a Dios, para que se alejen del mundo y de su espíritu y no busquen
más que las cosas eternas siguiendo a Jesús y Jesús crucificado.
Ahora bien, tratar de destruir esta
espiritualidad tradicional y católica de la abnegación, de la cruz, del
desprecio de las cosas temporales, de llevar la cruz siguiendo a Nuestro Señor,
es otra de las consecuencias desastrosas del Concilio. Todo es sustituido por
la búsqueda de la justicia social fundada sobre la envidia y el deseo de los
bienes de este mundo. Se lanza a los pueblos a luchas fratricidas que multiplican
los pobres, cuando es precisamente la
verdadera espiritualidad la que cambiará los corazones y orientará hacia una
mejor justicia social.
Este espíritu malo del Concilio, espíritu del mundo, invadió
el espíritu sacerdotal y religioso y llegó a una destrucción sin precedentes
del sacerdocio y de la vida religiosa. Es el gran éxito de Satanás haber
logrado por hombres de la Iglesia, la destrucción que ninguna persecución había
conseguido.”
Extraído del libro
de Mons. Marcel Lefebvre:
“Itinerario
espiritual”.